A un año
del fusilamiento de Gallego, Maxi y Adrián
FLORESTA EN REBELDÍA
Si el 20 de diciembre puso fin al repliegue popular, arrastrado desde la
dictadura, la sublevación de Floresta marcó el paso al ataque y delineó los
rasgos de una nueva ofensiva en la dinámica de la lucha de clases en la
Argentina. Luego de la masacre, este pueblo convirtió el dolor en vida y el
abatimiento en pelea. Justamente, de la riqueza inmensa que reconoce esta
epopeya, de los cambios que generó en la comunidad, de los obstáculos que
vencieron los protagonistas, de cómo y por qué lo hicieron dan cuenta estas páginas
Bajo un diluvio extraordinario miles de luchadores marcharon en Floresta por
justicia, al cumplirse un año del fusilamiento de Maxi, Gallego y Adrián, el
pasado 29 de diciembre. Así, piqueteros del Movimiento Territorial Liberación
y el Polo Obrero, asambleístas de innumerables barrios de Capital y el
Conurbano y militantes de partidos de izquierda y la Federación Juvenil
Comunista, entre muchos otros, se unieron a familiares, vecinos y a la
infaltable hinchada de All Boys. Entre los presentes se hallaban los
legisladores Vilma Ripoll y Patricio Echegaray de Izquierda Unida, Luis Zamora
de Autodeterminación y Libertad, Jorge Altamira del Partido Obrero, Beatriz
Baltroc de la Alianza para una República de Iguales y el defensor del Pueblo
Gustavo Lesgueberis.
Al grito de "si no hay justicia, se va a pudrir", la multitud dejó en
claro que no aceptará otra condena que no sea la prisión perpetua. Como se
sabe, la carátula de la causa califica "homicidio simple" a lo que
fue un triple crimen con alevosía. Tampoco los familiares aceptarán más
dilaciones en el inicio del juicio oral y público -nuevamente fue relegado
hasta marzo- contra el policía asesino Juan de Dios Velaztiqui.
Ni error, ni exceso, la represión policial es una herramienta indispensable del
sistema capitalista. Mediante su despliegue intenta someter a los pueblos,
disciplinar a los jóvenes rebeldes, aterrorizar a toda la sociedad para imponer
el despojo sin resistencia. No hacen falta órdenes escritas, es una política
de Estado que impulsan quienes gobiernan. Se llamen Duhalde o Ibarra, Alvarez o
De la Rúa, Menem o Rodríguez Saá. Precisamente este puntano de sonrisa y
mentiras amplias era el primer mandatario cuando fusilaron a los pibes.
En esta última marcha, fue conmovedor ver a Elvira, Silvia y Angélica saltar y
gritar bajo la lluvia. Por momentos, mezclaron las risas con las lágrimas, la
indignación con los abrazos y el temblor con la furia. Es decir, los profundos
sentimientos que las han convertido en tres madres bravas clamando justicia por
las calles del barrio, para que el mundo entero las escuche. Que así sea.
A un año del
fusilamiento de Maxi, Gallego y Adrián en Floresta
VIVEN EN NOSOTROS
A lo largo de toda su historia, ningún hecho marcó la identidad de Floresta
tanto como la respuesta que su pueblo prodigara ante el fusilamiento de Adrián
Matassa, Maximiliano Tasca y Cristian Gallego Gómez en el corazón del barrio,
donde miles de vecinos comparten la sed y el hambre de justicia junto a la rabia
que retuerce sus entrañas. De ese modo, esta lucha provocó cambios entre una
buena parte de la comunidad, modificó la visión que cada quien tenía de sí
mismo y de los otros, transformó formas de la relación con el poder y lanzó
al protagonismo callejero a hombres y mujeres que ahora viven, batallan y sueñan
con otros horizontes y otros desafíos.
