San
Alejandro I, Papa y mártir, fue natural de Roma, e hijo de un ciudadano romano
llamado también Alejandro. Sucedió en la silla pontifical al Sumo Pontífice
Evaristo, el año 107. Fue Alejandro en la santidad admirable, y en la fe,
constancia y celo muy esclarecido. Era mozo de treinta años cuando comenzó a
gobernar la Iglesia; pero su vida y doctrina suplían bien el defecto de su
edad.
Convirtió con su predicación y trato celestial a muchos senadores
y gran parte de la nobleza de Roma, y entre ellos a un prefecto llamado Hermes,
con toda su casa y familia, que fueron en número de mil doscientas cincuenta
personas, por lo cual fue preso por mandato de un gobernador llamado Aureliano;
y echado en la cárcel, hizo muchos y grandes milagros entre los cuales fue uno,
que estando en ella aherrojado, vino a él de noche un niño con una hacha
encendida en sus manos, que le dijo: "Sígueme Alejandro; y habiendo hecho
oración, y entendido que era el Ángel del Señor, le siguió, sin que las
paredes, ni puertas, ni guardias le impidiesen la salida de la cárcel; y el niño
le guió hasta la casa de Quirino, tribuno, en la cual estaba preso Hermes, que
deseaba mucho verse con San Alejandro, y había prometido a Quirino que por más
que estuviese preso vendría a su casa.
Cuando se vieron se abrazaron los dos santos mártires, y
derramaron muchas lágrimas de consuelo, animándose el uno al otro a padecer
por Jesucristo. Esto espantó mucho al tribuno Quirino; el cual había oído
algunas razones a Hermes, y el modo con que él se había convertido a la fe de
Cristo, y visto que San Alejandro con el tacto de sus cadenas había sanado a
una hija suya llamada Balbina, que estaba gravemente enferma de lamparones, se
convirtió también él a la fe de Jesucristo con su hija y todos los presos que
estaban en la cárcel; y el Santo Pontífice Alejandro mandó a Evencio y a
Teódulo,
sacerdotes, que habían venido de Oriente, que los bautizasen.
Vino esto a noticia de Aureliano; enojóse sobre manera, y habiendo
mandado atormentar a los que en la cárcel se habían bautizado, mandó traer
delante de sí a Alejandro con los dos presbíteros Evencio y Teódulo, y después
de haber entre ellos mediado algunas palabras, dijo Aureliano: Dejémonos de pláticas,
y tratemos de lo que hace el caso; e hizo que los verdugos desgarrasen a
Alejandro, y le extendiesen en el potro, y atormentasen con uñas aceradas sus
carnes, y quemasen los costados con hachas encendidas. En este tormento estaba
callado; y le preguntó Aureliano: ¿Por qué callas? ¿Por qué no te quejas?;
respondió Alejandro: Cuando el cristiano ora, con Dios habla.
Por el mismo tormento pasaron Evencio y Teódulo. Era
Evencio de 81
años, y se había bautizado de 11, y ordenado sacerdote de 20; y como los
Santos Mártires con los tormentos creciesen en la fe y amor de Dios, y
Aureliano no podía ablandarlos a su voluntad, mandó encender un horno y echar
en él a Alejandro y Evencio, y a Teódulo poner a la boca de él, para que
viendo como se abrazaban y temiendo semejante castigo, sacrificara a los dioses;
pero Teódulo no sólo no se espantó por ver en el fuego a sus santos compañeros,
antes encendido del amor divino se dejó caer con ellos, que desde el horno le
llamaban, y le decían que allí donde estaban no había dolor ni tormento, sino
refrigerio y holganza; y así fue, porque las llamas no los dañaron, antes
salieron del horno más resplandecientes, como el oro sale del crisol.
No se ablandó con este milagro el duro y rebelde corazón del
tirano, antes mandó degollar a Evencio y Teódulo, y con unas leznas de acero
muy agudas punzar, atravesar por todos los miembros de su cuerpo a Alejandro,
para que muriera más cruelmente; y tras este tormento, siendo degollado dio su
bendita alma a Dios el día 3 de mayo del año 115, imperando Adriano, el cual
por haber sido apoderado de Trajano, se llamó Trajano Adriano, lo que motiva
que algunos autores, engañados de la semejanza del nombre, escriban que fuese
martirizado en el tiempo de Trajano.
Los cuerpos de San Alejandro y sus compañeros fueron enterrados
fuera de la ciudad en la vía Nomentana, a siete millas de Roma, y después se
trasladaron a la Iglesia de Santa Sabina, que es convento de los Padres de Santo
Domingo.
Fue Alejandro celocísimo del culto divino: ordenó que en la Misa
se consagrase pan sin levadura, para denotar la puridad del Santísimo
Sacramento y por imitar a Cristo Nuestro Señor, que en la institución de este
sagrado ministerio, la noche de la cena, así lo hizo. Dio por ley que en la
consagración del cáliz se mezclase una poca de agua con el vino, para
significar la unión de Cristo con su Iglesia, y representar la Sangre y el agua
que salieron de su costado.
Y cuando decimos que San Alejandro ordenó estas ceremonias
sagradas, no queremos dar a entender que él las instituyó de nuevo, porque los
Apóstoles las usaron, sino lo que ellos aprendieron de Cristo, y enseñaron a
la Iglesia, este Santo Pontífice lo aprobó y estableció con sus cánones.
Mandó que ningún clérigo pudiese decir más de una Misa cada día.
Pronunció excomunión contra los que impidiesen a los legados apostólicos que
puedan hacer lo que el Sumo Pontífice les fuere mandado. Celebró tres veces órdenes
en el mes de diciembre, y en ellas consagró cinco obispos, seis presbíteros y
dos diáconos. Escribió tres epístolas, que se hallan en el primer tomo de los
Concilios, de los cuales se sacan los decretos y ordenaciones que hemos
referido, y otra muy importante de bendecir el agua con sal, y con las
ceremonias que hoy día celebra la Iglesia, y tenerla en los templos, casas y
aposentos contra las tentaciones y asechanzas de los demonios, que continuamente
nos persiguen e infestan: la cual costumbre ha preservado en la Iglesia Católica
desde sus principios, y el Señor ha hecho innumerables milagros de muchas y
diversas maneras por medio del agua bendita, sanando todo género de
enfermedades, apagando fuegos e incendios, sosegando las tormentas del mar y
temblores de la tierra, y tempestades del aire, y rayos del cielo, y librando
las almas y cuerpos de los demonios.
|