REVISTA "ANHELOS Y ESPERANZAS
Nº 27 - Mayo de 1954
 
 
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¡MIRA LA ESTRELLA, INVOCA A MARÍA!
 

   Es una tarde cálida del mes de febrero. Tres jovencitas neoegresadas de la Escuela "25 de Mayo" (Madres Escolapias) veranean en la pintoresca Villa del Lago y se desquitan del calor sofocante del día en las frescas aguas de un caudaloso río serrano. Suben luego a un islote del mismo para disfrutar de la suave brisa que, al ocultarse el sol entre las nubes, se hace cada vez más agradable. Tan entretenidas están en su animada charla y tan cómodamente recostadas en el verde y mullido almohadón de césped, que no advierten el declinar de la tarde, desorienta das, sin duda, por el denso tul que cubre el cielo.
   Asustadas de pronto por lo avanzado de la hora se disponen a emprender el regreso. ¡Qué horror!... La orilla está mucho más lejos que antes, el agua baja turbia y la corriente es impetuosa. Intentan arrojarse al río para cruzarlo a nado, pero... imposible: la corriente amenaza arrastrarlas.
   -¡Socorro!! ¡So...co...rro!! ¡Au...xi... lio!! -gritan las tres a coro con todas las fuerzas de sus pulmones.
   Por fortuna, sus voces llegan al otro lado del río y al chalet de una de ellas. Se agolpa la gente, muchos intentan salvarlas; pero todo intento resulta inútil. La corriente es más poderosa y cuantos se arriesgan son arrastrados por las aguas, incluso caballos con sus jinetes.
   Creyendo que la muerte es inminente, las tres niñas ya sólo piensan en disponerse para el momento supremo. A pesar de la semioscuridad, divisan a lo lejos, entre la muchedumbre, a un sacerdote; rezan el acto de contrición y claman por la absolución. El Ministro de Dios se aproxima a la orilla del río y ante la angustiosa súplica de las tres niñas, pronuncia el confortante Ego te absolvo.
  
Con el alma en paz, empiezan tranquilas y serenas el rezo del santo Rosario, dejando su suerte en manos de la Sma. Virgen. Crece la ansiedad en los espectadores; la corriente no mengua y las tinieblas de la noche ponen una nota trágica y terrorífica ante la desgracia que todos creen muy próxima. A la escasa luz de las linternas se di visa el grupo inmóvil con las manos juntas en actitud de reverente oración.
   La ansiedad es cada vez mayor entre los circunstantes, los cuales ven fracasados todos los intentos de salvación. Llega desesperado el padre de una de ellas, responsable de las otras dos, como invitadas por su hija a pasar unos días en su residencia veraniega. Quiere arrojarse al agua; pero lo detienen a fin de que el desastre no sea mayor. En este momento se rasgan las nubes y un hermoso lucero aparece en el firmamento y con él un rayo de esperanza. Acude a la mente del atribulado padre la conocida exclamación de un santo enamorado de la Santísima Virgen: "Mira la estrella e invoca a María", y cae de rodillas en demanda de auxilio del cielo, por intermedio de tan buena Madre. ¿Quién ha invocado a María que no haya experimentado su protección?
   Se acuerda entonces de un hércules que vive no lejos del lugar y que está avezado a luchar con las más embravecidas aguas. Ha salvado a muchos náufragos en situaciones difíciles. Acude presuroso al llamado con el auxilio de fuertes cordeles que sujetan un grupo de jóvenes y valientes muchachos, desde la orilla se lanza decidido al agua. Por momentos la linternas no dan con él y se le cree ahogado y perdido.
   Una explosión de ansiedad arranca de todos los pechos:
   -¡Ya llegó el salvador al islote!... -exclaman. Este queda pasmado al ver la serenidad de las niñas que se ceden mutuamente el turno, sin considerar la urgencia y gravedad del caso. Están bajo la soberana protección de la Estrella, y no tienen miedo. Entre mil zozobras pasa a una, después repite la hazaña y pasa a otra; la tercera, casi desvanecida, corre gran peligro y por un verdadero milagro llega a lugar seguro.
   Es de suponer la emoción de las niñas, de los familiares y de todos los que tan de cerca presenciaron la escena. La estrella sigue sobre sus cabezas con rutilante y magnífico centelleo y todos la miran y dan gracias a Dios y a María por su manifiesta protección.
   El abnegado salvador no quiere recompensa alguna; sin embargo, poco después recibe, de parte de las niñas, un significativo medallón de oro con la inolvidable fecha, y la comunicación, de parte de las autoridades, de un ascenso en la policía, a cuyo cuerpo pertenece.
   "Mira la estrella, invoca a María", si no quieres naufragar en el agitado mar de la vida.


 

 

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