Entre las antiguas jactancias del barrio se halla el haber sido, en el siglo 19,
un suburbio señorial con un paraje que servía de descanso a los viajeros
provenientes del centro. Justamente, en ese viejo bar La Floresta, ubicado junto
a la estación, pronunciaron sus discursos Mitre, Sarmiento y Alsina al paso del
primer tren. Ya a principios del siglo 20, el club All Boys se convertiría en
una de sus pasiones distintivas. En la actualidad, sin la cantidad de boliches
bailables, shoppings o prostitutas que ofrece la vecina Flores, con casas bajas,
árboles y vecinos de mate en la vereda, los sobresaltos derivaban hasta hace
poco más de un año atrás -en general- de la crisis económica, las derrotas
del "Albo"y el tránsito que hormiguea por Juan B. Justo, Gaona o
Segurola.
"El TROTADOR"
Precisamente, esas arterias -entre otras- son el punto de encuentro de los
vecinos a partir de que el policía federal Juan de Dios Velaztiqui, retirado
pero en funciones con la chapa 4313 y chaleco antibala de la fuerza, perpetrara
la masacre el 29 de diciembre de 2001 en el bar de la estación de servicio de
Gaona y Bahía Blanca.
Aunque ninguno de los pibes era militante, cuando vieron por televisión la
paliza que recibía un policía en la Plaza de Mayo en el contexto de los
sucesivos cacerolazos que cuestionaron el hambre, la miseria, las balas y el
forreo, se expresaron sobre la realidad de su país: "Brindo por eso",
dijo Maxi. Seguramente, ellos recordaron que tan sólo unos pocos días atrás
35 personas habían caído asesinadas en distintos puntos del país, siete de
ellas en las cercanías de la Plaza de Mayo a manos de la misma policía que
acabaría con sus vidas.
El sargento Velaztiqui los fusiló. Los sancionó con la pena de muerte por una
opinión esencialmente política. El crimen tiene elementos que establecen una
clara continuidad con el accionar de la dictadura militar. Velaztiqui fue un
entusiasta represor y ganó la tapa de los diarios en 1981, cuando arrestó a 50
hinchas de Nueva Chicago por cantar la marcha peronista en la cancha y los hizo
trotar varias cuadras hasta la comisaría. Días más tarde, la hinchada del
Torito de Mataderos formó correcta frente a la delegación policial y entonó
el Arroz con leche para ridiculizar al Trotador. También, según diversas
fuentes, llegó a ser custodio de Videla y otros genocidas. Con ese pasado,
Velaztiqui reprodujo en Floresta parte de la metodología del Estado terrorista
en la cual era experto. Así, eliminó mediante la ejecución sumaria a quienes
manifestaron su disenso político, al tiempo que pretendió armar un escenario
de "enfrentamiento"y tejer una trama de impunidad que la movilización
popular pulverizó.
LA RESPUESTA
Vertiginosamente, ese 29 de diciembre, Floresta pasó a ser un escenario
esencial de la dinámica de la lucha de clases en la Argentina. A la madrugada
Velaztiqui masacró a los pibes, al mediodía sus familias fueron gaseadas,
apaleadas y baleadas con proyectiles de goma cuando se movilizaron hacia la
comisaría 43° y, esa misma noche, decenas de sus amigos fueron detenidos en
pleno velorio porque habían cortado la avenida Juan B. Justo. Cientos de
uniformados, tropas especiales, montada, infantería, perros y helicópteros
fueron enviados para reprimir a quienes reclamaban por sus hijos muertos. Sin
embargo, frente a esa ferocidad comenzó a gestarse una respuesta que desplegaría
en el espacio público su energía fundamental. A puro huevo y piedrazos contra
la "cuatro tres", que quedó maltrecha, se desarrolló lo que sus
protagonistas llaman "La batalla de Floresta"o el "Levantamiento
del 29" que redefinió la identidad del barrio.
Ese mismo día, surgió también un arma contundente de los vecinos: la marcha,
que masivamente subvirtió el territorio barrial en sus casi veinte ediciones.
