POLÍTICA&ECONOMÍA


LOS LATINOAMERICANOS VOTAN CON LOS PIES

Carlos Ball

Durante mi juventud, Caracas se convirtió en una ciudad próspera, repleta de inmigrantes. Constructores italianos transformaban barrios enteros de la capital, portugueses dedicados a la venta de comestibles ampliaron el menú de la familia venezolana, mientras que canarios y españoles se adaptaban rápidamente a su nueva patria y los veíamos enseñando en los colegios, escribiendo en los diarios y vendiendo en las tiendas. Pero Venezuela es hoy un país de emigrantes y, dada la rampante xenofobia europea que refleja corta memoria, los venezolanos nos venimos a vivir y a trabajar a Estados Unidos. Aquí nuestros hijos encuentran un ambiente de libertad que les permitirá prosperar según su propia capacidad, esfuerzo y dedicación, sin tener que depender de algún padrino político o concesión oficial. 

Con excepción de Colombia, donde la elección de Álvaro Uribe abre nuevas esperanzas, el panorama latinoamericano es sombrío. Luego de medio siglo de infames políticas desarrollistas, donde los gobiernos han jugado un papel planificador, interventor y proteccionista, nuestras economías siguen siendo monoproductoras, cuando el café, el azúcar e inclusive el petróleo sufren de precios históricamente bajos. Además debemos inmensas sumas a todas las agencias multilaterales y nuestros políticos siguen pensando que la salida de la crisis es endeudar más aún a las futuras generaciones.

El titular más grotesco y divertido que he leído en mucho tiempo fue publicado el 3 de junio en El Nuevo Herald: “Argentina molesta por mala actitud del FMI”. Claro que no son los ciudadanos argentinos quienes están molestos porque el FMI no les da más dinero, sino los mismos políticos que destrozaron al país robando, gastando y endeudándose mucho más allá de lo que la nación puede soportar. Eso no era posible mientras los créditos provenían de bancos y empresas financieras privadas, cuyos fondos son propiedad de inversionistas y depositantes. Sólo cuando el dinero proviene de impuestos que le son extraídos a ciudadanos del primer mundo para financiar los venáticos desvaríos de políticos del tercer mundo y la decisión de conceder o no el préstamo está en manos de burócratas internacionales, cuyos cargos no dependen de usar la cabeza, el resultado es la trágica comedia de errores que hoy padece América Latina.

Así, desde México a Chile aumentan los impuestos para incrementar el llamado “gasto social” y para cumplir con los pagos a las agencias multilaterales. Devaluación e inflación son los resultados colaterales, como también el aumento del desempleo y de la economía informal, la caída de las inversiones y la evasión fiscal. Es decir, nuestros gobiernos apoyados por las agencias multilaterales están activamente fomentando el círculo vicioso de la pobreza. Y, Estados Unidos, por su parte, aumenta su proteccionismo al acero—cerrándole las puertas a importaciones de productos siderúrgicos latinoamericanos—y también incrementa las subvenciones agrícolas, con lo cual fomenta la miseria en el campo de países pobres como Nicaragua, donde ahora el fríjol importado de Estados Unidos sale más barato que el cosechado localmente.

La respuesta de los latinoamericanos es votar con los pies, emigrando a Estados Unidos. Eso antes lo hacían principalmente campesinos mexicanos -llamados braceros- que venían a recoger cosechas, y también los cubanos huyendo de la crueldad y miseria del comunismo castrista. Pero ahora la inmigración latinoamericana abarca el arco iris completo: desde el Ph.D. de MIT que no regresa a su país después de graduarse hasta los nuevos braceros que ahora vienen caminando desde tan lejos como el Perú. 

Según el último censo, en Estados Unidos vivimos 31,3 millones de personas nacidas en el extranjero (11,3 millones más que en 1990) y 51,7% de ellos somos latinoamericanos. Sí, estamos aquí “por la mala actitud de nuestros gobiernos”, los cuales lejos de cumplir con sus obligaciones fundamentales de garantizar la vida y la propiedad de los ciudadanos, se dedican más bien a redistribuir la pobreza, a obstaculizar la iniciativa privada con infinidad de trabas y a robar al pueblo con inflación y malversación.