EL ÁNGEL QUE
CAYO DEL CIELO ~*~
El pequeño Salomón se
agarró a las mangas del abrigo de su abuelo zarandeándolas, mientras
reclamaba su atención.
- ¡Abuelo, abuelo, cuéntame otra vez el
cuento del ángel que se cayó del cielo!
Y el anciano sonrió, con esa paciencia y comprensión que sólo
poseen los abuelos. Y mientras sonreía su rostro era surcado por miles de
pequeñas arrugas que rodeaban aquellos ojos pequeños y brillantes, que
tantas cosas habían visto a lo largo de tan intensa
existencia.
- Claro que si, Salomón. Pero ven, acércate al fuego,
no querrás que tu madre me regañe si llegas constipado a casa ,
¿verdad? El pequeño Salomón negó con la cabeza mientras se sentaba
junto a su abuelo, al calor de la lumbre. El anciano abrazó a su nieto
mientras señalaba algún remoto lugar en aquel inmenso cielo plagado de
estrellas. - Ves aquellas tres estrellas? -preguntó a
su nieto, que asintió en silencio- Pues allí es
donde vivía, hace muchos , muchos años, un
joven ángel ,
tan curioso e inquieto como tu. Un
día el ángel se acerco a su
padre, que era otro ángel mas anciano
aun que yo , y le pregunto porque
todos los días miraba con tanta añoranza
a este planeta azul en el que
vivimos nosotros...
- Abuelo, ¿los ángeles viven muchos años? - Claro
que si Salomón , muchísimos años...
- ¿Y tienen papá y mamá, como yo? - No
exactamente . Verás, en el mundo
existen algunos animales, como los peces , o
los caracoles , que pueden ser varón y hembra a
la vez... y los ángeles son como
ellos , o como las células más pequeñitas
que tienes en tu cuerpo. Ellos
son papá y mama a la vez , y
cuando llega el momento, crean otros angelitos, igual que las
células se reproducen a si mismas. El Universo es como un
gigantesco ser vivo, y los ángeles son como las
pequeñas células que llevan la vida
de un lugar a otro de ese
cuerpo...
El anciano echó un nuevo tronco al fuego, y arropando a su nieto
con la vieja manta de cuadros verdes y azules, continuó el
relato.
- Pues ese día , el joven ángel
pregunto a su padre porque todos los días miraba
con tanta atención al planeta azul, existiendo tantos planetas en el
universo. Y su padre, que era un ángel muy viejo y muy
importante, uno de los primeros de la creación, le respondió
que en este planeta existían todas las cosas buenas y malas de los demás
mundos. Todos los colores, contrastes y sentimientos que existen en el
universo. Y el joven ángel, devorado por su curiosidad adolescente,
decidió escaparse esa noche para visitar el planeta azul. Y así lo
hizo. Viajó, volando con sus alas a la velocidad del pensamiento, que
es como viajan los ángeles, y llegó a la Tierra en un suspiro. Y se
preguntó cuál seria el mejor lugar para empezar a conocer la vida del
planeta azul. Y entonces descubrió una remota casita, en una pequeña
aldea, en la que una mujer estaba a punto de traer un bebe al mundo, y
pensó que ese seria el mejor modo de tomar contacto con el planeta, como
lo hacen todos los humanos... naciendo. Y entonces se coló en el
cuerpo del bebe justo un segundo antes de nacer...
- ¿Y al bebé no
le dolió, abuelo? - Claro que no, porque en realidad los ángeles están
hechos de la misma sustancia que los sueños. Y solo se hacen
materiales cuando ellos quieren, aunque, cuando un humano se conecta con
ellos, pueden ser tan reales y palpables como un sueño, o como una
pesadilla. Y verdad que los sueños son muy reales? - El pequeño
Salomón asintió con la cabeza mientras abría mucho los ojos-
Pues bien, el joven ángel se acomodo en un rinconcito del alma
del pequeño bebe, para sentir la experiencia del nacimiento...
-
Pero abuelo, ...¿los ángeles no nacen? - No exactamente, Salomón. Es
como los huevos de las aves. Son creados en un envoltorio exterior a sus
padres, no vienen al mundo como lo hacen los humanos, que crecen dentro
de la barriguita de sus mamas como si fuesen un trocito de su cuerpo
que de pronto tiene vida propia.
