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Sección Historia:
Judas Iscariote
La figura de Judas Iscariote ha sido motivo de controversias a lo largo de toda la historia de la cristiandad, muchas veces aprovechada para continuar con la traición a las enseñanzas de Cristo a lo largo de los siglos («predestinado», «partícipe necesario», «marcado por la historia», «autor de un Evangelio» y un extenso etcétera merecedor de varios volúmenes de texto).
Si existe una voz autorizada para transmitirnos la realidad, es sin dudas la de uno de los teólogos más extraordinarios de las últimas centurias, nuestro Papa Benedicto XVI, que se refirió a este tema en su catequesis de la Audiencia General del 18 de octubre de 2006. La traducción del italiano al castellano fue realizada oportunamente por el equipo de Zenit.
Queridos hermanos y hermanas:
Al terminar de recorrer hoy la lista de los doce apóstoles llamados
directamente por Jesús durante su vida terrena, no podemos dejar de mencionar a
quien siempre aparece en último lugar: Judas Iscariote. Queremos asociarle con
la persona que después fue escogida en su sustitución, es decir, Matías.
Ya sólo el nombre de Judas suscita entre los cristianos una instintiva reacción
de reprobación y de condena. El significado del apelativo «Iscariote» es
controvertido: la explicación más utilizada dice que significa «hombre de
Queriyyot», en referencia al pueblo de origen, situado en los alrededores de
Hebrón, mencionado dos veces en
Otros pasajes muestran que la traición estaba en curso, diciendo: «aquel que le
traicionaba», como sucede durante la Última Cena, después del anuncio de la
traición (Mateo 26, 25) y después en el momento en que Jesús fue arrestado
(Mateo 26, 46.48; Juan 18,2.5). Sin embargo, las listas de los doce
recuerdan la traición como algo ya acontecido: «Judas Iscariote, el mismo que
le entregó», dice Marcos (3, 19); Mateo (10, 4) y Lucas (6, 16) utilizan
fórmulas equivalentes. La traición, en cuanto tal, tuvo lugar en dos momentos:
ante todo en su fase de proyecto, cuando Judas se pone de acuerdo con los
enemigos de Jesús por treinta monedas de plata (Mateo 26,14-16), y después
en su ejecución con el beso que le dio al Maestro en Getsemaní (Mateo 26,
46-50).
De todos modos, los evangelistas insisten en que le correspondía plenamente
su condición de apóstol: es llamado repetidamente «uno de los doce» (Mateo 26,14.47; Marcos 14,
10.20; Juan 6, 71) o «del número de los doce» (Lucas 22, 3). Es más, en dos
ocasiones, Jesús, dirigiéndose a los apóstoles y hablando precisamente de él,
le indica como «uno de vosotros» (Mateo 26, 21; Marcos 14,18; Juan 6, 70; 13,
21). Y Pedro dirá que Judas «era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este
ministerio» (Hechos 1, 17).
Se trata, por tanto, de una figura perteneciente al grupo de aquellos a los que
Jesús había escogido como compañeros y colaboradores cercanos. Esto plantea dos
preguntas a la hora de explicar lo acaecido. La primera consiste en
preguntarnos cómo es posible que Jesús escogiera a este hombre y confiara en
él. De hecho, si bien Judas es el ecónomo del grupo (Juan 12,6b; 13,29a),
en realidad también se le llama «ladrón» (Juan 12,6a). El misterio de la
elección es todavía más grande, pues Jesús pronuncia un juicio muy severo sobre
él: «¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!» (Mateo 26, 24).
Este misterio es todavía más profundo si se piensa en su suerte eterna,
sabiendo que Judas «fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta
monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Pequé
entregando sangre inocente”» (Mateo 27, 3-4). Si bien él se alejó después para
ahorcarse (Mateo 27, 5), a nosotros no nos corresponde juzgar su gesto,
poniéndonos en lugar de Dios, quien es infinitamente misericordioso y justo.
Una segunda pregunta afecta al motivo del comportamiento de Judas: ¿por qué
traicionó a Jesús?
La cuestión suscita varias hipótesis. Algunos recurren a la avidez por el
dinero; otros ofrecen una explicación de carácter mesiánico: Judas habría
quedado decepcionado al ver que Jesús no entraba en el programa de liberación
político-militar de su propio país. En realidad, los textos evangélicos
insisten en otro aspecto: Juan dice expresamente que «el diablo había puesto en
el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle» (Juan
13,2); del mismo modo, Lucas escribe: «Satanás entró en Judas, llamado Iscariote,
que era del número de los doce» (Lucas 22, 3). De este modo, se va más allá de
las motivaciones históricas y se explica lo sucedido basándose en la
responsabilidad personal de Judas, quien cedió miserablemente a una tentación
del Maligno. En todo caso, la traición de Judas sigue siendo un misterio. Jesús
le trató como a un amigo (Mateo 26, 50), pero en sus invitaciones a
seguirle por el camino de las bienaventuranzas no forzaba su voluntad ni le
impedía caer en las tentaciones de Satanás, respetando la libertad humana.
De hecho, las posibilidades de perversión del corazón humano son realmente
muchas. El único modo de prevenirlas consiste en no cultivar una visión de la
vida que sólo sea individualista, autónoma, sino en ponerse siempre de parte de
Jesús, asumiendo su punto de vista. Tenemos que tratar, día tras día, de
estar en plena comunión con Él. Recordemos que incluso Pedro quería oponerse a
Él y a lo que le esperaba en Jerusalén, pero recibió una fortísima reprensión:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios,
sino los de los hombres» (Marcos 8,32-33) Tras su caída, Pedro se arrepintió y
encontró perdón y gracia. También Judas se arrepintió, pero su arrepentimiento
degeneró en desesperación y de este modo se convirtió en autodestrucción. Es
para nosotros una invitación a recordar siempre lo que dice san Benito al final
del capítulo V, fundamental, de su «Regla»: «no desesperar nunca de la
misericordia de Dios». En realidad, «Dios es mayor que nuestra conciencia»,
como dice san Juan (1 Juan 3, 20).
Recordemos dos cosas. La primera: Jesús respeta nuestra libertad. La
segunda: Jesús espera que tengamos la disponibilidad para arrepentirnos y para
convertirnos; es rico en misericordia y perdón. De hecho, cuando pensamos
en el papel negativo que desempeñó Judas, tenemos que enmarcarlo en la manera
superior con que Dios dispuso de los acontecimientos. Su traición llevó a la
muerte de Jesús, quien transformó este tremendo suplicio en un espacio de amor
salvifíco y en la entrega de sí mismo al Padre (Gálatas 2, 20; Efesios
5,2.25). El verbo «traicionar» es la versión griega que significa «entregar». A
veces su sujeto es incluso el mismo Dios en persona: él mismo por amor
«entregó» a Jesús por todos nosotros (Romanos 8, 32). En su misterioso
proyecto de salvación, Dios asume el gesto injustificable de Judas como motivo
de entrega total del Hijo por la redención del mundo.
Al concluir, queremos recordar también a quien, después de Pascua, fue elegido
en lugar del traidor. En
Sacamos de aquí una última lección: si bien en
Revista Digital Fides et Ratio - Abril de 2008