Después
de tanto andar, Señor, ¿qué queda?
¿Qué
queda tras el hueso adolorido,
de
esta preocupación por el olvido
y
nuestra juventud que ya está en veda?
¿Qué
queda tras la carne que se agrieta,
la
batalla entre océano y desierto,
el
maratón con su final incierto
y
el destino final del buen atleta?
¿Qué
queda? Realmente, ¿qué cociente
en
esta división de muerte y vida,
comprobante
de venta y pagaré?
¡Queda
el fuego prendido en nuestra frente
que
trasciende el misterio y su embestida
gracias
a la crecida de la fe!
Jorge Antonio Doré* |