Magisterio de la Iglesia

San Anselmo

PROSOLOGIÓN (3)

CAPÍTULO XVIII

Que ni en Dios ni en su eternidad,
que es Él mismo, hay partes

   ¡Y he aquí de nuevo la turbación! ¡He aquí que de nuevo me encuentro triste y apenado cuando buscaba el gozo y la alegría! Mi alma esperaba ya la saciedad, ¡y hela aquí de nuevo abrumada por la escasez! Creía que ya iba a comer ¡Y he aquí que estoy más hambriento! Me esforzaba por elevarme a la luz de Dios ¡ y he vuelto a caer en mis tinieblas! y no sólo he recaído en ellas, sino que me siento envuelto por ellas. En ellas caí antes de que «me concibiera mi madre»(27). En su seno fui concebido y en su rebujo nací. Hace tiempo que caímos con aquel «en quien todos pecamos»(28). En aquel que poseía sin esfuerzo y para su mal y el nuestro lo perdió, todos perdimos lo que ignoramos cuando que remos buscarlo, lo que no encontramos cuando  indagamos, lo que una vez hallado no es lo que buscábamos. Ayúdame, «por tu bondad, Señor». «He buscado tu rostro, Señor, buscaré tu rostro; no apartes tu faz de mí»(29). Elévame de mí a ti. Purifica, cura, aguza, ilumina el ojo de mi espí ritu para que te vea. ¡ Que mi alma reúna todas sus fuerzas y que con todo su entendimiento se dirija de nuevo hacia ti, Señor!

   ¿ Qué eres, Señor, qué eres, qué entenderá de ti mi corazón? Eres ciertamente vida, sabiduría, verdad, bondad, beatitud y eres todo verdadero bien. Esto es mucho. Mi endeble entendimiento no puede abarcarlo todo de una sola mirada para deleitarse con todo a la vez. ¿Cómo es, Señor, que eres todo esto? ¿Acaso se trata de partes tuyas o en cada una de ellas está todo lo que eres? Pero todo lo que consta de partes no es totalmente uno, sino de algún modo múltiple y diverso de sí mismo y puede descomponerse ya sea realmente o con el entendimiento; lo que es ajeno a ti, mejor que lo cual nada puede ser pensado. No hay pues partes en ti, Señor, no eres múltiple, sino que eres de tal modo uno e idéntico a ti mismo que en nada eres desemejante de ti mismo. Es más, eres la misma unidad, no divisible por ningún entendimiento. Así pues, la vida, la sabiduría y todo lo demás no son partes tuyas, sino que todas son una, y cualquiera de ellas es todo lo que tú eres y todo lo que son todas las demás. De modo que ni tú tienes pares ni tu eternidad, que eres tú, en lugar alguno ni nunca es parte tuya o parte de sí misma, sino que estás entero en todo lugar, y tu eternidad está siempre entera. 

CAPÍTULO XIX

Que no está en lugar ni tiempo,
aunque todo está en Él

   Pero si por tu eternidad has sido, eres y serás, y haber sido no es lo mismo que ser, ni ir a ser; y ser no es haber sido ni ir a ser, e ir a ser no es haber sido ni ser, ¿de qué modo tu eternidad es siempre entera?

   ¿Es acaso porque en tu eternidad nada ha acontecido que ya no sea, ni nada será en el futuro que todavía no sea? Por tanto, no fuiste ayer o serás mañana, sino que eres ayer, hoy y mañana. Es más, no eres ni ayer ni hoy ni mañana, sino que simplemente eres fuera de todo tiempo. Ya que ayer, hoy y mañana son sólo algo en el tiempo. Tú, en cambio, a pesar de que nada sea sin ti, no estás en lugar ni tiempo alguno, si bien todas las cosas están en ti. Nada te contiene y, sin embargo, tú lo contienes todo.

CAPÍTULO XX

Que es antes y más allá de todas
las cosas, incluso de las eternas

   Tú llenas y envuelves todas las cosas, eres antes y más allá de todas las cosas. Eres sin duda antes de todas las cosas porque antes de que fueran hechas tú eras. Sin embargo ¿cómo puedes ser más allá de todas las cosas? ¿Cómo es que seas más allá de las cosas que no tendrán fin?

   ¿Es tal vez porque las cosas no pueden ser sin ti si bien tú no serías menos aunque todas ellas volviesen a parar a la nada? Es en este sentido que eres de algún modo más allá de ellas. ¿Acaso porque podemos pensar que ellas tienen fin, y en cambio, tú verdaderamente no? Pues, así como ellas tienen fin de algún modo, tú no lo tienes de ninguno. y en verdad lo que de ningún modo tiene fin es posterior a lo que de alguna manera acaba. ¿Quizás sobrepasas todas las cosas, incluso las eternas porque tu eternidad y la suya te es enteramente presente a ti, mientras que las cosas eternas no gozan todavía de la parte de su eternidad que está por venir como tampoco gozan de la que ya aconteció? Así es como eres siempre más allá de ellas, porque estás siempre presente, es decir, porque te es siempre presente aquello a lo que ellas todavía no han llegado.

