MISTRA.

 

En un abrupto promontorio de las estribaciones del Taigeto, a 5 km. al noroeste de Esparta, se alzan las ruinas de Mistra, conocida también como Mistrás, su nombre actual griego. Sede del Despotado de la Morea, hoy es una ciudad fantasma donde resulta inevitable perderse en la evocación de sus glorias pasadas y echar al vuelo la imaginación entre sus desnudas paredes, sus preciosas iglesias y sus vertiginosas y espectaculares vistas, de las más hermosas que se pueden contemplar en todo el Peloponeso.

 

Fundación de Mistra por Guillermo de Villehardouin.

 

Desde la toma de Constantinopla por los latinos en el 1204, los francos intentaron extenderse por toda Grecia, pero encontraron una dura resistencia en el Peloponeso. Sólo en 1248, cuando Guillermo II Villehardouin, con ayuda de los venecianos, rinde Monembasía mediante asedio, consigue reunir bajo su mando todas las regiones que ésta controlaba: el sudeste del Peloponeso, Laconia, Maina y las regiones eslavas del Taigeto. Para afianzar su dominio, Guillermo elige el peñasco de Mistra, que hasta ese momento no presenta vestigios importantes de ocupación, y comienza en 1249 la edificación una fortaleza que le sirviera como centro de control. Sin embargo, Guillermo cayó prisionero de los bizantinos en la batalla de Pelagonia, en 1259, y para salvar su vida se vio obligado a entregar como rescate la recién erigida fortaleza, Monembasía y la Gran Maina.

 

Dominio bizantino.

 

Aunque la sede del gobernador del Peloponeso permaneció en Monembasía, el dominio bizantino de Mistra comienza en 1262. No obstante, Guillermo todavía controlaba la ciudad en la llanura, y esto precisamente fue lo que indujo a la población de Esparta, en continua hostilidad con los francos, a abandonar el llano y refugiarse en la fortaleza, donde, al menos, podían vivir bajo la autoridad griega, convirtiendo a Mistra en una ciudad que empezó a superar con creces su primigenio concepto de fortificación militar. Se construye la catedral, se fundan más monasterios, aumentan en número las construcciones civiles y comienza una importante actividad intelectual. En 1289 el gobernador bizantino del Peloponeso se traslada a este enclave. Sobre esa misma fecha aparece la relevante figura del monje Pacomio, que dejaría una marca indeleble en Mistra fundando el monasterio de Brontoquio, primer centro de enseñanza de la ciudad, y ayudando a ésta a cobrar importancia ante Constantinopla. Por otra parte, en 1304 llega allí Nicéforo Moscópulo, obispo de Creta expulsado por los latinos, quien por su jerarquía eclesiástica superior es nombrado obispo de Lacedemonia para limar las rivalidades que empezaban a surgir entre Monembasía y Mistra debido al rápido incremento que esta última estaba adquiriendo.

 

Manuel Cantacuzeno, primer déspota de Mistra (1349-1380)

 

Regida por diversos gobernadores, la situación cambia cuando en 1349 el emperador Juan VI Cantacuzeno otorga a su segundo hijo Manuel el título de Déspota y lo envía como gobernador al Peloponeso con la orden de pacificarlo y protegerlo tanto de los francos como de los enfrentamientos intestinos entre los pequeños terratenientes griegos de la zona. Antes de salir de Constantinopla, Manuel había contraído matrimonio con una princesa franca de la casa Lusignan de Chipre, Isabel, quien probablemente cambiara su nombre a María después de bautizarse ortodoxa. Quizá por influencia de su esposa, Manuel siempre tuvo un trato excelente con los latinos, con quienes llegó incluso a aliarse para luchar contra los griegos insurrectos. Los latinos aceptaron con agrado vivir bajo la égida de un griego contemporizador, y a fines del siglo XIV Mistra se llena de nombres de origen occidental: Francópulo (hijo de Franco), Raúl o Frantzés (adaptación griega de Francis). El inteligente y diplomático Manuel consigue su objetivo pacificador en relativamente poco tiempo, y una vez asentada su autoridad, ya podemos hablar del Despotado de la Morea, región autónoma pero muy ligada al Imperio, a pesar de que los propios bizantinos no tuvieron conciencia de esta entidad tal y como la comprendemos nosotros. En ese momento, el peso específico de la administración bizantina en el Peloponeso termina recayendo definitivamente en Mistra, y Monembasía, a pesar de su importancia, queda reducida casi de forma exclusiva a puerto de la sede del déspota.

Manuel tuvo que afrontar serios problemas internos, pero tuvo un largo despotado en Mistra que se vio continuado por otros no tan afortunados.