Los protagonistas se apoderan de las calles y éstas dejan de ser vías de
circulación ágil para convertirse en el lugar donde viven experiencias que los
unen de un modo inédito. Parten de Gaona y Bahía Blanca, siguen hasta
Segurola, doblan por Juan B. Justo hasta Concordia, y de ahí continúan por
Gaona para llegar nuevamente a la esquina de arranque. El padre de Maxi, Omar
Tasca, encabeza -con megáfono o sin él- la movilización y realiza todo el
recorrido de espaldas y brincando. Junto a él, los otros familiares y la
hinchada de All Boys contagian el ritmo a los miles de asistentes. La verdad de
sus cuerpos saltando y exigiendo justicia permite construir un sentido vivo y
solidario frente a las muertes. A su vez, lejos de quejarse, aquellos vecinos
que permanecen en la puerta de sus casas o en los balcones aplauden con respeto
el paso de la marcha.
En la movilización, a simple vista, se advierte la creación de nuevos vínculos
entre los habitantes de la comunidad. No era frecuente ver a vecinas de clase
media marchar con sus perros junto a la hinchada del "Albo" insultando
al unísono a la policía. Tampoco se escuchaba con asiduidad entonar con
orgullo: "soy Floresta/ Floresta yo soy" a cristianos, judíos, árabes,
ateos e integrantes de la comunidad gitana -llenando Juan B. Justo de bote a
bote-, en una singular diversidad que convoca a rabinos, curas, imanes, sheiks,
jefes de tribus, artistas marciales con sus cinturones y uniformes y diputados
de izquierda.
También la organización de las marchas refleja fielmente la nueva relación de
poder. Durante cada una de las movilizaciones la policía debe permanecer
prudentemente alejada, claro que por su propio resguardo, en un solitario
patrullero. Es decir, la seguridad es autogestionada entre los propios vecinos
con la colaboración de los motoqueros del Sindicato de Mensajeros y Cadetes de
la Argentina (Simeca) que van cortando, una a una, las bocacalles con sus vehículos.
Por otra parte, así como en Catamarca las marchas por María Soledad fueron
silenciosas, así como en Jujuy son festivas por la influencia aborigen y en la
Corrientes del Aguante fueron ceremoniosas y patrióticas -por la altísima
composición docente-, en Floresta adquieren una impronta futbolera. Una simple
observación recoge miles de camisetas de All Boys, y visualiza a quienes las
visten saltando igual que en la tribuna. En Floresta se marcha saltando, sí o sí,
alentando, porque "el que no salta es un botón".
Es habitual ver cómo Omar Tasca choca su pecho contra el pecho de los amigos de
los pibes asesinados, literalmente en el aire, celebrando el golazo de la masiva
concurrencia o la original creación de un cántico. Es usual que muchos pibes
en pleno salto se hagan el saludo de "todo bien" con el pulgar y el índice
en V sobre el mentón y luego eleven ese saludo al cielo, para que llegue a
Maxi, Gallego y Adrián. Luego, la marcha continúa con el ímpetu de los
murgueros de Los pecosos de Floresta y Malayunta, quienes -por si hiciera
falta-, realzan el colorido con derroche de arte y fervor. El Himno Nacional
marca el cierre de la marcha y la despedida hasta la próxima.
CONSIGNAS
Por su lado, en las consignas - expresión del ánimo, las conciencias y los
anhelos- se produjo un interesante recorrido. Desde "Velaztiqui,
Velaztiqui/ la puta que te parió/ vos mataste a los pibes/ no hay olvido ni
perdón", se avanzó a desafiar a toda la comisaría: "adónde está/
que no se ve/ esa famosa cuatro tres". Y de ahí a señalar al conjunto de
la fuerza: "Atención/ atención/ no es un policía/ es toda la institución".
