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Julio Cortázar y el Che

Selección de párrafos donde Cortázar habla sobre el Che y la Revolución Cubana.

Palabras que se hicieron texto en reportajes que luego se transformaron en libros o páginas de diarios y revistas. También, conmovedoras líneas escritas por el mismo que ya son parte de la historia literaria y política del continente a propósito de la muerte de Ernesto Guevara. Lo que sigue son fragmentos referidos a la génesis de este amor y que marca la entrada literaria de Julio en el campo ideológico. "La revolución cubana modificó mi visión de la realidad latinoamericana. Yo era un hombre muy indiferente a la Historia, tanto de Latinoamérica como del resto del mundo. Me interesaba la estética y la literatura por encima de todo. Rayuela, por ejemplo que está escrita antes de mi primer viaje a Cuba es un libro que podríamos calificar, con una cierta pedantería, de metafísico (por los problemas que se plantea sobre el destino del hombre y sobre el misterio de la realidad). Pero luego viene para mí la Revolución Cubana: de golpe comprendo que hay un destino latinoamericano en juego, y que un escritor o cualquier hombre libre, honesto, tiene un papel que desempeñar en ese destino. Ya no es posible refugiarse en la torre de marfil de la literatura pura, el cine puro, la pintura pura. Hay que estar ligado de alguna manera al destino de nuestros pueblos." "No se debe sacrificar la literatura a la política ni trivializar la política en aras de un esteticismo literario. Yo no creería en el socialismo como destino histórico para América latina si no estuviera movido por razones de amor." "Yo me sentía antiperonista pero nunca me integré a grupos políticos o grupos de pensamiento o de estudio que pudieran tratar de llegar a hacer una especie de práctica de ese antiperonismo ( ... ). En cambio, la revolución cubana me mostró, me metió en algo que ya no era una visión política teórica, una postura política meramente oral: esa primera visita a Cuba me colocó frente a un hecho consumado. Yo fui muy poco tiempo después del triunfo de la revolución -la revolución triunfó en 1959 y yo fui en 1961- en momentos muy difíciles en que los cubanos tenían que apretarse el cinturón porque el bloqueo era implacable, había problemas internos a raíz de las tentativas contrarrevolucionarias: muy poco después se produjo eso que se llamó los alzados del Escambray, esos grupos anticastristas que hubo que eliminar al precio de una lucha de varios años. ( ... ) Ese contacto con el pueblo cubano, esa relación con los dirigentes y con los amigos cubanos, de golpe, sin que yo me diera cuenta (nunca fui consciente de todo eso) y ya en el camino de vuelta a Europa, vi que por primera vez yo había estado metido en pleno corazón de un pueblo que estaba haciendo su revolución, que estaba tratando de buscar su camino. Y ése es el momento en que tendí los lazos mentales y en que me pregunté, o me dije, que yo no había tratado de entender el peronismo. Un proceso que no pudiendo compararse en absoluto con la revolución cubana, de todas maneras tenía analogías: también ahí un pueblo se había levantado, había venido del interior hacia la capital y a su manera, en mi opinión equivocada y chapucera, también estaba buscando algo que no había tenido hasta ese momento. La revolución cubana, por analogía, me mostró entonces y de una manera muy cruel y que me dolió mucho, el gran vacío político que había en mí, mi inutilidad política. Desde ese día traté de documentarme, traté de entender, de leer: el proceso se fue haciendo paulatinamente y a veces de una manera casi inconsciente. Los temas en donde había implicaciones de tipo político o ideológico más que político, se fueron metiendo en mi literatura. Ese es un proceso que se puede ir apreciando a lo largo de los años. ( ... ) Ese cuento que se llama Reunión, cuyo personaje es el Che Guevara, es un cuento que yo jamás habría escrito si me hubiera quedado en Buenos Aires ni en mis primeros años de París, porque no me hubiera parecido un tema, no hubiera tenido ningún interés para mí. En cambio, en ese momento, el tema de ese relato me resulta absolutamente apasionante, porque yo traté de meter ahí, en esas 20 páginas, toda la esencia, todo el motor, todo el impulso revolucionario que llevó a los barbudos al triunfo. ( ... ) Todo esto que te estoy diciendo acerca de esa especie de entrada en la conciencia política o ideológica, que antes había sido más bien uno de los tantos ejercicios intelectuales y de las opiniones que uno tiene a lo largo de la vida, no tendría demasiado sentido si no se conectara con otra cosa. Y así como cité Reunión como el primer cuento que marcaría esa entrada en el campo ideológico y por lo tanto una participación (porque ahí yo ya entré participando), de esos mismo años debería citar, de manera simbólica, ese otro cuento que es El perseguidor. ( ... ) En El perseguidor la política no tiene absolutamente nada que ver, la ideología tampoco. Pero sí tiene que ver, por primera vez en lo que yo llevaba escrito hasta ese momento, una tentativa de acercamiento al máximo a los hombres como seres humanos. Hasta ese momento mi literatura se había servido un poco de los personajes, los personajes estaban ahí para que se cumpliera un acto fantástico, una trama fantástica. Los personajes no me interesaban demasiado, yo no estaba enamorado de mis personajes, con una que otra excepción relativa. En El perseguidor es fácil darse cuenta de que la figura de Johnny Carter y la de su antagonista fraternal, Bruno, han tratado de ser vistas por el autor como si él fuera ellos en alguna medida. El autor trata ahí de estar lo más cerca posible de su piel, de su carne, de su pensamiento. Y si hago esta referencia a este otro cuento es porque en el fondo se trata de una misma operación. La toma de conciencia ideológica, política, que me dio la revolución cubana no se limitó solamente a las ideas. La revolución debe triunfar y se debe hacer la revolución porque sus protagonistas son los hombres, lo que cuenta son los hombres. Y esa cosa aparentemente tan trivial e incluso perogrullesca fue muy importante para mí, porque si yo había sido indiferente a los vaivenes políticos del mundo, era porque era indiferente a los protagonistas de esos vaivenes políticos. Yo podía tener mucha simpatía por los republicanos españoles y mucho odio por los franquistas, pero era a base de criterios mentales. No me gustaba el fascismo por razones obvias y sí me gustaba la democracia de los republicanos. Pero yo me quedaba afuera de la parte que correspondía a la sangre, a la carne, a la vida, al destino personal de cada uno de los participantes en esos enormes dramas históricos. Entonces, en muy poco tiempo (el símbolo son estos dos cuentos) se produce la aparición de lo que actualmente se llama el compromiso. Es decir, que yo empiezo a darme cuenta, a descubrir un territorio que hasta entonces apenas había entrevisto. Lo cual no quiere decir que yo vaya a ser un escritor de obediencia, un escritor que se limita únicamente a defender su causa y a atacar a la contraria, sino que voy a seguir viviendo en plena libertad, en mi terreno fantástico, en mi terreno lúdico."

