Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el «Doctor Angélico», patrono de la educación católica
Artículo especial: el primer milagro
Texto del Padre Leonardo Castellani para "El Evangelio de Jesucristo"
Seis hidrias
con dos o tres fenegas
cada una, dicen que vienen a ser como unas tres bordalesas. Mucho vino
para una
comida de bodas por muchos que hayan sido los invitados en
Caná de Galilea.
Esperemos que haya sobrado bastante; porque si no, allí hubo
más de un milagro.
La madre de
Jesús estaba allí —dice
el Evangelista— y fueron invitados Jesús y sus
discípulos… Había hecho algunos
discípulos, los primeros: Juan el que hace el relato y
Andrés; Simón hermano de
Andrés que ya le habían cambiado el nombre,
Felipe y Natanael, todos ellos
preparados por la dura predicación del otro Juan.
Era un casamiento de pueblo, de esos
a los que va todo el pueblo, de personas aparentemente acomodadas, de
esas que
no van mucho a misa. Cristo acababa de venir del ayuno de cuarenta
días y las
Tres Tentaciones y sin embargo tuvo humor para ir a un casamiento.
“Su madre
estaba allí”, es decir, era de la casa, pariente
cercana o lejana de uno de los
novios; y así ella se afligió de que vio que en
la mitad de la comida los
camareros titubeaban y se hacían señas y
consultas acerca del vino.
Avisó
a su hijo; y recibió una
respuesta seca que parece a la vez negativa y reprensión.
Mas ella sin
desanimarse (sea que el diálogo haya continuado y el
Evangelio no lo reporte,
sea que el tono del Maestro haya desmentido la dureza de las palabras,
sea que
su confianza en él fuera inconmovible)
“llamó a los sirvientes”; lo cual prueba
que era de la casa. Cristo les ordenó llenar de agua hasta
el tope las seis
hidrias; e hizo el milagro con sencillez. Sigue el rasgo
humorístico del
diálogo entre el novio y el maestresala (el
“chef”, que diríamos nosotros)
acerca de la calidad del nuevo vino; que él no
sabía, pero los criados sí
sabían de donde había salido. Por los sirvientes
la noticia se propaló sin duda
entre los invitados y hubo gran sensación:
“reveló Él su Mesianidad
—dice el
primero de sus Discípulos— y sus
discípulos creyeron en Él”.
El primer
milagro de Jesucristo no
deja de ser curioso: fue un milagro de lujo, un milagro hecho antes de
tiempo,
un milagro hecho en una fiesta de bodas. “¡Oh
Cristo, espectro exangüe que has
venido – a perturbar la fiesta de la vida!...”,
dijo en francés uno que sabía
poco de Cristo: puesto que su primer milagro fue regalar
alegría y su último
milagro fue resucitar de entre los muertos. Mucho mejor dijo San Pablo:
“Apareció la humanidad y la benignidad de Dios en
la persona de su Hijo, hecho
de Israel, hecho de mujer, hecho hombre”.
Anatole France
le tenía pavor a la
ascética de Cristo; y por eso en sus “Bodas
Corintianas” lo llama “espectro
exangüe”. Cristo venía de hacer un ayuno
de cuarenta días; pero no vino a
imponer el ayuno a los novios y a sus invitados. Caer al baile y
empezar a
tronar: “¡Desdichados! ¡No
sabéis que tenéis que morir! ¡No
sabéis que el
juicio de Dios es terrible! ¡No sabéis que
estáis llenos de pecados y el hacha
está ya cerca de la raíz del
árbol!” – eso no es Cristo: eso es
Montano,
Savonarola o Calvino. Penúltimo caso, San Juan Bautista.
Cristo no fue menos
Asceta que todos estos sino más; pero como hombre religioso,
se aplicaba el
ascetismo a sí mismo y no a los demás. No hay
cosa peor que los que son muy
ascetas para el prójimo y muy poco para sí
mismos. Al revés fue Jesucristo.
Se me figura
que en el primer
milagro de Cristo hay algo de burla hecha al demonio, una especie de
respuesta
humorística: el diablo lo invitó a que hiciese su
primer milagro para
procurarse pan, una cosa necesaria; y debe haber sido una
tentación terrible,
puesto que a los cuarenta días de ayuno el hambre retorna
con la fuerza de una
enfermedad y una tortura: los médicos la llaman
“gastroquenosis”; pero Cristo
hizo su primer milagro “antes de tiempo”, como dijo
él; a invitación de su
madre, y para proveer a una humilde fiesta humana de una cosa de lujo,
de una
cosa superflua… Con lo cual afirmó que el vino es
también necesario.
Si no existiera
el vino, no pudiera
Cristo haber hecho su primer milagro, ni después su
permanente milagro de
convertirlo en su sangre; del cual este primero fue como
anticipación y
símbolo. Es necesario que existan cosas buenas para poder
con ellas conocer a
Dios, servir a Dios; y, llegado el caso, sacrificarlas a Dios. El
Asceta no es
el hombre que cree que las cosas buenas son cosas malas; el asceta es
el hombre
que conoce lo bueno y sin embargo lo sacrifica. ¿Por
qué? Por otro bien mayor.
¿Qué bien? Pregúnteselo a
él. “No sólo de pan vive el
Hombre…” El bien de
“La
virginidad voluntaria es santa
cuando se elige en orden a la contemplación”,
enseña Santo Tomás. No cualquier
celibato es santo; como tampoco cualquier ascética. Hay
ascéticas infructuosas,
tristes, e incluso diabólicas.
El cristianismo
es a la vez la
religión más fuerte y más mansa que
existe. No ha sido dado a todos ni será
pedido a todos el que vivan en la extrema pobreza y
humillación en que vivió el
Maestro; pero sí se nos pide a todos que estemos dispuestos
a eso si Dios lo
llegara a pedir; y que pensemos que eso es demasiado alto para
nosotros, y por
eso no lo pide, y nos lleva por un camino más suave. En
tanto que el Asceta se
humilla pensando que si él hace tanta penitencia, es porque
la necesita, por
ser más ruin que los otros. Lo cual no es mentir tampoco; y
así todos, Ascetas
y Musagetas, hemos de vivir en alegría y humildad.
Los Santos
Padres han visto siempre
en este primer milagro de Cristo, amable manifestación de la
benignidad de
Dios, la figura de la elevación del matrimonio a Sacramento.
Así como convirtió
con su palabra el agua en vino, así transformó
Jesucristo con su gracia un
contrato natural en un sacramento; es decir, en una fuente de gracia.
Para
convertirlo en una desgracia, ya bastan los hombres.
Revista
Digital Fides et Ratio - Febrero de 2009