Maldigo
este pecado en que persisto.
Lo
sabes porque guardas la evidencia
y
has visto el mal color de mi conciencia.
He
vuelto a defraudarte, Jesucristo.
Por
eso aquí, a la luz de tu sagrario,
confieso
mi papel de mal hermano,
de
débil enchapado de cristiano,
de
cuenta malograda en tu rosario.
Rescátame
aunque insista en mis caídas
y
báñame en la paz que no merezco
después
de tu bendita absolución.
Jesús,
por el valor de tus heridas,
injértame
a tu cruz. Y si no crezco...
¡no
vuelvas a tenerme compasión!
Jorge Antonio Doré* |