***

Carta escrita por Julio Cortazár a Roberto Femández Retamar tras la muerte del Che Guevara París, 29 de octubre de 1967 Roberto, Adelaida, mis muy queridos: Anoche volví a París desde Argel. Solo ahora, en mi casa, soy capaz de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones. Entonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué ese texto que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si hay tiempo de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé lo que son los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras y las frases. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe cuándo; si te envié este texto fue porque eras tú quien me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che y lo que él significaba para ti. Aquí en París encontré un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como sin uno pudiera sacarse las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre todo eso no. Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá mal, no me importa; en todo caso tu sabrás lo que siento. Mira, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño, comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto que te cuento también me averguenza porque hablo de mí, la eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte, a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas, esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes para que estemos más juntos:

Che


Yo tuve un hermano.
No nos virnos nunca pero no importaba.
Yo tuve un hermano que iba por los montes mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo, le tomé su voz libre como el agua,
caminé de a ratos cerca de su sombra.
No nos vimos nunca pero no importaba,
mi hermano despierto mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome detrás de la noche su estrella elegida.

Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre, Julio

***

Fragmento de la carta enviada a Roberto Femández Retarnar el 3 de julio de 1965. "Me divirtió mucho la historia de tu conversación con el Che en el avión. (Me divierten mucho menos los persistentes rumores que circulan en Europa a propósito del Che; espero que sean eso, rumores). Es natural que al Che mi cuento le resulte poco interesante (no lo dices tú, pero yo había recibido otras noticias que me lo hacen suponer). Una sola cosa cuenta, y es que en ese relato no hay nada personal. ¿Qué puedo saber yo del Che, y de lo que sentía o pensaba mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra? La verdad es que en ese cuento él es un poco (mutatis mutandis, naturalmente) lo que fue Charlie Parker en El perseguidor. Catalizadores, símbolos de grandes fuerzas, de maravillosos momentos del hombre. El poeta, el cuentista, los elige sin pedirles permiso; ellos son ya de todos, porque por un momento han superado la mera condición del individuo."

