Crux Sancta sit mihi lux, non Draco sit mihi lux, Vade Retro Satana,
numquam suadeas mihi vana, sunt mala quaea libas, ipse venena vivas
- un escollo científico al genocidio del aborto -
¿Cuándo
comienza la vida humana? Aunque parezca mentira, existen quienes aún intentan
cuestionar la respuesta biológicamente inapelable: en el momento mismo de la
concepción.
Como sin dudas recuerdan, en artículos anteriores de esta misma sección, hacíamos mención a que el ADN nuclear se encuentra «compactado» en estructuras llamadas cromosomas. En condiciones habituales, casi todas nuestras células contienen 46 cromosomas, 44 de ellos llamados autosomas y un par de cromosomas llamados sexuales (XX en la mujer, XY en el varón).
Figura 1.- Cromosomas humanos a gran aumento
Sin embargo, las células vinculadas a la reproducción (las gametas) contienen 23 cromosomas (22 autosomas y 1 cromosoma X en el óvulo femenino; 22 autosomas y 1 cromosoma X ó Y en el espermatozoide masculino). Esto es debido a que ambas células están preparadas para fusionarse (fecundación) y formar una NUEVA célula, con NUEVO material genético, con 46 cromosomas totales.
Esta
nueva célula (óvulo fecundado, huevo, cigoto, preembrión, o como nos guste
llamarla) es desde ese preciso instante de la fecundación UN NUEVO INDIVIDUO DE
LA ESPECIE HUMANA, ya que previamente no ha existido persona alguna con una
información genética idéntica e igual; se trata de un ser único e
irrepetible desde el punto de vista biológico.
Ese nuevo ser humano tiene en su información genética los lineamientos de su desarrollo continuo previsto desde allí hasta el último de sus días terrenos. No existe un salto cualitativo desde el momento de la fecundación hasta la muerte (el embrión no es una «cosa» en ese momento, otra «cosa» al nacer y otra «cosa» al morir)
Figura 3.- Embrión humano de 8 semanas
Hay quienes pretenden justificar al aborto de modo científico con distintos argumentos falaces, acaso con el mismo rigor con el que los nazis avalaban las experiencias de Mengele en los campos de concentración, o con que los estadounidenses daban curso al experimento Tuskeegee en población negra, contemporáneamente a la condena a los asesinos de Nuremberg. Es claro que desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo: la biología molecular nos muestra la evidencia indiscutible que narrábamos líneas arriba. En el genoma de ese nuevo individuo se encuentra el «programa» con la información de lo que será esa nueva persona humana.
Uno
de los argumentos utilizados por los defensores del aborto es la existencia de
gemelos, aclarando que si un embrión es capaz de dividirse en dos, entonces no
es posible considerarlo como un individuo (como poco feliz paradoja, utilizan el
argumento exactamente inverso para defender la clonación reproductiva...). De
utilizar este concepto, debemos concluir por ejemplo que un paramecio no es un
individuo biológico, porque es capaz de dividirse y dar lugar a otros
paramecios; o bien que un rosal tampoco es un individuo biológico, ya que de él
puedo tomar un gajo y generar un nuevo rosal. Debe quedar claro el concepto de
que un individuo es un ser DIVIDIDO DE OTRAS SERES VIVOS, como lo es desde la
misma concepción cada embrión humano.
Algunos
científicos han sostenido que sólo puede hablarse de vida humana cuando
aparece la síntesis de proteinas (al tercer o cuarto día de la fecundación) o
incluso recién ante la aparición de lo que será el sistema nervioso central
(a las 2 semanas de la fecundación). Sin embargo, tanto uno como otro proceso
se encuentran guiados por el genoma presente desde el primer instante. Por otro
lado, si no hay vida en ausencia de síntesis proteica deberíamos conjeturar
que las semillas no están vivas (no sintetizan proteinas) o que los glóbulos
rojos que corren por nuestro torrente sanguíneo no constituyen tejido vivo (no
tienen «maquinaria» para sintetizar proteínas).
Dado el cúmulo de argumentos falaces y definitivamente rebatibles, hay quienes se han propuesto un camino pseudomoral para apoyar al aborto: distinguir entre los conceptos de «individuo humano» y «persona humana». Tan sólo baste pensar que con ese mismo argumento se habló de «vidas que no merecen vivirse».
Figura 4.- Embrión de 16 semanas. Observemos su rostro completo
De
hecho, no es sorprendente (ni tampoco es casual) que quienes defienden
actualmente el aborto coinciden en la defensa de la clonación (reproductiva y
terapéutica), el congelamiento de embriones (en términos domésticos, el
refrigerado de gente) y la eutanasia. Estos métodos ya fueron aplicados como
política de salud de estado por el régimen nacionalsocialista, ejemplo sublime
de violación de los derechos humanos más elementales (incluyendo el primero y
fundamental, el derecho a la vida).
No
resulta extraño suponer que esta serie de crímenes de lesa humanidad sean
sostenidos por un número considerable de integrantes de la comunidad científica,
fruto (¿víctima?) de la ateización de la ciencia moderna, iniciada con el
racionalismo iluminista del siglo XVIII, incrementada (y no es casual) con el
evolucionismo de Darwin, amplificada (tampoco es casual) por las políticas
nazis y llevada a su máxima expresión (¿casual?) por el discurso actual de la
ONU y los «países centrales» neopaganos, cuyas diferencias con el nazismo son
solamente de forma y no de fondo.
Todos
los seres humanos somos personas, aunque todavía no actúemos como tales porque
no se han desarrollado las capacidades (embriones), o porque las hayamos
perdidos (por enfermedad física o mental). Es
claro e indudable que el ser humano debe ser respetado como
persona integral desde el instante de su concepción,
momento desde el que se le deben reconocer los «derechos humanos» con quienes
tantos defensores del aborto falsean su discurso.
Revista Digital Fides et Ratio - Mayo de 2006
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