Y eso fue lo que experimento el joven ángel.
Primero se sintió protegido. Una sensación de protección y de
seguridad que no había sentido jamás. Se notaba flotando en el vientre
de la madre, rodeado de calor y de serenidad. Y gozo de esa sensación.
Se dejo llevar por esa serena placidez que sienten los bebes antes de
nacer.
¿Tú te acuerdas de esa sensación, Salomón? El pequeño frunció el
entrecejo y negó con la cabeza. Y después de unos segundos respondió con
mucha resolución: - Claro que no abuelo, eso pasó cuando yo era muy
pequeño. Ahora ya soy más mayor. - Por supuesto, hijo mío -respondió el
anciano mientras iluminaba el rostro de su nieto con una inmensa sonrisa,
y prosiguió-.
Pues veras, el joven ángel se encontraba disfrutando
de esa ingrávida serenidad cuando de pronto todo cambio. De repente vio
una luz al final de una especie de túnel oscuro, y sintió una ráfaga de
frío. Y todo comenzó a agitarse. Noto la corriente que producía el
corazón de su madre al bombear a toda prisa, y sintió una sensación de
vértigo, mareo y miedo, todo mezclado, cuando unas manos le aferraron por
la cabecita.
Bueno, en realidad la cabecita del bebe. Entonces se sintió
arrastrar hacia la luz, y hacia el frío. Y la sensación de seguridad
desapareció, y solo sintió miedo, miedo a lo inesperado, a lo
desconocido. Era la primera vez que sentía miedo, porque los ángeles no
sienten temor. Entonces ocurría algo extraño. La enorme luz que lo
rodeaba todo le cegó. En realidad todos los bebes nacen cegados porque
están acostumbrados a vivir en oscuridad durante nueve meses.
Te imaginas vivir nueve meses a oscuras y de pronto ser rodeado
de mucha, mucha luz? - ¿Cómo cuando vamos al cine y se encienden las
luces al final de la película?
- Si, algo así. Pues bien, como no
podía ver, el ángel se concentro en todas las sensaciones que el bebe
podía percibir a través de los sentidos. Y lloro. Lloro con todas sus
fuerzas, porque era la única forma de expresar el frío y el miedo que
sentía. Y mientras lloraba pudo escuchar las voces de los médicos y
sintió como le cortaban el cordón que le unía a su mama. Y entonces
sintió mas miedo que nunca, porque por primera vez estaba solo en el
mundo. Pero afortunadamente esa sensación duro poco, porque enseguida
noto como lo colocaban sobre un pecho cálido y acogedor. Sintió como
alguien lo abrazaba con un calor especial, muy parecido al calor que había
sentido en el interior de la oscuridad, y supo que ahora estaba del otro
lado, sobre el vientre en que había estado creciendo durante nueve
meses.
Y volvió a sentir la sensación de calor, de protección y de
seguridad que había sentido unos minutos antes de ser arrastrado hacia la
luz. Y sintió algo mas... una sensación extraña que sentía por primera
vez... el amor. El amor que sienten madre e hijo en el momento de
nacer. Una sensación única en el universo... El anciano se detuvo
unos instantes en su relato, como si intentase recordar algo, mientras se
dejaba embriagar por el fastuoso espectáculo de las mil estrellas que
coronaban el firmamento... - ¿Y que pasó? -inquirió el
pequeño.
- Pues que el joven ángel permaneció en aquel cuerpo algún
tiempo. Hasta que sintió curiosidad por saber si la mujer sentiría las
mismas cosas que sentía el pequeño, así que decidió pasar al alma de la
madre, y entonces se sintió invadido por un montón de sensaciones
distintas. Estaba claro que la mujer sentía muchas mas cosas que el
pequeño humano recién nacido. Sintió su preocupación, porque se
preguntaba muchas cosas sobre el futuro del bebe; sintió su ligero asomo
de amargura, por todo lo que implicaba aquel cambio en su vida; sintió la
generosidad, de quien estaría dispuesto a darlo todo,
hasta la vida, por su pequeño; sintió la alegría, la
infinita alegría de quien ha creado el milagro de la vida desde dentro
de si misma...