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Mensaje al hermano Ahora serán las palabras, las más inútiles o las más elocuentes, las que brotan de las lágrimas o de la cólera; ahora leeremos bellas imágenes sobre el fénix que renace de las cenizas, en poemas y discursos se irá fijando para siempre la imagen del Che. También estas que escribo son palabras, pero no las quiero así, no quiero ser yo quien hable de él. Pido lo imposible, lo más inmerecido, lo que me atreví a hacer una vez, cuando él vivía: pido que sea su voz la que se asome aquí, que sea su mano la que escriba estas líneas. Sé que es absurdo y que es imposible, y por eso mismo creo que él escribe esto conmigo, porque nadie supone mejor hasta qué punto lo absurdo y lo imposible serán un día la realidad de los hombres, el futuro por cuya conquista dio su joven, su maravillosa vida. Usa entonces mi mano una vez más, hermano mío, de nada les habrá valido cortarte los dedos, de nada les habrá valido matarte y esconderte con sus torpes astucias. Toma, escribe: lo que me quede por decir y por hacer lo diré y lo haré siempre contigo a mi lado. Sólo así tendrá sentido seguir viviendo. Casa de las Américas. Número dedicado a Ernesto Guevara con textos publicados en los números 46 y 104 de enero-febrero de 1968 y septiembre octubre de 1977 respectivamente (octubre de 1986).

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El ejemplo que perdura Votaron al cronopio
En tiempos en que la desmemoria campea, Julio Cortázar y Ernesto Che Guevara fueron involuntarios protagonistas de un hecho esperanzador: ambos disputaron los votos de los alumnos, profesores, padres y personal no docente de la Escuela N' 714 de Trelew que propusieron sus nombres para bautizar el establecimiento. El escrutinio arrojó 225 votos para Cortázar y 194 para el Che. La votación, que se llevó acabo los días 26 y 27 de octubre, fue resultado de dos meses de trabajo en los que la comunidad educativa se dedicó a investigar, analizar y discutir las propuestas de los alumnos, que, para transformarse en finalistas, debían estar sólidamente fundamentadas. Para avalar su propuesta sobre Cortázar argumentaron que " Fue un intelectual comprometido con el destino de América latina" que "entregó los derechos de autor de dos libros a los presos políticos y se unió a las Madres de Plaza de Mayo no bien llegó a nuestro país en 1984. Los jóvenes afirmaron que "sus declaraciones políticas siempre fueron honestas, defendió los derechos humanos y su obra y actitud marcaron y seguirán marcando rumbos, abriendo caminos .... "Que la Universidad se pinte de negro, que se pinte de mulato, que se pinte de obrero y de campesino, que se pinte de pueblo." Esta frase de Guevara que los alumnos presentaron en su fundamentación se completó con un fragmento de la última carta que el Che enviara a sus hijos: "Estudien mucho para poder dominar la técnica, que permite dominar la naturaleza. ( ... ) Cada uno de nosotros solo no vale nada", y sobre el final desgranó: 'Toma, es sólo un corazón / tenlo en tu mano / y cuando llegue el día, /abre tu mano para que el sol lo caliente ......

Notas enviadas por nuestro amigo Daniel Staricco y aparecidas en http://www.lamaga.com.ar/www/area2/pg_nota.asp?id_nota=b44 URL de este número: http://es.egroups.com/message/paraleer/456




Peter Sussmann: http://www.datamarkets.com/sussmann

 


 

Susan Sontag y el Premio Jerusalén

Con el poder de las palabras

Cuando se hizo público que la escritora norteamericana había sido distinguida con el máximo galardón que otorga el estado de Israel, la comunidad literaria de su país casi le exigió que lo rechazara porque provenía de un gobierno endurecido en su posición con los palestinos. Pese a las críticas, la autora de Contra la interpretación aceptó el galardón pero, durante la ceremonia de entrega que acaba de realizarse en Jerusalén, dio un discurso, que aquí reproducimos, en el que no sólo habló de literatura y de los deberes del artista. También les dijo a quienes la premiaban: "No puede haber paz en tanto no cese la instalación de comunidades israelíes en los Territorios"