 

Mateo Cantacuzeno (1380-1384)

 

Mateo, su hermano mayor, derrotado en sus aspiraciones al trono de Constantinopla por Juan V Paleólogo, se asienta definitivamente en Mistra en 1361, sucediendo a Manuel después de su muerte en 1380, ya que éste había muerto sin descendencia.

No obstante, en el conjunto de acuerdos y negociaciones que Juan V llevó a cabo para lograr la paz en el seno de la familia imperial, y, por tanto, en el Imperio, se encontraba la concesión del Despotado a su hijo Teodoro. Mateo, quien había abandonado ya sus antiguos deseos de poder, se hubiera doblegado gustoso a esta decisión, pero su hijo Demetrio, que se consideraba el legítimo heredero del Despotado, se alzó en armas. Teodoro llegó al Peloponeso en diciembre de 1382, pero hasta la muerte de Demetrio en 1384 no pudo asumir el cargo.

 

Teodoro I Paleólogo (1384-1407)

 

Teodoro tuvo un azaroso despotado en Mistra. Soportando numerosas presiones —de la Compañía Navarra, de los venecianos, de los turcos y de los propios señores griegos de la región, muchos de los cuales habían apoyado a Demetrio—, su situación se volvió crítica cuando en 1402 se vio obligado a entregar Mistra a los Caballeros de la Orden de San Juan de Rodas, que ya empezaba a afianzarse en el Peloponeso adquiriendo puestos clave como Corinto. Teodoro se retiró a Monembasía, pero cuando los Caballeros llegaron a Lacedemonia para asumir el mando de la ciudad, el pueblo se rebeló y Teodoro volvió a hacerse cargo de Mistra.

En 1407 adoptó los hábitos monacales y murió pocos días después. Su hermano, el emperador Manuel II, le dedicó un emocionado discurso fúnebre.

 

Teodoro II Paleólogo (1407-1427)

 

Manuel II sentía un gran interés por el Despotado, por lo que cuando le llegó la noticia de la muerte de su hermano, designó a su segundo hijo, también llamado Teodoro, para que le sucediera.

El joven Teodoro llegó a Mistra en 1408 acompañado de su padre. A su paso por Corinto, Manuel emprendió la reconstrucción del Hexamilion, la muralla que recorría el estrecho, en un intento de proteger el estrecho de un ataque turco, lo que provocó las iras de la levantisca nobleza griega por el impuesto extraordinario que se le exigió. Manuel permaneció junto a su hijo hasta asegurarse de que sus ministros le serían fieles y de que dejaba encarrilados los asuntos del Despotado. En 1415, Manuel volvió a pasar otra temporada junto a su hijo en Mistra.

A pesar de su agrio y neurótico carácter, Teodoro fue un brillante intelectual, amante devoto de las artes y las ciencias. Desde mediados del siglo XIV, ante la decadencia y la falta de recursos de la ciudad, los artistas se vieron obligados a buscar trabajo en otras partes más pujantes del imperio, principalmente Trebisonda y el Peloponeso, y si bien Mistra tenía una espléndida tradición como foco de cultura, será bajo el mandato de Teodoro cuando este esplendor llegue a su cenit. La protección del déspota y de su mujer, Cléope Malatesta, reunió allí no sólo a los mejores artistas, sino también a los más afamados filósofos del momento, como el neoplatonista Jorge Gemisto Pletón, en el que fue el último renacimiento cultural de Bizancio.

Mistra se convirtió en el centro de reunión de los seis hermanos Paleólogo. Juan, el hermano mayor, fue enviado allí por su padre en 1416, donde permaneció durante casi dos años ayudando a Teodoro y adquiriendo experiencia como gobernante. En 1418 Manuel envió también a Tomás, el hermano más pequeño, cuando todavía era muy joven, de manera que creció en el Peloponeso junto a su hermano Teodoro. Andrónico se refugió y murió en Mistra después de entregar Salónica a los venecianos en 1423, y también acudió allí Constantino a instancias de su hermano Juan, ya emperador, para asumir el Despotado, puesto que Teodoro, a pesar de su matrimonio con Cléope, había manifestado en numerosas ocasiones su deseo de dedicarse a la vida monástica. A Demetrio todavía no le había llegado su momento de protagonismo en Mistra.

 

Teodoro, Constantino y Tomás Paleólogo (1427-1442)

 

Dejando Mesembria, en las costas del mar Negro, Constantino llega a Mistra en 1427. Teodoro ya se había arrepentido de su vocación religiosa, pero consintió en compartir el poder con su hermano. Constantino tomó por esposa a Teodora Tocco, sobrina de Carolo Tocco, conde de Cefalonia, uno de los más encarnizados enemigos de Teodoro, quien dio como dote a su sobrina la ciudad de Clarenza. Constantino recibió de su hermano las posesiones de Mesenia y Maina, con lo que su fortuna quedaba asegurada. Al mismo tiempo, Teodoro concedió a Tomás, el hermano pequeño, una pequeña región que tenía como centro Calavrita.