El joven ángel estaba desbordado, y a la vez fascinado, por
tantas sensaciones nuevas. Y entonces detecto una sensación
especial. Le costo identificar aquel sentimiento entre el torbellino de
emociones que inundaban el corazón de la mujer. Era miedo. Pero no era
el miedo que había sentido el bebe al nacer. Era un temor, una
preocupación, una profunda inquietud por alguien que estaba lejos. Se
trataba de su marido, el papá del pequeño bebé, que era soldado en una
remota guerra. Y el ángel sintió una enorme curiosidad por conocer al
padre de aquel pequeño y se dejo llevar por los pensamientos de la mujer
hasta el lugar donde se encontraba el joven soldado.
Porque las personas que se aman siempre están unidas de una forma
muy sutil por sus pensamientos, como madre e hijo lo están por el cordón
umbilical. Y así, siguiendo ese cordón de pensamientos, le resulto fácil
encontrar al padre del bebe.
- ¿Y dónde estaba?
- En un
lugar muy triste y siniestro. Las guerras son los lugares mas tristes y
siniestros del mundo. El ángel se dejo conducir por los pensamientos de la
mujer hasta la mismísima alma del joven soldado, para curiosear en sus
sentimientos. Y de nuevo fue arrollado por un montón de nuevas
sensaciones. Descubrió el orgullo, casi la vanidad que embargo el
corazón del joven soldado cuando recibió la noticia de que era padre de un
varón. Y sintió la esperanza, una sensación nueva. La
esperanza en un futuro incierto, que el joven soldado proyectaba en la
imagen de su hijo. Y la añoranza, un sentimiento extraño que oprimía el
corazón de aquel humano al recordar el rostro de su esposa y de su
hogar. Y el joven ángel, cada vez mas curioso, se dejo impregnar de
aquellas sensaciones tan intensas y tan inesperadas. Para un ángel
curioso todas esas emociones son embriagadoras.
Así que decidió quedarse cerca de aquel cuerpo algún tiempo. Y una
noche, una noche fría como el nacimiento, descubrió otros sentimientos
humanos...
- ¿Qué pasó, abuelo? Ahora era el anciano quien
fruncía el entrecejo, intentando ganar tiempo para poder encontrar las
palabras que hiciesen comprensible lo incomprensible...
- Pues esa
noche el joven soldado tenia que participar en una batalla. Y el ángel
pudo sentir de nuevo el miedo, pero un miedo diferente, mas frío, mas
impersonal. No era un temor a nada en concreto, sino mas bien una
especie de compañero que parece implícito a todos los soldados que van a
entrar en combate. Una sensación agobiante, amarga y pesada que parece
adherirse al cuerpo como la ropa mojada. Pegándose como una segunda piel
que te oprime y casi no te deja respirar. Pero sintió mucho mas.
Sintió una especie de orgullo forzado.
Un intento desesperado que el joven militar hacia para
auto-convencerse de que hacia lo correcto. Y noto algo llamado
patriotismo, una justificación que el soldado y todos sus compañeros
forzaban en sus corazones para encontrar el valor necesario.
Y sintió otra sensación terrible, el odio. Un odio tan
ficticio como visceral y primitivo, que los jóvenes soldados tienen que
encontrar en lo mas profundo de sus corazones para poder cumplir con su
deber de soldados. Y pudo notar como ese odio era liberado como
una fiera hambrienta. Una fiera que iba apoderándose de todos los
rincones del alma y que poco a poco iba obnubilando la conciencia. Y se
dejo llevar, junto con el soldado, por aquel feroz sentimiento. Y toma
su arma, y salió al campo de batalla, y corrió, corrió como un tigre,
disparando y gritando casi a ciegas para intentar acallar los susurros que
le llegaban desde lo mas profundo de su conciencia. Susurros de
reproche, que enmudecían ante los bramidos que proferían todos sus
compañeros entre el barro de las trincheras:
¡Patria!, ¡honor!, ¡bandera...!. Y sabes lo mas curioso? Pues que
cada una de esas palabras realmente tiene un sentimiento. Y así el
joven ángel pudo sentir el orgullo y el compromiso que pueden producir en
el corazón de un soldado un trozo de tela de colores, o un uniforme.
Hasta que de pronto todo cambio....
- ¿Qué cambió,
abuelo?
- Todos los gritos, el honor, la bandera... de pronto todo
se hizo silencio cuando el joven soldado cayo dentro de una trinchera, y
se encontró cara a cara con otro soldado. No era tan joven, y vestía un
uniforme diferente, pero tenia un arma muy parecida, y entonces el ángel
pudo notar como en el corazón del muchacho surgía un nuevo sentimiento:
supervivencia.