O la clásica: "Coronel, coronel, coronel/, Coronel la concha de su madre/
por las calles de Floresta, no se puede caminar/ porque está la Policía
Federal". Luego, la totalidad de las fuerzas represivas estuvieron en
cuestión: "Baila, la hinchada baila/ baila de corazón/ sin policías, sin
militares/ vamo' a vivir mejor". Y también fue atacada la política de
impunidad y comparada con la de los maestros de la represión: "Como a los
nazis les va a pasar/ adonde vayan los iremos a buscar".
La lucha de Floresta reunió masivamente al barrio, pero uno de sus logros
esenciales es que allí concurren, sistemáticamente, familiares de víctimas de
la violencia estatal desde una multitud de lugares de la Capital y el Gran
Buenos Aires. De ese modo, las familias, amigos y compañeros de Kosteki y
Santillán, Ezequiel Demonthy, Franco, Mariano Vázquez, Natalia, Brú, Sugus y
Sebastián Bordón, entre varias decenas, encuentran un hogar en Gaona y Bahía
Blanca. Es por ello que, con furia, allí se entona "Gatillo fácil/ la
puta que te parió". En varios momentos la marcha se detiene y se realiza
un minuto de silencio hasta que Tasca grita: ¡Maxi!, ¡Cristian!, ¡Adrián!, y
la multitud ruge: ¡Presente! En cada movilización se fueron agregando los
gritos que nombran a otros pibes asesinados, y son tantos que en las últimas
marchas Tasca vocifera: "¡Víctimas del gatillo fácil¡" y el ¡Presente!,
remite a todos. A lo que sigue una referencia respecto de quiénes son los que
están en el combate: ¡Pueblo!, desafía Tasca, y entonces el ¡Presente!
estremece hasta las piedras.
Entre sus conquistas, Floresta nucleó a asambleístas y piqueteros, a la vez
que catapultó a las calles y con la guardia en alto a vecinos que carecían de
experiencia previa en estas lides. Allí, esta franja rebelde advierte a viva
voz que no aceptará una condena indulgente. Con letra y música de hinchada hay
un emplazamiento a los jueces y al propio asesino: "Velaztiqui botón/
Velaztiqui botón/ si no te dan perpetua/ te mandamo' directo al cajón".
La advertencia, por caso, se hizo más nítida en la última marcha:
"tomala vos/ damela a mí/ si no hay justicia/ se va a pudrir".
BRINDO POR ESO
Cuando Maxí Tasca observó en televisión que se invertía la tradición, y la
gente avanzaba sobre la policía en respuesta a la brutal agresión, convocó a
chocar los vasos: "Brindo por eso", dijo. El Gallego y Adrián
aceptaron la invitación. El gesto los enaltece. Los pibes no sólo
reivindicaron un acto de justicia frente al dolor de 35 asesinados el 19 y 20,
sino que también compartieron entre amigos la alegría de ver, una vez, a los
humillados y ofendidos de pie. Ese fue el sentido del brindis.
Quizá la frase de Maxi no es hoy muy divulgada porque, equivocadamente, algunos
suponen que el "brindo por eso" es un pequeño argumento que se puede
utilizar en favor de la respuesta atroz que ejecutó Velaztiqui. Nunca, jamás,
ninguna palabra, ningún brindis podrán ser atenuantes de la condena que merece
el fascismo asesino de los hijos del pueblo. La frase de Maxi, el brindis de
todos, es un ejemplo de dignidad asociada a la celebración que no debe ser
silenciada sino, por el contrario, rescatada por todo el valor que conlleva.
Maxi, Gallego y Adrián viven en la furia de quienes se retoban. Viven en la
respuesta que desplegó su barrio. Irrumpen cotidianamente en los nuevos lazos
que hermanan a los vecinos. Habitan en la rebeldía de sus madres embravecidas.
Son coautores de la página descomunal que escribió Floresta y que otros
leyeron e hicieron propia para defender la vida. Saltan y gritan con la hinchada
cuando se adueña de las calles. Realmente ellos viven en nosotros. Así, con
toda convicción cabe alzar las copas y gritarles a voz en cuello ¡Maxi! ¡Gallego!
