La Muerte

La
Muerte, compañera inseparable de su hermana menor, a quien vence sin remedio y
de la que se nutre... La Muerte, jugadora imbatida por invencible en las artes
del vivir... La Muerte, personaje temido por su presencia inesperada producida
casi siempre a destiempo... La Muerte, motivo de danzas y juegos macabros
derivados del que hacer medieval... La Muerte, sayo velado, raído y negro como
la noche oscura que acoge en su seno a todos por igual, sombras y seres,
alejados de la Luz celeste... LaMuerte, ser de cara pálida, cadavérico, lunar,
pues es el satélite el puente entre lo propio y el más allá, y morada del
primer difunto (en euskara, "ilargia", aunque más bien debería
escribirse, o bien con la fatídica grafía muda que aquí encarna el silencio
sepulcral, o bien si ella, más entonces la propia muerte debería desnudarse de
tal atributo)... La Muerte, contrapartida obligada al Ser occidental... La
Muerte,objeto de acumulación de festividades propias en su honor... por ser,
junto a Nyx o la Noche los únicos seres verdaderamente evitados por la
divinidad... La Muerte, en fin, postrero ritual de paso a un tipo de existencia
ulterior.
Según
el diccionario:
Muerte:
Cese de las funciones vitales sin posibilidad de reanimación, con la aparición
de fenómenos cadavéricos de forma progresiva, incluyendo signos de putrefacción
y cambios químicos hísticos tales como livideces o hipóstasis, enfriamiento,
rigidez y deshidratación...
I.
Naturaleza
de la muerte
1.
Aspectos filosóficos
La muerte, desde el punto de vista filosófico (al menos en la filosofía
hilemórfica) consiste en la separación del cuerpo y del alma: “¿En
qué momento tiene lugar eso que nosotros llamamos la muerte? Este es el punto
crucial del problema... La muerte puede significar la descomposición, la
disolución, una ruptura. Esta se produce cuando el principio espiritual que
constituye la unidad del individuo no puede ya ejercer sus funciones sobre el
organismo y en él, cuyos elementos, al ser abandonados, se disocian por sí
mismos”.
Una vez que el cuerpo y
el alma “se separan, no tendremos una sola forma cadavérica que substituya de
manera definitiva y estable al alma espiritual sino que en el cadáver se va
produciendo una ‘sucesión continuada’ de formas substanciales hasta la última
reducción material, esqueleto óseo o cenizas residuales. Aristóteles concibe
el ‘movimiento de corrupción’ de los seres vivientes como un continuo
alternarse de formas substanciales educidas de la potencialidad de la materia y
cada vez menos perfectas. Nada impediría, según esta hipótesis, que el alma
espiritual fuese inmediatamente substituida, luego de su separación del cuerpo
o momento de la muerte real de la persona humana, por un alma o forma
substancial meramente vegetativa, y ésta, a su vez, por sucesivas formas
substanciales inanimadas”.
Pío XII decía: “
Corresponde al médico dar una definición clara de la muerte y del momento de
la muerte de un paciente que agoniza en un estado de inconsciencia. Por eso se
puede retomar el concepto usual de la separación completa y definitiva del alma
y del cuerpo; pero, en la práctica, habrá que tener en cuenta la imprecisión
de los términos ‘cuerpo’ y ‘separación’”.
2.
Definición científica de la muerte
La muerte implica que el organismo ha sucumbido como unidad funcional, y
no, en cambio, que todo el organismo y sus células están muertas en sentido
estrictamente biológico. De ahí la definición del “Comité para la Definición
de la Muerte”, del grupo de trabajo de la Pontificia Academia de Ciencias,
reunido en la Ciudad del Vaticano en 1989: “Una persona está muerte cuando ha
sufrido una pérdida total e irreversible de la capacidad para integrar y
coordinar todas las funciones del cuerpo –físicas y mentales– en una unidad
funcional”.