Esa era una sensación aún más extraña que las anteriores; como una
tormenta en el alma, en la que se mezclaban el miedo, la añoranza, y el
odio al enemigo que debía justificar los actos del soldado. Y
detectó la duda. La inseguridad que sentía el joven militar al
enfrentarse a la responsabilidad de tomar una decisión por sí mismo,
sin órdenes ni mandos... debía matar o morir. Y entonces se
empapo en aquélla fantasía de odio que generaba su corazón, y se aferró al
honor, a la bandera y a la patria, para encontrar fuerzas y apretar el
gatillo. Y lo apretó. Y un sonido atronador lo lleno todo, como la
explosión de una estrella, como el bramido de una ola a romper contra las
rocas, como el rugido de un león en la selva mas frondosa. Era el
sonido de la muerte. La muerte que abrazó al soldado del uniforme
diferente mientras caía al suelo como un traje que se cae desde la percha
que lo sostenía, vació y flojo. Y entonces el ángel experimento en el
corazón del joven soldado otra nueva sensación, amarga, desagradable,
pesada: el arrepentimiento.
Una tremenda congoja que oprime el
pecho hasta producir dolor, una tristeza infinita que lo envolvía todo, y
que parecía enmudecer el fragor de la batalla. Y el joven soldado callo
de rodillas al lado del enemigo, mientras sus ojos se empañaban por las
lágrimas, haciéndolo todo borroso, tan borroso como en un mal sueño.
- ¿Y qué hizo el ángel? De nuevo el anciano abrazó a su nieto,
arropándolo con la gruesa manta de lana que cubría sus piernas. Después
suspiró profundamente y continuó su relato.
- Pues la verdad es
que el ángel se sentía confuso. Los ángeles no están acostumbrados a
tantos sentimientos. Pero estaba fascinado, y pudo ver, a través de los
ojos empañados del joven soldado, como el enemigo extendía su mano hacia
él. Y como el lloroso militar dejaba caer su fusil y tomaba aquélla mano que le ofrecía el hombre al que acababa de disparar, mientras
clavaban sus miradas,
el uno en los ojos del otro. Y el arrepentimiento fue todavía
mayor. Entonces el ángel sintió una infinita curiosidad por saber
cuales serian las sensaciones de aquel ser terrible, cruel y maligno que,
según los pensamientos del joven soldado, debería ser el
enemigo. Porque el enemigo, en el corazón de los soldados, siempre ha
de imaginarse como un ser maligno al que deben destruir. Y se dejo caer, a
través de las miradas que ahora unían a aquellos dos soldados hasta
penetrar en el alma del enemigo. Y se sorprendió. Se sorprendió al
descubrir que aquel ser terrible en realidad tenia los mismos sentimientos
que había descubierto en el padre del bebe. Tenia los mismos miedos, y
el mismo odio, y la misma justificación cementada en una bandera y un
uniforme...
eso sí, una bandera y un uniforme de diferentes colores. Y
curiosamente aquel hombre, cuya vida se estaba fugando a través del
agujero en el pecho que no cesaba de manar sangre, también tenia
hijos... dos hijos, y un nieto recién nacido, como el bebe del joven
soldado. Y ahora sentía la misma añoranza, y el mismo temor. Temor a un
futuro incierto en el que él ya no podría proteger a sus pequeños. Y el
ángel descubrió un sentimiento nuevo;
la responsabilidad. El compromiso que un padre asume para proteger
y cuidar a su familia. Y sintió de nuevo aquélla sensación tan intensa: el
amor.