A nosotros, los escritores, nos inquietan las palabras. Las palabras significan. Las palabras apuntan. Son flechas. Las flechas se clavan en la dura piel de la realidad. Y cuanto más portentosas, más generales son las palabras, más se parecen a cuartos o a túneles. Pueden expandirse, o derrumbarse. Pueden llenarse de un olor nauseabundo. A menudo nos recordarán otros cuartos, donde nos gustaría vivir o donde creemos estar viviendo. Podemos perder el arte o la sabiduría de habitar ciertos espacios. Y a la larga esos ámbitos de objetivos intelectuales que ya no sabemos cómo habitar, serán abandonados, tapiados, clausurados.

¿Qué entendemos, por ejemplo, por la palabra "paz"? ¿Entendemos por ello una falta de contienda? ¿Entendemos olvido? ¿Entendemos perdón? ¿O entendemos un enorme cansancio, un agotamiento, un vaciarse de rencor?

Me parece que lo que la mayoría de las personas entienden por paz es "victoria". La victoria de los suyos. Eso es lo que "paz" significa para ellas, mientras que para otros significa derrota.

Si se afianza la idea de que la paz, aunque es deseada en principio, implica una inaceptable renuncia de legítimos derechos, entonces el camino más probable será la práctica de la guerra mediante una capacidad menor que la total. Las demandas de paz serán consideradas, sino fraudulentas, por lo menos prematuras. La paz se convierte en un espacio que la gente ya no sabe cómo habitar. La paz debe ser re-establecida. Re-colonizada...

* * *

¿Y qué entendemos por "honor"?

El honor es una rigurosa pauta de conducta privada que corresponde aparentemente a una época remota. Pero nuestra costumbre de conferirnos honores unos a otros -para halagarnos a nosotros mismos y a los demás- no ha cambiado.

Conferir un honor es afirmar una norma supuestamente compartida. Aceptar un honor significa creer, por un momento, que uno lo ha merecido. (Lo que decentemente uno puede decir es que no s indigno del mismo.) Rechazar una distinción otorgada resulta grosero, insociable, pretencioso.

Un premio acumula honores -y la capacidad de conferirlos- mediante la elección que ha hecho en años anteriores de honrar a determinadas personas.

Según esta norma es que debemos considerar el polémicamente denominado Premio Jerusalén que, en su historia relativamente breve, ha sido otorgado a algunos de los mejores escritores de la segunda mitad del siglo XX. Si bien por un criterio obvio es un premio literario, no se denomina Premio Jerusalén de Literatura sino Premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad.

¿Todos los escritores que ganaron este premio defendieron realmente la libertad del individuo en la sociedad? ¿Es eso lo que ellos -ahora debo decir "nosotros"- tenemos en común? No lo creo.

No sólo representan un ancho espectro de la opinión política. Algunos de ellos apenas han rozado las Grandes Palabras: libertad, individuo, sociedad...

Pero lo que importa no es lo que un escritor dice sino lo que un escritor es.

Los escritores -con ello quiero decir los miembros de la comunidad literaria- son emblemas de la persistencia (y de la necesidad) de una visión individual.

La incesante propaganda actual en favor del "individuo" me parece profundamente sospechosa, puesto que la "individualidad" misma se ha vuelto, cada vez más, sinónimo de egoísmo. Una sociedad capitalista obedece a intereses creados cuando elogia la "individualidad" y la "libertad", lo que podría significar, poco más o menos, el derecho a un perpetuo engrandecimiento del yo, y la libertad de ir de compras, adquirir, gastar, consumir, convertir una cosa en obsoleta.

No creo que el cultivo del yo tenga un valor inherente. Y pienso que no hay cultura (usando el término normativamente) si no existe una pauta de altruismo, si no se estima a los otros. Creo que hay valor inherente en el hecho de extender nuestro sentido de lo que puede ser una vida humana. Si la literatura me ha atraído como un proyecto, primero como lectora y luego como escritora, se debe a que es una extensión de mis simpatías hacia otros yoes, otras esferas, otros sueños, otras zonas de interés.

