24 de octubre

SAN ARETAS,
SAN ELESBAAN

y
LOS MÁRTIRES DE NAJRAN
,
(*)

   A principios del siglo VI, los etíopes aksumitas cruzaron el Mar Rojo y extendieron su dominio sobre los árabes y judíos de Himyar (Yemén), a quienes impusieron un virrey. Dunaán, un miembro de la familia himyarita que había sido arrojado del trono, se levantó en armas y tomó Zafar. Como se había convertido al judaísmo, asesinó a los miembros del clero y convirtió la iglesia en sinagoga. En seguida puso sitio a Najrán, que era uno de los grandes centros cristianos. La ciudad se defendió tan valientemente que Dunaán, sintiéndose incapaz de conquistarla, le ofreció la amnistía si se rendía. Los defensores aceptaron la oferta; pero Dunaán, en vez de cumplir su palabra, permitió a los soldados que saqueasen la plaza y condenó a muerte a todos los cristianos que no apostatasen. El organizador de la defensa fue el jefe de la tribu de Banu Horith (que desde entonces se llamó de San Aretas) con muchos de sus hombres y todos fueron decapitados. Los sacerdotes, los diáconos y las vírgenes consagradas fueron arrojados en fosos llenos de fuego. Como la esposa de Aretas se negase a acceder a las proposiciones amorosas de Dunaán, éste mandó ejecutar a sus hijos delante de ella y la obligó a beber su sangre; en seguida ordenó que la degollasen. El Martirologio Romano cuenta que un niño de cinco años se arrojó a en la hoguera en la que se consumía su madre. Cuatro mil hombres, mujeres y niños fueron asesinados.

   El obispo Simeón de Beth-Arsam, legado del emperador Justino I, se hallaba en la frontera persa con una tribu árabe. Cuando se enteró de lo sucedido, transmitió la noticia al abad de Gabula, que se llamaba también Simeón. Al mismo tiempo, los refugiados de Najrán difundieron la noticia por todo Egipto y Siria. La impresión que el hecho produjo no se borró en varias generaciones; Mahoma menciona esa matanza en el Corán y condena al infierno a los asesinos (sura LXXXV). El patriarca de Alejandría escribió a los obispos de oriente con la recomendación de que conmemorasen a los mártires, que orasen por los supervivientes y señalando como culpables del crimen a los antiguos judíos de Tiberíades que, en realidad, eran inocentes. Tanto el emperador como el patriarca escribieron al rey aksumita Elesbaán (a quien los sirios llaman David y los etíopes Caleb) , para clamar venganza por la sangre de mártires. El monarca no necesitaba que le incitasen a la venganza y partió al punto con su ejército, a reconquistar su poder en Himyar. Elesbaán tuvo éxito en la campaña. Dunaán murió en el campo de batalla y su capital fue ocupada por el enemigo. Alban Butler afirma que Elesbaán, "convencido de que habá derrotado al tirano con la ayuda divina, se mostró muy clemente y moderado con los vencidos". Tal afirmación es falsa. Cierto que Elesbaán reconstruyó Najran e instaló a un obispo alejandrino, pero tanto en el campo de batalla, como en el trato a los judíos que habían incitado a Dunaán a la matanza, se concujo con crueldad y codicia propias de la barbarie de una nación semipagana sin ebargo, se cuenta que al fin de su vida renunció al trono en favor de su hijo, regaló su corona a la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén y se retiró al desierto como anacoreta. Así lo afirma el Martirologio Romano el 27 de este mes.

   Baronio introdujo en el Martirologio Romano los nombres de San Elesbaán y de los mártires de Najrán, sin tener en cuenta que todos ellos eran monofisistas, por lo menos en el sentido material de la palabra.

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