Señala el Dr. Hugo
Obliglio que “esta definición enfatiza que la capacidad para coordinar las
funciones físicas y mentales tiene que haber sido perdida en todo sentido y que
este estado sea irreversible. Así una persona puede estar muerte aunque ciertas
funciones todavía permanezcan, como el metabolismo y la circulación en órganos
y tejidos individuales. Estas circunstancias, de todas maneras, no son de interés,
si toda la capacidad para coordinar las funciones mentales y corporales se ha
perdido. Esta permanencia de las funciones en tejidos y órganos puede ser vista
como signo de que el proceso de vida que termina en una destrucción completa de
las células, no ha llegado aún a su punto final.
“Esta permanencia de
las funciones en tejidos y órganos no puede persistir como un fenómeno aislado
por ningún período de tiempo considerable si la coordinación entre las
funciones se ha perdido. Es una capacidad exclusiva del organismo el unir y
coordinar las funciones mentales y físicas en una unidad que no puede ser
reemplazada por medios artificiales o por tecnología médica.
“Debe ser observado
que esta definición incluye la palabra total
pérdida de la capacidad para integrar. Esto quiere decir que varios tipos de
deficiencia mental, aun los más severos –causados por desórdenes congénitos
o adquiridos– no pueden ser nunca equiparados con la muerte, ya que en estos
casos, por ejemplo autistas, dementes, seniles y personas comatosas crónicas,
todavía persiste un número de funciones de coordinación, aunque de una manera
muy reducida en la mayoría de los casos”.
Teniendo esto en cuenta, ¿cuál es la función del individuo cuya pérdida
total e irreversible puede decirse que implica que el individuo ha perdido
definitivamente todas las capacidades para unir y coordinar las funciones físicas
y mentales del cuerpo en una unidad? Sigue explicando Obiglio: “Obviamente el
cerebro ocupa una posición especial en relación a esto. El cerebro es un
prerrequisito para la conciencia, la actividad intelectual, los movimientos
voluntarios, la memoria y las emociones así como también para la regulación
de la respiración, la presión sanguínea, la temperatura, la digestión, etc.
Si todas estas funciones superiores e
inferiores de regulación del cerebro son perdidas total e irreversiblemente, no
hay una permanencia de la coordinación de las funciones del organismo, y debido
a la irreversibilidad, este deja de estar vivo”.
“Es importante
enfatizar que las funciones físicas del cuerpo de un individuo no son instantáneamente,
sino sucesivamente eliminadas una vez que el cerebro ha dejado de funcionar.
Algunas de ellas, como la respiración y la actividad del corazón, cesan casi
instantáneamente, pero estas funciones pueden ser sostenidas por un tiempo
limitado, generalmente no más que unos pocos días, con la ayuda de medios
artificiales. (Algunos reflejos espinales pueden sobrevivir por algunos días
aun después de un cese completo e irreversible de todas las funciones
cerebrales”.
Este concepto de muerte es plenamente compatible con la noción filosófica,
es más, parece ser su traducción clínica, pues es el alma, como forma
substancial del cuerpo, forma única de la persona humana, la que coordina y
unifica todas las funciones de la persona humana. La separación del cuerpo y
del alma debe redundar precisamente en la descoordinación total
e irreversible de todas las funciones mentales y físicas del sujeto.
No debería hablarse de
“muerte cerebral” “puesto que puede llegar a distinguirse también una
muerte cardíaca, una muerte pulmonar, etc. La muerte no puede conllevar
adjetivos. Una persona está vida o está muerta”.
De todos modos señalo que algunos hoy en día sostienen como concepto de
muerte la detención del corazón y paro cardio-respiratorio, y no la pérdida
total e irreversible de todas las funciones cerebrales (es decir, la muerte del
entero encéfalo).
