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Conflictos
SURÁFRICA: ESPERANZAS Y
DIFICULTADES
Por María Cristina Bottai
Observatorio de Conflictos, Argentina
A principios del siglo XXI la conflictiva
región de Suráfrica enfrentaba un complicado futuro, luego de sus segundas
elecciones democráticas. Hacía poco más de diez años que el apartheid que la
caracterizara a los ojos del mundo había sido abolido formalmente. Los
esfuerzos del gobierno encabezado por Tahbo Mbeki por reducir la pobreza bajo
las prescripciones de un estilo económico fuertemente ligado al FMI, parecía
estar encorsetando las posibilidades del país. A su vez, el Sida golpeaba
fuertemente a la población al compás de políticas sanitarias oficiales
caracterizadas por una autodeterminación aparentemente peligrosa. Suráfrica, con un patrimonio de riquezas
minerales que desde largo tiempo atrás habían atraído a los extranjeros, se
debatía entre el desencanto y la promesa, sobre el delicado trasfondo de la
complejidad étnica y hacia un mercado cada vez más inserto en lineamientos
globalizados. Sobre un legado colonial de incuestionable vigencia, las
políticas empresariales más modernas dibujaban un panorama complicado para las
autoridades recientemente electas.
UN LARGO PASADO COLONIAL
Los primeros europeos que se asentaron en la zona de lo que hoy es
Ciudad del Cabo fueron holandeses y alemanes, parte de la Compañía Holandesa de
Indias, quienes a mediados del siglo XVII intentaron establecer allí un lugar
de abastecimiento en su ruta hacia las Indias Orientales. Acompañados poco
después por grupos de franceses que huían de su tierra natal, se agregaron a
los pobladores nativos, entre los que se encontraban los jols, pastores, los
ngunis y sihos, agricultores y con ganado, de lengua bantú, y los san o
bosquimanos, cazadores y recolectores de las zonas más alejadas.
A
fines del siglo XVIII eran ya los
ingleses quienes gobernaban estos territorios, y bajo su dirección ingresaron
dos grupos de inmigrantes de habla inglesa, uno en 1820, compuesto por 5000
personas que se asentaron en la zona de frontera de la colonia de El Cabo, a
fin de servir de contención contra los josas, y otro a mediados del siglo. Este
segundo grupo, compuesto de un número de hombres similar al anterior, tenía sin
embargo una distinta capacitación , ya que se trataba de trabajadores
calificados, abogados y educadores, quienes se ubicaron en Natal. En razón de
que la mayor parte de los afrikaner se limitaban solamente a las actividades de
sus granjas, serían estos últimos colonos quienes darían comienzo(1), al
desarrollo económico y cultural de África del Sur.
Si bien existían diferencias y disputas entre afrikaners y anglófonos,
todos ellos tenían algo en común: la imagen, y la acción en consecuencia, de su superioridad cultural. En lo
económico, la esclavitud fue nodal y estructuró alrededor de sí una operatoria
en virtud de la cual los blancos que no querían trabajar al servicio de otros
blancos podían lograr sus objetivos. A raíz de esto, todos los puestos de
importancia, de cualquier índole que fuesen, resultaron ocupados por los
blancos, siendo relegados tanto los negros como los mestizos a posiciones
inferiores. A esta división causante de un
notable estrechamiento de la franja de actividades, posibles sólo para
blancos en las zonas urbanas , vino a agregarse la posibilidad del matrimonio
entre blancos, lo que impidió una mestización que sí fue necesaria en otras
zonas colonizadas del mundo. El resultado fue la superposición de la
estratificación económica con la social (2), lo que condujo a la segregación, y
a su posterior cristalización y acabamiento, a mediados del siglo XX, en las
políticas del apartheid. Más allá de la acción expresa de los gobiernos ,
fueron en ese entonces las condiciones
de posibilidad para la supervivencia de la población las que consolidaron las diferencias entre los unos y los otros.
No había muchas alternativas para quienes se encontraban insertos en esa
realidad socioeconómica. Por esto mismo, las escasas medidas emanadas de las
autoridades en funciones para modificar la situación, no tuvieron demasiado
impacto en una realidad que, por sí sola, era capaz de mantener el estado de
cosas previo, tal como sucedió con la abolición de las pass law a las que
estaban sujetos los jol y con la
emancipación de 30000 esclavos en 1830.
