...et ne nos indúcas in tentatiónem, sed líbera nos a malo. Amen.
2 Tes 2 (Los falsos maestros)
(1) Por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, (2) que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. (3) Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, (4) el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios. (5) ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros? (6) Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. (7) Porque el misterio de la iniquidad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, (8) entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida. (9) La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, (10) y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado. (11) Por eso Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira, (12) para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad. (13) Nosotros, en cambio, debemos dar gracias en todo tiempo a Dios por vosotros, hermanos, amados del Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad. (14) Para esto os ha llamado por medio de nuestro Evangelio, para que consigáis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. (15) Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. (16) Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, (17) consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena. (2do capítulo de la 2da carta de San Pablo a los Cristianos de Tesalónica)
El "libre examen" de la Biblia
-un error cardinal del protestantismo-
Extraido de la obra "¿Dónde dice la Biblia que...?" del padre Miguel Fuentes, disponible en este enlace
Según la doctrina del protestantismo
en general y también de las sectas derivadas de él, no es la Iglesia ni ninguna
otra autoridad externa, sino cada individuo, el que tiene que interpretar la
Biblia. Esto se denomina “libre examen”: cada uno interpreta privadamente la
Escritura con la ayuda del Espíritu Santo.
En la Declaración de Fe bautista se
lee: “Cada ser humano tiene el derecho de estudiarla (a la Biblia) para sí y
está en el deber de seguir sus sacrosantas enseñanzas”. “El protestantismo
—leemos en otro escrito protestante— es un testimonio histórico en favor del
derecho de libre examen y libre interpretación de las Sagradas Escrituras”.
“Solamente el libre examen debe interpretar la Biblia”, escribía un Pastor
protestante.
Debido a este principio, las Biblias
protestantes se publican sin notas, dejando al lector la interpretación de lo
que lee.
Es el Espíritu Santo –dicen— el que
tiene que enseñar al que la lee lo que dice la Biblia. En vez de la autoridad
de la Iglesia, la inspiración privada. Sin embargo, este principio es falso e
insostenible por varios motivos muy fuertes.
En primer lugar, no es bíblico.
¿Dónde dice la Biblia que cada uno debe interpretar la Biblia por sí solo sin
ayuda de ningún magisterio? En ninguna parte; y si –basados en el principio de
la “sola Escritura”– los protestantes sólo aceptan lo que dice la Biblia,
entonces deberían rechazar este principio porque no se encuentra formulado en
ningún lugar. Por el contrario, hay que decir que el principio es antibíblico,
puesto que si vamos a lo que dice la Biblia vemos que en ella no se dice que
cada uno lea la Biblia y la interprete por sí solo, sino que les sea predicado
y explicado lo que ella contiene. Es lo que hace Jesús con los discípulos de
Emaús (cf. Lc 24,13 y ss). Más aún, en este episodio Jesús critica a sus
discípulos por no entender lo que dicen las Escrituras: ¡Oh, insensatos y
tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! (Lc 24,25). O
sea, que los discípulos, habiendo leído (u oído en la Sinagoga) la Palabra de
Dios, no les había bastado con su sola interpretación para entender la verdad.
A los apóstoles se les manda, antes de la ascensión de Cristo a los cielos, que
vayan y prediquen la Buena Nueva –el Evangelio– a todas las gentes, diciéndoles
que quienes les crean se salvarán (cf. Mc 16,16); quienes crean la predicación
de los apóstoles; no se les manda escribir Biblias y repartirlas y dejar a cada
fiel a solas con el Espíritu Santo.
Este principio es también
antibíblico porque contradice lo que señala San Pedro en su segunda carta
hablando de las cartas de Pablo: “en las cuales [epístolas] hay algunas cosas
difíciles de entender, las cuales los indoctos y poco asentados tuercen, lo
mismo que las demás escrituras, para su propia perdición” (2Pe 3,16). Pedro
reconoce explícitamente que los poco preparados (“amatheis” en griego significa estúpidos, rústicos, groseros; y “astêriktoi” inestables y mal afirmados;
la Neo Vulgata traduce “indocti et
instabiles”) la tuercen y mal interpretan; por tanto la libre
interpretación que hacían estos tales de los escritos paulinos no provenía del
Espíritu Santo sino del diablo, puesto que desembocaba en “su propia perdición”
(“tên idían autôn apôleian”). San
Pedro califica estos escritos paulinos como “dusnoêtos”, es decir, difíciles. “Dus” en griego es un prefijo peyorativo indicando que no son
fáciles de entender.
