San
Eugenio era de pequeña estatura, cuerpo delicado y salud frágil, de él nos dice
San Ildefonso que prolongó su vida más por los méritos de su virtud, que por sus
fuerzas físicas. Su estómago rechazaba todo alimento, tanto que, a los 49 años,
estuvo a punto de morir. Bajo el discipulado de San Eladio, Eugenio progresó
tanto que Ildefonso le califica de ecclesiae regiae clericus egregius. Pero pese
a haber abrazado la clericatura, su corazón estaba en el monasterio. Por eso,
bien porque se le propusiera para algún cargo que su temperamento humilde y
escrupuloso rehuía, o simplemente a la mera sospecha de tal posibilidad, sortea
hábilmente este peligro huyendo a Zaragoza y se incorpora a la comunidad
monástica adscrita al servicio de Santa Engracia y compañeros mártires. Ocurría
esto hacia el 631. Poco tiempo después de su llegada muere el obispo Juan y le
sucede su hermano el gran San Braulio, quien supo descubrir los valores
espirituales del clérigo toledano haciéndole su arcediano.
En 646 y en pleno Concilio VII de Toledo, muere Eugenio I,
metropolitano de la ciudad regia. La voluntad impositiva de Chindasvinto
arrancaba a Eugenio de Zaragoza -no obstante las conmovedoras súplicas de San
Braulio-, para ocupar la sede vacante. Al Eugenio astrónomo sucede el Eugenio
poeta. Fue consagrado por los Padres conciliares antes del 18 de octubre de 646,
fecha en que firma en tercer lugar las Actas del VII Concilio de Toledo. Asistió
también al Concilio VIII de 653, en el que se reconoció al nuevo rey Recesvinto,
que sucedía a su padre Chindasvinto muerto el 30 septiembre de 653; presidió en
655 el IX Concilio toledano que tomó medidas contra los malos clérigos y los
judíos; presidió asimismo el X Concilio de Toledo, del 656, que -tal vez a
instancias de San Fructuoso, presente en la Asamblea- legisló sobre el
monaquismo e instituyó la fiesta de la Expectación.
Esta actividad pastoral no agotó la actividad de San Eugenio. É1
mismo regentaba la escuela toledana. Educado por San Eladio y colaborador íntimo
de San Braulio, Eugenio estaba capacitado para la tarea de preceptor. De sus
aulas saldrá el mejor teólogo hispano del siglo VII, Julián de Toledo, el último
de los grandes obispos visigodos de Toledo. Eugenio murió en el otoño del 657
habiendo gobernado la sede toledana casi 12 años. Su cuerpo fue enterrado en la
Basílica de Santa Leocadia. Aproximadamente un siglo más tarde, durante las
depredaciones de Abderramán I (756-788) su cuerpo es trasladado a Francia y
depositado en Deuil en tiempos de Pipino el Breve (752-768). Más tarde fue
depositado en el monasterio de Saint Denis, donde en 1148 lo descubrió el
arzobispo de Toledo, D. Raimundo, quien gestiona la cesión a Toledo del brazo
derecho de San Eugenio. El brazo llega efectivamente a Toledo el 12 de febrero
de 1156. El 18 de noviembre de 1565 después de ocho siglos de ausencia, la
diplomacia de Felipe II devuelve a Toledo el cuerpo de su metropolitano Eugenio
III donde hoy reposa en artística arqueta.
Obras. De su producción teológica, escriturística, musical y
poética, se conserva poco. S. Ildefonso nos dice que «impulsado por sus buenos
deseos corrigió los cantos y ordenó las ceremonias y los oficios del culto».
Escribió un tratado sobre la Trinidad -del que posiblemente conservamos algunos
fragmentos- de estilo transparente y precisión teológica; revisó, a petición de
Chindasvinto, la Satisfactio y el De creatione mundi (a partir del verso 115)
del poeta cartaginés Draconcio, al que añadió un resumen del Hexameron y la
exposición del séptimo día; compuso dos opúsculos uno en prosa -perdido- y otro
en verso que se ha conservado. Escribió también tres cartas: a Chindasvinto, a
Braulio y a Protasio de Barcelona.
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