Crux Sancta sit mihi lux, non Draco sit mihi lux, Vade Retro Satana,
numquam suadeas mihi vana, sunt mala quaea libas, ipse venena vivas
- un escollo más a la Hipótesis de la Evolución -
Dialogábamos en la edición anterior acerca del escollo que representa la Teoría de la Información para la hipótesis de la evolución. Sin embargo, no es ese el único obstáculo a destacar a la luz de los actuales conocimientos, ya que desde la taxonomía nos encontrarmos con una barrera más.
La
taxonomía es la rama de las Ciencias Biológicas que se encarga de la
clasificación de los organismos vivos. Desde nuestra infancia hemos oído
hablar de los «reinos» animal y vegetal, sesgando a los seres vivos en dos
grandes grupos. Esos
«grupos» fueron sistematizados en el siglo XVIII por Carl von Lineo,
naturalista sueco creador de la nomenclatura de clasificación binómica que,
con algunas modificaciones ulteriores, aún se utiliza en nuestros días. Lineo
inició sus trabajos en botánica, haciendo extensivo sus métodos a los
animales.
En
términos simples, el sistema de clasificación actual divide a los formas de
vida en 5 reinos (Animal, Vegetal, Protista, Monera y Hongos). Cada uno de estos
reinos se divide a su vez en categorías menores (taxones), siendo estas en
forma sucesiva la de Tipo (Phylum), Clase, Orden, Género y Especie
(estos dos últimos constituyen el llamado «nombre científico»). En algunos
casos se cuenta con categorías intermedias.
Así, por ejemplo, si quisiéramos clasificar científicamente a nuestro perro, lo ubicamos primero dentro del Reino, en este caso, el animal. Dentro de esta categoría existen distintos Tipos: Artrópodos, Anélidos, Moluscos, Celenterados... uno de estos numerosos phyla es el de los Cordados.
A su vez, el phylum Cordados incluye numerosas clases: Anfibios, Reptiles, Aves... siguiendo nuestro ejemplo del perro, entraremos en la clase de los Mamíferos.
La clase de los Mamíferos se divide en Órdenes: Cetáceos, Primates, Marsupiales... nuestro perro se incluye en el Orden de los Carnívoros.
Ese orden incluye varias Familias: Félidos, Otáridos, Prociónidos... el mejor amigo del hombre es catalogado en la Familia de los Cánidos.
La Familia es repartida entre varios géneros, cada uno de los cuales incluyendo un número determinado de "especies". El género y especie en el cual nuestro perro queda nominado es el de Canis familiaris
Observemos, sir ir más lejos, esta
comparación entre cuatro seres vivos elegidos azarosamente de la hermosa
Creación:
Nombre |
Perro |
Yacaré |
Viuda
negra |
Yerba
mate |
Reino |
Animal |
Animal |
Animal |
Vegetal |
Tipo |
Cordados |
Cordados |
Artrópodos |
Magnoliófitas |
Clase |
Mamíferos |
Reptiles |
Arácnidos |
Angiospermas |
Orden |
Carnívoros |
Crocodilios |
Araneos |
Aquifoliales |
Familia |
Cánidos |
Aligatóridos |
|
Aquifoliáceas |
Género |
Canis |
Caiman |
Latrodectus |
Ilex |
Especie |
familiaris |
latirostis |
mactans |
paraguayensis |
Figura 1.- Perro (Canis familiaris) Figura 2.- Yacaré (Caiman latirostis)
Impresiona
complejo, sin dudas. Cada especie viviente es clasificada internacionalmente
con este esquema, de modo tal que en todo el planeta identificamos a los perros
como Canis
familiaris, evitando
barreras idiomáticas.
Sin
embargo, lo que resulta particularmente incómodo para las ciencias es el concepto
de especie. La hipótesis de Darwin, de hecho, es
la de «evolución de las especies» (el título original de su libro de 1859
fue «Origin of Species»). Cuando intentamos definir lo que es
una especie, o sea, que es lo que hipotéticamente debería evolucionar, nos
topamos con una serie de graves inconvenientes.
