DOS MUJERES

Por Fernando Gargano

 

I. Azimel.

Azimel se va de viaje. Armó su mochila con menos cosas que deseos y cerró la

puerta con dos vueltas de llave. Dio un besito en el lomo de la trabex y la tiró por la alcantarilla; buscar la felicidad en otro lado -siempre en otro lado- o sentarse a filosofar. Antes se decía que vivir bien era filosofar bien: nada más falso.

Dijo que la luna indicaría su camino. ¿podrá Azimel seguir sus propios pasos?

La sombra de los exiliados siempre marcha por delante. Sólo se arrima en los repechos. Entre las baldosas gira un poco su cuerpo negro y parece acercarnos la mano. Nosotros que somos sombra de sombras la imitamos y nos apoyamos en ella. Ya no cuesta tanto subir.

Nos preguntamos quién nos ayudó y nadie nos responde. La soledad es un vómito de luz sobre la mano que se extiende en el repecho.

Lejana en un bar desconocido. Horario matinal; teléfonos públicos de colores desconocidos. Otro país. Los nombres del menú, las voces en la radio.

Las marcas de los autos, los nombres de las calles. Otro país.

Busca un espejo y en él sus propios ojos. Se gusta pero no se entiende.

Ensaya una mirada y pide algo al mozo. Una franela húmeda pasa por la mesa y se lleva su mirada perdida. Vuelve al espejo. Se gusta. No se entiende. Moja sus labios ajados en el café con leche y el vapor caliente acaricia su nariz. Esa será la única caricia en ese día..

 

II. Ariadna.

Parque Lezama. Es una tarde en el otoño de Ariadna y es jueves. Ella siempre disfrutó de la comicidad inmanente de la palabra jueves: casi como una silla chueca, jue-ves. El ánimo distinto ahora que se desentendió de sus ganas de viajar, extraña de verse sola aplastando las hojas secas del camino, haciendo ruido, buscó un lugar y se sentó. Desparramó entre las

piedritas incrustadas en el frío banco de granito, todo el contenido de su bolso.

Lo mejor será detener la marcha. El arte se sienta a mi mesa pero ésta vez no comerá de mi carne. El sol de todas las personas llega en forma de jaguar y se desparrama en el polvo de ladrillo.

Habían anunciado lluvia. Otro yerro más que la gente de la ciudad olvidará mañana cuando digan viento, paseos o regalos. La radio suele alimentar anhelos en las horas pico. Ariadna ve perderse a otros cuerpos camino abajo en las barrancas y se angustia un poco. El discreto juego de ser alguien más se pone en movimiento. Los cirujas de la plaza van desnudos como los árboles.

Hasta ahí se acuerda, el otro rato cree que durmió.

 


 

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