La Eucaristía, pan
de vida
Homilía
de S.S. Juan Pablo II en la solemnidad del Corpus Christi
11 de
junio de 1998
1. «Tú caminas a lo largo de
los siglos» (canto eucarístico polaco).
La solemnidad del Corpus Christi
nos invita a meditar en el singular camino que es el itinerario salvífico
de Cristo a lo largo de la historia, una historia escrita desde los orígenes,
de modo simultáneo, por Dios y por el hombre. A través de los
acontecimientos humanos, la mano divina traza la historia de la salvación.
Es un camino que empieza en el
Edén, cuando, después del pecado del primer hombre, Adán, Dios
interviene para orientar la historia hacia la venida del «segundo» Adán.
En el libro del Génesis se encuentra el primer anuncio del Mesías y,
desde entonces, a lo largo de las generaciones, como atestiguan las páginas
del Antiguo Testamento, se recorre el camino de los hombres hacia
Cristo.
Después, cuando en la plenitud
de los tiempos el Hijo de Dios encarnado derrama en la cruz la sangre
por nuestra salvación y resucita de entre los muertos, la historia
entra, por decirlo así, en una dimensión nueva y definitiva: se sella
entonces la nueva y eterna alianza, cuyo principio y cumplimiento es
Cristo crucificado y resucitado. En el Calvario el camino de la
humanidad, según los designios divinos, llega a su momento decisivo:
Cristo se pone a la cabeza del nuevo pueblo para guiarlo hacia la meta
definitiva. La Eucaristía, sacramento de la muerte y de la resurrección
del Señor, constituye el corazón de este itinerario espiritual escatológico.
2. «Yo soy el pan vivo que ha
bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,
51).
Acabamos de proclamar estas
palabras en esta solemne liturgia. Jesús las pronunció después de la
multiplicación milagrosa de los panes junto al lago de Galilea. Según
el evangelista san Juan, anuncian el don salvífico de la Eucaristía.
No faltan en la antigua Alianza prefiguraciones significativas de la
Eucaristía, entre las cuales es muy elocuente la que se refiere al
sacerdocio de Melquisedec, cuya misteriosa figura y cuyo sacerdocio
singular evoca la liturgia de hoy. El discurso de Cristo en la sinagoga
de Cafarnaúm representa la culminación de las profecías
veterotestamentarias y, al mismo tiempo, anuncia su cumplimiento, que se
realizará en la última cena. Sabemos que en esa circunstancia las
palabras del Señor constituyeron una dura prueba de fe para quienes las
escucharon, e incluso para los Apóstoles.
Pero no podemos olvidar la clara
y ardiente profesión de fe de Simón Pedro, que proclamó: «Señor, ¿a
quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros
creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69).
Estos mismos sentimientos nos
animan a todos hoy, mientras, reunidos en tomo a la Eucaristía,
volvemos idealmente al cenáculo, donde el Jueves santo la Iglesia se
congrega espiritualmente para conmemorar la institución de la Eucaristía.
3. «In supremae nocte cenae,
recumbens cum fratribus...».
«La noche de la última cena,
recostado a la mesa con los Apóstoles, cumplidas las reglas sobre la
comida legal, se da, con sus propias manos, a sí mismo, como alimento
para los Doce».
Con estas palabras, santo Tomás
de Aquino resume el acontecimiento extraordinario de la última cena,
ante el cual la Iglesia permanece en contemplación silenciosa y en
cierto modo, se sumerge en el silencio del huerto de los Olivos y del Gólgota.
El doctor Angélico exhorta: «Pange
lingua, gloriosi Corporis mysterium...».
«Canta, lengua, el misterio del
Cuerpo glorioso y de la Sangre preciosa que el Rey de las naciones,
fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo».
El profundo silencio del Jueves
santo envuelve al sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Parece
que el canto de los fieles no puede desplegarse en toda su intensidad ni
tampoco, con mayor razón, las demás manifestaciones públicas de la
piedad eucarística popular.
4. Por eso, la Iglesia sintió
la necesidad de una fiesta adecuada, en la que se pudiera expresar más
intensamente la alegría por la institución de la Eucaristía: nació
así, hace más de siete siglos, la solemnidad del Corpus Christi, con
grandes procesiones eucarísticas, que ponen de relieve el itinerario
del Redentor del mundo en el tiempo: «Tú caminas a lo largo de los
siglos». También la procesión que realizaremos hoy al término de la
santa misa evoca con elocuencia el camino de Cristo solidario con la
historia de los hombres. Significativamente a Roma se la suele llamar «ciudad
eterna», porque en ella se reflejan admirablemente diversas épocas de
la historia. De modo especial, conserva las huellas de dos mil años de
cristianismo.
En la procesión, que nos llevará
desde esta plaza hasta la basílica de Santa María la Mayor, estará
presente idealmente toda la comunidad cristiana de Roma congregada
alrededor de su Pastor, con sus obispos colaboradores, los sacerdotes,
los religiosos, las religiosas y los numerosos representantes de las
parroquias, de los movimientos, de las asociaciones y de las cofradías.
A todos dirijo un cordial saludo.
Quisiera saludar en particular a
los obispos cubanos que, presentes en Roma desde hace algunos días, han
querido unirse a nosotros hoy, a fin de dar una vez más gracias al Señor
por el don de mi reciente visita e implorar la luz y la ayuda del Espíritu
para el camino de la nueva evangelización. Los acompañamos con nuestro
afecto y nuestra comunión fraterna.
5. Al celebrar hoy la fiesta del
Cuerpo y Sangre de Cristo, el pensamiento va también al 18 de junio del
año 2000, cuando aquí, en esta basílica, se inaugurará el 47°
Congreso eucarístico internacional. El jueves siguiente, 22 de junio,
solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, partirá desde esta
plaza la gran procesión eucarística. Además, congregados en asamblea
litúrgica para la Statio orbis, el domingo 25 celebraremos la solemne
eucaristía unidos a los numerosos peregrinos que, acompañados por sus
pastores, vendrán a Roma desde todos los continentes para el Congreso y
para venerar las tumbas de los Apóstoles.
Durante los dos años que nos
separan del gran jubileo, preparémonos, tanto individual como
comunitariamente, para profundizar el gran don del Pan partido para
nosotros en la celebración eucarística. Vivamos en espíritu y en
verdad el misterio profundo de la presenta de Cristo en nuestros tabernáculos:
el Señor permanece entre nosotros para consolar a los enfermos, para
ser viático de los moribundos, y para que todas las almas que lo buscan
en la adoración, en la alabanza y en la oración, experimenten su
dulzura. Cristo, que nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre, nos conceda
entrar en el tercer milenio con nuevo entusiasmo espiritual y misionero.
6. Jesús está con nosotros,
camina con nosotros y sostiene nuestra esperanza. «Tú caminas a lo
largo de los siglos», le decimos, recordando y abrazando en la oración
a cuantos lo siguen con fidelidad y confianza.
Ya en el ocaso de este siglo,
esperando el alba del nuevo milenio, también nosotros queremos unirnos
a esta inmensa procesión de creyentes.
Con fervor e intima fe
proclamamos:
«Tantum ergo Sacramentum
veneremur cernui... ».
«Adoremos el Sacramento que el
Padre nos dio. La antigua figura ceda el puesto al nuevo rito. La fe
supla la incapacidad de los sentidos».
«Genitori Genitoque laus et
iubilatio... ».
«Al Padre y al Hijo, gloria y
alabanza, salud, honor, poder y bendición. Gloria igual a quien de
ambos procede». Amen.
|