Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el «Doctor Angélico», patrono de la educación católica
Artículo especial:
una carta de George Orwell
George Orwell (“
El
riquísimo sitio web Conoceréis
de verdad ha publicado esta traducción de
Antonio Pardo de una carta del mencionado Orwell, publicada en Tribune
en 1945,
de sorprendente actualidad en pleno siglo XXI. El texto original se
encuentra
disponible haciendo clic aquí.
«George Orwell no llegó a
vivir las desviaciones de la medicina de nuestros
días, pero supo analizar el fenómeno de la
deshumanización de la ciencia y
llegar a descubrir el remedio: un científico no puede
considerarse tal si no
posee una formación humanística y el consiguiente
espíritu crítico ante la
ciencia pura. Este texto, publicado en TRIBUNE en 1945, goza de una
extraordinaria actualidad.
"En el Tribune de la semana pasada,
había una carta interesante de Mr. J.
Stewart Cook, en la que sugería que el mejor modo de evitar
el peligro de una
«jerarquía científica»
sería intentar que todo ciudadano fuera educado
científicamente tanto como se pudiera. A la vez, los
científicos saldrían de su
aislamiento y se animarían a tomar parte activa en la
política y en la
administración.
Considerando globalmente la propuesta, pienso que
la mayor parte de
nosotros estaríamos de acuerdo con ella, pero me doy cuenta
de que, como es
habitual, Mr. Cook no define la ciencia y se limita a dar a entender,
de
pasada, que se refiere a ciertas tendencias exactas cuyos experimentos
pueden
hacerse en serie en el laboratorio. Así, la
educación del adulto tiende a
«relegar los estudios científicos en favor de
materias literarias, económicas y
sociales», sin considerar, aparentemente, a la
economía y a la sociología como
ramas de la ciencia. Este punto es de gran importancia.
La palabra ciencia se usa actualmente como mínimo con dos
significados y
toda la cuestión de la educación
científica se encuentra oscurecida por la
costumbre actual de saltar de un significado al otro.
Se asume generalmente que ciencia significa o (a)
las ciencias exactas,
como la química, la física, etc., o (b) un
método de pensar que obtiene
resultados verificables razonando lógicamente a partir de
los hechos
observados.
Si usted le pregunta a cualquier
científico, o incluso a casi toda persona
culta «¿Qué es la ciencia?»,
recibirá probablemente una respuesta que se
aproxima a (b). Sin embargo, en la vida cotidiana, tanto al hablar como
al
escribir, cuando la gente dice «ciencia» quiere dar
a entender (a). Ciencia
significa algo que sucede en un laboratorio: la misma palabra evoca una
imagen
de gráficos, tubos de ensayo, balanzas, mecheros Bunsen y
microscopios. Al
biólogo, al astrónomo, o incluso al
psicólogo y al matemático, se le llama
«hombre de ciencia»: a nadie se le ocurre aplicar
estos términos al hombre de
estado, al poeta, al periodista y mucho menos al filósofo.
Y, cuando dicen que
la juventud debe ser educada científicamente quieren decir,
casi
invariablemente, que habría que decirles más
cosas de la radiactividad, o de
las estrellas, o de la fisiología de sus propios cuerpos, y
no que habría que
enseñarles a pensar con más precisión.
Esta confusión de significado, que es
parcialmente deliberada, encierra un
gran peligro. En la demanda de una educación más
científica está implícita la
pretensión de que, si uno ha aprendido a enfrentarse
científicamente con una
materia, tendría que ser más inteligente al
enfrentarse con cualquier materia
que alguien que no haya tenido ese entrenamiento. Se supone que las
opiniones
políticas de un científico, sus opiniones en
asuntos sociológicos o morales, en
filosofía o incluso en arte, serán más
valiosas que las de un lego. En otras
palabras, el mundo sería un sitio mejor si los
científicos tuvieran el control.
Pero un «científico», como acabamos de
ver, significa, en la práctica, un
especialista en una de las ciencias exactas. De aquí se
sigue que un químico o
un físico, por ser lo que es, es política-mente
más inteligente que un poeta o
un jurista, por ser lo que son. Y, de hecho, hay ya millones de
personas que se
creen esto.
Pero, ¿es realmente cierto que un
«científico», en este sentido
restringido,
es igual a cualquier otra persona a la hora de enfrentarse con
problemas no
científicos de un modo objetivo? No hay mucho fundamento
para pensar así.
Veamos una prueba sencilla: la capacidad para resistir el nacionalismo.
Se dice
muy a menudo que «la ciencia es internacional»,
pero, en la práctica, los
trabajadores científicos de todos los países
cierran filas tras sus propios
gobiernos con menos escrúpulos que los que sienten los
escritores y los
artistas. La comunidad científica alemana, en su conjunto,
no opuso resistencia
a Hitler. Puede que Hitler haya arruinado las expectativas a largo
plazo de la
ciencia alemana, pero todavía había abundancia de
hombres de talento para hacer
las investigaciones necesarias en asuntos como el petróleo
sintético, los
aviones de reacción, los proyectiles cohete y la bomba
ató-mica. Sin ellos, la
máquina de guerra alemana nunca hubiera podido articularse.