CAPÍTULO XXI

Si esto es «El siglo del siglo»
o «Los siglos de los siglos»

   ¿Y esto es «el siglo del siglo» o «los siglos de los siglos»(30). Pues así como el siglo contiene todo lo temporal, así tu eternidad contiene los siglos mismos de los tiempos. Y esta eternidad tuya es «siglo» por su indivisible unidad, y «siglos» por su interminable inmensidad. Y aunque seas tan grande, Señor, que todas las cosas están llenas de ti y en ti son, sin embargo el espacio te es de tal modo ajeno, que en ti no hay medio, ni mitad, ni parte alguna.

CAPÍTULO XXII

Que sólo Él es lo que es y El que es

   Por tanto, sólo tú, Señor, eres lo que eres y eres el que eres(31). Porque aquello que es una cosa si la tomamos como todo y otra si la vemos en sus partes, y en la que algo es mudable, no es totalmente lo que es. Y lo que empezó del no ser y puede ser pensado como no existente, que si no subsiste en otro vuelve al no ser, y que tiene un pasado que ya no es y un futuro que no es todavía, no es de una manera propia y absoluta. Pero tú eres verdaderamente lo que eres, porque lo que alguna vez o de algún modo eres, eso eres enteramente y siempre.

   Tu eres el que propia y simplemente eres porque no tienes pasado ni futuro, sino sólo presente, y no puedes ser pensado en ningún momento como no existente. Y eres también vida, luz, sabiduría, bienaventuranza, eternidad y todo lo que es bueno; y sin embargo, no eres sino un único y supremo bien. Te bastas absolutamente a ti mismo, de nada careces y de tí, en cambio, todas las cosas han de menester para ser y ser buenas.

CAPÍTULO XXIII

Que este bien es igualmente el Padre, el Hijo
 y el Espíritu Santo; y que Él es el Uno necesario,
 es decir, lo que es Todo, entero y sólo bueno

   Este bien eres tú, Dios Padre, y es tu Verbo(32), es decir, tu Hijo. Pues en el Verbo con el cual te dices a ti mismo no puede haber otra cosa que lo que hay en ti, nada mayor ni menor, ya que tu Verbo es tan verdadero como tú eres veraz. Por esto es la misma verdad, la misma que tú, y no otra distinta de ti. Y eres de tal modo simple que de ti no puede nacer nada distinto de lo que tú eres. Este mismo bien es también el amor uno y mutuo entre tú y tu Hijo, esto es, el Espíritu Santo que procede de ambos. Y en este amor no hay diferencia entre tú y tu Hijo, pues tú lo amas y te amas y él te ama y se ama en tanto y en cuanto tú eres y él es. Y lo que no es dispar de ti y de él no es distinto de ti y de él, además, de la suma simplicidad no puede proceder algo dis tinto de aquello de lo que procede. y lo que es cada uno de ellos por sí mismo, eso es toda la Trinidad a la vez, Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque cada uno de ellos no es otra cosa que la unidad sumamente simple, la cual no puede ser múltiple ni ser una cosa y otra.

   «Y sólo una cosa es necesaria»(33). Esto es aquel uno necesario en el que es todo bien o, mejor dicho, que es el bien de todo, bien único, bien total y sólo bien.

CAPÍTULO XXIV

Conjetura sobre cómo y cuánto es este bien

   Ahora reacciona, alma mía, alza todo tu entendimiento y piensa cuanto puedas acerca de cómo y cuán grande es este bien. Pues, si cada uno de los bienes es deleitable, calcula cuán deleitable debe ser aquel bien que contiene el disfrute de todos los bienes, y no tal como lo hemos experimentado en las cosas creadas, sino de modo tan diferente como difiere el creador de la criatura. Si la vida creada es buena, ¡cuán buena será la vida creadora! Si la salud creada es lozana, ¡qué lozanía la de la salud que creó toda salud! Si la sabiduría en el conocimiento de las cosas creadas es digna de ser amada, ¡qué digna de ser amada será la sabiduría que creó todas las cosas de la nada! En fin, si hay tantos y tan grandes deleites en las cosas deleitables, ¡cuál y cuánto deleite habrá en aquel que las hizo!

