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MARTÍN, EL ZAPATERO

Por León Toltoi


Cuenta la historia que Martín era un hombre ya entrado en años, que se ganaba la vida como zapatero. Vivía solo, en una pequeña casa, ya que su mujer había muerto de muy joven y el hijito que ambos habían tenido, también había enfermado y fallecido. Por todo esto que le había sucedido, Martín estaba muy enojado con Dios, o lo que es más, le era indiferente. Cierto día, llegó a la casa de Martín un curita, que le traía como trabajo hacer una nueva funda de cuero para su Biblia. Para que esa funda sea perfecta, le dejó el libro para que tomara las medidas. Esa noche, luego de cenar, Martín sintió la necesidad de abrir la Biblia que el cura le había dejado y leyó una cita del Evangelio, Mt. 25, 31-46. Cuando terminó de leerla, cansado por el trabajo de todo el día se quedó dormido sobre la mesa. Tan dormido estaba que hasta soñó... ¡Y qué sueño! Escuchó la voz de Dios que le decía: "Martín, mañana voy a ir a visitarte". Al otro día se despertó sobresaltado, nervioso, pero contento. Dios iría a visitarlo a su casa. Desayunó y se puso a limpiar y ordenar todo. En eso, mientras estaba em plena tarea, golpeó a su puerta un anciano, que estaba exhausto de tanto caminar. Martín lo hizo pasar, le ofreció un mullido sillón para descansar y le sirvió un té. Cuando hubo descansado lo suficiente, el anciano le agradeció y se fue. Martín siguió con los preparativos para recibir a su visita. Al rato, golpearon nuevamente su puerta. "¡Es el Señor!", pensó Martín, pero al abrir sólo vio a una mujer, con un bebé en brazos, que venía a pedirle: "Señor, estoy sola con mi niño, y no tenemos qué comer desde hace días... ¿Podría usted ayudarme con algo?" Martín los hizo pasar, le dio algo de comer a ella, y calentó bastante leche para el bebé. Cuando hubieron comido lo suficiente, la mujer se levantó, agradeció a Martín con un beso en las manos, y se marchó. Martín, cada vez más ansioso, no veía la hora de que llegara su invitado. Mientras limpiaba, miró por la ventana de su casa, y vio a un niño de la calle, con su ropa toda rota y sucia, caminando en medio de la nieve. Martín fue entonces a buscar en el placard, abrió un cajón en el que reservaba la ropita que había sido de su pequeño, tomó las mejores prendas, salió y se las ofreció al niño de la calle, que las aceptó con una sonrisa de oreja a oreja. Martín entró nuevamente en su casa y siguió remendando zapatos. Así estuvo todo el día, hasta que, a la noche, cansado por el trabajo, sentado se quedó dormido. Tan dormido estaba que hasta soñó... ¡Y qué sueño! En él, vio a Jesús, y le dijo: "¡Señor, estuve todo el día esperándote! Limpié, ordené, preparé todo... y vos ¡me fallaste!". En el sueño, volvió a escuchar la voz de Dios que le decía: "¡¿Cómo que te fallé?! ¿No fui a tu casa? Sí, fui, Y no una, sino tres veces. Una vez vestido de anciano, y me ofreciste descanso y comida. Más tarde fui en forma de madre cansada y de bebé hambriento, y me atendiste muy bien. Por último, fui también como niño de la calle y me diste lo mejor... ¿No te acordás acaso que todo lo que hacen por el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hacen?" En eso Martín se despertó, alegre como nunca. Todo esto sucedió la noche del 24 de diciembre. Ese año Martín vivió una Navidad distinta, porque había descubierto su verdadero sentido.

 

 


 

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