La Eneida

El centro de la vida de Virgilio, de los veinte a los cuarenta años, está enmarcado por el Rubicón y por los ecos de la batalla de Accio; vivió, como hemos comentado, en el torbellino de constantes enfrentamientos civiles que no llegaron a su final, sino con la muerte de Antonio, el año 30 a. C. Agripa el militar en una mano, y Mecenas el amigo de las letras en otras, Octaviano decide entonces comenzar toda una obra de reconstrucción nacional (la «restauración de la república», decían ellos) que debía contar con una adecuada campaña de propaganda. Mecenas estaba empeñado en que alguno de sus poetas cantase las gestas de Octaviano, y parece que probó sin fortuna con Horacio y Propercio, quienes habrían renunciado de antemano a tan ingente tarea.

También Virgilio recibió esta propuesta, y parece que se dejó llevar por el entusiasmo de la victoria y de la paz, y puso manos a la obra. Si tenemos en cuenta el sangriento pasado que estos poetas habían conocido, no podemos sorprendernos si dejaron escapar un profundo suspiro cuando se cerraron en Roma las puertas del templo de Jano, las puertas de la guerra: era el año 29, y casi durante doscientos años habían estado abiertas, ensangrentadas.

Tenemos noticias, sin embargo, que nos aseguran que era ya antigua la intención de Virgilio de componer un poema épico. Afirman sus biógrafos (Servio, Donato) que ya antes de terminar las Bucólicas trató de cantar reges et proelia, y discuten si pensaba ya en Eneas o se trataría de una epopeya basada en la historia de los reyes de Alba. En todo caso, nuestro poeta abandonó pronto este proyecto, bien abrumado por la tarea, bien simplemente que los tiempos de los neotéricos no animaban precisamente a los posibles autores de poemas épicos de altos vuelos. Un segundo dato sostiene esta vieja pretensión: parece que, cuando -en el 45- Julio César inaugura el templo dedicado a su antepasada Venus Gé netrix, Virgilio habría asociado definitivamente los nombres de César y de Eneas; según Servio, a este César haría referencia el poeta en el libro I de su Eneida (254-296) y, por tanto, estos versos habrían sido compuestos, quizá con algún otro fragmento, mucho antes que el resto del poema.

Es indiscutible, por último, que en el proemio del libro III de las Geórgicas Virgilio anuncia una futura obra, comparada en sus versos con un templo, que tendrá a César en el centro y al fondo las gestas troyanas. Y este César al que se refiere con el entusiasmo de los días de Accio, es ya Octaviano. Cuando termina su poema campesino, Virgilio se decide al fin a recoger la propuesta de Mecenas. Era, pues, el año 29, y hemos visto, sin embargo, cómo tres años después nada puede aún ofrecer a Augusto. ¿Qué obstaculizaba el trabajo del poeta? Quizá su intención primera estaba experimentando un cambio y su fina intuición poética le llevaba a desplazar la cámara, colocando al líder en un segundo plano, para que más destacase la tarea colectiva del pueblo romano, «el pueblo latino y los padres de Alba y de la alta Roma las murallas». Ahora bien, los días no eran fáciles, y no es raro pensar que en Virgilio se fuera enfriando el entusiasmo inicial; si a esto añadimos el que su amigo Cornelio Galo se quitó la vida el año 27, acusado de traición hacia la persona de Augusto, ¿no sería posible pensar en un cierto desengaño político del poeta?

«Canto las armas y a ese hombre que de las costas de Troya

llegó el primero a Italia prófugo por el hado y a las playas

lavianas, sacudido por mar y por tierra por la violencia

de los dioses a causa de la ira obstinada de la cruel Juno,

tras mucho sufrir también en la guerra, hasta que fundó la ciudad

y trajo sus dioses al Lacio; de ahí el pueblo latino

y los padres albanos y de la alta Roma las murallas...»

Virgilio, por tanto, eligió como argumento definitivo para su poema épico los viajes de Eneas, de Troya a las tierras del Lacio, y sus guerras en Italia hasta su definitivo asentamiento. En realidad, se trataba, tal como el poeta lo planteaba, del primer capítulo de la historia de Roma que iba a culminar en la persona de Augusto, descendiente familiar y también político de esta manera del héroe de Troya. Veamos el argumento del poema:

LIBRO I: Las naves de los troyanos, que surcan el mar de Sicilia, son.arrojadas a las costas africanas por una violenta tempestad que la rencorosa Juno les envía. Venus, quien poco antes había obtenido de Júpiter garantías sobre el futuro de su hijo, se aparece a Eneas como una cazadora, y le informa de que se encuentra en las tierras de la fenicia Dido, ahora reina de Cartago. Entra Eneas en esta ciudad con su amigo Acates rodeados por una nube que les oculta, y pueden así contemplarla sin que nadie les vea. Asisten también al relato de Ilioneo, que se ha presentado ante la reina al frente de una embajada de troyanos, y Eneas envía a Acates en busca de Ascanio y de regalos para Dido, después de salir de la nube y mostrarse a la vista de todos. Venus, convenciendo a Cupido para que suplante al hijo de Eneas y tome su aspecto, logra que el corazón de la reina se inflame de amor. La reina ofrece un banquete a sus huéspedes y pide a Eneas que le cuente sus aventuras.

