Espérame,
Señor, que ya no quiero
quedarme
rezagado como antaño.
Yo
puedo cargar cestas, traer peces,
marchar
cuando lo estimes necesario...
Puedo
limpiar el fondo de la barca,
remendarte
las redes mientras canto
o
guardar tu calzado al pie del monte
cuando
subes a orar en solitario.
Puedo
llenar con agua fresca y pura,
hasta
el borde, la hilera de los cántaro
que
al dulce mandamiento de tu voz
llenarán
de buen vino cada vaso.
Puedo
llevar mensajes a los otros
que
no saben que en un humilde establo
nació
la Luz y aún andan en penumbras.
¡Yo
quiero ser, mi Dios, tu humilde faro! Puedo
llegar hasta el brocal del pozo
y
darte de beber; salir al campo
a
buscarte higos frescos, y en los pueblos
traerte
a los enfermos desahuciados. Pero
espérame. No camino aprisa,
me
desoriento a veces, otras caigo
por
no mirar al frente como debo...
y
me distraigo, es cierto, ante el sagrario. Pero
sé, sé que puedo con tu gracia
librarme
del congénito letargo
que
me lastra los pies y que me deja
al
fin de cada tarde, rezagado.
Espérame,
Jesús. Y si no sirvo
más
que para remiendo de tus paños...
¡déjame
ser un hilo, sólo un hilo
del
último doblez de tu sudario!
Jorge Antonio Doré* |