* * *

Como escritora, como hacedora de literatura, soy narradora y meditadora. Las ideas me mueven. Pero las novelas no están hechas de ideas sino de formas. Formas de lenguaje. Formas de fuerza expresiva. No tengo en la mente un argumento hasta que no logro darle forma. (Como dijo Vladimir Nabokov: "La forma de una cosa precede a esa cosa.") Y -tácitamente o implícitamente- las novelas están hechas del sentido que el escritor tiene sobre qué es o puede ser la literatura. La obra de todo escritor, toda obra literaria, es, o equivale a, una descripción de la literatura misma. La defensa de la literatura misma se ha convertido en uno de los temas principales del escritor. Pero como observó Oscar Wilde: "En el arte, una verdad es aquello cuya contradicción también es cierta". Parafraseando a Wilde, yo diría: Una verdad sobre la literatura es aquello cuyo opuesto también es cierto.

Así, literatura -y hablo en sentido preceptivo y no meramente descriptivo- significa conciencia, duda, escrúpulo, exigencia. Es también -lo repito, en sentido preceptivo tanto como descriptivo- canto, espontaneidad, celebración, dicha.

Las ideas sobre literatura -a diferencia de las ideas, digamos, sobre el amor- no surgen casi nunca sino como respuesta a las ideas de otros. Son ideas reactivas.

Digo tal cosa porque tengo la impresión de que ustedes -o la mayoría de las personas- dicen tal otra.

Por tal motivo quiero dar cabida a una pasión más vasta o a una práctica diferente. Las ideas autorizan y yo quiero autorizar un sentimiento o una práctica diferentes: digo esto cuando ustedes dicen esto otro, y no porque los escritores sean, a veces, adversarios profesionales. No sólo porque restablecen el inevitable desequilibrio o parcialidad de toda práctica que tenga el carácter de una institución -y la literatura es una institución- sino porque la literatura es una práctica que está arraigada en aspiraciones inherentemente contradictorias.

Mi opinión es que cualquier descripción de la literatura es inexacta, es decir, reductora y meramente polémica. Para hablar verdaderamente de literatura hay que expresarse con paradojas. Por lo tanto: cada obra literaria que cuenta, que merece el nombre de literatura, encarna un ideal de singularidad, de una voz singular. Pero la literatura, que es acumulación, encarna un ideal de pluralidad, de multiplicidad, de promiscuidad.

Toda noción de literatura que se nos ocurra -la literatura como compromiso social, la literatura como búsqueda de intensidades espirituales privadas; la literatura nacional, la literatura mundial- es, o puede llegar a ser, una forma de complacencia espiritual, o de vanidad, o de autoalabanza.

La literatura es un sistema -un sistema plural- de criterios, ambiciones, lealtades. Su función ética es, en parte, enseñar el valor de la diversidad.

Por supuesto, la literatura debe operar dentro de ciertos límites. (Como todas las actividades humanas. La única actividad ilimitada consiste en estar muerto.) El problema reside en que los límites que la mayoría de las personas quieren trazar reprimirían la libertad de la literatura de ser lo que puede ser, con toda su inventiva y su capacidad de inquietar.

Vivimos en una cultura dedicada a unificar codicias, y entre las vastas y gloriosas multiplicidades de lenguas, aquella en la que hablo y escribo se ha convertido en la lengua dominante. El inglés está cumpliendo, en una escala mundial y para poblaciones mucho más vastas dentro de los diversos países del mundo, una función similar a la que cumplía el latín en la Europa medieval.

Pero como vivimos en una cultura cada vez más global y transnacional estamos también empantanados en reclamos cada vez más fraccionados de tribus reales o recientemente autoconstituidas. Las viejas ideas humanistas -la república de las letras, la literatura mundial- son atacadas en todas partes. Algunos las consideran ingenuas o contaminadas porque derivan del gran ideal europeo -algunos dirían ideal eurocéntrico- de los valores universales. Las nociones de "libertad" y de "derechos" han sufrido una sorprendente degradación en los últimos años. En muchas comunidades, los derechos grupales tienen más importancia que los derechos individuales.

Respecto a eso, lo que los hacedores de literatura realizan puede, implícitamente, reforzar la credibilidad de la libertad de expresión y de los derechos individuales. Aun cuando los hacedores de literatura hayan puesto su obra al servicio de las tribus o de las comunidades a que pertenecen, su logro como escritores depende de que trasciendan ese objetivo.