LOS NUEVOS ACTORES
La aparición en el escenario
surafricano de nuevos elementos, de importancia clave, se dio con el
descubrimiento, en 1869 y 1886, de los yacimientos de diamantes y de oro. Fue
así que una variable decisiva se agregó a los recursos previos de la región,
modificando el juego de fuerzas. A su vez, el mapa político se alteró, al
emerger, sobre el último cuarto del siglo, una federación que reunió a las dos
repúblicas boers del Highel, la colonia de El Cabo y la colonia de Natal, federación a la que se anexó en 1877 el Transvaal. Al conflicto
siempre presente entre colonos y afrikaners se sumó la primera revuelta de los
boers de Transvaal en 1880, y una segunda revuelta de los mismos sobre la
vuelta del siglo. El Estado, en un contexto de demanda de trabajadores generado
por la producción minera, comenzó en este período una actividad de mayor
envergadura para lograr una administración más abarcativa y lo hizo con una política indígena más
unificada. La clara finalidad de la acción estatal consistía en la consecución
de mano de obra africana de bajo costo para las minas y las granjas, apuntando
al mismo tiempo a que el resto de la población negra se quedase en las
reservas. Fue en 1903 , siete años antes de la constitución de la Unión
Sudafricana, cuando se propuso separar el territorio en zonas blancas y
reservas negras, quedando las zonas urbanas para los blancos , permitiéndoseles
a los negros residir en ellas tan solo si trabajaban para los blancos. Esta
división fue reforzada en 1936 por el golpe final que significó la prohibición
del voto para los africanos de El Cabo, únicos que lo poseían en esos momentos.
Vemos entonces cómo el cuadro de una sociedad ya dividida racial y
económicamente cargó sus tintas debido al tránsito hacia una economía en la que
la industria tenía cada vez mayor incidencia. Se iba conformando, sí, una
"clase obrera", pero que muy difícilmente podría llegar a su
consolidación, debido a las divisiones raciales y de calificación que la
atravesaban. Por otra parte, si bien quienes concentraban el poder económico
eran los ingleses con sus minas de oro, diamantes y carbón, eran los afrikaners
quienes concentraban el poder político.
EL APARTHEID PLENO Y SU POSTERIOR DISOLUCIÓN
El recurso habitual de ampliación de las fronteras dejó de ser viable al
llegar los años 30 del siglo XX, y la dura realidad de la miseria de los
blancos pobres hizo que el Estado interviniese para la solución de este
problema. Paulatinamente, la acción estatal se hizo sentir más y más, en
particular en lo relativo al trabajo migratorio. La instauración del apartheid,
ya en los años cincuenta, se evidenció en un aumento de las divisiones
preexistentes entre los grupos raciales y resultó en una profundización de la
segregación anterior. El flujo de los africanos hacia las ciudades fue
controlado a fin de impedir su instalación permanente en ellas. Esto consiguió
que, a mediados de los años 70, el 50% de la mano de obra africana fuese
migrante, a lo que se añadió el desplazamiento forzoso de millones de africanos a zonas ubicadas por
fuera de las granjas de blancos. A su vez, para aquellos que habían quedado en
calidad de trabajadores transitorios, la provisión de medios para la vida no se
acercó siquiera a las reales necesidades de los involucrados. En cuanto a la
población de mestizos, fue excluida sin tapujos del grupo blanco, no sólo
socialmente sino también espacialmente, ya que se los obligó a abandonar el
centro urbano y se los ubicó de manera predeterminada. Si prestamos atención a las
cifras proporcionales, podemos ver que los blancos eran, en los años 70, tan sólo 1/5 de la población total , si bien concentraban 3/4 de las rentas , llegando a ser su parte
superior en trece veces a la de los africanos. Estos números contundentes, que muestran una posición privilegiada y
exitosa en lo económico, tuvieron sin embargo su contrapartida en otros
aspectos, no tan brillantes, de la vida de la comunidad blanca. Porque al estar
ésta demasiado aislada, se fue reduciendo cada vez más en número, a la vez
que encontró como obstáculos en su camino a la resistencia negra y a las
presiones internacionales. Si bien los blancos no estaban interesados en
conceder demasiadas atribuciones a los negros, se vieron en la necesidad
creciente de capacitar mano de obra negra a fin de subvenir a las demandas de
mano de obra calificada, demandas a las
que, por sí solos, no podían responder satisfactoriamente. Esto condujo
a una mayor capacitación de la
población negra, así como a la autorización para la formación de sindicatos.
