Peces y panes

Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis

Sección Historia: 

Lepanto

En la edición anterior recordamos lo que fuera el primer once de septiembre, en la batalla de Viena de 1673. Sin embargo, continuando con la misma línea de diálogo, corresponde recordar otro episodio que probablemente haya cambiado la historia de la humanidad toda.

 Situémosnos un siglo antes, en 1571. Hacía menos de cien años que España y Portugal habían retomado sus raíces cristianas tras centurias de dominación árabe. Felipe II gobernaba toda la Península Ibérica, los puertos italianos de Venecia y Génova, la actual Holanda y avanzaba en la colonización de América.

Sin embargo, el poderoso rival otomano dominaba todo el Mediterráneo Oriental. De hecho, lograron en aquel año invadir la isla de Chipre con el objetivo de avanzar posteriormente hacia el actual territorio italiano.

 

En un intento de unificación de tropas, se gestó la entonces llamada Santa Liga, precedida por el papa de entonces, Pío V. Reuniendo huestes españolas, venecianas, genovesas y pontificias se reunió una flota de 212 buques de diversa envergadura, 12 mil marinos y alrededor de 20 mil soldados, entre los cuales se encontraba Miguel de Cervantes Saavedra.

El encuentro con la armada turca ocurrió el 7 de octubre de aquel 1571. Las  fuerzas rivales estaban formadas por 300 buques (230 de ellos eran galeones), 25 mil soldados (incluyendo 5 mil guerreros especialmente entrenados) y un número aún mayor de marinos, contando entre ellos a corsarios de la talla de Uluj Ali.

 "La batalla de Lepanto" (cuadro de Paolo Veronese)

La línea de combate abarcaba casi tres kilómetros de extensión. La batalla duró más de 10 horas, iniciándose en horas de la mañana y concluyendo hacia la noche. Según describe la crónica, en un principio los otomanos avanzaron en forma contundente con viento y oleaje a favor, dispuestos a una victoria rápida y concreta.

 Sin embargo, súbitamente el vendaval se extinguió, dando paso a un viento de sentido contrario que desvió humo y fuego sobre los barcos turcos. La sangrienta batalla terminó para los otomanos con la pérdida de 240 buques, 30 mil bajas (entre muertos y heridos) y la liberación de al menos 9 mil prisioneros cristianos.

 

Pese a la discrepancia notable en el número y calidad de tropas y naves, la victoria de la Santa Liga fue categórica. La historia naval ha intentado explicar este episodio con distintos argumentos, entre ellos:

- el impacto anímico producido por la rápida caida de líderes otomanos en el combate, sobre todo de Ali Pasha

- la potencia de los cañones de las naves venecianas (que en realidad constituían menos de la mitad de los buques de la Santa Liga)

 

Sin embargo, existe algunos elementos poco citados en nuestros textos de historia, que pueden aclararnos la situación:

- durante la batalla se realizó la procesión del Santo Rosario en la iglesia de Minerva

- la bandera enarbolada por la nave capitana en la batalla llevaba a Cristo crucificado, y al momento de ser elevada la totalidad de la tripulación rezó de rodillas ante la inminente batalla.

- por separado, numerosos prisioneros liberados afirmaron haber tenido la visión de tropas celestiales cegando con humo al enemigo

- el papa Pío V, en Roma, a kilómetros de distancia y de acuerdo al testimonio documentado por testigos presenciales, en el momento decisivo de la batalla clavó su mirada en el cielo diciendo «es hora de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas»

 

En señal de agradecimiento, causalmente, el propio Pío V instituyó entonces la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias. Fue su sucesor, Gregorio XIII, quien le dio a la fiesta su nombre actual: Nuestra Señora del Rosario (había sido justamente el propio Pío V el que le había dado su forma tradicional al Rosario un par de años antes de Lepanto).

 Clemente XI, ya en el siglo XVIII, extendió la fiesta a toda la Iglesia. Fue este mismo pontífice quien canonizó a Pío V en 1712. Y fue otro papa, en este caso San Pío X, quien la fijó el 7 de octubre, el mismo día en que el Mediterráneo fue testigo de un golpe de timón en la historia de la humanidad.

 

Revista Digital Fides et Ratio - Abril de 2006

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