Magisterio de la Iglesia

San Francisco de Sales

CARTA ABIERTA A LOS PROTESTANTES
PRIMERA PARTE
DEFENSA DE LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA
CAPÍTULO III
Las notas de la Iglesia
  

§18 — La Iglesia Católica es universal tanto en las personas como en los lugares. La pretendida no.

   La universalidad de la Iglesia no requiere que todas las provincias o naciones reciban al mismo tiempo el Evangelio, bastando que esto ocurra sucesivamente, de suerte que de todos modos siempre se vea la Iglesia y que se reconozca que es la misma que estuvo en todo el mundo o en la mayor parte, a fin de que pueda decirse: Venite, ascendamus ad montem Domini408. Porque la Iglesia será como el sol, y el sol no ilumina siempre igualmente en todas las regiones; basta que, en definitiva, nemo est qui se abscondat a calore ejus409, de la misma manera bastará que al fin de los siglos se verifique la profecía de Nuestro Señor: que es preciso que se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén410.

   Porque la Iglesia en los tiempos apostólicos echó ramas por todos lados, cargadas del fruto del Evangelio, como afirma San Pablo411; lo mismo dice San Ireneo en su tiempo, hablando de la Iglesia romana o papal, a la cual quiere que se refiera el resto de la Iglesia «por su más poderosa principalidad». Próspero habla de nuestra Iglesia, no de la vuestra, cuando dice412: «Por el honor pastoral, Roma, sede de Pedro, es cabeza del universo; lo que no consiguió por guerras o por armas someter a su autoridad, la religión se lo ha ganado».

   Pues bien, veis que habla de la Iglesia que reconoce como jefe al Papa de Roma. En tiempos de San Gregorio había católicos en todas partes, como puede verse por las cartas que escribió a los obispos de casi todas las naciones. En los tiempos de Graciano, Valentiniano y Justiniano había católicos romanos en todas partes, como puede verse por sus leyes. Otro tanto dice San Bernardo de su tiempo; sabéis que fue así también en tiempos de Godofredo de Bullón. Desde entonces, la misma Iglesia perdura hasta nuestros días, siempre romana y papal, de manera que aunque nuestra Iglesia fuese ahora menor de lo que es en la realidad, no por eso dejaría de ser católica, ya que continua siendo la misma romana que fue y que estuvo establecida en casi todas las provincias de naciones y pueblos innumerables. Pero todavía está esparcida por toda la tierra: en Transilvania, Polonia, Hungría, Bohemia y por toda Alemania, en Francia, Italia, Eslavonia, Candia, España, Portugal, Sicilia, Malta, Córcega, Grecia, Armenia, Siria y por todas partes. ¿Debería hacer referencia a las Indias Orientales y Occidentales? Quien quisiera ver un resumen de todo esto debería asistir a un capítulo, o asamblea general de los religiosos de San Francisco llamados Observantes: vería venir religiosos de todos los rincones del mundo, viejo y nuevo, para prestar obediencia a un simple, vil y abyecto; esto sería suficiente para verificar este paso de la profecía de Malaquías: In omni loco sacrificatur nomini meo413.

   Por el contrario, señores, los pretendidos no pasan los Alpes, de nuestro lado, ni los Pirineos, del lado de España; Grecia no os conoce, las otras tres partes del mundo no saben quiénes sois, y nunca oyeron hablar de cristianos sin sacrificios, sin altar, sin sacerdocio, sin jefes y sin cruce, como vosotros sois; en Alemania, vuestros compañeros Luteranos, Brencianos, Anabaptistas y Trinitarios roen vuestra porción; en Inglaterra, los puritanos, en Francia, los libertinos. ¿Cómo, pues, os obstináis en permanecer así separados del resto del mundo como los Luciferianos o los Donatistas? Os diré como decía San Agustín414 a uno de vuestros semejantes: dignaros, por favor, instruirnos sobre este punto: ¿cómo es posible que Nuestro Señor haya perdido su Iglesia en el mundo entero y la haya recuperado solamente en vosotros? Ciertamente empobreceréis demasiado a Nuestro Señor, dice San Jerónimo. Porque, si decís que vuestra iglesia ya fue católica en el tiempo de los Apóstoles, entonces demostrad que lo era en aquellos tiempos, porque todas las sectas dirán lo mismo; como injertaréis ese pequeño brote de pretendida religión en este antiguo y santo tronco? Procurad que vuestra iglesia toque por una continuación perpetua la primitiva iglesia, porque si no se tocan, ¿cómo tendrán la misma savia una y otra? Esto no lo conseguiréis nunca. Tampoco estaréis jamás —si no os unís a la obediencia de la Católica— no estaréis jamás, repito, con los que cantarán: Redimisti nos in Sanguine tuo ex omni tribu, et lingua, et populo, et natione, et fecisti nos Deo nostro regnum415.

§19 — La verdadera Iglesia debe ser fecunda.