También es testimonio de Pedro el
que toda profecía de la Escritura no se hace por propia interpretación (2Pe
1,20). Pedro desconfía de los autodidactas incompetentes que entienden y
comentan los textos a su manera (¿pero cómo podría tacharse así a cualquier
persona si el Espíritu Santo realmente guiase a cada cual en la interpretación
personal de la Biblia?). El término “epilusis”,
usado por Pedro quiere decir “solución de un enigma, interpretación” (cf. su
uso en Gn 40,8; 41,16), “respuesta a una investigación” (cf. Hch 19,39). Por
este motivo Jesús explicaba las parábolas a sus discípulos (cf. Mc 4,34) y no
los dejaba a solas con el Espíritu Santo (como hubiera hecho si se hubiese
guiado por los principios protestantes). Este versículo de Pedro como señala
Spicq en su comentario a las cartas petrinas(1), opone “Escritura” a “interpretación personal”, y
recuerda que “idios” (= propia; el
texto griego dice “ídias epilúseos”)
puede significar “por su propia cuenta”, “por sí mismo”; es la acusación que
Clemente hace a Simón el Mago, a saber: que quiso “alegorizar las palabras de
la Ley a su propia manera (“idia
prolépsei”)(2); esta
acepción está confirmada por el verbo con un genitivo: “ginesthai tinos” (= convertirse en propiedad de alguien, apropiarse
de algo) de tal modo que la traducción literal del versículo sería: “ninguna
profecía puede ser interpretada como algo propio de cada uno”. San Pedro no va
más allá indicando quién debe interpretar las palabras de Dios con autoridad,
pero el texto es suficiente para manifestar que proclamar un principio de
interpretación privada (o libre examen, que es igual) es contrario a su
pensamiento. Pensar que el Espíritu Santo inspira acertada y autoritativamente
a todo el que lee por su cuenta la Escritura, es responsabilizar al Espíritu
Santo de toda fantasía personal y ¡va contra lo que dice el mismo texto
bíblico! Todo esto dicho de modo positivo equivale a postular la necesidad de
una interpretación oficial (de la cual no se habla en el texto de Pedro).
Este principio, además, destruye la
unidad de la Iglesia porque produce anarquía doctrinal y caos teológico, puesto
que cada fiel puede interpretar como “el Espíritu le inspire”, pero de hecho,
muchos cristianos –de buena fe, pensamos– se creen inspirados con
interpretaciones diversas y contradictorias, como se ve por el permanente
desmembramiento de las iglesias protestantes en nuevas sectas y movimientos.
“Resulta que, dice el P. Colom, al leer un mismo pasaje de la Biblia, unos
entienden una cosa, y otros otra, aunque sea contradictoria de la primera.
Leyendo la misma Biblia, unos dicen que hay un solo Dios, y otros, que hay
varios dioses; unos creen que Jesucristo es Dios, y otros lo niegan; unos dicen
que hay infierno, y otros que no lo hay; unos entienden que hay que bautizar a
los niños, y otros que sólo a los adultos; y así en tantas cosas en que
difieren entre ellas los centenares de sectas protestantes. Ahora bien, ¿puede
el Espíritu Santo, que es Dios, inspirar cosas contradictorias? ¿Puede decirle
a uno que hay un solo Dios y a otro que hay varios dioses? ¿A uno, que
Jesucristo es Dios, y a otro, que no lo es? El Espíritu Santo no puede mentir,
ni puede decir la Biblia —palabra de Dios— cosas contradictorias. Entonces, el
principio del libre examen, defendido por las sectas como norma inmediata de
fe, que les señala lo que han de creer, es falso, y falsa también, por
consiguiente, la religión que lo enseña”.
Incluso vemos que importantes
autores han dado, en el curso de su vida, interpretaciones diversas de algunos
pasajes de la Biblia. Si el Espíritu Santo inspira a quien la lee, ¿es que el
Espíritu Santo se ha desmentido de sus anteriores inspiraciones?
Igualmente, este principio es falso
porque puede ser mal usado (y de hecho ha sido mal usado) por nuestras pasiones
desordenadas que, en muchos casos, tienden a buscar interpretaciones que no
exijan un cambio de vida sino que sean proclives a la indulgencia moral. Así,
entre algunas de las primeras sectas protestantes se buscó justificar la
poligamia (con el “creced y multiplicaos” de Gn 1,28); el Parlamento inglés
justificó el casamiento de Enrique VIII con Ana Bolena porque en 1Sam 1,5 se
encuentra el texto “amaba a Ana” (se refiere al padre de Samuel), y así podría
justificarse cualquier cosa.
Este principio es también
impracticable porque muchos tienen imposibilidad física (no saben o no pueden
leer), como niños, analfabetos, ciegos, incultos, etc.; y otros tienen
imposibilidad moral (quienes cuentan con poco tiempo o poca capacidad mental).