CAPÍTULO XXV

Cuáles y cuán grandes bienes
hay para los que gocen de él

   ¡Oh, quién fruirá de este bien! ¿Cómo será y cómo no será? Será ciertamente como quiera, y como no quiera no será. Allí los bienes del cuerpo y del alma serán tales como «el ojo no ha visto, ni el oído ha oído ni el corazón del hombre»(34) ha imaginado. ¿Por qué vagas pues, esbozo de hombre, a través de tantas cosas, bus cando los bienes de tu alma y de tu cuerpo? Ama el único bien en quien están todos los bienes y basta. Desea el bien simple que es todo bien y es todo. Pues ¿qué amas carne mía, qué deseas alma mía? Allí está, allí está todo lo que amáis, todo lo que deseáis.

   Si os deleita la belleza «los justos resplandecerán como el sol»(35). Si la velocidad o la fortaleza o la libertad del cuerpo a la que nada puede oponerse, «serán semejantes a los ángeles de Dios»(36) puesto que «se siembra un cuerpo animal y brota un cuerpo espiritual»(37) por el poder divino, desde luego, no por su naturaleza. ¿Si una vida larga y llena de salud? Allí se halla la sana eternidad y la eterna salud, porque «los justos vivirán eternamente»(38) y «la salud de los justos proviene del Señor»(39). Si la saciedad serán saciados «cuando la gloria de Dios se manifieste»(40). Si la  embriaguez, «se embriagarán de la abundancia de la casa de Dios»(41). Si la música, allí los coros de ángeles cantan a Dios sin fin. Si cualquier voluptuosidad no impura, sino pura, Dios «les dará de beber del torrente de su voluptuosidad»(42).

   Si os deleita la sabiduría, la propia sabiduría de Dios se manifestará. Si la amistad, amarán a Dios más que a sí mismos y se amarán los unos a los otros tanto como a sí mismos, y Dios los amará más de lo que se aman ellos mismos, pues por él lo aman, se aman a sí mismos y aman a los demás, mientras que Él se ama y los ama por sí mismo. Si la concordia, todos ellos tendrán una única voluntad porque no tendrán más que la voluntad de Dios. Si el poder, serán tan omnipotentes con su voluntad como Dios con la suya; pues, así como Dios puede lo que quiere por sí mismo, así podrán ellos lo que quieran por Él, puesto que no querrán sino lo que Él quiera, y asimismo Él querrá lo que ellos quieran, y lo que Él quiere no puede no ser. ¿Si honores y riquezas? Dios «establecerá a sus siervos buenos y fieles encima de muchas»(43) más aún, «serán llamados hijos de Dios»(44) y dioses, y lo serán; y donde esté su hijo allí estarán ellos como «herederos de Dios y coherederos de Cristo».(45) Si la verdadera seguridad, estarán tan seguros que nunca y de ningún modo les han de faltar estos bienes o, mejor dicho, este Bien; como lo están de que nunca querrán renunciar a ellos, y de que Dios, que los ama a ellos que lo aman, no se lo ha de quitar por su voluntad, ni que algo más poderoso que Dios les haya de forzar a separarse de Él.

   ¡Cuál y cuán gran gozo hay donde hay tal y tan gran bien! Corazón humano, corazón indigente, corazón lleno de calamidades, corazón abrumado por ellas..., ¡cuánto gozarías si tuvieras todos estos bienes en abundancia! Pregunta a las profundidades de tu alma si podrían contener el gozo de tanta felicidad. Lo cierto es que, si alguien otro a quien amaras totalmente como a ti mismo gozara de la misma felicidad, se duplicaría tu gozo, porque no te alegrarías menos  por él que por ti mismo. Y si fueran dos o tres o muchos más los que gozaran de él, gozarías por cada uno de ellos tanto como por ti mismo si los amaras como a ti mismo. Por consiguiente, en el amor perfecto de los innumerables bienaventurados ángeles y humanos donde nadie ama menos a otro que a sí mismo, ninguno gozará por cada uno de los demás menos que por sí mismo. Si pues el corazón del hombre apenas puede contener su gozo por tan gran bien propio, ¿cómo será capaz de contener tantos y tan grandes goces? Y puesto que cuanto más se ama a alguien, más se alegra uno de su bien, así en la felicidad perfecta cualquiera amará incomparablemente más a Dios que a sí mismo y que a todos los que están con Él, y así gozará incomparablemente más por la felicidad de Dios que por la suya propia y la de todos los que están con Él. Mas si aman a Dios «con todo su corazón, con todo su espíritu y con toda su alma»(46), y sin embargo todo su corazón, todo su espíritu y toda su alma no bastan para la medida de este amor, entonces ciertamente gozarán de tal modo con todo su corazón, todo su espíritu y toda su alma que todo su corazón, todo su espíritu y toda su alma no bastarán para la plenitud de su gozo.

