por F. Aliaga

Ese aroma a puerto

Cercano a la plaza Sotomayor, bajando por el costado, enmarcado por edificios de la Capitanía de Puerto y de la Aduana, ambos con torres que forman un portal hacia el mar, nos encontramos con el añoso muelle Pratt, lugar de embarco y desembarco, que con los años se ha trasformado en un lugar de enorme atractivo turístico.
Los turistas, acodados en las barandas son testigos vivenciales de la gran actividad que día a día ahí se desarrolla.  Y es que el emblemático Muelle Pratt tiene ese aire y aroma cien por ciento porteños; en él conviven a diario los mas diversos personajes, la fauna más heterogénea, obreros y turistas, marinos y lancheros, ambulantes y establecidos, gaviotas y palomas…
Parejas de enamorados se mezclan entre las diferentes siluetas que transitan de un lado a otro ofreciendo sus servicios en medio de griteríos, cumbias y curiosos, pero ninguna llama tanto la atención  como aquella situada entre la bahía y el inmenso mar. En un embarcadero de cemento con lanchas a motor ”Los lancheros” publicitan su labor a  viva voz y siempre ofreciendo una sonrisa. Muchos pasajeros suben en estas embarcaciones para realizar atractivos paseos por la rada de Valparaíso con el fin de apreciar los buques de cerca y especialmente la visión del Puerto desde alta mar.
El “loco” es uno de los más conocidos personajes que desde hace años ejercen esta tarea, se levanta cada mañana de madrugada a preparar su navío para la rutina diaria.
La tarde es lenta, no es mucha la actividad que se presenta, pero el “loco” es optimista: “Por lo general, la cosa mejora de noviembre en adelante, ahí es cuando llegan todos los turistas. Igual, hay que ponerle color a esta pega, ganarse al cliente, por eso aunque el paseo salga 2 Lucas, a veces hay que hacer un precio”. Y es que mientras nuestro protagonista sigue voceando su servicio, muchos otros hacen lo mismo. Amigos y Rivales, Socios y competidores deben convivir en armonía en el hábitat portuario.

Pero los lancheros y turistas no son los únicos en el lugar. Mientras la lancha del “loco” es abordada por turistas en su mayoría norteamericanos. Los vendedores ambulantes y artesanos hacen lo suyo también. Estos últimos llaman mi atención, por lo que me dirijo a la feria de artesanía ubicada a mano izquierda desde el lugar por donde ingresamos.
De pronto me vi abordado por chalecos de lana y alpaca, joyas lapislázuli, figuritas de porcelana y cobre, y un sinfín de merchandising porteño impresas con el tradicional cliché “Yo amo a Valparaíso”. Turistas fascinados recorren cada uno de los rincones del lugar, siendo uno de sus artilugios favoritos el legendario indio pícaro. No importa el tamaño ni el diseño, pues es casi inexplicable como una figura de tan sencillo funcionamiento y tan predecible resultado ha cavado en nuestros corazones situándose como uno de nuestros más característicos souvenirs.
Mi olfato es distraído por un aroma muy particular, muy distinto al clásico olor de las calles porteñas, es un aroma fresco que despierta mi apetito. Se trata del restorán Bote Salvavidas. Más de alguna vez escuché historias de mi abuelo que trataban de la degustación de los más exquisitos manjares marinos posibles de ser adquiridos en dicho lugar.
Sigo mi camino y me encuentro con una faceta muy distinta a las antes vistas. Esta no es alegre ni carismática, pero si muy humana. Mendigos y limosneros arquean sus brazos en señal de ayuda. Cabizbajos, buscan también obtener algún porcentaje del botín que recae en los bolsillos del turista. Quienes con espanto les entregan algo de dinero. Todo es siempre bien recibido.
El sol se empieza a poner, y la zona a despejarse. Diviso a lo lejos la lancha del “loco” que retorna a la bahía tras cumplida su labor. Me acerco al muelle observo el descenso de los pasajeros. Las ganancias no fueron muchas, pero sin duda que servirán para pasar el día. La noche comienza a aproximarse y la tarea portuaria llega a su fin. Historias que terminan y otras próximas a nacer. Recuerdo entonces una de las frases que el “loco” me dijo. “Aunque sea un trabajo rutinario, me hace feliz”.