Por tanto, debe desecharse como “muerte”, la llamada muerte
aparente. Ésta es aquella en la que las funciones están marcadamente atenuadas
y sólo se las puede percibir mediante equipos altamente capacitados. Se
sobreentiende que no se trata de muerte real, por más dificultad que exista en
orden a la percepción técnica. En este sentido, se trata de “muerte” tan sólo
aparente la antigua clasificación de los tres primeros niveles comatosos, a
saber: el “coma simple o leve”, que es una pérdida de la conciencia y de la
motilidad voluntaria pero en el que, aún cuando las funciones neurovegetativas
puedan estar parcialmente comprometidas, permanecen los movimientos automáticos
de reacción frente a estímulos físicos externos; el “coma grave”, en el
que, a consecuencia de daños serios en los centros reguladores, cesa toda
regulación de cada una de las funciones en sí mismas y de las correlaciones
entre diversas funciones; y el “coma profundo” (o “coma carus”), en el
que las funciones, primero enloquecidas en exceso, tienden a apagarse.
Por otra parte, también
debe desecharse científica y filosóficamente como concepto de muerte la
“descomposición” del cadáver. Es indudable de que cuando se produce este
fenómeno el sujeto está realmente muerto; pero también es cierto que la
muerte no consiste en la descomposición sino en algo anterior, mientras que la
descomposición el punto final de un proceso más o menos largo iniciado con la
muerte.
II.
EL CRITERIO PARA VERIFICAR LA PÉRDIDA TOTAL E IRREVERSIBLE
DE TODAS LAS FUNCIONES
Ya hemos dicho que la muerte consiste filosóficamente en la separación
del cuerpo y del alma; y científicamente en la pérdida
total e irreversible de todas las funciones, según dijimos más arriba. El
interés de la ciencia médica es encontrar un “criterio” seguro que permita
establecer que se ha producido la pérdida total e irreversible de todas las
funciones. Es decir, el problema consiste
en determinar con exactitud cuál o cuáles signos físicos o biológicos
constituyen un indicio cierto de dicho fenómeno, es decir, cuáles son los
signos que configuran una presunción (ya que no puede darse experiencia
directa) objetivamente fundada de que ha acaecido la separación entre cuerpo y
espíritu: “El momento de esta ruptura no puede percibirse directamente, y el
problema está en identificar sus signos”.
No voy a considerar aquí
el criterio para constatar el advenimiento de la muerte que sostienen quienes
aceptan lo que hemos llamado más arriba “muerte aparente”. Para estos, la
muerte puede considerarse ocurrida cuando se constata la
pérdida irreversible de la conciencia (pérdida de la capacidad de relación).
Es evidente que no es esto la muerte y por tanto, proceder a cualquier acción
contra la persona que se encuentra en tal estado puede constituir una auténtica
eutanasia positiva.
Fuera de éste podemos
señalar dos posiciones.
1.
El criterio cardio-respiratorio como criterio directo
Los que colocan la muerte en el paro cardio-respiratorio, necesariamente
aceptarán sólo el criterio cardio-respiratorio, es decir, la detención del
corazón como “signo” de la muerte avenida. Los que defienden esta posición
niegan tanto la validez de los signos
como el mismo criterio de muerte encefálica.
Por este motivo consideran que la ablación del corazón con el criterio de
muerte cerebral o encefálica constituye un homicidio culposo.
2.
El criterio de la pérdida total e irreversible de todas las funciones
La posición que define la muerte como pérdida total e irreversible de
todas las funciones mentales y físicas, etc., tal como lo hemos puntualizado más
arriba, reconoce dos criterios, uno directo y otro indirecto.
1) Criterio indirecto: relacionado con el corazón
“La pérdida total e irreversible de todas las funciones cerebrales,
implica un paro cardíaco y respiratorio, de más de 15 a 20 minutos como regla.
Durante este tiempo, el tejido cerebral sucumbe irreversiblemente debido a la
falta de oxígeno. De aquí que el criterio indirecto es siempre suficiente para
probar una pérdida total e irreversible de todas las funciones cerebrales.
