Adoro te devote, latens deitas, quae sub his figuris vere latitas: tibi se cor meum totum subicit, quia te conemplans totum deficit, visus, tactus, gustus in te fallitur. Sed auditu solo tuto creditur, credo quiquid deixit Dei Filius: nil hoc Verbo veritatis verius.
Sección Anecdotario: la mejor cosecha
Recordábamos
en la ocasión pasada las respuestas que el Papa Benedicto
XVI contestaba a
varias personas. En una ellas, el Papa hizo una interesante
observación: “Si
vivimos con Cristo, también las cosas humanas nos
saldrán bien. En efecto, la fe no implica sólo un
aspecto sobrenatural; además,
reconstruye al hombre, devolviéndolo a su
humanidad”.
El
ser buen cristiano, no sólo nos ayuda y hace mejores en la vida
espiritual, sino también en nuestra vida ordinaria. Podemos
decir que lo
espiritual ayuda a lo humano y lo humano a lo espiritual.
Seguía
diciendo el Papa que “la fe se basa precisamente en las
virtudes
naturales: la honradez, la alegría, la disponibilidad a
escuchar al prójimo, la
capacidad de perdonar, la generosidad, la bondad, la cordialidad entre
las
personas. Estas virtudes humanas indican que la fe está
realmente presente, que
verdaderamente estamos con Cristo”.
Para
pensar
Estas
consideraciones del Santo Padre hacen recordar un curioso relato que me
envió
un amigo llamado Oscar y que nos debe llevar a pensar.
Sucede
que
había un agricultor que participaba todos los
años en la principal feria de
agricultura de la ciudad, y lo más extraordinario es que ya
llevaba varios años
en que siempre ganaba el primer lugar y se llevaba el trofeo al
“Maíz del año”.
Cada
año
llegaba con el maíz cosechado y salía vencedor
portando una faja azul
recubriendo su pecho que indicaba que su maíz era el mejor
de todos. Y no sólo
eso, sino que iba superando a sus cosechas pasadas. Todos estaban
asombrados.
Al
final
de la premiación los periodistas lo entrevistaron. Uno de la
televisión le hizo
la pregunta que a todos les interesaba: ¿Cómo
acostumbraba cultivar su valioso
producto? ¿Cuál era su secreto?
Al
agricultor no le importó revelarle su secreto: su
método consistía en compartir
buena parte de sus mejores semillas con sus vecinos, para que ellos
también las
sembraran. El periodista quedó sorprendido:
“¿Cómo es posible que les comparta
sus semillas cuando ellos están compitiendo directamente con
usted?” Pero el agricultor
le confirmó: “Bueno, es muy simple. Usted
sabrá que el viento recoge el polen
del maíz maduro y lo lleva de campo en campo, y eso ayuda a
que sea mejor el
producto. Si mis vecinos cultivaran un maíz de baja calidad,
la polinización
degradaría continuamente la calidad de mi maíz.
Si yo quiero cultivar maíz
bueno, tengo que ayudarles a cultivar el mejor maíz, y por
ello les doy a ellos
mis mejores semillas. A fin de cuentas es como todo: uno cosecha lo que
siembra.
Si decidimos estar en paz, no solo hemos de estar en paz con nosotros
mismos,
sino hemos de hacer que los demás consigan estar en paz. Y
si queremos vivir
felices, hemos de procurar que los demás sean felices
también.
Para vivir
Si
hacemos bien las cosas humanas, estaremos también poniendo
el “buen
terreno” para que crezca la “semilla
espiritual”, la Palabra de Dios”.
El
Papa concluía: “deberíamos poner mucha
atención en realizar bien y de
modo correcto nuestros deberes humanos: en la profesión, en
el respeto al
prójimo, preocupándonos de los demás,
que es el mejor modo de preocuparnos de
nosotros mismos, pues pensar en el prójimo es el mejor modo
de pensar en
nosotros mismos”.
Revista Digital Fides et Ratio - Octubre de 2008