¡Adrián!: ¡Brindo por eso!
Producción periodística:
Oscar Castelnovo y Juan Scollo
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
EN EL NOMBRE DEL HIJO
Familia nuestra
Antonio Juan Bartolomé Ramón Gómez Ibars, oriundo de Barcelona, conocido en
Floresta como El Chato, bajó desesperado desde el departamento donde vivía en
Juan B. Justo y Bahía Blanca hasta el medio de esa avenida. Allí, sin
vacilaciones, se paró delante de un coche que detuvo la marcha.Su hijo
Cristian, aún en el vientre de Elvira, pugnaba por nacer y no había tiempo que
dilapidar, aquella madrugada de 1976. El Gallego -así llamaría el barrio al niño-
nació sano y salvo en el hospital Vélez Sarsfield gracias a la gauchada del
automovilista que no dijo ni su nombre. Veinticinco años más tarde, a unos
metros de donde Cristian había salvado su vida aun antes de nacer, el policía
federal Juan de Dios Velaztiqui le disparó un balazo al estómago y lo remató
con otro en la cabeza.
"Que yo aún no me lo puedo creer, que parece que lo tengo a cada momento,
cuando voy por la calle y en casa está a mi lado. Me veía por la mañana o por
la noche y me decía "hola papirri". Esa sonrisa que tenía, buen
hijo, buen hermano, amigo de todo el mundo. Él tocaba el bajo en La Gaucha, un
grupo de rock que fundó cuando tenía quince años, y todos lo querían, pregúntale
a quien sea", dijo el Chato.
El padre de Cristian se emociona otra vez cuando relata la respuesta del barrio:
"Todos nos han apoyado y siempre nos preguntan qué precisamos, 'lo que esté
en nuestra manos, toda nuestra ayuda os la vamos a dar', nos dicen todo el
tiempo. Y eso es una cosa que uno lo tendrá dentro de su alma. Siempre. Desde
que pasó eso, el pueblo de Floresta más que un pueblo parece familia
nuestra".
ME ENSEÑÓ LA LIBERTAD
Floresta era un barrio gorilón porque nadie se comprometía con nadie. Casi no
nos saludábamos. Viéramos lo que viéramos seguíamos caminando. Pero el 29 de
diciembre del año pasado algo cambió de cuajo, y el barrio respondió a la
represión de una forma tan tremenda como la brutalidad sufrida. Fue un
verdadero levantamiento popular, sin joda", narró Angélica Van Eek de
Matassa, madre de Adrián.
Desde aquel diciembre, la vida de Angélica se transformó. Casi no existe
marcha a la que no acuda. No hay reivindicación que no la conmueva. "Yo
empecé una vida de lucha a pleno, a favor del obrero, la mujer, Cuba, los
piqueteros, por los chicos y por todos los que sufren", explicó. El pasado
20 de diciembre marchó a Plaza de Mayo a la cabeza de la columna de Izquierda
Unida con sus amigos Vilma Ripoll y Patricio Echegaray. "Vilma me ayudó
siempre, si ella no me hubiera fogueado yo jamás hubiera podido decir una
palabra ante nadie. También le agradecí durante el acto a Patricio. Ellos se
acercaron sin intereses", sostuvo la madre de Adrián.
A la vez, Angélica creo la Asociación de Madres Floresta por Justicia, donde
participan Rosa Brú, Mabel Kosteki y Linda Vázquez, entre otras. Allí
funcionará un merendero y talleres de joyería, vitraux y cerámica, al tiempo
que se darán clases de cocina "para que aprendamos a hacer el pan y a
cocinar con nuestras carnes, nuestras verduras y nuestro cereal".