Uno
de los primeros en intentar brindar una definición fue Aristóteles, quien,
milenios antes de Darwin nos transmitía en su «Física» que en realidad sólo
existen individuos (él los llamaba «sustancias») que se presentan en forma de
tipos naturales fijos (las «especies»). Aristóteles sostenía que, si bien la
ciencia tiende al estudio de estos tipos naturales, estos encuentran
su real existencia en cada individuo puntual. En síntesis, para el gran
pensador de la Grecia clásica (la cuna de nuestro pensamiento científico), el
concepto de especie es lisa y llanamente filosófico y no biológico.
Esta línea de pensamiento influyó sin dudas en los círculos científicos, y por sólo citar ejemplos de envergadura pueden destacarse:
-
el conde de Buffon, contemporáneo de Lineo, quien sostenía que todos los
taxones son sólo fruto de la imaginación de los hombres de ciencia
-
Lamarck, considerado por muchos el primer evolucionista, quien a principios del
siglo XIX escribía en su Filosofía
zoológica
que «he pensado que había especies constantes en la naturaleza y que
estaban constituidas por individuos que pertenecían a cada una de ellas. Ahora
estoy convencido de que estaba en el error y que en la naturaleza no hay más
que individuos»
-
y... el propio Darwin, quien afirmaba en su obra cumbre que «el
término
especie llega, así, a no ser más que
una abstracción mental inútil que implica un acto de creación distinto».
¿Cómo podemos hablar de especies que evolucionan si ni siquiera estamos en condiciones de definir lo que es una especie?
A
posteriori, y merced a la creciente influencia
del ecologismo, las ciencias intentaron adoptar una definición «biosocial» de
las especies. El concepto actual, presente en los libros de texto de nuestros
alumnos de secundaria, se orienta hacia considerar que las especies son
poblaciones de individuos capaces de reproducirse entre sí con descendencia fértil.
Esto
es, definimos como perros a aquellos seres vivos capaces de reproducirse
sexualmente y tener como descendientes a nuevos perros, los cuales a su vez
pueden reproducirse entre sí.
El primer reparo a plantearse es que casi el 20% de los seres vivos conocidos no se reproducen sexualmente. Basta mencionar para ello a las bacterias, a los hongos unicelulares (levaduras), a los protozoos (amebas, paramecios) y un largo etcétera, por lo cual una quinta parte de la Creación se queda fuera de esta definición. Estos seres, microscópicos y formados por una sola célula, se reproducen por división, o sea, duplicando su ADN y lisa y llanamente partiéndose en dos, repartiendo en cada mitad ese material genético.
Figura 3.- Un paramecio dividiéndose
El segundo inconveniente son los híbridos, esto es, los frutos de la unión sexual entre individuos de distintas “especies”. El ejemplo más conocido por todos nosotros es la mula, resultado del apareamiento entre un caballo y una burra.
La
gran mayoría de los híbridos son estériles (entre ellos, la citada mula, el
burdégano, el ligre –león + tigresa–, y otro largo etcétera). Sin
embargo, es bien conocida la existencia de híbridos fértiles, de los
cuales la mejor referencia es el cátalo o bífalo, fruto del entrecruzamiento
entre el bisonte (el «American buffalo» de los estadounidenses, Bison
bison
para los científicos) y nuestras vacas (Bos
taurus
para la biología).
Figura
4.- Cátalos macho (izquierda) y hembra con ternero (derecha)
La
legislación de los Estados Unidos y del Canadá prefiere llamarlos cátalos
(del inglés cattle, ganado) cuando su aspecto exterior se asemeja
más al del bisonte que al de las vacas domésticas. Ya desde 1965 se los cría
activamente a fines agropecuarios, destacándose el bajo contenido de colesterol
de su carne, que sin embargo resulta de alto costo.
¿Es que acaso el hombre ha «creado» nuevas especies? No, en absoluto. ¿O acaso no resulta claro que ni siquiera sabemos lo que es una especie? Siendo concluyentes... ¿por qué seguimos aceptando a la evolución darwiniana de las especies como una teoría validada, cuando se aproxima más bien a una sola conjetura, plagada de hipótesis ad hoc, en la cual ni siquiera existe una definición contundente de especie?
Revista Digital Fides et Ratio - Abril de 2006
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