El amor que aquel hombre a punto de morir sentía hacia su esposa y
hacia sus hijos, que ahora estaban a miles de kilómetros. Pero también
un extraño amor que ahora manaba del mismo corazón que un instante atrás
ocupaba el odio hacia el hombre que le estaba robando la vida. Porque
aquel soldado, que se hundía en el barro de la trinchera mientras la
vida se le escapaba del cuerpo, se hacia consciente en ese instante de lo
absurdo y ficticio de su odio al enemigo. En los últimos segundos que
le quedaban de vida quien tomaba su mano, con los ojos cubiertos de
lagrimas, era el enemigo al que sus compañeros le habían enseñado a
odiar. Era el hombre que le había hurtado la existencia al dispararle
en aquélla trinchera. Pero el soldado moribundo también era consciente
de que, de haber sido mas rápido, habría sido él quien habría disparado
sobre el joven soldado que ahora le consolaba. Y seguramente en ese
momento sentiría la misma infinita amargura, el mismo desconsolador
arrepentimiento, y la misma furiosa tristeza, que reflejaban los
llorosos ojos de su enemigo. Y entonces el ángel descubrió que el
corazón humano encierra muchos otros sentimientos, como el perdón. Y en
ese perdón el joven y curioso ángel detecto una enorme generosidad, y una
sensación de ingravidez y de libertad desconcertante. Pero no esa
sensación de ingravidez y de libertad, que habían nacido en el perdón, no
se limitaban al corazón del soldado que ya estaba siendo arrebatado por la
muerte. Era una sensación que parecía cubrir totalmente al soldado
herido. Era una especie de vació que de pronto se vio envuelto en una luz
enorme. Una luz intensa al final de una especie de túnel por el que el
soldado moribundo se sintió arrebatado. Y el ángel pudo experimentar de
nuevo esa sensación de vértigo, de temor y de velocidad al ser proyectado
hacia la luz que le esperaba al final de aquel nuevo túnel. Un túnel
muy parecido al que vio en el nacimiento del bebe, y entonces fue
consciente de que después de morir, los humanos vuelven a nacer a otra
vida diferente, como en un enorme ciclo, y decidió dejarse llevar por
la curiosidad y acompañar al soldado muerto en su nuevo viaje.
Y al llegar al final de la luz...
Justo en ese instante una voz femenina cortó bruscamente el
relato del anciano. Una voz femenina que pronunciaba su nombre, y el del
pequeño Salomón con un ligero tono de reproche... - ¡Vaya!, parece que
tu madre nos esta llamando.
Creo que ya es hora de que te vayas a dormir, pequeñuelo.
-
¡No, abuelo! Cuéntame sólo lo que pasó al final con el ángel... - Pues
veras, después de muchas aventuras, y de descubrir muchos sentimientos, se
sintió demasiado atraído por este planeta. Así que decidió volver hasta
allí arriba, hasta aquellas tres estrellas, para decirle a su padre que
ahora comprendía su fascinación por el planeta azul. Solo que el joven
ángel estaba mucho mas enamorado de este mundo que el ángel anciano, y
había decidido regresar al planeta azul. Y esta vez para
quedarse.
- ¿Pero los ángeles pueden vivir en la tierra? - Claro
que si. Lo único que tienen que hacer es entrar en el cuerpo de un humano
que acabe de morir. Es como un pacto entre caballeros. El humano, que
debe seguir su viaje en otro lugar, le presta al ángel el traje que ha
utilizado aquí, el cuerpo, y así esa es la única forma en que un ángel
puede experimentar en si mismo, y no a través del alma de otro hombre,
los miles de sentimientos y emociones que hacen de este planeta un lugar
único en todo el universo. Solo que, cuando un ángel decide caerse del
cielo para vivir en un cuerpo, debe adquirir un compromiso: Nunca mas
podré volver a utilizar sus alas para volar de cuerpo en cuerpo, y deberá
aprender a vivir y a sentir como un humano mas... lo que no es
poco.
La voz de la mujer volvió a reclamar al pequeño Salomón, ahora un
poco más enérgicamente que antes. Y el anciano besó en la mejilla a su
nieto, como invitación inequívoca a que entrase en la casa.
- Me
encanta este cuento abuelo. - Lo se hijo mío. Pero ahora debes irte a
la cama. Mañana te contare mas aventuras del ángel que se cayo del
cielo.
Y el pequeño Salomón se dirigió feliz y a la vez impaciente hacia
la casa. Cuanto antes se acostase, antes se haría de día, y podría
seguir escuchando las historias del ángel que se cayó del cielo de labios
de su abuelo.
*** Y mientras seguía con la mirada a su nieto, hasta perderse
tras la puerta de la cabaña, el anciano se acariciaba la vieja cicatriz
que tenía en el pecho. Una cicatriz que portaba desde que años atrás,
en una terrible batalla, un joven soldado le había disparado a quemarropa,
en una siniestra trinchera...
Un abrazo desde el alma...
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