Crux Sancta sit mihi lux, non Draco sit mihi lux, Vade Retro Satana,
numquam suadeas mihi vana, sunt mala quaea libas, ipse venena vivas
Acaso uno de los mejores ejemplos de diseño inteligente en el terreno de las ciencias biológicas sea un órgano de nuestros cuerpos, frecuentemente olvidado en nuestra educación: la placenta.
Es destacable que tras el momento de iniciarse la vida humana, esto es, la concepción, la placenta es el primer órgano en conformarse, a través de un proceso complejo que escapa a los objetivos de este ensayo.
De hecho, a las 72 horas de producirse la fertilización del óvulo, las células que formarán la placenta (los trofoblastos), inician ya su actividad de producción hormonal, incluyendo la generación de aquellas sustancias que le permitirán al pequeño embrión implantarse en el endometrio materno.
Vale recordar que uno de los mecanismos de acción de los anticonceptivos orales y de la llamada «píldora del día después» es interferir con estas hormonas, evitar la implantación del niño y consecuentemente asesinarlo al provocar un aborto.
Las células trofoblásticas con el paso de los días terminan fusionándose unas con otros, dando lugar a una suerte de gran célula gigante con múltiples núcleos, conformando lo que en ciencias biológicas denominamos un sincicio. Esta estructura invade la pared uterina permitiendo la antes mencionada implantación, un verdadero anclaje para el embrión.
Dado que el embrión es desde el primer minuto de la fertilización un nuevo ser humano, único y diferente, podría ser reconocido como un «cuerpo extraño» por parte del sistema inmune de la madre. No sólo la placenta evita este proceso, sino que mediante la invasión de la pared uterina logra que se conforme una red vascular merced a la cual se obtienen los nutrientes necesarios para el niño a partir del torrente sanguíneo de la madre sin que ambas circulaciones se mantengan en contacto jamás.
Para comprender lo maravilloso de este órgano, debemos además advertir que mientras los órganos del niño no nacido se están desarrollando y aún no cumplen con sus funciones para la vida extrauterina, es la placenta la que realiza las respectivas tareas e esos órganos.
Esto significa que, a partir de la circulación materna, la placenta permite el intercambio de oxígeno (función de los pulmones), el aporte de nutrientes (función del tubo digestivo), el metabolismo (función del hígado y de las glándulas endocrinas) e inmunológica, entre otras.
Como comentario final, es interesante destacar que al ocurrir el nacimiento, la placenta es expulsada tras el parto en el llamado alumbramiento. Como mencionamos antes, existe una amplia red de vasos sanguíneos fruto de la implantación. Al desprenderse parte del endometrio (o decidua) durante el nacimiento, muchos de esos vasos deberían desgarrarse y provocar una hemorragia cataclísmica que acabaría con la vida de la madre. Sin embargo, las arterias uterinas cuentan con mecanismos musculares en su pared que impiden esa magnitud de sangrado.
Conociendo desde hace décadas esta realidad, es llamativo que aún hoy los hombres de ciencia crean que el azar y las mutaciones, hipotéticos motores de la «evolución», hayan dado lugar a la placenta. Este órgano es uno de los mejores ejemplos de «complejidad irreductible» en Biología, como otros que desarrollaremos a lo largo de esta sección, los cuales prueban a las claras que la hipótesis evolucionista es sólo un mecanismo para explicar aberraciones socioeconómicas como el capitalismo, el comunismo o el nazismo, ideologías todas que nos alejan de Dios Creador.
Revista Digital Fides et Ratio - Diciembre de 2007