Durante este año, Angélica empezó a escribir una novela y conoció a
distintas personalidades que van desde una cartonera aborigen hasta un
presidente. "Esa compañera aborigen me dijo que era feliz. También me
contó que los indios no aplauden sino que pegan un grito. Y cuando ella gritó
se me heló la sangre de emoción. Con Lula conversé cuando visitó la
Argentina. Y conocí a muchas madres con mi mismo dolor", contó. Por último,
la madre de Adrián relató: "Desde el primer día yo estoy parada, pero
hay madres que se tiran en una cama, otras que no creen más en Dios. Vienen
deshechas, y con familias deshechas hay que seguirla. Yo de mi hijo aprendí la
libertad, y con su asesinato aprendí la lucha, y esa lucha va terminar sólo
con mi muerte. Y ni siquiera así, porque ahora se que otros van a seguir".
PARIÓ A UNA LUCHADORA
El día en que Maximiliano Tasca emergió desde el vientre de su madre e inició
el viaje por esta vida supo inmediatamente que las cosas no le iban a ser fácil.
Siempre listo para aventurarse en el conocimiento del mundo, su primer enredo lo
tuvo al nacer: "Tenía dos circulares y media de cordón, era como un yo-yo
que quería salir y no podía", recordó Silvia, su mamá. Pero el destino
final de su viaje debería aguardar varias paradas más. Así fue como luego de
sobrevivir a su complicado parto, "a la asfixia provocada por el tren
delantero de un autito de juguete, y a una extraña picadura de hormiga que casi
lo mata"- rememoró Silvia-, Maxi salió presuroso a disfrutar de la vida y
a pelearla, si así fuera necesario.
En el camino todos estaban invitados a brindar por el goce. Así se fue llenando
de amigos, "desde los 'chetos' que compartían sus estudios de Relaciones
Internacionales en la Universidad del Salvador hasta el humilde barrendero del
barrio con el que conversaba largamente, desde los pibes de la murga Los pecosos
de Floresta o su banda de rock hasta el sheik de la mezquita o los compañeros
de sipalki, era cinturón verde", evocó Silvia. Ese vertiginoso recorrido
tendría un abrupto final, que llegaría después de un día de quemar gomas en
las calles de su barrio el 19 de diciembre de 2001 y de brindar a la salud de la
renacida rebeldía popular.
"El soñaba con ir a vivir a Egipto, enamorarse, trabajar, tener sus hijos
y morir allá. Tenía cinco años y ya decía que iba a ser arqueólogo",
recordó Silvia. Para cumplir parte del deseo de Maxi y previa donación de órganos
antes de la cremación, su madre viajó a Egipto y esparció sus cenizas entre
las pirámides, sarcófagos, y especialmente a lo largo del lecho del Nilo, el río
más extenso del mundo. Lo que ella no esperaba era encontrarse con él:
"El primer día entro a una de las pirámides, a la de Kefrén, y siento
que Maxi me dice "mami, acá, quiero acá, quiero acá". Entonces, a
escondidas, dejé parte de sus cenizas ahí. El último día, en el último
templo, en Asuán, escucho el silbido de Maxi, uno muy particular que él hacía
cuando llegaba a casa. Las rodillas se me aflojaron. Pasan un par de minutos y
regresa el silbido de Maxi. Entonces, aparece mi amiga Bety de atrás de una
columna con una palidez espectral y le pregunto, '¿lo escuchaste?'. Ella ya no
podía emitir sonido, solamente me hacía que sí con la cabeza. '¿Viste?, está
contento', le dije, está orgulloso de su madre, por todo lo que hice".
No es para menos. Maxi nunca hubiera imaginado a su madre organizando marchas,
brincando bajo la lluvia a la par de la hinchada de All Boys, recorriendo los
medios como locuaz oradora, resistiendo las amenazas telefónicas durante cuatro
meses, pero mucho menos trompeando a un colectivero que se atrevió a ofender la
memoria de los pibes de Floresta. No hubiera imaginado que al morir daría luz a
una luchadora.