Santo
Tomás de Aquino (1225-1274),
el «Doctor Angélico», patrono de la
educación católica
Artículo
especial:
las llaves del Reino (el Papa y los protestantes)
Acaso una de las
personalidades más destacadas de América Latina en materia de teología
en el siglo XX haya sido el sacerdote argentino Leonardo Castellani, de
formación jesuita y profundos conocimientos filosóficos. Sus escritos
son una verdadera referencia en esta área, y de una de sus obras más
conocidas, "Las parábolas de Cristo" (Buenos Aires, 1959) procede este
maravilloso fragmento.
Bienaventurado eres, Simón Bar lona,
porque eso ni la carne ni la sangre te lo reveló, sino mi Padre que está en los
Cielos. Y Yo te digo a ti, que tú eres Piedra (Kephâ, Petra, Petrus) y. sobre esto Piedra edificaré mi Iglesia; y las Puertas
del Infierno no prevalecerán contra ella; y te daré las LLAVES del Reino de los Cielos; y cuanto atares sobre la
tierra será atado en el cielo y cuanto desatares sobre la tierra será desatado
en el cielo...” (Mat. XVI, 18).
¡Cuántas veces hemos oído este texto! Pero ¿entendido? ¿Reducido a la práctica?
Es la institución del Primado de Pedro y sus sucesores en la Iglesia de Cristo; se
puede decir, la fundación misma de la Iglesia en su nudo central. En el tercer año de
la vida pública, después de la tercera Pascua, entre la promesa de la Eucaristía y la primera
predicción de la Pasión,
cerca de Cesarea de Filippo en el confín norte de Judea, allí donde había un
templo idolátrico levantado al César por Herodes el Grande y un antiguo templo
al dios Pan biforme, allí se hizo la proclama formal de la divinidad de Cristo
y la fundación de su Iglesia, entre la adoración de las fuerzas de la Natura, y la adoración del
Poder político, los dos polos eternos de la idolatría. Después de esto Cristo
comenzó libre neta y repetidamente a declararse en público el Hijo de Dios, igual al Padre. Esta misma
expresión “Hijo del Dios vivo” suena en los labios de los dos Kepha (Kephâ, Pedro; Khaiaphas, Caifás)
en uno para profesarla, en el otro para condenarla como blasfemia. Sobre la Piedra se dividieron los
futuros dos campos eternos.
Esta parábola, triple al parecer, es el signo de contradicción entre católicos
y protestantes, todos los demás puntos de diferencia dependen de esto: todas las
religiones que no reconocen al Sumo Pontífice son aliadas en el fondo, aunque
ellas mismas no lo sepan; de donde “todo cismático es esencialmente un hereje”,
pronunció el Conde de Maistre; y la inversa es también verdadera. El
protestantismo en nuestros días, a medida que cree menos, se vuelve más símismo;
es decir, “protesta”, pura negatividad; hasta llegar a un
“antipapismo” puro, como en los furibundos kensititas; de donde viene su
tentativa de caracterizar a los católicos con el sobrenombre despreciativo de
“papistas”; que no prosperó mucho, pues ninguna persona educada, en Inglaterra,
lo toma en sus labios, según me dicen: se contentan con decirles “católicos” a
secas, o bien “romanocatólicos”, o a lo más
R. C. (err-cí) las iniciales, también despreciativo un poco. Bueno,
quiero decir con todo esto que lo que caracteriza a los católicos es el Papa:
son “petrinos”.
Interroga solemnemente Cristo a los Apóstoles, ¿quién era él, según ellos? Y
Pedro, responde por todos: asume la representación de todos sin consultarlos,
sin que lo nombren, sin requerir su asentimiento, dado empero por un elocuente
silencio; y su profesión es, como dijo Cristo, sobrehumana; pues confesarlo el
Mesías era bastante lógico, aunque siempre grandioso; pero añadir “el Hijo de
Dios vivo” era inesperable: es entrar en las tinieblas misteriosas de la Encarnación. Entonces
Jesús, con una imagen enteramente inteligible para los Orientales (y ahora para
todo el mundo) lo proclama Cabeza de la Sociedad Visible
que había de continuarlo sobre la tierra, sociedad ya preparada y comenzada.
