Es una tarde cálida
del mes de febrero. Tres jovencitas neoegresadas de
la Escuela "25 de Mayo" (Madres
Escolapias) veranean en la pintoresca Villa del
Lago y se desquitan del calor sofocante del día en
las frescas aguas de un caudaloso río serrano.
Suben luego a un islote del mismo para disfrutar de
la suave brisa que, al ocultarse el sol entre las
nubes, se hace cada vez más agradable. Tan
entretenidas están en su animada charla y tan
cómodamente recostadas en el verde y mullido
almohadón de césped, que no advierten el declinar
de la tarde, desorienta das, sin duda, por el denso
tul que cubre el cielo.
Asustadas de pronto por lo avanzado de
la hora se disponen a emprender el regreso. ¡Qué
horror!... La orilla está mucho más lejos que
antes, el agua baja turbia y la corriente es
impetuosa. Intentan arrojarse al río para cruzarlo
a nado, pero... imposible: la corriente amenaza
arrastrarlas.
-¡Socorro!! ¡So...co...rro!! ¡Au...xi...
lio!! -gritan las tres a coro con todas las fuerzas
de sus pulmones.
Por fortuna, sus voces llegan al otro
lado del río y al chalet de una de ellas. Se
agolpa la gente, muchos intentan salvarlas; pero
todo intento resulta inútil. La corriente es más
poderosa y cuantos se arriesgan son arrastrados por
las aguas, incluso caballos con sus jinetes.
Creyendo que la muerte es inminente,
las tres niñas ya sólo piensan en disponerse para
el momento supremo. A pesar de la semioscuridad,
divisan a lo lejos, entre la muchedumbre, a un
sacerdote; rezan el acto de contrición y claman
por la absolución. El Ministro de Dios se aproxima
a la orilla del río y ante la angustiosa súplica
de las tres niñas, pronuncia el confortante Ego
te absolvo.
Con el alma en paz, empiezan
tranquilas y serenas el rezo del santo Rosario,
dejando su suerte en manos de la Sma. Virgen. Crece
la ansiedad en los espectadores; la corriente no
mengua y las tinieblas de la noche ponen una nota
trágica y terrorífica ante la desgracia que todos
creen muy próxima. A la escasa luz de las
linternas se di visa el grupo inmóvil con las
manos juntas en actitud de reverente oración.
La ansiedad es cada vez mayor entre
los circunstantes, los cuales ven fracasados todos
los intentos de salvación. Llega desesperado el
padre de una de ellas, responsable de las otras
dos, como invitadas por su hija a pasar unos días
en su residencia veraniega. Quiere arrojarse al
agua; pero lo detienen a fin de que el desastre no
sea mayor. En este momento se rasgan las nubes y un
hermoso lucero aparece en el firmamento y con él
un rayo de esperanza. Acude a la mente del
atribulado padre la conocida exclamación de un
santo enamorado de la Santísima Virgen: "Mira
la estrella e invoca a María", y cae de
rodillas en demanda de auxilio del cielo, por
intermedio de tan buena Madre. ¿Quién ha invocado
a María que no haya experimentado su protección?
Se acuerda entonces de un hércules
que vive no lejos del lugar y que está avezado a
luchar con las más embravecidas aguas. Ha salvado
a muchos náufragos en situaciones difíciles.
Acude presuroso al llamado con el auxilio de
fuertes cordeles que sujetan un grupo de jóvenes y
valientes muchachos, desde la orilla se lanza
decidido al agua. Por momentos la linternas no dan
con él y se le cree ahogado y perdido.
Una explosión de ansiedad arranca de
todos los pechos:
-¡Ya llegó el salvador al islote!...
-exclaman. Este queda pasmado al ver la serenidad
de las niñas que se ceden mutuamente el turno, sin
considerar la urgencia y gravedad del caso. Están
bajo la soberana protección de la Estrella, y no
tienen miedo. Entre mil zozobras pasa a una,
después repite la hazaña y pasa a otra; la
tercera, casi desvanecida, corre gran peligro y por
un verdadero milagro llega a lugar seguro.
Es de suponer la emoción de las
niñas, de los familiares y de todos los que tan de
cerca presenciaron la escena. La estrella sigue
sobre sus cabezas con rutilante y magnífico
centelleo y todos la miran y dan gracias a Dios y a
María por su manifiesta protección.
El abnegado salvador no quiere
recompensa alguna; sin embargo, poco después
recibe, de parte de las niñas, un significativo
medallón de oro con la inolvidable fecha, y la
comunicación, de parte de las autoridades, de un
ascenso en la policía, a cuyo cuerpo pertenece.
"Mira la estrella, invoca a
María", si no quieres naufragar en el agitado
mar de la vida.
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