Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis
Sección Historia:
la muerte de los Apóstoles (parte 1)
Sabemos por nuestros conocimientos de Historia Sagrada que San Pedro fue martirizado en la cruz a similitud del Redentor; sabemos también que el primer gran mártir de la Iglesia ha sido otro apóstol, San Esteban, lapidado hasta la muerte.
Sin embargo, es poco lo que conocemos acerca de la muerte de los otros Santos Apóstoles que acompañaron a Cristo desde un principio.
Tomando como fuente esencial a la propia Tradición de la Iglesia, intentaremos en esta primera parte del ensayo conocer algo más acerca del modo en que estos hombres dieron su vida por la Fe, sobre todo en estos tiempos nuestros de profunda necesidad de penitencia, de contemplación de la maravilla de la Creación y del misterio fantástico de la propia vida.
(1) La muerte de San Bartolomé (Natanael)
Bartolomé, siguiendo el mandato de Jesús de ir por el mundo y difundir el Evangelio, se dirigió a la India.
En medio del politeísmo más variado, la obra de Natanael fue fructífera a través de milagros que incluyeron la expulsión de demonios idolatrados por diversas sectas. Entre otros, el santo logró la conversión del gobernante local, el rey Polimio, quien abdicó del trono para hacerse discípulo.
El gobierno quedó en manos de un hermano del renunciante, llamado Astiages; se organizó entonces una asamblea de los sacerdotes paganos quienes reclamaron ante el nuevo rey por los daños inferidos al antiguo culto. Convencido por ellos, Astiages ordenó detener con una milicia a Natanael para comparecer ante él, acusándolo de pervertir a su hermano Polimio y ordenándole renegar de Cristo y postrarse ante los dioses paganos.
Bartolomé respondió «Yo lo que hice fue vencer al dios al que tu hermano adoraba, mostrarlo maniatado ante el público, y exigirle que rompiera las imágenes de los ídolos. Prueba tú a hacer lo mismo con el mío. Si consigues maniatar a mi Dios, te prometo que adoraré al tuyo; pero si no lo consigues, continuaré destruyendo las estatuas de tus falsas divinidades, y si tú fueses razonable te convertirías a mi religión como se convirtió tu hermano.»
En ese momento un servidor se presentó ante el rey y le comunicó que la imagen de Baldach, uno de los ídolos, acababa de rodar por el suelo para deshacerse en pedazos. El rey, aterrado, mandó apalear a Natanael y ordenó que luego fuera desollado vivo.
Sin embargo, existe controversia sobre cual fue el real martirio del santo. San Doroteo describió que fue crucificado como San Pedro, cabeza abajo, en Albana, territorio armenio ocupado entonces por fuerzas indias. San Teodoro, en cambio, afirmaba que fue desollado. En cambio, en otras versiones se lee que este apóstol fue decapitado.
Sabemos hoy que no existe necesaria contradicción entre estas hipótesis, ya que según múltiples ejemplos de aquellos crudos tiempos, bien pudo ocurrir que San Bartolomé fuese crucificado de inicio y luego desollado aún vivo para finalmente decapitarlo.
(2) La muerte de San Mateo
Los caminos del Señor llevaron a Mateo a evangelizar tierra africana, llegando finalmente a Nadaver, Etiopía. Entre otros, logró la conversión del rey Egido. A la muerte de este último, fue sucedido por Hitarco.
Las crónicas de entonces relatan que el nuevo monarca estaba perdidamente enamorado de Efigenia, virgen consagrada. El rey ofreció a Mateo la mitad de su reino a cambio de convencer con su elocuencia a la joven para que se casara con él. Mateo le indicó que concurriera al templo el domingo siguiente, en que predicaría sobre el matrimonio.
El rey, creyendo que Mateo estaba accediendo a su propuesta, acudió a la iglesia según lo que había escuchado. Mateo predicó ante el pueblo, incluyendo a Efigenia, relatando las excelencias del matrimonio. Hitarco, persuadido de que Mateo estaba obrando a su favor, aprovechó incluso una pausa en el sermón para levantarse y felicitar al predicador. Mateo rogó al rey que se sentara en silencio para continuar escuchando; así, prosiguió su discurso de esta manera: «Cierto que el matrimonio, si los esposos observan escrupulosamente las promesas de fidelidad que al contraerlo mutuamente se hacen, es una cosa excelente. Pero prestad todos mucha atención a lo que ahora voy a decir: supongamos que un ciudadano cualquiera arrebatara la esposa a su propio rey. ¿Qué ocurriría? Pues que no sólo el usurpador cometería una gravísima ofensa contra su soberano, sino que automáticamente incurriría en un delito que está castigado con pena de muerte; e incurriría en ese delito, no por haber querido casarse, sino por haber quitado a su rey algo que legítimamente le pertenecía, y por haber sido el causante de que la esposa faltase a la palabra de fidelidad empeñada ante su verdadero esposo. Ahora bien; puesto que así son las cosas, ¿cómo tú, Hitarco, súbdito y vasallo del Rey Eterno, sabiendo que Efigenia al recibir el velo de las vírgenes ha quedado consagrada al Señor y desposada con Él, te atreves a poner en ella tus ojos y pretendes hacerla incurrir en infidelidad a su Verdadero Esposo que es precisamente Tu Soberano?»
Hitarco, inflamado por la furia, salió velozmente de la iglesia y ordenó a un sicario matar a Mateo, hecho que ocurrió al ser apuñalado el apóstol cuando aún no había concluido la ceremonia religiosa.
Se sabe que esa noche se dispuso también quemar la casa en que vivían las vírgenes consagradas, pese a lo cual una aparición de Mateo a las jóvenes las alertó del peligro. Conocemos también que finalmente Hitarco se quitó la vida también con una arma blanca tras contraer lepra. Paradójicamente (o no ), un hermano de Efigenia accedió entonces al trono y difundió al cristianismo en la región.
Revista Digital Fides et Ratio - Junio de 2007