Santo Tomás de Aquino (1225-1274), el «Doctor Angélico», patrono de la educación católica
Artículo especial: el ateísmo y la ciencia de hoy
por el padre Jorge Loring (extraido de "Motivos para creer")
A Dios se le puede conocer por
distintos caminos. Hay gente que ha llegado al conocimiento de Dios por una
experiencia personal, porque lo siente, porque lo vive, por una vivencia
íntima. Lo ha tenido tan cerca, tan dentro de sí, que no puede dudar de su
existencia. Como el que ha tenido un dolor de muelas; no necesita que le
expliquen qué es.
Es el caso de san Pablo o de André
Frossard, como dice en su libro Dios existe, yo me lo encontré. Entró
ateo en una iglesia y salió católico.
Pero no es éste el único modo ni el
más frecuente de conocer a Dios.
Vamos a reflexionar sobre lo que
significa conocer a Dios por medio del entendimiento. No se trata de reducir
la fe a la razón. La fe trasciende la razón, pero es razonable. Si no lo fuera,
los creyentes seríamos unos estúpidos.
Por otra parte, ya nos lo dijo san
Juan: «A Dios no lo ha visto nadie. Dios es espíritu.» Con los ojos de la
cara, a Dios no se le ve. Eso no es nuevo. Eso lo sabemos de siempre. A Dios no
lo ha visto nadie. A Jesucristo sí, porque Jesucristo es Dios hecho Hombre, con
cuerpo de hombre; pero a Dios-Creador no lo ha visto nadie, pero esto no
significa que Dios no exista.
Hay muchas cosas que existen y no se
ven con los ojos de la cara. Los ojos no ven lo muy pequeño, y por eso
necesitamos un microscopio; ni lo muy lejano, y por eso nos servimos de unos
prismáticos. Y, desde luego, los ojos no sirven para conocer el amor. ¿Se puede
negar que existe el amor? Si sois padres de familia, tenéis amor a vuestras
esposas, a vuestros hijos. Los solteros tienen amor a su novia. ¿Quién ha
visto el amor? ¿De qué color es el amor? ¿Es azul? ¿Es rojo? ¿Es verde?
¿Qué forma tiene el amor? ¿Es triangular? ¿Es cuadrado? ¿Es rectangular? Vemos
personas que se aman, pero el amor no se ve. ¡Y el amor existe! Pero el
amor es algo espiritual. El amor no se pesa con una balanza, el amor no se
mide con un metro, porque la balanza y el metro sirven para pesar y medir cosas
materiales. Existe amor y existen grados de amor. Hay quien ama mucho y hay
quien ama poco.
Ni el telescopio sirve para ver a
Dios ni el microscopio para ver a Cristo en
Los sentidos ayudan a la
inteligencia, que opera con los datos que éstos le proporcionan. Los mismos
sentidos se complementan mutuamente para la percepción de la realidad, pero
solos no bastan.
Hay cosas que nuestros ojos no ven
pero existen. Así es Dios. Dios es algo espiritual a quien no vemos, pero lo
vamos a conocer por el entendimiento. Y lo que conocemos por el entendimiento
vale más que lo que conocemos por los ojos.
Los ojos muchas veces nos engañan.
Muchas veces ves una cosa con los ojos, y parece lo que no es. Y no sólo ocurre
con fantasmas sino también con cosas corrientes. Miramos la luna llena, y ¿qué
vemos en el horizonte? Un gran disco rojo precioso. Los ojos, ¿qué nos dan? Un
disco. Lo que nos dan los ojos es que la luna es como un plato. Sin embargo, la
luna es esférica. Nosotros, mediante el estudio, sabemos que la luna es esférica
como una pelota. ¡Los ojos nos engañan!
Si en invierno nos asomamos de noche
a contemplar el cielo estrellado, detrás del gigante Orión vemos la preciosidad
de Sirio, una de las estrellas más inestables que conocemos. Pues puede que lo
que estemos viendo ya no exista. Sirio ha podido haber explotado y todavía no
lo percibimos, puesto que la luz de la explosión tardará ocho años en llegar a
nosotros. Está a ocho años luz. Podemos estar viéndola y que ya no exista.
Muchas veces lo que vemos con los
ojos es mentira, y tenemos que usar el entendimiento para tener una noción
clara de la verdad, porque los ojos pueden engañarnos. Por eso digo que cuando
conocemos una cosa con el entendimiento tiene más fuerza que cuando la
conocemos sólo con los ojos.
Nosotros vamos a conocer a Dios por
el entendimiento, porque si conocemos algo mediante el entendimiento bien
aplicado podemos estar seguros de que no nos equivocamos. Pongamos un ejemplo.
Si alguien me demostrara
matemáticamente que el hijo es más viejo que su madre, aunque yo no supiera
dónde está el fallo de la demostración, no por eso me dejaría convencer, pues
mi entendimiento me advierte claramente que se trata de un engaño, porque yo
sé que es imposible que el hijo sea mayor que su madre.
Si yo digo: «No he contado las
estrellas del cielo, no sé cuántas hay; pero me atrevo a afirmar que el número
de estrellas es... » ¡No las he contado!, pero estoy convencido de que nadie me
puede convencer de lo contrario si afirmo que el número de las estrellas es
par o impar.
Claro, si no es par, es impar.
Porque en vuestro entendimiento sabéis que el número que sea, cualquiera que
sea, o será par o impar. El entendimiento lo comprende y no hay vuelta de
hoja.
Si digo: «el todo es mayor que su
parte» me das la razón. Con el entendimiento caes en la cuenta de que el todo
es siempre mayor que su parte. El conjunto de la humanidad es siempre mayor que
parte de la humanidad. Leer un libro entero siempre es más que leer una parte
del libro.
Estos conocimientos que adquirimos
con el entendimiento bien aplicado tienen mucha más fuerza, más firmeza, más
seguridad, que las cosas que vemos con los ojos. Lo comprendemos con tanta
claridad y con tanta seguridad que tenemos la certeza de que nunca nadie puede
convencernos de lo contrario.
Por lo tanto, aunque a Dios no se le
ve con los ojos de la cara, no importa. Lo conocemos con el entendimiento, que
tiene más fuerza todavía.
Revista
Digital Fides et Ratio - Septiembre de 2008