Por otra parte, ¿qué
pasó con la literatura alemana cuando los nazis
llegaron al poder? Creo que no se ha publicado ninguna
relación exhaustiva,
pero imagino que el número de científicos
alemanes —judíos aparte— que se
exiliaron voluntariamente o que fueron perseguidos por el
régimen fue mucho más
pequeño que el de escritores y periodistas. Y, algo
más siniestro aún, muchos
científicos alemanes se tragaron la monstruosidad de la
«ciencia racial». Se
pueden leer algunas de las declaraciones, haciendo constar sus nombres,
en el
libro The Spirit and Structure of German
Fascism, del profesor Brady.
Pero, de formas ligeramente distintas, es la misma
imagen en todas partes.
En Inglaterra, una gran proporción de nuestros mejores
científicos aceptan la
estructura de la sociedad capitalista, como puede verse por la
liberalidad con
que les conceden el título de Sir, baronías o
incluso les nombran Pares. Desde
Tennyson, ningún escritor inglés digno de leerse
—podría, quizás, hacerse una
excepción de Sir Max Beerbohm— ha recibido
ningún título. Y los científicos
ingleses que rechazan abiertamente el status
quo son, con frecuencia, comunistas, lo que significa que, por muy
intelectualmente escrupulosos que puedan ser en su propia
línea de pensamiento,
están dispuestos a olvidarse de críticas o
incluso a ser trapaceros en algunas
materias. El hecho es que el mero aprendizaje de una o más
ciencias exactas,
incluso combinado con las mejores dotes naturales, no garantiza un
punto de
vista crítico o humano. Los físicos de media
docena de grandes naciones, que
trabajan febril y secretamente sobre la bomba atómica, son
la demostración.
¿Significa esto que la gente en general
no debería ser educada más
científicamente? ¡Justo al contrario! Todo esto
significa que la educación
científica de las masas producirá muy pocos
beneficios y probablemente mucho
daño si se reduce simplemente a más
física, más química, más
biología, etc., en
detrimento de la literatura y de la historia. El efecto probable en el
ser
humano medio sería el empequeñecimiento de su
gama de pensamientos y hacerle
desdeñar, más que nunca, los conocimientos que no
posee: y sus reacciones
políticas serán probablemente algo menos
inteligentes que las de un campesino
analfabeto que conserva unos pocos recuerdos históricos y un
sentido estético
aceptablemente bueno.
Evidentemente, educación
científica debería significar la
implantación de
unos esquemas mentales racionales, críticos y
experimentales. Debería
significar la adquisición de un método
—un método que pueda ser usado para
enfrentarse con cualquier problema— y no solamente dejar
establecidos (en los
estudiantes) un montón de hechos. Considerada de este modo,
el apologista de la
educación cien-tífica estará
normalmente de acuerdo. Presiónele más,
pídale que
precise, y vuelve a surgir siempre que la educación
científica significa más
atención a las ciencias exactas, en otras palabras,
más hechos. La idea de que
ciencia significa un modo de enfrentarse con el mundo, y no simplemente
un
cuerpo de conocimientos, es muy resistida en la práctica.
Pienso que la razón
de esto es, en parte, un verdadero celo profesional. Porque, si la
ciencia es
simplemente un método o una actitud,
¿qué queda entonces del enorme prestigio
del que ahora disfrutan los químicos, los
físicos, etc., y de su pretensión de
ser más sabios que el resto de nosotros?
Hace unos cien años, Charles Kingsley
describió la ciencia como «fabricar
olores apestosos en un laboratorio». Hace un año o
dos, un químico industrial,
joven, me dijo, con aire satisfecho, que «no veía
para qué sirve la poesía». El
péndulo va así de un lado al otro, pero no me
parece que una actitud sea mejor
que la otra. Por el momento, la ciencia está en ascenso y,
por tanto, oímos y
nos parece recta la petición de que las masas
deberían educarse
científicamente; pero no oímos, como
deberíamos oír, la contrapropuesta de que
los científicos se beneficiarían con un poco de
educación. Poco antes de
escribir estas líneas, vi en una revista americana la
noticia de que unos
físicos americanos e ingleses rehusaron desde el comienzo
participar en la
investigación sobre la bomba atómica, pues
sabían el uso que se haría de ella.
Aquí tenemos un grupo de hombres sensatos en medio de un
mundo de lunáticos. Y,
aunque no han publicado nombres, pienso que sería una
conjetura acertada pensar
que todos son personas con algún tipo de cultura general
fundamental, con
algunas relaciones con la historia o la literatura o las artes; en dos
palabras, gente cuyos intereses no son, en el sentido corriente del
término,
puramente científicos.»
Revista Digital Fides et Ratio - Febrero de 2008