Es tan impracticable este principio
que los protestantes mismos lo practican sólo cuando les conviene (muchas veces
sin ninguna mala voluntad). Por ejemplo, muchos de ellos se enojarán al leer
estas cosas y tratarán de refutarlas, pero ¿con qué derecho? Si son fieles a su
principio, ¿por qué no me dejan tranquilo interpretando por mi cuenta la
Biblia? ¿Acaso el Espíritu Santo no puede ser quien me inspira a mí estas cosas
al leer la Biblia? Y si me las inspira a mí, ¿qué tienen ellos que venir a
enseñarle a mi Maestro interior? Todo protestante que intenta enseñarnos algo o
corregirnos en alguna cuestión bíblica, traiciona el principio de libre examen.
Cuando un miembro de una secta nos
pregunta: “¿dónde dice la Biblia tal o cual cosa?”, si uno le respondiera: “me
lo inspiró el Espíritu Santo al leer una carta de San Pablo”, él debería
callarse, respetando su principio. Si no respondemos así, es por honestidad y
porque no se debe mentir y nosotros sabemos que ese principio es falso. Tal vez
algún miembro de una secta piense que el Espíritu Santo lo inspira a él o a los
miembros de su iglesia o secta y no a nosotros. En tal caso, ¿con qué derecho?
¿dice la Biblia en algún lugar que sólo inspirará al Pastor Jiménez o al
Ministro Bermúdez, o a tal o cual persona y no a las demás? El principio del
libre examen es, por eso, el principio del antimagisterio: no hay maestros en
cuestiones de fe. Pero esto, vale para todos, empezando por los pastores
protestantes, quienes deben limitarse a imprimir Biblias y regalarlas
callándose la boca.
Este principio además es desmentido
por todos (¡t-o-d-o-s!) los protestantes y miembros de sectas, pues todos ellos
reparten, regalan y leen traducciones de la Biblia, y no los textos originales.
Y toda traducción es una versión, es decir, una interpretación. Basta leer las
interminables discusiones filológicas y exegéticas entre escuelas y profesores
del mismo ambiente protestante (tómese el trabajo de ir a una Biblioteca y pida
algunos ejemplares de revistas bíblicas protestantes y verá que se discute
sobre el sentido de innumerables pasajes bíblicos). Por eso, toda traducción es
una interpretación dada por un autor determinado (incluso en versiones en
lenguas originales, pues hay muchas variantes en los diversos manuscritos y los
exegetas deben elegir; véase, por ejemplo, la versión del Nuevo Testamento
griego de Nestlé-Aland –protestante– con todas sus notas conteniendo diversas
variantes del texto. Si cada uno debe leerla e interpretarla solo, con la ayuda
del Espíritu Santo, ¿por qué la lee en una traducción que es ya una
interpretación dada por otro autor? Y si la interpretación de ese autor es
válida y me sirve, entonces ¿por qué la Iglesia católica no puede enseñar a
interpretar la Biblia si cualquier traductor lo hace? ¿Acaso no aceptan el
magisterio interpretativo de Reina-Valera los protestantes que leen su versión,
o los que usan la King James Version?
¿Acaso Lutero no tradujo –o sea, interpretó– y enseñó sus interpretaciones al
legar a sus fieles su versión de la Biblia? ¡Cierto que lo hizo, incluso
anulando pasajes que a él no le parecían inspirados! Y si Lutero podía ser
maestro de los demás, entonces no respetó su propio principio. Al menos ¿con
qué derecho se quita esta autoridad a los obispos, papas y sacerdotes católicos
pero se concede a los traductores y pastores? Me parece que ésta es una
variante de la ley de “la regla para tí, y no hay regla para mí”.
El principio del libre examen
encierra una gigantesca contradicción. Los protestantes niegan que la Iglesia
católica sea infalible, pero luego aceptan que cada uno de ellos es infalible
en su interpretación de la Biblia. Si ellos son infalibles, ¿por qué no puede
ser infalible el Papa? Y si el Papa es infalible (y todo el que lee la Biblia
es infalible en su interpretación de la Biblia, al menos en lo personal según
el principio protestante) ¿por qué no puede enseñar a otros algo en lo cual él
es infalible?
Si ellos (los protestantes) no son
infalibles, ¿por qué se ponen a objetarnos a los católicos las cosas que
creemos? Si no son infalibles, los equivocados pueden ser ellos. ¿Por qué
tenemos que ser nosotros los equivocados? Y si todos somos infalibles pero
todos creemos cosas diversas, entonces, ¿qué es la infalibilidad?