Con el tiempo se produjeron huelgas de los trabajadores contra los bajos salarios, así como dos
grandes sublevaciones en los años 76-77 y 84-85. En este contexto se inscribió
la nueva lucha para la obtención de los derechos políticos y de la ciudadanía.
La violencia, sin embargo, ya se había desatado unos cuantos años antes, en
1960, cuando en Shaperville, ante la protesta negra, la policía había disparado
contra los manifestantes negros, y 69 muertos habían dejado un recordatorio sangriento.
Fue a partir de estos sucesos cuando el moderado CNA (Congreso Nacional
Africano) fue declarado ilegal, como así también el CPA (Congreso Panafricano).
Este fue el momento del exilio para muchos miembros de esos grupos, algunos de
los cuales se abocaron a acciones de guerrilla. Pocos años después, Nelson
Mandela fue detenido junto con otros dirigentes, comenzando el largo período de
su reclusión. A fines de los años 70 el CNA se revitalizó y operó en acciones
de sabotaje y actos terroristas, viendo aumentadas sus filas por nuevos
exiliados luego de 1976.
Las nuevas estrategias utilizadas por el gobierno ante el giro de los
acontecimientos estuvieron dirigidas a la cooptación, introduciendo reformas
que mejorasen la representación .También se apuntó al mejoramiento de las condiciones de vida de la población
negra urbana, a fin de que ésta actuara como freno para el ingreso de los
negros de las zonas rurales. Ya a mediados de los años 80, estas estrategias
incluyeron un intento de trato con el líder del movimiento Inkhata y con el
CNA. No obstante, la agitación continuó. En 1990 , el apartheid fue abolido.
Sin embargo, en los años inmediatamente consecutivos a este "cierre
oficial" del apartheid, la violencia pareció recrudecer en lugar de
amortiguarse, enfrentando en profundidad a la población negra. Ya tengan razón
Morris y Hudson (3) al decir que esta violencia eclosionó por efecto de la
desintegración del apartheid (rápida urbanización, diferenciación social
creciente, aumento de barriadas populares , etc.), o la tengan sus críticos, como por ejemplo Rok Ayulu (4), resulta
indudable la emergencia de focos de violencia. Para Ayulu, más que enfatizar un
desplazamiento de la violencia, habría que preguntarse aquí qué Estado se
pretendía lograr en ese momento, recortado sobre el fondo de esa lucha por los
recursos marginales. Es decir, qué tipo de Estado pretendía la clase dominante
que fuese el que reemplazaría al estado del apartheid. Quizá haya sido un
intento de retener el poder por parte de quienes debían cederlo, intentando
conservar el ámbito económico solamente para los blancos. Y fue por eso, afirma
Ayulu, que un Estado que hasta ese entonces había sido uno de los más
intervencionistas, se transformó en uno de los más abiertos económicamente.
Visto de esta manera, nada más equivocado que considerar los enfrentamientos de
la población negra entre sí como algo desarticulado de la problemática de la
sociedad blanca. Cualquier cambio que reduzca la justicia económica a una
igualdad de oportunidades, está ligado a no cambiar el dominio blanco de la
economía. Una violencia negra no es, por lo tanto, una violencia
"separada". De esta manera, la estabilidad del Estado y de Sudáfrica
estarían asentadas en alcanzar, en algún grado, las expectativas crecientes de
la población negra, lo que requeriría una mayor intervención por parte del
Estado, no dejándolo todo librado precisamente al mercado.
LOS DESAFÍOS DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
En 1994 se realizaron en Suráfrica las primeras elecciones democráticas.
El primer presidente fue Nelson Mandela
y su vicepresidente Tahbo Mbeki. A fin de escuchar los testimonios de
las víctimas y de todos los responsables de los actos de violencia se creó la
Comisión de la Verdad y la Reconciliación. La actitud de Mandela, a quien le
fue entregado el Premio Nobel de la Paz, fue conciliadora. Aunque muchos
clamaban poco después de esas elecciones por la muerte para los blancos, el
gobierno se decidió por el intento de una transición pacífica, aunque ello
significase un duro precio por pagar.
En 1999 Tahbo Mbeki se convirtió en presidente de Suráfrica. Ya en la
presidencia, continuó el amplio trabajo hecho como vicepresidente de Mandela.