* * *

Las cualidades que hacen que un escritor determinado sea valioso o admirable pueden situarse dentro de la singularidad de la voz de ese escritor.

Pero esta singularidad, que se cultiva en privado y es el resultado de un largo aprendizaje de reflexión y soledad, está constantemente puesta a prueba por la función social que los escritores se creen llamados a desempeñar.

No cuestiono el derecho del escritor a participar en el debate de asuntos públicos, a hacer causa común y practicar la solidaridad con otros que sean afines a él.

Tampoco cuestiono que tal actividad arranque al escritor de ese apartado y excéntrico espacio interior donde la literatura se lleva a cabo. También lo hacen casi todas las otras actividades que nos constituyen como individuos.

Pero una cosa es ofrecerse voluntariamente a participar en el debate y en la acción públicas, incitado por imperativos de la conciencia o por interés, y otra es producir opiniones -proferir exabruptos moralizantes- a pedido. No: Estuve allí, hice eso. Sino: Por esto, contra aquello.

Pero un escritor no debería ser una máquina de opinar. Un poeta negro de mi país lo formuló de esta manera, cuando algunos compatriotas afroamericanos le reprocharon no escribir poemas sobre los ultrajes del racismo: "Un escritor no es una rocola".

* * *

La misión principal de un escritor no es tener opiniones, sino decir la verdad... y negarse a ser cómplice de mentiras e informaciones inexactas. La literatura es la casa del matiz y de la oposición a las voces de la simplificación. La misión del escritor es contribuir a que sea más difícil creerles a los saqueadores intelectuales. La misión del escritor es mostrarnos el mundo tal como es, lleno de diferentes demandas, roles y experiencias. Es misión del escritor descubrir las realidades: las realidades inmundas y las realidades del éxtasis. La esencia de la sabiduría que proporciona la literatura (la pluralidad de la obra literaria) consiste en ayudarnos a comprender que, pase lo que pase, algo diferente siempre está ocurriendo.

Estoy obsesionada por ese "algo diferente".

Estoy obsesionada por el conflicto entre derechos y valores que aprecio. Por ejemplo, que -a veces- decir la verdad no promueve la justicia. Que -a veces- promover la justicia puede acarrear la supresión de buena parte de la verdad.

Muchos de los más notables escritores del siglo XX, en su actividad como voces públicas, fueron cómplices en el ocultamiento de la verdad, con el fin de promover lo que consideraban (lo que eran, en muchos casos) causas justas. Personalmente, si tengo que elegir entre la verdad y la justicia -por supuesto, no quiero elegir- elijo la verdad.

* * *

Desde luego, creo en la acción justa. ¿Pero es el escritor el que actúa?

Hay tres cosas diferentes: hablar, lo que estoy haciendo ahora; escribir, lo que me da el derecho que tuviere a este premio incomparable, y ser, ser una persona que cree en una activa solidaridad con otras personas. Como observó una vez Roland Barthes: "...quien habla no es quien escribe, y quien escribe no es quien es".

Y por supuesto, tengo opiniones, opiniones políticas, algunas de ellas formadas sobre la base de lecturas, discusiones y reflexiones, pero no sobre la base de una experiencia directa. Permítanme compartir con ustedes dos opiniones mías, opiniones muy predecibles, a la luz de posiciones públicas que he tomado en asuntos sobre los cuales tengo conocimiento directo.

Creo que la doctrina de la responsabilidad colectiva, como razón fundamental para el castigo colectivo, no está nunca justificada, ni militar ni éticamente. Me refiero al uso de una desproporcionada potencia de fuego contra civiles, a la demolición de sus casas, a la destrucción de sus huertas y arboledas, a la privación de sus medios de vida y del derecho a un empleo, a tener educación y recibir atención médica, y acceso irrestricto a ciudades y comunidades vecinas... todo ello como castigo por actividades militares hostiles que podrían o no estar en la vecindad de esos civiles.

También creo que no puede haber paz aquí hasta que no se detenga el establecimiento de comunidades israelíes en los Territorios, y que esto sea seguido -más temprano que tarde- por el desmantelamiento de tales establecimientos y el retiro de las unidades militares concentradas allí para custodiarlos. Apuesto que estas dos opiniones mías son compartidas por muchas personas reunidas aquí en este salón.

