INTRODUCCIÓN

María en el Nuevo Testamento

 

            Un hecho que llama la atención cuando buscamos lo que se dice en el Nuevo Testamento, acerca de la Santísima Virgen María, es que de los veintisiete escritos que forman el canon del Nuevo Testamento, sólo en cuatro se la nombra por su nombre: María. Y son éstos los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, y el libro de los Hechos de los Apóstoles. Otro libro más, el evangelio según san Juan, nos habla de ella sin nombrarla jamás, y haciendo siempre referencia a ella como la madre de Jesús, o su madre. Fuera de estos cinco libros, ninguno de los veintidós restantes nos habla directamente de María. Sólo los ojos de la fe han sabido atribuirle la parte que tiene en aquellos pasajes en que - por ejemplo - se habla de que Jesús es el Hijo de David, o de que somos Hijos de la Promesa, o de la Jerusalén de arriba, o que el Padre nos envió a su Hijo, hecho hijo de mujer; o han sabido reconocerla en la misteriosa Mujer coronada de astros del Apocalipsis.

            Explícitamente nombrada en sólo cinco libros de los veintisiete, María parece haber sido reconocida - si nos atenemos a una primera impresión - por sólo la mitad de los hagiógrafos (escritores inspirados) que escribieron el Nuevo Testamento. De ocho que son, sólo cuatro nos hablan de ella: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No nos hablan de ella ni Santiago, ni Pedro, ni Judas. Pablo sólo alude indirectamente a ella en Gálatas 4, 4-5.

            Por lo tanto, hablar de la figura de María en el Nuevo Testamento, es hablar de María a través de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, o sea a través de los evangelistas.

            Nótese que no decimos a través de los evangelios, sino a través de los evangelistas. Porque casi podría decirse a través de los evangelios, si no fuera por una referencia que el evangelista Lucas hace fuera de su evangelio, en el libro de los Hechos de los Apóstoles (1,14) y por lo que puede interpretarse que de ella dice Juan en el Apocalipsis, identificada ya con la Iglesia.

            María en el Nuevo Testamento, es prácticamente, por lo menos principalmente: María en los evangelios. Porque fuera de ellos no se nos dice prácticamente más, o mucho más, acerca de María.

 

            Para contemplar la figura de María a través de los evangelios podríamos seguir dos caminos que vamos a llamar: el camino sintético y el camino analítico. El camino sintético consistiría en sintetizar los datos dispersos de los cuatro evangelios en un solo retrato de María. Consistiría en trazar un solo retrato a partir de la convergencia de cuatro descripciones distintas.

            O se puede seguir otro camino, el analítico - y es el que hemos elegido - que consiste en considerar por separado las cuatro imágenes o semblanzas de María.

            El primer camino sintético, se hubiera llamado propiamente: La figura de María en los Evangelios. Este segundo camino que queremos seguir es en cambio el de la figura, o más propiamente, las figuras, los retratos de María a través de los evangelistas.

            Por supuesto, bien lo sabemos, hay un solo Evangelio: el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Pero el mismo Dios que dispuso que hubiera un solo mensaje de salvación, dispuso también que se nos conservaran cuatro presentaciones del mismo.

 

            El único Evangelio es, pues, un evangelio cuadriforme, como bien observa ya san Ireneo, refutando los errores de los herejes que esgrimían los dichos de un evangelista en contra de los dichos de otro (Adv. Haereses III,11).

            Esta presentación cuadriforme de un único Evangelio es la que nos da la profundidad, la perspectiva, el relieve de las miradas convergentes. Una sola visión estereofónica o estereofotográfica de Jesús. Un solo Jesús y una sola obra salvadora pero cuatro perspectivas y cuatro modos de presentarlo - a Él y a su obra -. Cada uno de los evangelistas tiene su manera propia de dibujar la figura de Jesucristo. Y todo lo que dice cada uno de ellos está al servicio de esa pintura que nos hace de Jesús.

 

            ¿Hay que extrañarse de que, consecuentemente, seleccione los rasgos históricos, narre los acontecimientos, altere a veces el orden cronológico o prescinda de él, para seguir el orden de su propia lógica teológica (si vale la redundancia) y subordine el modo de presentación de los hechos y personas al fin de mostrar de manera eficaz a Jesús y su mensaje, según su inspiración divina y las circunstancias de oyentes, tiempo y lugar?

 

            ¿Y nos habríamos de extrañar de que las diversas perspectivas con que los cuatro evangelistas nos narran los mismos hechos y nos presentan a Jesús, dieran lugar a cuatro presentaciones distintas de María?

            Dado que el misterio de María es un aspecto del misterio de Cristo, todo lícito cambio de enfoque del misterio de Cristo (que como misterio divino es susceptible de un número inagotable de enfoques diversos - aunque jamás puedan ser divergentes - ), comporta sus cambios de armónicos y de enfoque en el misterio de María.

 

            Hay pues un solo Jesucristo en cuadriforme presentación, y hay también un solo misterio de María en presentación cuadriforme. Y hay, además, una coherencia muy especial y significativa, entre el modo cómo cada evangelista nos muestra a Jesús y el modo cómo nos muestra a María, al servicio de su presentación propia de Jesús.

 

            Dejémonos guiar de la mano sucesivamente por cada uno de los cuatro evangelistas. Y a través de su manera de presentarnos la figura de María, tratemos de penetrar más profundamente en su comprensión del Señor. La máxima: A Jesús por María no es una invención moderna; hunde sus raíces en la bimilenaria tradición de nuestra Santa Iglesia. Ella arraiga en los evangelios; y, en cuanto podemos rastrearlo valiéndonos de ellos, incluso en una tradición oral anterior a ellos y de la cual ellos son las primeras plasmaciones escritas.

            Dejemos, pues, que los evangelistas nos lleven a través de María a un mayor conocimiento del Señor que viene y que esperamos.