CAPÍTULO XXVI

Si éste será el «gozo pleno» que promete el Señor

   Mi Señor y mi Dios, mi esperanza y la alegría de mí corazón, di a mí alma si es ésa la alegría que nos anuncias por las palabras de tu Hijo: Pedid y recibiréis(47), a fin de que vuestra alegría sea completa, porque he encontrado una alegría plena y más que plena. Después que haya llenado al hombre entero su corazón, su espíritu, su alma, todavía le quedará más allá de toda medida. Esta alegría no entrará enteramente en aquellos que la disfruten, sino que éstos entrarán en la alegría. Di, Señor, di a tu siervo en el fondo de su alma si es ésta la felicidad del Señor en la que entrarán aquellos servidores tuyos que son llamados. Esta alegría de que ciertamente gozarán tus elegidos(48), ni la ha visto el ojo, ni el oído la ha escuchado, ni entró jamás en el corazón del hombre(49). No he expresado, pues, todavía, ni pensado, ¡oh Señor! lo que se alegrarán estos bienaventurados. Su alegría será, sin duda, igual a su amor; su amor, a su conocimiento. ¿En qué medida te conocerán entonces, Señor, y hasta qué punto te amarán? Cierto que el ojo no ha visto en esta vida, ni el oído escuchado, ni el corazón del hombre comprendido en qué medida te conocerán y amarán en la otra vida.

   Yo te suplico, ¡oh Señor! ;haz que te conozca, que te ame, a fin de que encuentre en ti toda mi alegría. Y si en este mundo no puedo alcanzar la plenitud de la dicha, que al menos crezca en mí cada día hasta ese momento deseado. Que en esta vida cada instante me eleve más y más al conocimiento de ti mismo, y que en la vida futura este conocimiento sea perfecto; que aquí mi amor por ti aumente, que allí alcance su plenitud; que aquí mi alegría en esperanza sea cada vez mayor, que allí sea completa; en realidad, Señor, tú nos ordenas, nos aconsejas por tu Hijo que pidamos y nos prometes que recibiremos, a fin de que nuestro gozo sea perfecto. Yo te lo pido, Señor, como nos lo aconsejas por boca del Maestro admirable que nos has dado: haz que reciba, como lo prometes por tu Verdad, a fin de que mi alegría sea llena. Yo pido: haz, ¡oh Dios fiel en tus promesas! , que yo reciba, para que mi alegría sea completa. Y ahora, en medio de estos deseos y favores, que sea éste el objeto de las meditaciones de mi alma y de las palabras de mi lengua. Que sea eso lo que ame mi corazón, lo que hable mi boca. Que mi alma tenga hambre de esa felicidad; que mi cuerpo tenga sed; que mi sustancia entera la desee, hasta que entre la gloria del Señor, que es Dios trino y uno, bendito en todos los siglos. Así sea(50).

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NOTAS

  • (27) Cf. Sal., 50, 7. (volver) 

  • (28) Cf. Rom. 5, 12. (volver) 

  • (29) Sal., 26, 8. (volver) 

  • (30) Expresión hebrea que significa «eternidad». (volver)
  • (31) Cf. Éx 3,14. Durante la Edad Media esta frase del Antiguo Testamento tuvo un valor muy relevante. Son las palabras que, cuenta la Biblia, Dios respondió a Moisés cuando éste le preguntó quién era. En la tradición judía la revelación del nombre es símbolo de revelación de la identidad. La respuesta «soy el que soy» equivale, para un judío, a «soy el innombrable». Pero en la Edad Media latina se interpretó en un sentido muy distinto: se consideró que Dios revelaba su ser por excelencia, idea que, por otra parte, es una de las principales características de la filosofía medieval. Así como en el neoplatonismo Dios es caracterizado primariamente como el sumo bien, la escolástica hará hincapié en el ser. (volver)

  • (32)  Traducimos verbum por «verbo» porque denota más fielmente el carácter de «acción» que tiene la dimensión creadora de Dios, aun- que también se puede traducir por «palabra». (volver)

  • (33) . (volver)
  • (34) 36 Mt., 13, 43. (volver)
  • (35) I Cor 2, 9.  (volver)
  • (36)  Mt 22, 30. (volver)
  • (37)  1 Cor 15, 44. (volver)
  • (38) Sab 5,16. (volver)
  • (39) Sal 36, 49. (volver) 
  • (40) Sal 16, 15.  (volver)
  • (41) Sal 35, 9. (volver) 
  • (42) Ibídem.    (volver) 
  • (43) Mt 25, 21-23. (volver) 
  • (44) Mt 5, 9. (volver) 
  • (45) Rorn 8, 17. (volver) 
  • (46) Mt 22, 37. (volver) 
  • (47) Jn., 16, 24.  (volver) 
  • (48) Mt., 25, 21.   (volver) 
  • (49) I Cor., 2, 9.  (volver) 
  • (50) Rom., 1, 21.   (volver)