Por eso en este texto convergen todos los tiros de la teología protestante, a
la cual las claras palabras de Cristo parten por el medio: desde el pedir que se borre por ser “interpolado”, o sea
falsificado (Harnack, Resch), hasta interpretarlo alegóricamente de todas las
maneras posibles imaginables, nada se ha dejado de usar contra él; pero resulta
que parece tan testarudo como la
Roca a la cual alude, la Ciudad que sobre ella promete, las Llaves de la Ciudad Venidera;
como lo sabe cualquier estudiante de Teología que haya recorrido un poco los
libros de los herejes.
Enumeremos sus “interpretaciones” aunque sea como curiosidad: 1ª, que Cristo
allí no da a Pedro ninguna autoridad; 2ª, que le da autoridad de enseñar
solamente; 3ª, de enseñar y de perdonar pecados y nada más; 4ª, le da autoridad
personal, pero no a sus sucesores; 5ª, también a los sucesores, pero éstos no
son los Obispos de Roma, pues Pedro jamás estuvo en Roma; 6ª, también para los
Obispos de Roma, pero solamente hasta el siglo IV, o bien hasta el VI,
“mientras los Papas fueron parecidos a Pedro”, y 7ª, los Papas tienen autoridad
de Cristo pero no autoridad de jurisdicción sino sólo de honor... Esto,
calvinistas y anglicanos. Mas los “modernistas” actuales, mucho más sencillo:
que se borre simplemente esa perícopa, que es una “interpolación evolutiva”
(dice Harnack) o al menos que se elimine el versillo 18, que es “netamente
espúreo”, dice Resch. Pero la voz unánime y gigante de los Santos Padres desde
el comienzo de la Iglesia
atestigua que no es “espúrea”. ¡Buenos eran los Santos Padres y Doctores
antiguos para tragarse callados un versículo espúreo!, ¡y menos Ése!
La “Ciudad sobre un Monte” es una anterior metáfora de Cristo, que ya hemos
visto, tomada de una profecía de Isaías, que retorna aquí. La “Puerta” de la Ciudad se tomaba entonces
por la ciudad misma, así como la ciudad capital se tomaba por el Reino mismo
(como en los griegos: la Polis).
Las ciudades de entonces, amuralladas (en cuyo recinto se amontonaba la población
en tiempo de guerra) tenían Puertas celosamente guardadas y cerrojables por el
Poder; y la misma palabra Puerta designaba por sinécdoque el Poder (Sublime
Puerta = Sultán de Turquía); y la
Llave de la
Puerta también significaba o simbolizaba la autoridad, como
vemos que aun hoy el símbolo se conserva, y la ciudad de Londres por ejemplo
ofrece por manos de su alcalde o "Major" sus llaves al huésped de
honor Adenauer; y las Corporaciones o “Guildas” se las presentan al Alcalde en su
nombramiento, e incluso al Rey en su coronación; aunque esas llaves de oro ya
no abran nada ni obren nada, sino un simbolismo. Y voy a esto: aunque parece
que Cristo en este solemnísimo nombramiento y coronación, usa tres metáforas
diferentes (lo cual es un pecado contra la retórica), en realidad usa una sola
metáfora desarrollada, como en todas sus parábolas. No es una casa a edificar,
y después una llave, y después un reino, y des pués unas cuerdas ataderas, como
dicen tantos comentaristas ramplones; es una Ciudad sobre un monte de piedra, y
la Puerta de
esa ciudad, y la Llave
de ella; y por tanto, el Poder de determinar en ella; que eso significa “atar y
desatar” en la lengua original. Y toda la comparación se desenvuelve sobre el
nombre propio de “Pedro”, antes Simón, que se lo impuso Cristo; y que en
arameo, Kephâ, significa “piedra”, pero no
es femenino; de modo que Cristo dijo: “Tú eres Kephâ, y sobre este Kephâ (como
cumple a un buen retórico) Yo levantaré mi
Sociedad o Congregación”, la cual tendrá la forma y las propiedades
de un Reino.
Esta escena capital no fue un exabrupto; había sido largamente preparada en una
cantidad de hilillos que vienen a anudarse aquí: en la soledad, en este camino
de Cesarea, después de “haber orado” Cristo, como nota el Evangelista. Antes de
entronizar a Pedro, el Maestro había preguntado a los Doce: “¿Quién dicen los hombres que Es el Hijo del Hombre?”. Respondieron ellos,
sin atadura de lengua: “Dicen que eres Juan
el Bautizador resucitado, o Elías, o Jeremías, o alguno de los otros
Profetas...” El sufragio universal (“las turbas”, dice Marco) no se
lució mucho en esta ocasión: a la pregunta más importante que ha habido, hay y
por siempre habrá en el mundo, dio respuestas diferentes y divergentes; y lo
que es peor, TODAS falsas: no acertó ni una. Lo mismo hemos visto les pasa a
los protestantes acerca de este texto; los cuales inauguraron una especie de
“sufragio universal”, o democracia en materia religiosa, la libre
interpretación, o sea el famoso “Libre Examen” de la Biblia, padre de las más
famosas “libertades” (o Libertad con mayúscula mejor dicho) del liberalismo.