Tal vez digáis que después de que vuestra iglesia extienda sus alas, al final será también católica por la sucesión de los tiempos. Pero eso sería hablar a la aventura, porque si San Agustín, Crisóstomo, Ambrosio, Cipriano, Gregorio y todo ese ejército de excelentes pastores no hubiesen sabido actuar bastante bien como para que la Iglesia no diese con la cara por el suelo muy poco después, como dicen Calvino, Lutero y los otros, ¿qué apariencia hay de que ahora se fortifique bajo la responsabilidad de vuestros ministros, los cuales ni en santidad ni en doctrina son comparables con aquellos? Si la Iglesia no fructificó en Primavera, Verano ni Otoño, ¿cómo queréis que en su Invierno se puedan ahora recoger frutos? Si no caminó en su adolescencia, ¿hacia dónde queréis que corra en su vejez?

Digo más: vuestra iglesia no sólo no es católica, sino que ni siquiera puede serlo, pues no tiene fuerza ni virtud para producir hijos, sino sólo para robar las crías de otros, como hace la perdiz; pero es una de las propiedades de la Iglesia el ser fecunda. Por eso, entre otras razones, se la llama paloma416; y si su Esposo, cuando quiere bendecir a un hombre, torna su mujer fecunda, sicut vitis abundans in lateribus domus suæ417, y hace habitar la estéril en su casa, madre jubilosa de hijos418, ¿no debía también Él tener una Esposa que fuese fecunda? Tanto más cuando, según la santa palabra, este desierto debía tener muchos hijos419, y esta nueva Jerusalén debía estar muy habitada y tener una grande descendencia: ambulant gentes in lumine tuo, dice el profeta420, et reges in splendore ortus tui. Leva in circuitu oculos tuos et vide; omnes isti congregati sunt, venerunt tibi; filii tui de longe venient et filiæ tuæ de latere surgent; y también: Pro eo quod laboravit anima eius, ideo dispertia, ei plurimos421. Esta fecundidad de bellas naciones de la Iglesia se hace principalmente por la predicación, como dice San Pablo: Per evangeliun ego vos genui422; la predicación de la Iglesia, por consiguiente, debe ser inflamada: Ignitun eloquiun tuun, Domine423. ¿Y qué de más activo, vivo, penetrante y pronto para combatir y mudar las formas de cualquier materia que el fuego?

§20 — La Iglesia católica es fecunda; la pretendida, estéril.

   Así fue la predicación de San Agustín en Inglaterra, de San Bonifacio en Alemania, de San Patricio en Irlanda, de Willibrord en Frisia, de Cirilo en Bohemia, de Adalberto en Polonia, Austria y Hungría, de San Vicente Ferrer, de Juan Capristano; así fue la predicación de los fervorosos hermanos Enrique, Antonio, Luis, de Francisco Javier y mil otros que expulsaron la idolatría por la santa predicación, y todos ellos eran católicos romanos.

Por el contrario, vuestros ministros no han convertido aún ninguna provincia del paganismo, ni ninguna comarca; dividir el cristianismo, hacer sectas, dividir la túnica de Nuestro Señor, esos son los efectos de la predicación de ellos. La doctrina cristiana católica es una lluvia suave que hace fecunda la tierra estéril; la vuestra parece más una tormenta de granizo, que estraga y arrasa la cosecha, y convierte en un yermo la más fértil campiña. Tened cuidado con lo que dice San Judas: «Desdichados de ellos, que … imitando la rebelión de Coré —Coré era un cismático—, perecerán. Estos son los que contaminan vuestros convites cuando asisten a ellos sin vergüenza, cebándose a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de aquí para allá por los vientos»424; tienen el exterior de las Escrituras, pero les falta el licor interior del espíritu: árboles otoñales infructuosos; no tienen más que el follaje de la letra, pero carecen del fruto de la inteligencia; dos veces muertos: muertos en cuanto a la caridad, por la división, y muertos en cuanto a la fe, por la herejía; sin raíces, que ya no podrán más dar fruto; son olas bravas del mar, que arrojan las espumas de sus torpezas en debates, disputas y agitaciones; exhalaciones errantes, que no pueden servir de guía a nadie y carecen de firmeza en la fe, mudando constantemente. ¿Por ventura, nos admiraremos de que vuestra predicación sea estéril? No tenéis más que cáscara sin savia; ¿como queréis vosotros que ella germine? No tenéis más que la vaina sin la espada, la letra sin la inteligencia; no es, pues, extraño que no podáis dominar la idolatría; por eso, San Pablo, hablando de los que se separan de la Iglesia, afirma: Sed ultra non proficient425. Si entonces vuestra iglesia no puede de forma alguna llamarse católica hasta al presente, menos debe esperar que lo venga a ser en el futuro, porque su predicación es floja y sus predicadores aún no han enfrentado, como dice Tertuliano, el compromiso de ethnicos convertendi, mas solamente el de nostros avertendi. ¿Qué iglesia es esa que no está unida ni es santa ni católica y, lo que es peor, no puede tener ninguna esperanza razonable de serlo alguna vez?

CONTÁCTENOS:

Contenido del sitio


NOTAS

408 Is 2, 3

409 Sl 18, 7

410 Lc 24, 47

411 Cl 1, 6

412 Carmen de Ingratis, Pars 1ª, lin. 40-42

413 Ml 1, 11

414 De unitate Ecclesiæ, cap. 17

415 Ap 5, 9-10

416 Cant 6, 8

417 Sl 127, 3

418 Sl 112, 9

419 Is 54, 1; Gal 4, 27

420 Is 60, 3-4

421 Is 53, 11-12

422 1Cor 4, 15

423 Sl 118, 140

424 Jd 11-13

425 2Tn 3, 9