En 1429 Constantino arrebata Patras de manos de los venecianos, a pesar de las reticencias de Teodoro por miedo a las represalias de la Serenísima, y, paralelamente, Tomás ataca a Centurione Zacaría, el último príncipe de Acaya, quien, abandonado por los venecianos, ofrece a su hija en matrimonio para Tomás, otorgándole como dote todas sus posesiones.

Así pues, prácticamente todo el Peloponeso se encontraba en manos griegas, y los tres hermanos lo compartieron de forma pacífica hasta que en 1436 surgió la disputa por el trono de Constantinopla. Juan quería como sucesor a Constantino, pero Teodoro quiso hacer prevalecer sus derechos como hermano mayor. No obstante, Teodoro estuvo de acuerdo en que fuera Constantino quien se hiciera cargo de los asuntos del imperio mientras Juan estuvo ausente para acudir al concilio de Florencia en 1437, gobernando él mismo la parte del Peloponeso que correspondía a Constantino. Éste regresó allí desde la Ciudad en 1441, pero debe volver al año siguiente para ayudar a Juan frente a la insurrección del otro hermano, Demetrio. Para estar cerca de Constantinopla, Constantino se hace cargo de Selimbria, en el mar de Mármara, propiedad que pertenecía a Demetrio. No obstante, en 1443 Teodoro le propuso intercambiar Selimbria por Mistra, a lo que Constantino accedió.

 

Constantino y Tomás Paleólogo (1443-1449)

 

Ya como déspota de Mistra, Constantino mantuvo buenas relaciones con su hermano Tomás. Inició la reconstrucción del Hexamilion, destruido por la incursión turca de 1423, y se preparó para la reconquista de la Grecia continental. En 1445 llegó hasta la cordillera del Pindo, pero el triunfo fue breve. En 1446 el sultán Murat II recupera los territorios perdidos y castiga a Constantino destruyendo el Hexamilion y devastando el Peloponeso con terribles consecuencias. No parece probable que llegara a alcanzar Mistra, pero los déspotas se vieron obligados a reconocer la autoridad del sultán.

Cuando en 1448 llega la noticia de la muerte de Teodoro, Constantino ya sabe que será el sucesor de la corona imperial. Antes de emprender el camino a la Ciudad, muere el emperador Juan. La emperatriz madre, Elena, decide que Constantino debe ser coronado cuanto antes, por lo que la coronación se llevará a cabo en Mistra. No se sabe con certeza si la ceremonia tuvo lugar en la Catedral o en Santa Sofía, la iglesia de palacio, pero el 6 de enero de 1449 Constantino se convierte en Constantino XI Paleólogo, el que sería último emperador de Constantinopla.

 

Tomás y Demetrio Paleólogo (1449-1460)

 

Una vez en la Ciudad, Constantino decide que los dos hermanos restantes compartan el Despotado de Morea. Tomás se asienta en Patras y Demetrio se queda en Mistra. A pesar de haber jurado ante su madre y su hermano una convivencia pacífica, la ficticia armonía fraternal no tardó en romperse. Por otra parte, en 1453, después de la caída de la Ciudad, tuvieron que hacer frente a grupos de albaneses y nobles griegos insurrectos, y ante esta desesperada situación solicitaron la ayuda del sultán Mehmet II. Anulados todos los núcleos de rebeldía, se sometieron humildemente al sultán consintiendo en pagar cada uno un tributo anual de 12.000 ducados que fueron incapaces de reunir. Demetrio veía el avance del Turco como algo irremediable pero Tomás todavía confiaba en la ayuda de Occidente. Ante las tendencias de Tomás, Mehmet decide castigar duramente el Peloponeso en 1448, pero al menos Mistra se salvó de la devastación. En lugar de unirse, los dos hermanos continuaron con sus rivalidades. El sultán se cansó de esta situación y el 29 de mayo de 1460, exactamente siete años después de la toma de Constantinopla, los ciudadanos de Mistra divisan a un enorme ejército turco apareciendo en el horizonte. El 31 de mayo, el mismo sultán llega al pie de la muralla de Mistra, de la que se apodera sin encontrar resistencia.

A pesar de que fue tratado con gran respeto, Demetrio es obligado a entregar a su mujer y a su hija para el harén del sultán, y acompaña a la comitiva de éste hasta Tracia, donde se le habían concedido algunas tierras como compensación. Le fue devuelta su mujer, pero no su hija, que, a pesar de todo, jamás formó parte del harén.