“Lutero fue el hombre más plebeyo que ha existido: sacando al Papa de su trono,
puso en su lugar a la
Opinión Pública” —exclama al luterano Kirkegor: en realidad y
bien mirado, puso la
Confusión Pública. Para evitar la cual, vemos que
inmediatamente después de la
Confesión de Pedro (que así la llamamos hoy, y así se llama
el altar en Roma donde están sus restos) Cristo prohíbe formalmente a los
Discípulos decir a las turbas... aquello mismo que había aprobado tan altamente
en boca de Pedro. Se reservaba a sí mismo por entonces esa revelación: prevenía
que los Apóstoles no salieran a los gritos a anunciar a las turbas el Mesías
para que lo ungieran “REY” como quisieron hacer en Galilea, después de la Primera
Multipanificación. “No hará alborotos por las plazas”, dijo
de Jesús el Profeta: los alborotos los hicieron sus enemigos. De los alborotos
populares sale regularmente la muerte; y no la vida. Y del sufragio universal
hasta ahora han salido pocos aciertos y muchos embrollos. De hecho, con el
sufragio universal (puro o fraudulento) la Argentina es gobernada hace tiempo por gente
inferior, e incluso degradada. Que los que quieran hacerles “homenajes” a esa
gente, se los haga; y se haga semejante a ellos, y su fin sea como el de ellos.
¿El mejor del país? ¡Échele un galgo! No va a salir de las sagradas urnas, ni
lo van a encontrar las masas, sobre todo, dopadas por la propaganda mentirosa.
¿Cómo podrían encontrarlo? Para fundar una religión, Jesús fundó primero una
aristocracia religiosa... y una Monarquía eclesiástica.
Se dirá: pero el pueblo argentino, cada vez que lo han dejado votar libremente,
ha elegido más o menos bien. Puede ser; y eso es justamente lo que me hace
esperar que hay a pesar de todo una grandeza escondida en este pueblo
improvisado y mescolado, que hoy parece tan abajo: esperar contra toda
esperanza y exclamar: “¡Cristo, qué buen vasallo, si hobiesse buen Señor!”
Bien, pero no dejemos caer el “más o menos”.
Las masas argentinas han acertado más o menos como las masas palestinas, que vieron en Cristo
“un profeta resucitado”, algo sobrenatural sí, pero absurdo, no lo que Él
realmente era. Lo que quiero decir es que el “sufragio” del pueblo, reducido previamente
a “masa” no vertebrado ni organizado, no es medio apto para acertar en puntos
que están... (perogrullada) fuera del alcance de una masa, y solamente al
alcance de una minoría noble, es decir "virtuosa" y de una Cabeza
excelente, es decir, un Monarca: Rey, Caudillo, Jefe, Conductor, o como quieran
decir: un hombre prácticamente infalible en su materia, como en otro orden lo
es el Papa en la suya. Esa es la idea que han tenido del gobierno los pueblos
cristianos; cuando había pueblos y había cristianos.
El que niega al Papa suprime el cristianismo: no hay vuelta de hoja. Demasiado
lo vemos en el Cisma griego del siglo IX, de donde salió la Iglesia separada sedicente
“ortodoxa”, hoy deshecha por el bolchevismo; y en la Protesta del siglo XVI,
convertida hoy en un cristismo vago y nebuloso, y en una polvareda de sectas,
contradictorias en sus dogmas e inseguras en su moral; donde ni la creencia
central en la Divinidad
de Cristo ha quedado incólume. Se han ido por el camino de “las turbas”, que
llega a la turbación: “fue Juan el Bautista, o Elías o Jeremías o algún
Profeta”: pues lo que profesan hoy día los protestantes acerca de Cristo (aun
cuando le conserven el nombre de Hijo de Dios) no pasa en general de tenerlo
por algo así como un profeta, o un hombre extraordinario: por lo mismo que lo
tuvo Mahoma. Sólo Pedro sigue confesando eternamente a Cristo; y el que se
arranca de Pedro, pierde a Cristo.