¿Pero sostengo estas opiniones como escritora? ¿O acaso las sostengo como una persona con consciencia y utilizo entonces mi posición como escritora para agregar mi voz a otras que opinan igual? La influencia que un escritor puede ejercer es puramente adventicia. Este es, ahora, un aspecto de la cultura de la celebridad.

Tiene algo de vulgar la diseminación pública de opiniones sobre asuntos sobre los que no se tiene un amplio conocimiento de primera mano. Si hablo de lo que no conozco, o conozco a la ligera, se trata de un mero tráfico de opiniones.

Digo esto, volviendo al comienzo, como una cuestión de honor. El honor de la literatura. El proyecto de tener una voz individual. Los escritores serios, creadores de literatura, no sólo deberían expresarse en forma diferente del discurso hegemónico de los medios de comunicación de masas. Deberían oponerse al monótono zumbido de los noticieros y de los talk-shows.

El problema que plantean las opiniones es que uno queda pegado a ellas. Y siempre que los escritores funcionan como escritores siempre ven... algo más. Sea lo que fuere, siempre hay algo más. Cualquier cosa que suceda, siempre hay algo más.

Si la literatura misma -ese gran emprendimiento que ya lleva dos milenios y medio (nuestra visión no va más allá)-, si la literatura en sí y como tal implica una forma de sabiduría, y yo creo que lo es, y esa es la raíz de la importancia que damos a la literatura, es porque demuestra la naturaleza múltiple de nuestros destinos privados y comunitarios. Nos recordará que puede haber contradicciones, y a veces conflictos irreductibles, entre los valores que más apreciamos. (Eso es lo que se entiende por "tragedia"). Asimismo nos recordará el "también" y el "algo más". Porque siempre está ocurriendo algo más.

La sabiduría de la literatura es enteramente contraria al hecho de tener opiniones. "No hay nada que sea mi última palabra sobre nada," dijo Henry James. Dar opiniones -cuando se las piden-, aun si son opiniones correctas, rebaja lo que mejor saben hacer novelistas y poetas: alentar la reflexión, buscar la complejidad.

La información jamás reemplazará el esclarecimiento. Pero algo que se parece a la información, aunque es mejor que ella -me refiero a la condición de ser informado; me refiero al concreto, específico, detallado, históricamente denso conocimiento de primera mano- es el requisito indispensable para que un escritor exprese sus opiniones en público. Dejen que los otros, las celebridades y los políticos, nos hablen con condescendencia; que nos mientan. Si ser a la vez un escritor y una voz pública representa una opción mejor, tal vez se deba a que los escritores consideran la formulación de opiniones y juicios como una responsabilidad difícil.

Otro problema que plantean las opiniones. Son medios de autoinmovilización. Lo que hacen los escritores es liberarnos, sacudirnos. Abrir vías de compasión y nuevos intereses. Recordarnos que podríamos aspirar, aunque sólo fuera eso, a ser diferentes y mejores de lo que somos. Recordarnos que podemos cambiar.

Como dijo el Cardenal Newman: "En un mundo más elevado las cosas ocurren de otra manera pero, aquí abajo, vivir significa cambiar, y ser perfecto es haber cambiado a menudo."

Y qué entiendo yo por la palabra "perfección". No trataré de explicarles eso, pero sólo diré que la Perfección me hace reír. No cínicamente, me apresuro a añadir. Si no con legría.

* * *

Estoy agradecida por haber recibido el Premio Jerusalén. Lo acepto como un honor conferido a todos aquellos dedicados a la empresa de la literatura. Lo acepto como homenaje a todos los escritores y lectores de Israel y de Palestina que luchan por crear una literatura hecha de voces singulares y de una multiplicidad de verdades. Acepto el premio en nombre de la paz y la reconciliación de las comunidades heridas y temerosas. Una paz necesaria. Concesiones necesarias y nuevos acuerdos. Necesaria supresión de los estereotipos. Necesaria persistencia del diálogo. Acepto el premio -este premio internacional, patrocinado por una feria del libro internacional- como un acontecimiento que honra, sobre todo, a la república internacional de las letras.

Por Susan Sontag

 

 

 


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