Peces y panes

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Sección Historia: 

el arrianismo

 

 

El arrianismo ha sido la primera gran herejía de la historia de la Iglesia, y para muchos apologistas e intérpretes, incluyendo al Padre Castellani, es el resultado de la profecía de la Primera Trompeta en el Apocalipsis de San Juan.

Ha tomado su nombre de Arrio, obispo de Libia en los siglos III y IV, quien desde 318 AD propagó la idea de que no existía una Santísima Trinidad con tres personas en un solo Dios, sino una sola persona, el Padre. Por lo tanto, Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por Dios de la nada como una creatura más, con un principio en el tiempo. En consecuencia, habría existido un tiempo en que él no existía. Esta teoría negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad. Así, a Jesús se le podría llamar Dios, pero tan sólo como una extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios.

Sintéticamente, Arrio afirmaba la existencia del Dios único y eterno, pero el Verbo, Cristo, no era divino sino una creatura particularmente excelsa y elegida como intermediaria entre la creación y la redención del mundo. Como corolario, Arrio despojó en sus ideas de divinidad al Espíritu Santo, también descripto como creatura, incluso inferior al Verbo.

Arrio difundió sus conceptos en Alejandría. En 320 fue convocado un sínodo de obispos que desembocó en la excomunión de Arrio y sus seguidores. Pese a esto, la herejía se expandió de modo tal que se requirió la intervención directa del propio emperador Constantino: se convocó así al Concilio de Nicea.

En mayo de 325, el Concilio resolvió la condena de los escritos de Arrio y el destierro de él y de sus seguidores y se reafirmó la fe en la consustancialidad de Cristo con el Padre («Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre...»).

Sin embargo, probablemente por la influencia de su hermana arriana, Constantino progresivamente relajó su posición de oposición de la herejía y permitió el regreso del principal seguidor de Arrio, Eusebio de Nicomedia. Esto le permitió al arrianismo ganar terreno hasta convertirse, de hecho, en la religión del Imperio al asumir el poder Constancio II, abierto arriano.

La situación llegó al extremo de convocar un concilio no ecuménico en Antioquía encabezado por el mencionado Eusebio de Nicomedia donde se aceptaron distintos conceptos heréticos. El nivel de tensión entre Constancio II (emperador de Oriente) y Constante (emperador de Occidente) llevó a la realización de un real Concilio Ecuménico en 343, con sede en Sárdica.

Sin embargo, Constante fallecería al poco tiempo con la unificación del gobierno en manos de Constancio II. Se inició prontamente una persecución a la Iglesia y la oficialización arriana con más concilios autoconvocados. Esta expansión puso en abierto riesgo la existencia misma de la Fe católica.

Cuando en 361 se produjo el fallecimiento del emperador Constancio, los arrianos perdieron protección política y fue durante el gobierno de Valentiniano, bajo el amparo ejemplar de San Basilio y San Gregorio Nacianceno, que la Fe en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, recuperó su lugar hasta llegar a la derrota teológica definitiva de los arrianos en el Concilio de Constantinopla.

Sin embargo, remanentes de esta herejía persistieron en algunas tribus germánicas que habían sido evangelizadas por arrianos, desapareciendo finalmente como profesión hacia el siglo VI. Hoy día, existen grupos que podrían definirse como arrianistas en el Norte de África y acaso la secta de los Testigos de Jehová sean quienes en la actualidad se encuentran ideológicamente más emparentados con este antiguo movimiento cismático.

 

 

Revista Digital Fides et Ratio - Enero de 2008

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