Cuando los novadores del siglo XVI, en la revolución religiosa más vasta de la
historia, cortaron el nudo central del cristianismo, voltearon la Puerta, y se fueron a
edificar sobre arena llena de pedruzcos, algunos doctores católicos
horrorizados dijeron que esa era la herejía última y total: que no se podía ir
más allá en materia de herejía; y con razón en cierto sentido, pues por esa
brecha pueden entrar todos los errores religiosos; como de hecho entraron. Del
seno del protestantismo nórdico nació el filosofismo o deísmo, y luego el
liberalismo, que contagiaron a los países latinos; más tarde el comunismo, que
triunfó en la región religiosamente devastada por el Cisma Griego; y en el seno
de estos errores nació el modernismo teológico (o naturalismo religioso, o
“aloguismo”, o como quieran llamarle), que por todas partes comenzó a ablandar
como un ácido no sólo la fe, sino la misma razón incluso; por lo cual Belloc lo
bautizó “aloa guismo” (Las Grandes
Herejías, trad. cast. Espiga de Oro, 1946).
No era pues el protestantismo la herejía “total”; se podía ir más allá, pues de
hecho se fue. Pero ahora, si se llegan a unir, fundir o combinar entre sí
capitalismo liberal, comunismo y modernismo (como no es imposible), entonces
se habrá tocado fondo, “las profundidades de Satán”; y ya está hecha la cuna
del Anticristo. Estas tres herejías, dominantes hoy, son las Tres Ranas del
Apocalipsis “que eran tres espíritus impuros”, dice san Juan: “tres grandes
herejías”, interpreta 'san Agustín; “los cuales salieron haciendo prodigios a
preceder a los Reyes de toda la tierra para la Guerra Grande”, que
precederá al “día grande del Omnipotente Dios”, añade el Profeta (Apoc. XVI,
13).
Ya que estamos con Satán y sus cositas, veamos lo que siguió en seguida de la Confesión de Pedro. Les
predijo después Cristo por primera vez su Pasión e ignominiosa Muerte. Pedro
protestó y comenzó muy acalorado a disuadirlo (“no digas macanas”) a la manera
de los criados viejos cuando reprenden al patrón mozo. Cristo le reprendió a su
vez con una violencia increíble: lo llamó “¡Satán!” ¿Ayer no más era
“bienaventurado” e “inspirado por el Padre” y hoy es Satán?, se asombra san
Agustín. Así es. La razón la dio antes Cristo: “No es la carne y la
sangre, Simón Pedro, quien te ha dictado esta palabra, sino mi Padre que está
en los cielos”: quien te la ha dictado AYER; pero HOY (distingue
témspora et concordabis jura), es el afecto natural de Pedro a Cristo quien
dicta y habla; y su ambición, y sus ilusiones acerca del Reino Mesiánico, tan
pertinaces. Y el Evangelista o Cristo mismo quiso marcar este contraste y
enseñar esto: que no es necesario para el gobierno de la Iglesia, y la guarda de la Revelación, que el
hombre Pedro, o el hombre Pío, o el hombre Juan, sean puros e inmaculados;
aunque sea deseable. Pedro representa a Cristo y está en lugar de Cristo; y
cuando reconoce, confiesa, profesa y proclama a Cristo, habla con la voz de
Dios; pero el mismo Pedro como persona privada, hablando por sus fuerzas
naturales y con su entendimiento humano... puede decir y hacer en efecto cosas
indignas, escandalosas e incluso satánicas. Existen entre nosotros fulanos que
piensan es devoción al Sumo Pontificado decir que el Papa “gloriosamente
reinante” en cualquier tiempo “es un santo y un sabio”, “ese santazo que
tenemos de Papa”, aunque no sepan un comino de su persona. Eso es fetichismo
africano, es mentir sencillamente a veces, es ridículo; y nos vuelve la irrisión
de los infieles. Lo que cumple es obedecer lo que manda el Papa (como estos no
siempre hacen) y respetarlo en cualquier caso, como Pontífice; y amarlo como
persona, cuando merece ser amado.
Los defectos y los pecados personales son pasajeros; la función social del
Monarca Eclesiástico es permanente. “Satán”, desapareció de allí al grito de
Cristo: “¡Atrás, Satanás!”; y quedó Pedro el Primado. El Papa como Papa está en
lugar de Cristo; como hombre será juzgado (gravemente) por Cristo; y no necesita
ni que nosotros lo juzguemos ni que lo andemos alabando a lo bobo.
Revista
Digital Fides et Ratio - Agosto de 2008