Peces y panes

Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis

Sección Historia: 

la muerte de los Apóstoles (parte 2)

 

De acuerdo a lo transmitido por la Tradición, continuamos con el ensayo iniciado en la edición previa y avanzamos ahora sobre el desenlace de otros dos representantes del grupo original de Santos Apóstoles: Santo Tomás y San Juan el Evangelista.

 

(1) Muerte de Santo Tomás

Viviendo Santo Tomás en Cesárea se le apareció el Señor y le dijo:

- Gondóforo, el rey de la India, ha enviado a su ministro Abanés en busca de un buen constructor. Ven conmigo y yo te presentaré a él.

Tomás le manifestó su inquietud para trasladarse a la India, pero Jesús lo instó a perseverar, advirtiéndole que le esperaba el martirio. El apóstol aceptó así la voluntad de Nuestro Señor.

Jesucristo entonces se acercó al ministro que deambulaba por una plaza, en busca, por orden del rey, de un siervo capaz de edificar un palacio al estilo de los romanos.

El Señor le ofreció a Tomás, asegurándole que era muy experto en la materia. Abanés lo aceptó y se lo llevó consigo.

Llegados a destino, Tomás trazó los planos de un palacio; el rey le retribuyó su tarea con un tesoro que el Apóstol distribuyó entre los pobres.

El monarca se ausentaría de la capital durante dos años, rumbo a otra provincia. A su regreso, se encontró con una gran difusión del Evangelio por parte de Santo Tomás, con la conversión de gran cantidad de paganos, incluyendo a Síntique, amiga de Migdonia, cuñada del propio rey Gondóforo.

Migdonia misma, por consejo de su amiga, se aproximó a los grupos que oían predicar y terminó por convertirse al cristianismo. Puesto el rey en conocimiento, Tomás fue apresado y Gondóforo envió a su propia esposa a convencer a su cuñada del error. Contrariamente a lo previsto, no sólo Migdonia no cambió de opinión, sino que convirtió a su hermana, la reina.

El rey hizo conducir ante sí al Apóstol, atado de pies y manos. Cuando lo tuvo ante sí le ordenó que convenciera a las mujeres de su error. Ante la negativa, Tomás fue arrojado a un horno encendido, cuyo fuego se apagó en cuanto el apóstol penetró en él y del que salió sano y salvo al día siguiente.

En vista del milagro, intentaron obligar al Apóstol a la apostasía, induciéndolo a adorar una imagen del sol. Según lo transmitido por la Tradición, Tomás desafió al rey:

– Tú vales mucho más que esa imagen que has mandado construir. ¡Oh, idólatra, despreciador del Dios verdadero! ¿Crees que si adoro a tu señor voy a incurrir en la ira del mío? Nada de eso; quien incurrirá en la indignación de mi Dios será ese ídolo tuyo. Voy a postrarme ante él; verás como, tan pronto como me arrodille ante esa imagen del sol, mi Dios la destruirá. Voy a adorar a tu divinidad; pero antes hagamos un trato: si cuando yo adore a tu dios el mío no lo destruye, te doy mi palabra de que ofreceré sacrificios en honor de esa imagen; mas si lo destruye tú creerás en el mío. ¿Aceptas?

– ¿Cómo te atreves a hablarme de igual a igual? – replicó indignado el rey.

Entonces, Tomás, en el dialécto local, mandó al demonio alojado en la imagen del sol que, tan pronto como él doblara sus rodillas ante el ídolo, lo destruyera. Después se prosternó en tierra y dijo:

– Adoro, pero no a este ídolo; adoro, pero no a esta mole de metal; adoro, pero no a lo que esta imagen representa; adoro, sí, pero adoro a mi Señor Jesucristo en cuyo nombre te mando a tí, demonio, escondido en el interior de esta efigie, que ahora mismo la destruyas.

En aquel preciso instante la imagen de bronce se derritió ante los indignados sacerdotes paganos. El líder de ellos se apoderó de una espada y con ella atravesó el corazón del apóstol.

Los cristianos recogieron el cuerpo del mártir y lo enterraron con sumo honor.


(2) Muerte de San Juan

De acuerdo con San Isidoro, cuando San Juan, exiliado en Patmos, tenía ya 98 años de vida, Nuestro Señor Jesucristo se apareció ante sus ojos y le dijo: "Mi querido amigo, ven a Mí; ha llegado la hora de que te sientes en Mi mesa con el resto de tus hermanos".

Al oír estas palabras, Juan intentó ponerse en pie e hizo ademán de ir hacia su Maestro, pero éste le manifestó: "Espera hasta el domingo". Al domingo siguiente, muy temprano, todos los fieles se congregaron en la iglesia que habían construido en honor del apóstol y éste empezó a predicarles, exhortándolos a que cumplieran fervorosamente los divinos mandamientos.

Acabada la prédica, les indicó que cavaran una sepultura a la vera del altar y que sacaran la tierra fuera del templo. Cuando la fosa estuvo dispuesta, el santo bajó hasta el fondo de la misma para alzar las manos hacia el cielo y pronunciar: "Señor Jesucristo: me has invitado a sentarme a Tu mesa: allá voy, siempre, con toda mi alma, he deseado estar contigo".

De pronto la fosa quedó envuelta por una luz vivísima, cuyo resplandor nadie pudo resistir. Al cesar la claridad, los asistentes advirtieron que había descendido sobre el cuerpo del apóstol una extraña sustancia, como fina arena, que lo cubría enteramente, llenando la sepultura. Esa arena puede verse todavía hoy en su sepulcro, como si se generara constantemente en el fondo del mismo.

 

Revista Digital Fides et Ratio - Julio de 2007

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