Lo que Dios quiera,
cuando Dios quiera, como Dios quiera
Sección Biografías: San Martín de Tours
Martín
nació en 316, en la región
occidental del Danubio, en actual territorio húngaro. Su
padre era pagano con
grado militar en el ejército. Recibió en
Pavía una esmerada educación, y allí
conoció la religión cristiana. A los diez
años se agregó al número de los
catecúmenos, y algún tiempo después,
manifestó la intención de huir a un
desierto, con el anhelo de practicar el evangelio integral. Para
librarlo de
las influencias cristianas, su padre lo hizo soldado contra su voluntad
y le
incorpora al arma de caballería. El historiador Sulpicio
Severo señala que
intentó compatibilizar la vida de monje con la de soldado.
En
Después
de este suceso, Martín viajó
en Poitiers para formarse en la disciplina religiosa al lado de San
Hilario,
para volver a su Panonia natal y trabajar en la conversión
de sus padres.
Debió combatir a los arrianos, de quienes sufrió
tormentos y azotes. Después de
vivir como ermitaño en
Desde la recién constituida ciudad monástica de Ligugé, se creó un verdadero semillero de apóstoles, destinados a evangelizar la comarca y a combatir con audacia al paganismo. Se trabó en batalla espiritual con los druidas en medio de sus ritos y logró convertir los santuarios antiguos en iglesias y monasterios. Su paso quedó señalado con curaciones maravillosas y también con actos heroicos de fe y de valor.
En 371 se convirtió en obispo de Tours. El impulso de su actividad apostólica vio nacer en Francia a las parroquias rurales, las que contribuyeron a la formación de la sociedad agrícola del pueblo.
Las
crónicas afirman que ni siquiera
los demonios estaban excluidos de su compasión, a pesar de
perseguirle de mil
maneras. Se le presentaban en las formas más variadas:
parecidos a
Júpiter, a Venus, a Minerva, y, con más
frecuencia, a Mercurio. A cada
uno le llamaba por su nombre. Una vez el demonio tomó figura
de rey
coronado, y haciéndose pasar por Cristo, disputaba con
Martín de teología,
defendiendo una tesis rigorista con respecto a la salvación.
«Tú eres el
demonio—exclamó Martín—; pero
para que veas cuan equivocado estás, yo te
aseguro que a tí mismo, por miserable que seas, si te
arrepintieses de tus
crímenes, te alcanzaría misericordia.»
Aquella bondad natural de su corazón
habíase ido aumentando con los años. Al fin de su
vida ya no se contentaba con
dar la mitad de la capa. Aguardaba, un día, el momento de
salir a decir misa,
vestido de una túnica y un manto, cuando llegó
hasta él un pobre casi desnudo.
Le envió a su arcediano para que le diese con qué
cubrirse, pero el arcediano
no hizo caso. Entonces, el pobre volvió a su presencia, y
él, quitándose la
túnica, se la dio. Vino luego el arcediano a avisarle que el
pueblo aguardaba.
«Antes hay que vestir al pobre», dijo el obispo.
Obligado por esta orden, el
clérigo compró por cinco sueldos una
túnica corta, burda y peluda, y con ella
salió Martín a decir misa.
Su muerte,
acaecida en 397, fue
serena y confiada, como su vida. La tradición sostiene que,
en el lecho de
muerte, un demonio apareció a su lado.
«¿Qué haces aquí, mala
bestia? Nada tuyo
encontrarás en mí; voy a ser recibido en el seno
de Abraham.» Estas fueron las
últimas palabras de aquel hombre extraordinario, uno de los
primeros santos no
mártires en ser venerados.
Varios siglos
más tarde, el 20 de
octubre de 1580, tres días después de la
distribución de tierras en la recién
fundada ciudad de
¡San
Martín de Tours, patrono de