4ª edición Lunes 29 de Octubre del 2007
   

Juan Albornos, alcohólico controlado:


“EL VICIO ME MANTUVO MUERTO TODA UNA VIDA”


Las conmovedoras palabras de una persona que gracias al cariño de su familia logró dejar de beber.


Cuando hablamos de alcoholismo y drogadicción, es común que lo primero que se nos viene a la cabeza es la imagen de una persona malograda, mal vivida, que no supo resistir los embates que le propinó la vida, dando un paso al costado en la interminable e incesante lucha contra los problemas. Claro, muchos casos deben bordear lo antes mencionado, pero existen otros que le han forjado la mano al destino y logran vivir controlando su adicción, ya que supieron encontrar las fuerzas y los incentivos para salir de ello. No es fácil superar una adicción, es más, se vive con ella y con el constante temor de recaer y, como los estudios señalan, las recaídas después de un tratamiento, dejan a la persona muy afectada; su efecto se manifiesta en un cúmulo de todo lo que en su tiempo de abstención la persona no consumió, y lo deja caer al momento de la recaída.
El apoyo familiar es fundamental para estos casos, por eso la historia de Juan Albornos (40 años y alcohólico controlado) es conmovedora, ya que ha sabido mantener un equilibrio en su vida, logrando controlar la adicción que lo aquejó durante varios años, llevándolo inclusive a perder el cariño de muchos de sus familiares y amigos, pero nunca fue dejado de lado por su madre y hermanos, quienes le brindaron el apoyo que le sirvió de puente para aferrarse a la vida nuevamente.


-¿Cómo empezó a involucrarse en tu vida el alcohol?
Yo tenía 17 años y cursaba cuarto medio. Mis padres eran separados y yo me fui a vivir con mi tía, ya que por diversos problemas no pude irme con mi madre y además no tenía buen trato con mi padre, lo cual me llevó a tomar esa decisión. A raíz de esto, me vi sólo y reconozco que mi personalidad era bastante convencible, por llamarlo así, entonces unos compañeros me dieron a probar y así comenzó todo. Al poco tiempo, iba cada vez más seguido a lugares donde vendían trago camuflado a los escolares, realizando la cimarra y mintiendo reiteradamente. Al principio, pensé que podía superar y dejar esto cuando quisiera, pero no tenía noción del daño que me estaba provocando. Cada vez era peor, de hecho, mi primera curadera, fue a la segunda semana de haber probado mi primer trago, después de aquel día, fueron borracheras constantes. Tuve la lamentable ventaja que mi tía era de avanzada edad y no se percataba de mis andanzas y mi madre, a quien veía semanal y obviamente, bueno y sano, no se enteró hasta muchos años después.

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