Lamentablemente, con estos
principios no cae la infalibilidad sino la Iglesia y la misma Biblia.
Los principios protestantes conducen
a la negación de la autoridad divina de la Biblia, como lamentablemente ha
ocurrido a muchos estudiosos y teólogos protestantes que han terminado en el
racionalismo negando todo valor histórico –primero– y revelado –al fin– a los
textos revelados.
Quiero terminar con el testimonio de
un ex pastor protestante, Bob Sungenis: “Al hojear la pila de libros católicos
que (unos amigos ex protestantes convertidos al catolicismo) me habían enviado,
lo primero que examiné fue la idea protestante de sola scriptura, la noción que sólo la Biblia tiene autoridad. Fue
como una cachetada en la cara cuando me di cuenta de la verdad de la
reivindicación católica que sola
scriptura es una doctrina falsa, una tradición de los hombres. La Biblia (y
por extensión sola scriptura) fue la
doctrina a la que dediqué mi vida. Al estudiar la enseñanza católica contra sola scriptura me di cuenta,
instintivamente, de que todo el debate entre el catolicismo y el protestantismo
podría resumirse en el concepto de la autoridad. Cada doctrina que uno cree
está basada en la autoridad que uno acepta. Decidí comprobar esta teoría de los
Reformadores pidiéndole a muchos estudiosos y pastores protestantes que me
ayudaran a encontrar sola scriptura
en la Biblia. En esta etapa, no me sorprendió que ninguno pudiera darme una
respuesta convincente.”
“Me citaban versículos que hablaban
de la veracidad e imposibilidad del error en la Biblia, pero no me podían citar
una frase que dijera explícitamente que las Escrituras son las únicas que
tienen formalmente autoridad suficiente.
Curiosamente, algunos de estos
protestantes tuvieron la honestidad de admitir que en ningún sitio de la Biblia
se enseña sola scriptura, pero
compensaban esta laguna diciendo que la Biblia no tiene que enseñar sola scriptura para que la doctrina sea
cierta. Pero yo me di cuenta de que esta posición era insostenible. Porque si
la sola scriptura –la idea que la
Biblia es formalmente suficiente para los cristianos– no es enseñada en la
Biblia, la sola scriptura es una
propuesta falsa y contradictoria en sí.”
“Al estudiar las Escrituras a la luz
del material que me había sido enviado, empecé a ver que la Biblia señala a la Iglesia
–y no a sí misma– como la máxima autoridad en asuntos doctrinales y
espirituales (cf. 1Tim 3,15; Mt 16,18-19; 18,18; Lc 10,16).
(...) Reconocí que la Biblia, aunque
contiene la revelación inspirada por Dios, no puede ser la ‘autoridad’ máxima,
pues depende de personas que razonan para observar lo que dice y, más
importante aún, para interpretar lo que significa. Además, sabía que la Biblia
nos advierte que contiene información difícil y confusa que puede ser (si no
tiende a ser) tergiversada en un sinfín de interpretaciones falsas e
imaginarias (cf. 2Pe 3,16). Durante los años que anduve perdido en el desierto
teológico del protestantismo, siempre supe que había algo equivocado, pero no
sabía exactamente qué. Ahora empezaba a enfocar el problema y a discernir las
partes del rompecabezas. Mientras más profundizaba, más me daba cuenta del daño
que la teoría de sola scriptura había
hecho a la cristiandad. La más evidente en este sentido era el protestantismo
mismo: una enorme masa de denominaciones en conflicto y desacuerdo, ocasionado
por su propia naturaleza de ‘protesta’ y desafío, una interminable
proliferación de caos y controversia.”
“Mis diecisiete años de estudios
bíblicos protestantes me aclararon una cosa: sola scriptura era un eufemismo para ‘sola ego’. Lo que quiero decir es que cada protestante tiene su
propia interpretación de las Escrituras, y, claro está, cree que la suya es
superior a la de los demás. Cada uno da su punto de vista, asumiendo que el
Espíritu Santo le ha guiado a esa interpretación personal”(3).
(1) Cf. C.
Spicq, Les Épitres de Saint Pierre, Gabalda Ed., Paris 1966, pp.
224-226.
(2) Ps. Clemente, Homilia 2,22.
No se trata de Clemente Romano sino de otro Clemente, denominado “Pseudo”
Clemente para diferenciarlo del pontífice del mismo nombre.
(3) Bob Sungenis, De la
controversia a la consolación, en: Patrick Madrid, Asombrado por la
verdad, Basilica Press, Encinitas, Estados Unidos 2003, p. 135-137.
Revista Digital Fides et Ratio - Abril de 2009