4ª edición Lunes 29 de Octubre del 2007
   

Entre Pañales y paredes corroídas

Como todos los vicios, la drogadicción y alcoholismo son problemas sumamente castigados y criticados por al sociedad. Constantemente somos testigos de cómo la sociedad castiga y discrimina a quienes han caído bajo los brazos de la droga. Quitándoles la oportunidad de trabajar, aunque se trate de individuos en vías de recuperación. La mayor razón de esto, es que debe ser sumamente difícil delegar y confiar responsabilidad a una persona que ni siquiera fue responsable por su propia vida.
Junto con lo anterior, Las drogas no solo causan severos daños a la salud, sino además estigmatizan a las personas, obligándolas día tras día a enfrentar una lucha personal contra sus propios fantasmas.

Era un día como cualquier otro en el Centro de Tratamiento y Rehabilitación del Hospital de Peñablanca. La mañana ha recién comenzado y sus paredes húmedas y musgosas develan que con el pasar de los años, el lugar se ha deteriorado. Se trata de una casona vieja, no de carácter ancestral pero si con un par de décadas al menos. El domicilio alberga a un poco más de 14 mujeres con sus respectivos hijos y uno que otro púber.
Mi primera impresión fue bastante estética u superficial, no era un lugar espacioso, ni mucho menos bien cuidado. Las paredes blancas que guiaban a los dormitorios estaban claramente corroídas y desteñidas en un blanco casi cobrizo, llenas de sospechosamente encubiertos dibujos y garabatos ilegibles que revelaban la presencia de niños en el lugar. Con cada uno de mis pasos la madera cruje mientras asomo mi cabeza hacia los dormitorios.
Era una habitación bastante grande como para haberse hecho con una intención personal. En ella había cerca de 6 camarotes de fierro pintado y una que otra pilcha en la cama.
“Ahí duermen los cabros” me dijo una voz amable. Giré entonces hacia donde provenía la voz y me dirigí a ella. Su nombre era Marcela (M.C.N.A.) de 17 años. Me llamó la atención la ansiedad que tenía por contar las cosas y sobre todo lo joven que era. La segunda habitación era de similar tamaño a la anterior, solo que poseía camas y mesillas pequeñas, posiblemente con algún fin de confección, cada cosa se encontraba premeditadamente puesta con el fin de no estorbar el libre transito hacia el pasillo así como el patio, pues al final de la habitación existía una pequeña puerta que guiaba a un pequeño pero muy bien cuidado jardín.

Nos sentamos en una de las mesillas y me contó sobre el lugar. El encargado del lugar es un psicólogo llamado Andrés Martínez, un tipo algo frío pero bastante responsable. El centro funciona de forma absolutamente gratuita y las internas voluntariamente deciden su ingreso. El principal propósito es abordar temáticas que trabajen diferentes áreas de la problemática femenina. Mujeres golpeadas, violadas y adictas son la fundamental preocupación del establecimiento.
En un comienzo solo mujeres adultas habitaban el lugar pero tiempo después se decidió por abrirlo también a adolescentes.

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