El criterio indirecto,
no es siempre válido en nuestros días ya que la respiración y la actividad
cardíaca pueden ser mantenidas artificialmente, aunque todo el funcionamiento
cerebral haya sido perdido irreversiblemente. De todas maneras, el criterio
indirecto de muerte ha sido y permanecerá aplicable en el futuro en más del
99% de las muertes”.
2) Criterio directo: criterio de muerte relacionado con el cerebro
La gran mayoría acepta el criterio neurológico, es decir, la muerte del
entero encéfalo (incluidos los centros profundos que comandan las funciones
vegetativas) como definición de la muerte de la persona, y acepta también el
conjunto de los signos que prácticamente se contiene en todas las legislaciones
que siguen el criterio de la muerte encefálica. Podemos señalar, entre otros,
al grupo de científicos reunidos por la Pontificia Academia de las Ciencias (en
1985 y 1989); entre los moralistas se cuentan: Mons. Elio Sgreccia, Lino
Ciccone, G. Perico, D. Tettamanzi.
Este criterio es usado
en un número reducido de pacientes, generalmente bajo cuidados intensivos, en
los que la actividad cardíaca y pulmonar es mantenida artificialmente por medio
de un respirador. Según Obiglio sería usado en un 0,2-0,7 de las muertes, esto
es de 200 a 300 casos por año, por ejemplo en Suecia. Este criterio es usado en
pacientes que han sufrido un infarto total de cerebro, también llamada, mal según
hemos dicho, muerte cerebral.
La conclusión de la Pontificia Academia de las Ciencias (que, hay
necesidad de aclararlo, no es órgano del Magisterio Pontificio, ni compromete a
éste con sus conclusiones) fue la siguiente: “Una persona está muerta cuando
ha sufrido una pérdida irreversible de toda capacidad de integrar y de
coordinar las funciones físicas y mentales del cuerpo. La muerte sobreviene
cuando: a) las funciones espontáneas cardíacas y respiratorias cesaron
definitivamente; b) se verificó una cesación irreversible de toda función
cerebral. Del debate ha surgido que la muerte cerebral es el verdadero criterio
de la muerte, ya que la detención definitiva de las funciones
cardio-respiratorias conduce muy rápidamente a la muerte cerebral. El Grupo ha
analizado, por tanto, los diversos métodos clínicos e instrumentales que
permiten constatar tal detención irreversible de las funciones cerebrales. Para
estar ciertos –electroencefalograma de por medio– que el cerebro se ha
vuelto plano, es decir, que no presenta actividad eléctrica alguna, es
necesario que el examen sea efectuado al menos dos veces con una distancia de
seis horas”.
Es la posición ha sido
recogida literalmente por el Pontificio Consejo para la pastoral de los agentes
de la salud.
El Grupo de Trabajo de la Pontificia Academia de las Ciencias habla de pérdida
irreversible y total de la capacidad de integrar y coordinar las funciones físicas
y mentales del cuerpo. No se trata, por tanto, de la pérdida de la conciencia
tal como se da en el coma profundo
(que no comporta necesariamente la previsión de irreversibilidad), ni la cesación
de la actividad eléctrica del cerebro (electroencefalograma plano), porque tal
señal se refiere solo a la actividad de la parte externa, cortical, del encéfalo.
Es necesaria la inactividad o muerte de los centros internos, más profundos,
del encéfalo, es decir, de aquellos centros que son responsables de la
unificación de las funciones orgánicas.
Giacomo Perico opina que los parámetros más claros son los dados por el
II Congreso de la Sociedad Italiana de Trasplantes de Órganos: “Se
puede asegurar con certeza la diagnosis precoz de muerte cuando concurren las
siguientes condiciones: a) coma profundo con atonía muscular, arreflexia
tendinosa, indiferencia de los reflejos plantares, midiasis paralítica con
ausencia del reflejo corneal y del reflejo pupilar a la luz; b) ausencia de
respiración espontánea después de suspender la artificial; c) ausencia de
actividad eléctrica espontánea y provocada. La obtención de tales parámetros
deberá hacerse continuamente, en ausencia de suministración de fármacos
depresivos del sistema nervioso y de condiciones de hipotermia inducida, por
espacio de 24 horas para coma por lesión primitiva encefálica y de 48 horas
para coma por lesión encefálica secundaria”.