El déspota Tomás y su familia esperaban acontecimientos en Porto Longo, al sudoeste del Peloponeso, y finalmente embarcaron rumbo a Corfú, desde donde llegaron a Italia para ponerse bajo la protección del papa Pío II, a quien entregaron las reliquias de San Andrés que se custodiaban en Patras.

La conquista de todo el Peloponeso se llevó a cabo de forma inmediata. Sólo una ciudad, Salmenico, cerca de Patras, resistió un duro asedio hasta julio de 1461 bajo el mando de su gobernador, Constantino Paleólogo Gretsas, de quien el propio Mehmet II dijo: “es el único hombre que encontré en el Peloponeso”.

 

Mistra durante el dominio turco.

 

Después de su captura, Mistra perdió su importancia como capital, a pesar de seguir siendo la sede del sanyak turco del Peloponeso e importante centro económico, sobre todo por su producción de seda. En 1464, el veneciano Segismundo Malatesta intenta una incursión sin éxito, pero al menos consigue capturar como botín la reliquia más codiciada en Occidente: los restos del filósofo Pletón, venerado en Italia por el papel que desempeñó en el mundo intelectual del Humanismo y del Renacimiento. Así pues, los venecianos la ambicionaron durante largo tiempo, pero no se apoderaron de ella hasta 1687, y en 1715 vuelve a caer en manos turcas, convirtiéndose entonces en una base militar. En 1770 los albaneses la arrasaron por completo matando a todos sus habitantes, de manera que quedó abandonada durante diez años.

Mistra liberada.

 

A pesar de que la Revolución griega de 1821 liberó la ciudad, Mistra jamás volvió a recuperarse de ese golpe, y su puntilla fue el devastador incendio que sufrió de manos de los egipcios en 1825. La fundación de la nueva Esparta en la llanura por el rey Otón I, que quería revivir la Grecia clásica despreciando la medieval, supuso el fin definitivo en 1834.

 Mistra hoy.

 

Algunas familias habitaron en las viejas mansiones de Mistra hasta aproximadamente 1950, época en la ciudad bizantina fue convertida en espacio arqueológico y se inauguró el museo. Actualmente sólo habita allí una congregación de monjas ortodoxas en el monasterio de la Pantanassa. Viven de la venta de llamativos bordados tradicionales y otros objetos de recuerdo a los visitantes, a quienes invitan a un delicioso lukumi.

Desde 1989 sus ruinas han pasado a formar parte del Patrimonio Universal de la Humanidad ( http://whc.unesco.org/sites/511.htm ). El gobierno griego está haciendo un gran esfuerzo porque se reconozca la importancia de Mistra, y hoy sus edificios y callejones están siendo objeto de unos importantes trabajos de restauración. La exposición Momentos de Bizancio. Trabajos y días en Bizancio, celebrada en el año 2001 de forma simultánea en las ciudades de Atenas, Salónica y Mistra, ha devuelto a la olvidada ciudad bizantina el protagonismo y la relevancia que merece. Superando el tradicional concepto museístico de objetos encerrados en vitrinas, Mistra es ahora un hermoso museo al aire libre donde los objetos expuestos son los propios edificios e iglesias, la propia ciudad, la hermosa llanura de Esparta que se extiende ante los sorprendidos ojos del visitante, que tiene ante sí un escenario sobre el que han pasado siglos de mitos e historia.

En la ribera del Eurotas, la tierra del valiente Leónidas, donde Zeus sedujo a Leda en forma de cisne engendrando a la Bella Elena, la moderna ciudad de Esparta también reserva algunas sorpresas al viajero, no por más humildes menos interesantes. No debe dejar pasar la ocasión de visitar el Palacio de Menelao, situado en las afueras, que le llevará a la época micénica y, ya dentro de la ciudad, el templo de Ártemis Ortia, de época arcaica, las ruinas romanas y el museo arqueológico, edificio neoclásico de la época de Otón, que posee una excelente y desconocida colección de objetos procedentes de las excavaciones locales.

Como ya vaticinó Tucídides, poco o nada queda de la Esparta clásica. No hay ningún Partenón que testimonie el poderío de la región de Lacedemonia en ese periodo de la historia de Grecia, pero el hueco queda ampliamente cubierto por la ciudad levantada en un espolón del Taigeto, que llena nuestros ojos de grandezas bizantinas de la época en la que Constantinopla estaba ya cercada, exhausta y condenada, y Mistra fue el centro neurálgico del mundo griego.

 

Eva Latorre Broto

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