Aproximadamente 10 años después de la polémica abierta por el trabajo de Morris
y Hindson, Mbeki se enfrentaba a una nueva disyuntiva respecto de la acción e
ingerencia estatales en diversos niveles de la vida de su país. Según José
Guimón (5) a fines del 2001 Suráfrica se encontraba todavía en una
"situación muy delicada" ya que, a pesar de ser el Estado más rico
del continente africano, varios focos de conflicto amenazaban su futuro.
Los ingresos de Suráfrica, si bien podían ser considerados como de nivel
mediano, resultaban repartidos de manera muy desigual. Porque lo que generaban
los diversos minerales valiosos para el mercado, más el aporte más reciente del
turismo, de los vinos y las maderas, seguía
quedando en pocas manos. Nuevamente los blancos, otra vez alrededor de
un quinto de la población, eran los destinatarios de lo producido por esos
recursos. Este estado de cosas encontró su resultado en un cuadro desolador, en
el que para 43.000.000 de habitantes, la tasa de desempleo era superior al 30%,
en el que 8.000.000 de habitantes no tenían agua potable, y aproximadamente
4.500.000 personas estaban infectados por el sida. Además, una extensa y lábil
frontera presentaba la amenaza del ingreso de miles de inmigrantes que a pesar de las dificultades ecológicas y
de los rechazos de los surafricanos , pugnaban constantemente por entrar.
El camino seguido por los gobiernos democráticos ha sido el de la
constitución del GEAR (Growth Employ and Redistribution). Esto ha implicado una
"ortodoxia económica" de acuerdo a los parámetros indicados por el
FMI de un presupuesto austero para los gastos del gobierno, una liberalización
para los bienes, servicios e inversiones, y un camino hacia la privatización de
las empresas públicas. A esto se unió la lucha contra la pobreza y la
desigualdad racial, lo que condujo a la mejora de los servicios públicos,
políticas de transferencia de la propiedad y políticas de discriminación
positivas. El problema reside en el muy difícil matrimonio entre ambos
procesos. Alentar ambos frentes simultáneamente puede resultar imposible y llegar
a colocar a Mbeki, a sus funcionarios y
a su pueblo en un callejón de muy difícil salida. Ante la dificultad de
satisfacer expectativas de blancos y negros simultáneamente, Mbeki parece haber
priorizado los requerimientos del mercado, en la esperanza de que el
crecimiento económico redundaría en una disminución de la pobreza. No obstante,
las cifras citadas más arriba nos permiten ver que el panorama no es
precisamente alentador, y ante él las presiones sociales han ido en ascenso, y
las huelgas se han intensificado. Las limitaciones en el crecimiento económico
no permitieron reducir el desempleo en los niveles deseados y la transferencia
de tierras a los negros distó mucho de ser la prometida. Las grandes esperanzas
encontraron poca realización.
A
fines del 2001 la población africana reclamaba medidas más profundas. Pocos
meses antes el propio FMI recomendaba un cambio de posición al gobierno de
Mbeki. Afianzado en una tarea ordenada sobre un plan preestablecido, el cambio
requerido al accionar del gobierno parece volver a poner en el tapete el viejo
pedido de Rok Ayulu . Aún teniendo en cuenta las dificultades que involucra, el
pedido de Ayulu de una acción estatal que no deje tanto campo librado a las
fuerzas del mercado, parece ser pertinente. La Suráfrica de Mbeki adolecía finalmente de las huellas del
pasado que marcó su conformación, con las viejas presencias sociales y también
económicas que dividían las aguas. Un material inestable suele constituir a
cualquier pueblo donde las diferencias y los antagonismos son profundos. Si a
esto se le une una serie de reivindicaciones por largo tiempo postergadas, la
combinación puede resultar altamente peligrosa. Suráfrica es fácilmente
ubicable entre estas últimas: sigue siendo un inflamable rompecabezas muy difícil de resolver.
NOTAS
(1) Hermann Gillomee,
"Suráfrica", 1985.
(2) Hermann Gillomee, op.cit.
(3) Mike Morris y Doug Hindson,
"Violencia política, reforma y reconstrucción en Sudáfrica", Revista
Nueva sociedad, 1993.
(4) Rok Ajulu, "Violencia política en
Sudáfrica: una respuesta a Morris y Hudson", Review of african political
economy 55, 1992.
(5) José Guimón, "La complejidad
surafricana", Revista Papeles, 76, 2001.