3 de octubre

BEATO JULIÁN
DE PALERMO,
Monje

   En la vida de este Beato siciliano, nos encontramos con episodios que se parecen a episodios recientísimos de la tormentosa crónica de nuestros días, de países en guerra fría o caliente, con tropas regulares o bandas rebeldes y con la dolorosa consecuencia de prisioneros, muertos, rehenes inermes, amenazas y promesas. 
   ¿Quien no se ve invadido de legítima impaciencia, por el lento proceder de ciertas tratativas y la incertidumbre por la suerte de tantas personas inocentes o culpables? ¿y quién, generalizando, no se lamenta de la lentitud de negociaciones tan importantes políticamente, que pueden poner en juego la paz del mundo y la suerte de continentes enteros y que son tratadas con exasperante parcimonia y con aparente indiferencia?  
   Sabemos que para llegar a un acuerdo -tanto difícil como importante- , la buena voluntad es la primera y más necesaria condición para alcanzar un buen resultado. Y para obtener tales resultados, la primera regla es tener paciencia. 
   En lugar de lamentarse o desesperarse de esta lentitud, podríamos recordar el ejemplo del Beato Julián, quien a mediados de 1400, cumplió cinco misiones cerca del Sultán de Túnez, para tratar la paz y la restitución de los prisioneros cristianos, siempre sin éxito y finalmente con éxito parcial.
   El Beato siciliano había sido invitado a Túnez, primero en 1438, y la última vez en 1452, por el mismo Rey  aragonés Alfonso el Magnánimo; la elección del monje para esa importante y difícil misión demostró haber sido acertada, a pesar de aparentar lo contrario, su calma paciente, su bondad y su respetuosa cordialidad mucho contribuyeron  a mantener en un plano de amistad, al menos a nivel personal, las relaciones entre los musulmanes y los Reinos cristianos. 
   El Beato Julián era la persona mejor calificada para aquélla misión. Nacido en Palermo, de la notable familia Mayali, entró como benedictino en Santa María de Ciambre, cerca de Monreale, porque quería sobre todo dedicarse a la vida solitaria, contemplativa más que a la activa.
   Pero en lugar de realizar sus deseos, el monje de vocación eremítica, por obediencia debe mezclarse a las más candentes vicisitudes de su tiempo y de su ciudad, haciendo, por caridad al prójimo lo que no había querido hacer por sí mismo.
   Primero fue la creación de un nuevo hospedaje, realizado con criterio modernísimo. 
   Después, como ya hemos dicho, vinieron los años de los continuos viajes entre Palermo y Túnez en busca de acuerdos políticos y tratados para el rescate de prisioneros. Finalmente, en sus últimos años, se le encargó representar, junto al Rey, al Parlamento de Palermo.
   Apenas podía, se retiraba a la soledad del monasterio de Nuestra Señora de Romitello, mendigando el aislamiento como un baño restaurador. En el  santuario de Romitello aún hoy su recuerdo permanece vivaz, como el de un benefactor de su pueblo, que además de monje riguroso, fue definido por el mismo Sultán de Túnez como "amigo de la fe, cristiano y eremita retirado del mundo".

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