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Sección Biografías: San Martín de Tours

San Martín de Tours
 

Martín nació en 316, en la región occidental del Danubio, en actual territorio húngaro. Su padre era pagano con grado militar en el ejército. Recibió en Pavía una esmerada educación, y allí conoció la religión cristiana. A los diez años se agregó al número de los catecúmenos, y algún tiempo después, manifestó la intención de huir a un desierto, con el anhelo de practicar el evangelio integral. Para librarlo de las influencias cristianas, su padre lo hizo soldado contra su voluntad y le incorpora al arma de caballería. El historiador Sulpicio Severo señala que intentó compatibilizar la vida de monje con la de soldado. En la Pascua de 339 fue bautizado y, desde entonces, pensó en entregarse exclusivamente al servicio de Dios. Pensaba que un cristiano no podía derramar la sangre de sus semejantes ni siquiera en la guerra. Llamado por el emperador Constante en 341 con motivo de una invasión de los francos, se propuso para ubicarse en la primera línea de combate, y sin armas, en el nombre del Señor, protegido por la señal de la cruz, no por la coraza ni el casco. A las pocas horas los francos pidieron la paz.

Después de este suceso, Martín viajó en Poitiers para formarse en la disciplina religiosa al lado de San Hilario, para volver a su Panonia natal y trabajar en la conversión de sus padres. Debió combatir a los arrianos, de quienes sufrió tormentos y azotes. Después de vivir como ermitaño en la Insula Gallinaria, se propuso introducir en las Galias la vida monástica, lo cual realizó sostenido por los consejos de Hilario.

Desde la recién constituida ciudad monástica de Ligugé, se creó un verdadero semillero de apóstoles, destinados a evangelizar la comarca y a combatir con audacia al paganismo. Se trabó en batalla espiritual con los druidas en medio de sus ritos y logró convertir los santuarios antiguos en iglesias y monasterios. Su paso quedó señalado con curaciones maravillosas y también con actos heroicos de fe y de valor.

En 371 se convirtió en obispo de Tours. El impulso de su actividad apostólica vio nacer en Francia a las parroquias rurales, las que contribuyeron a la formación de la sociedad agrícola del pueblo.

Las crónicas afirman que ni siquiera los demonios estaban excluidos de su compasión, a pesar de perseguirle de mil maneras. Se le presentaban en las formas más variadas: parecidos a Júpiter, a Venus, a Minerva, y, con más frecuencia, a Mercurio. A cada uno le llamaba por su nombre. Una vez el demonio tomó figura de rey coronado, y haciéndose pasar por Cristo, disputaba con Martín de teología, defendiendo una tesis rigorista con respecto a la salvación. «Tú eres el demonio—exclamó Martín—; pero para que veas cuan equivocado estás, yo te aseguro que a tí mismo, por miserable que seas, si te arrepintieses de tus crímenes, te alcanzaría misericordia.» Aquella bondad natural de su corazón habíase ido aumentando con los años. Al fin de su vida ya no se contentaba con dar la mitad de la capa. Aguardaba, un día, el momento de salir a decir misa, vestido de una túnica y un manto, cuando llegó hasta él un pobre casi desnudo. Le envió a su arcediano para que le diese con qué cubrirse, pero el arcediano no hizo caso. Entonces, el pobre volvió a su presencia, y él, quitándose la túnica, se la dio. Vino luego el arcediano a avisarle que el pueblo aguardaba. «Antes hay que vestir al pobre», dijo el obispo. Obligado por esta orden, el clérigo compró por cinco sueldos una túnica corta, burda y peluda, y con ella salió Martín a decir misa.

Su muerte, acaecida en 397, fue serena y confiada, como su vida. La tradición sostiene que, en el lecho de muerte, un demonio apareció a su lado. «¿Qué haces aquí, mala bestia? Nada tuyo encontrarás en mí; voy a ser recibido en el seno de Abraham.» Estas fueron las últimas palabras de aquel hombre extraordinario, uno de los primeros santos no mártires en ser venerados.

 

Varios siglos más tarde, el 20 de octubre de 1580, tres días después de la distribución de tierras en la recién fundada ciudad de la Santísima Trinidad en el puerto de Santa María del Buen Ayre, su fundador don Juan de Garay dispuso dar a la ciudad un patrono. Se eligió ¿al azar? el nombre de San Martín de Tours de entre los santos propuestos. Se repitió por el mismo método el sufragio, con idéntico resultado. Por el rechazo de algunos presentes, se intentó una nueva elección. Por tercera ocasión consecutiva, el nombre de san Martín de Tours cubrió con su capa a la ciudad naciente. Desde entonces, el 11 de noviembre, se conmemora el día del santo patrono de Buenos Aires. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en todo el resto de Argentina, la capital no celebra a su Patrono, pese a reiterados pedidos efectuados por la Junta de Historia Eclesiástica Argentina para que se reponga la festividad pública y el asueto.

 

¡San Martín de Tours, patrono de la Ciudad de Buenos Aires, ruega por nosotros!

   

Revista Digital Fides et Ratio - Noviembre de 2008

 

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