“Supuesta la
observancia de estas condiciones –acota el Padre Basso– la teología moral
no tiene objeciones ante la declaración de muerte”.
Mons. Sgreccia, por su parte, considera garantía suficiente desde el
punto de vista ético las disposiciones del proyecto de ley italiana, que
sustancialmente coincide con lo anterior, aclarando que el momento de la muerte
estaría determinado, según este proyecto de ley, por el inicio y simultaneidad
de las condiciones predichas:
“1) Estado de coma
profundo (Ciccone precisa que debe entenderse en el sentido de coma
depassé) acompañado de ausencia completa de reflejos de tronco cerebral y
precisamente:
a) rigidez pupilar
incluso a la luz incidente
b) ausencia de reflejos
corneales
c) ausencia de respuesta
motoria en los territorios inervados por los nervios craneales
d) ausencia del reflejo
de deglución; ausencia de tos suscitada por las maniobras de aspiración
traqueo-bronquial
2) Ausencia de respiración
espontánea a pesar de una situación seguramente acertada de normocapnia
3) condiciones de
silencio eléctrico cerebral”.
Señala el mismo Sgreccia: “No es suficiente la pérdida de las
funciones de relación por el compromiso de la corteza cerebral, aunque fuera de
modo irreversible; sino que es necesario que estén muertos los núcleos más
profundos del encéfalo, que unifican las funciones vitales. No se puede
introducir la distinción entre ‘vida biológica’ y ‘vida personal’
(vida de conciencia y relación): en el hombre, hay una vitalidad única y
mientras que hay vida hay que retener que se trata de vida de la persona. Es por
esto que los especialistas afirman, según cuanto prescribe la ley, que también
las funciones vitales dependientes de los centros internos del encéfalo hayan
cesado, para ejecutar el trasplante y accionar la respiración forzada para
mantener el latido del corazón y la irrigación del órgano. Tal respiración
forzada es activada después que se ha certificado que la espontánea es
irrecuperable por el compromiso irreversible de los centros nerviosos internos
del encéfalo del cual dependen”.

En cuanto al Magisterio propiamente Pontificio, hay que decir que no se
ha expedido sobre el tema de modo explícito, limitándose a afirmar que es un
punto que debe discutirse y determinarse en el plano científico. Juan Pablo II
en el discurso del 14 de diciembre de 1989 se limita a incitar la continuación
de las investigaciones pertinentes. El problema, por tanto, sigue exigiendo
nuevas investigaciones, como queda claro en las palabras del Santo Padre en el
apenas mencionado discurso ante los Participantes del Congreso organizado por la
Pontificia Academia de las Ciencias, que transcribimos en sus párrafos más
importantes:
“El problema del momento de la muerte tiene graves incidencias en el
terreno práctico, y este aspecto también tiene un gran interés para la
Iglesia, pues parece que se plantea un dilema trágico. Por un lado, está la
urgente necesidad de encontrar nuevos órganos para enfermos que, sin ellos,
morirían o al menos no se curarían. Con otras palabras, se puede comprender
que para huir de una muerte cierta e inminente, un enfermo necesite recibir un
órgano que podría darle otro enfermo, quizá su vecino en el hospital, pero de
cuya muerte, aún subsisten dudas. Por consiguiente, en este proceso, el peligro
que aparece es el de acabar con una vida, romper definitivamente la unidad
psicosomática de una persona. Más exactamente, existe una probabilidad real de
que la vida, que no puede continuar a causa de la extracción de un órgano
vital, sea la de una persona viva, cuando el respeto debido a la vida humana
prohíbe totalmente sacrificarla, directa y positivamente, aunque fuera en
beneficio de otro ser humano al que se considerara tener razones para
privilegiar... En estas condiciones, es necesario cumplir un doble deber.
