San Félix I fue natural de Roma e hijo de
Constancio. Sucedió en el Sumo Pontificado a San Dionisio. Fue Papa en tiempos
de Aureliano, emperador, el cual, aunque en los primeros años de su Imperio,
por estar muy ocupado en grandes guerras, dejó vivir en paz a los cristianos;
pero después que alcanzó ilustres victorias de sus enemigos y triunfó de
ellos en Roma, movió persecución contra la Iglesia de Cristo, y fue la novena
que ella padeció, y murieron muchos gloriosos Mártires del Señor por los
edictos y crueldad de Aureliano, y entre ellos nuestro Santo Pontífice Félix I,
después de haberlo sido cinco años y algunos meses más.
En tiempos de San Félix salieron del infierno herejes para hacer
guerra a la Iglesia Católica, Paulo Samosateno de Antioquía, sirio de nación,
y Manés, persa, caudillo y autor de la secta de los Maniqueos, que duró y
afligió tantos años a la Iglesia del Señor. Pero Félix se opuso
valerosamente a ellos y escribió una carta maravillosa a Máximo, obispo de
Alejandría, de la divinidad y humanidad del Hijo de Dios y de las dos
naturalezas distintas en una persona, en la cual gravemente confuta los errores
de Paulo Samosateno y de Sabelio; y de esta epístola se hace mención en el
Concilio Calcedonense, y San Cirilo Alejandrino la cita, y se vale de la
autoridad de ella contra los herejes.
Ordenó que nadie osase celebrar, sino sólo los sacerdotes; que la
Misa no se pudiese decir fuera del templo, ni en otro lugar, sin grandísima
necesidad; lo cual establecieron también otros Papas y Concilios, juzgando ser
menos inconveniente no oír Misa, que oírla en lugar profano e indecente.
Determinó que si acaso se dudase de si alguna Iglesia estaba
consagrada o no, que en tal duda se pudiese tornar a consagrar; pues no se puede
decir que se torna a hacer lo que no se sabe de cierto haberse hecho una vez.
Hizo decreto que se celebrasen Misas en honor y memoria de los Mártires, como
hasta entonces se había usado en la Iglesia, aunque no había decretos de ello.
Su martirio fue en el año del Señor 274. Su santo cuerpo fue sepultado en la Vía
Aurelia, dos millas de Roma, en un cementerio propio suyo, en donde él había
hecho y consagrado un templo.
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