Adoro te devote, latens deitas, quae sub his figuris vere latitas: tibi se cor meum totum subicit, quia te conemplans totum deficit, visus, tactus, gustus in te fallitur. Sed auditu solo tuto creditur, credo quiquid deixit Dei Filius: nil hoc Verbo veritatis verius.
Sección Anecdotario: la paz es el resultado de la "guerra"
1) Para saber
Durante
la Segunda Guerra Mundial,
el filósofo alemán Landsberg llevaba siempre
consigo un frasco con un poderoso
veneno. No lo tenía para utilizarlo contra el enemigo, sino
para tomarlo él
mismo como último recurso si acaso era apresado por la
policía nazi, pues ésta
era muy cruel con los prisioneros.
Vivía
atemorizado de que en
cualquier momento dieran con él. Sin embargo, a mitad de
Toda
la humanidad desea una paz
duradera. Sin embargo, es preciso primero tenerla en nuestra alma.
Las
guerras vienen porque los
hombres no tienen en su interior la paz sino odios o
egoísmos. En cambio, todos
experimentamos cómo al hacer una buena obra, nos deja una
gran paz interior.
2) Para pensar
Había
un joven de treinta años que
después de llevar una vida agitada y descarriada,
sentía el corazón triste y
vacío. Cansado de esa vida, intentó buscar la paz
en su alma. Un día se levantó
temprano, se sentó junto al mar, contempló un
bello amanecer, e hizo oración.
Al pedir un poco de paz, le pareció escuchar: “Si
buscas la paz, búscala más
arriba”.
Entonces
dirigió su vista a los
altos montes y les pidió la paz. Le pareció
volver a escuchar: “Si quieres paz,
búscala más arriba”. Miró
entonces hacia las estrellas y
les suplicó un poco de su paz. Otra vez escuchó:
“Si quieres paz, búscala más
arriba”.
Comprendió
al fin que la paz sólo
podría encontrarla en lo más alto, en Dios,
llevando una vida de acuerdo a su
voluntad. Ese joven que por fin encontró la paz
llegó a ser el gran filósofo y
teólogo San Agustín. Él mismo nos
ofrece una maravillosa definición: “La paz es
la tranquilidad en el orden” (“La Ciudad de
Dios”, 19, 13,1).
La
paz es el resultado de que haya
orden entre Dios y nosotros, entre nosotros y los demás. Ese
orden se rompe
cuando cedemos ante los deseos desordenados: en eso consiste el pecado.
Nos
“desordenamos” al no poner a Dios en el primer
lugar de nuestras vidas. Jesucristo
nos lo dijo muy claramente al señalarnos el principal
mandamiento: “Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con toda tu mente.” (Mt
22, 37-38).
El
desorden hace que algunos “huyan”
y busquen una falsa paz en la bebida, drogas u otro camino equivocado.
Esa
falsa solución lleva a un círculo vicioso:
mientras más se alejan de Dios, hay más
desorden y mayor intranquilidad, y mientras más
intranquilidad, más se alejan.
Sólo
con el perdón de Dios es posible
recuperar plenamente la paz; pensemos si sabemos buscarla
ahí.
3) Para vivir
Podemos
experimentar que el orden en
nosotros mismos se consigue sólo a través de la
lucha. Bien se dice que la paz
es consecuencia de
Cuando
no nos dejamos arrastrar por
nuestros afectos desordenados, nuestra alma se convierte en un
árbol que da
muchos frutos buenos.
Pongamos
nuestro esfuerzo en hacer
siempre la voluntad divina, y como resultado el Espíritu
Santo nos dará un gozo
espiritual que es uno de sus frutos: el gozo de la paz de Dios.
Revista Digital Fides et Ratio - Julio de 2008