Los científicos, los
analistas y los eruditos deben continuar sus investigaciones y sus estudios a
fin de determinar con la mayor precisión posible el momento exacto y el signo
irrecusable de la muerte. Pues una vez conseguida esta determinación,
desaparece el conflicto aparente entre el deber de respetar la vida de una
persona y el deber de cuidar o incluso de salvar la vida de otro. Se podría
conocer el momento en que lo que estaba prohibido hasta entonces –la extracción
de un órgano para su trasplante– se convertiría en algo perfectamente lícito,
con grandes probabilidad de éxito.
Los moralistas, los filósofos y los teólogos han de encontrar
soluciones apropiadas a los nuevos problemas o a los aspectos nuevos de los
problemas de siempre, a la luz de nuevos datos. Tienen que examinar situaciones
que eran antes impensables, y que por eso nunca habían sido evaluadas. Con
otras palabras, han de ejercer lo que la tradición moral llama la virtud de la
prudencia, que supone la rectitud moral y la fidelidad al bien...”.
s
Lla
Muerte no queda plasmada en un solo momento de nuestro existir, conlleva a su
vez un conjunto de deberes y obligaciones de necesario cumplimiento si se
pretende, de algún modo, una "vida cómoda" en el más allá. La
"buena muerte" es incluso más importante que el "buen
vivir", pues la vida acaba, la muerte nos perpetúa. La defunción deviene,
además, en acto social, y no sólo en aspecto individual, pues mediante ésta,
un ser del grupo abandona su puesto, implicando una reestructuración.Tal
reubicación de los diferentes miembros se plasma tradicionalmente, al menos en
las circunstancias más relevantes, en la posición ocupada durante el funeral.
El ritual mortuorio sirve entonces para indicar la nueva situación; así ha
funcionado tanto la denominada Nomenclatura Soviética, como el protocolo de las
culturas ágrafas.Por otro lado, el mismo ritual es aprovechado para reafirmar
el cargo y actividad del difunto,cuyo nombre, por una extraña relación mágica,
no puede o no debe utilizarse, quizás por el miedo a que el alma del ausente
pueda volver a su antigua morada. Actividades de significado similar son el
cerrar ojos y boca al innombrable, poner los espejos vueltos contra la pared, y
otras semejantes que dificultan la retención del alma en el habitáculo.La
familia y la vecindad en su conjunto queda enterada de la nueva situación.
El reparto de
la herencia, el reconocimiento de derechos y deberes, el propio ritual realizado
durante el crepúsculo,tiempo liminar como fronteriza es la propia Muerte,
implica a su vez una despedida y un "buen venir",ya que quien marcha
se integra en otra "sociedad"; no otra cosa es la impartición de los
óleos, arreglo postrero para presentarse ante la divinidad, tampoco lo es su
integración, misa solemne de acuerdo a la posición social del fallecido, ni la
afirmación de su agregación desarrollada durante la "misa de
salida",que más bien debiera entenderse como "entrada" en otra
dimensión.Con la muerte acaba un sueño, pues comienza un despertar. Con la
muerte concluye una actividad, pero deja su impronta en numerosas cuestiones,
pues reordena el territorio, dispone desde el más allá, al abrirse el
testamento, lo que debe ocurrir en el más acá , incidiendo en un futuro que ya
no le pertenece, pero del que se adueña de alguna manera. Y no se limita a eso,
vana gloria es el pretender que la gente se olvide, y, para subsanarlo, se
recurre al cementerio, camposanto (Campo Santo en oposición al profano) en el
que los nichos (en nueva referencia a Nyx: noche) reflejan la realidad mundana
en que cada uno encuentra su espacio perfectamente delimitado. Otro tanto sucede
con la temporalidad, repitiendo el adiós reiteradamente en las misas de salida,
de recordatorio y, anualmente,en la festividad de difuntos, celebrada el 1 de
Noviembre desde, al menos, los tiempos en que la cultura celta era dominante.
La personificación de la muerte nos
muestra una silueta cadavérica, cubierta con un vestido negro con capucha y una
guadaña.

Azrael:
en
teología islámica, es el Ángel de la Muerte. Él esta escribiendo para
siempre en un libro grande y borrando lo que él escribe para siempre:
lo que él escribe es el nacimiento de un hombre, lo que él borra es el nombre
del hombre que morirá.

El Ángel
de la Muerte aparece en muchas religiones pero bajo otros nombres diferentes.
Nombres Judeocristianos para el ángel de rango de muerte
de Michael,
Gabriel, Sammael, a Sariel.
La
erudición rabínica lista 14 ángeles de muerte: Yetzerhara, Adriel, Yehudiam,
Abaddon, Sammael, Azrael, Metatron, Gabriel, Mashhit, Hemah,
ha-Mavet de Malach, Kafziel, Kesef, y Leviatán. El Talmud (Libro Santo judío)
tiene referencias que igualan al Ángel de Muerte con Satanás
y proporciona la inferencia que este ángel es malo en lugar de bueno.
Como
una nota lateral, Azrael en hebreo supuestamente (según algunas fuentes) es
"ayudante o auxiliador de los dioses". En Islam, Azrael (también
Izra'il) según el Corán, el arcángel de muerte que espera encima nuestro y
tomar el alma del cuerpo, es uno de los cuatro ángeles más
altos en el trono de Alá (Los otros son Djibril, Mikhail, y Israfil).
Proverbios
"Acostúmbrate
a pensar que la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien y mal reside en
la sensación, y la muerte es privación del
sentido..."
-
Epicuro
"La
muerte es intransferible, como la vida."
- Octavio Paz
"Lloras
a tus muertos con un desconsuelo tal, que no parece sino que tu eres eterno."
- Amado Nervo
"Circulo
es la existencia, y mal hacemos, cuando al querer medirla le asignamos, la
muerte y el sepulcro por extremos."
-Manuel Acuña
"La
muerte es el instante en que la mariposa escapa de la oruga; en nuestro cuerpo
el alma esta larvada y es la muerte quien le otorga el ser."
- Jose Vasconcelos
"La
vida es un paso a la muerte, nacimos para morir."
- Carlos Trouyet
"Erotismo
y muerte son una pareja inseparable como la noche y el dia, la vigilia y el sueño."
-
Anónimo
"Espero
ya el Ultimo Orgasmo con la Señora Muerte.....tarde o temprano....."
Joan Sancho
“Cuando
eres consciente de la muerte, acabas asumiendo tu propia soledad”.
Rosa Regás
"No
hay color para el Luto"
Ramoncin.
"La
vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a
aprenderlo, ya hay que morirse. "
Ernesto Sabato
"Cuando
se muere alguien que nos sueña, se muere una parte de nosotros."
Miguel de Unamuno.
"Como
no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir."
Federico García Lorca.
"La
muerte nunca es asumida; viene."
Enmanuel Levinas.
"La
muerte tiene una sola cosa agradable: las viudas."
E. Jardiel Poncela.
"Si
se muere una persona: Dios ¿Se sentiría contento, orgulloso o triste? Ya que
es EL, el que supuestamente se la lleva..."
Odermundo
"Prefiero
ser viejo y morir joven; que ser joven y morir de viejo."
Odermundo
"Cuando
muera: quisiera que mis cenizas las esparcieran por el cielo, así podría
contaminar el aire que otros respiran."
Odermundo
"Quisiera
enfermarme y morir mañana para nacer sano al otro día."
Odermundo

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