LIBRO II: Comienzan los recuerdos de Eneas, tal como se los cuenta a Dido en el banquete, y que se van a extender a lo largo de dos libros. En éste se cuenta la caída de Troya, luego que los griegos lograron introducir el caballo en la ciudad. Esa noche aciaga, y cuando ya el ejército griego había logrado su objetivo de entrar en Troya, se aparece a Eneas el fantasma de Héctor que le anuncia el desastre y le pide que escape y busque nuevas murallas para los dioses de la ciudad. Se describe el saqueo de la ciudad y la muerte de alguno de sus personajes más importantes y en especial la del rey Príamo. Eneas decide abandonar la patria para lo que ha de vencer, ayudado por señales del cielo, la resistencia de Anquises, su padre. Salen al fin, pero en el camino se pierde definitivamente Creúsa, la esposa del héroe, quien se encamina a las montañas con su padre y Ascanio, su hijo.

LIBRO III: Eneas, con los compañeros que han podido escapar a la catástrofe, prepara una flota y navega a las costas de Tracia. Comienza así un periplo que le lleva sucesivamente a la isla de Delos (para consultar el oráculo), a Creta, de donde deben partir precipitadamente a causa de la peste, y a las islas Estrófades (encuentro con Celeno y las demás Harpías; nueva profecía sobre su destino). Llegan a las costas de Epiro, donde encuentran a Andrómaca y Héleno; le anuncia éste su brillante porvenir y le advierte de los peligros que debe evitar en la navegación hacia Italia. Bordean las costas de Sicilia y, frente al Etna, encuentran al griego Aqueménides, superviviente de la expedición de Ulises, que les refiere la aventura con el Ciclope Polifemo. Evitan luego los escollos de Escila y Caribdis siguiendo los consejos de Heleno, y llegan al fin al puerto de Drépano, donde muere Anquises, el padre del héroe. Viene luego la tempestad que les ha arrojado a las playas de África, con lo que termina el relato de Eneas a la reina.

LIBRO IV: Es el famoso libro de los amores de Dido y Eneas. Comienza cuando Dido abre su corazón a Ana, su hermana del alma, y le expone su terrible dilema: se ha enamorado del héroe troyano, pero aún respeta la memoria de Siqueo, su primer marido ya muerto. Animada por las palabras de su hermana, que le reprocha el haber rechazado ya a otros pretendientes africanos, Dido rompe todos los lazos del pudor y se entrega a una ardiente pasión por Eneas. Juno y Venus, por razones bien distintas, acuerdan -las dos están fingiendo- propiciar la unión de Dido con Eneas y unir a los dos pueblos. Salen los héroes de cacería; protegidos en una cueva de una repentina tormenta, se consuma su himeneo. Instigado por las súplicas de Yarbas, rey de los getulos a quien Dido había despreciado, Júpiter envía a Mercurio para que recuerde a Eneas el objetivo de su misión y le reproche su abandono. Prepara entonces en secreto la partida, pero Dido lo descubre e intenta convencerle de mil maneras para que se quede a su lado. Al no conseguirlo, la reina decide quitarse la vida y maldecir para siempre a Eneas y a su pueblo. Parten las naves troyanas mientras asoman por encima de las murallas las llamas de la pira de Dido.

LIBRO V: Con tan funesto augurio, las naves son arrojadas de nuevo por una tempestad a las costas de Sicilia, sin poder alcanzar Italia. Les acoge amistosamente el rey Acestes, y celebra entonces Eneas sacrificios y juegos en el sepulcro de su padre. Comienzan con una competida regata; siguen carreras a pie, luchas con el cesto, pruebas de puntería con arco y terminan con unos ejercicios ecuestres en los que Ascanio dirige a los demás jóvenes troyanos. Las mujeres de Troya, preocupadas por su difícil situación y en vista de que no alcanzan el final del peligroso viaje, instigadas por Iris, mensajera de Juno, incendian la flota y consiguen destruir cuatro naves; Júpiter envía una lluvia milagrosa que impide la destrucción total. Anquises se aparece en sueños a su hijo y le aconseja que deje a parte de su gente en Sicilia y se dirija a Cumas, en Italia, donde debe conseguir la ayuda de la Sibila para bajar al Averno, a las moradas infernales de Dite. Obedece Eneas a su padre, y en el camino pierde a Palinuro, el piloto de su nave.

LIBRO VI: Llega por fin Eneas a las costas de Italia, a Cumas. Se entrevista con la Sibila, escucha su oráculo y le pide que le acompañe a las mansiones infernales para ver a su padre. Recorren ambos los infiernos, luego que el héroe consigue la rama de oro que les franquea el paso. Encuentran la sombra de Palinuro, antes de cruzar la laguna estigia en la barca de Caronte; llegan a las Llanuras del Llanto, donde encuentran a Dido y a la muchedumbre de los soldados troyanos muertos en la guerra. Descripción del Tártaro y sus suplicios. Llegan a los Campos Elíseos, donde, por fin, puede Eneas hablar con el fantasma de su padre. Anquises explica a su hijo el origen del mundo y los misterios de la vida en los infiernos; por último, le va describiendo las personas de los que luego han de ser héroes de la Roma que aguarda su hora; destaca aquí el elogio del joven Marcelo, sobrino y heredero de Augusto, muerto prematuramente. Animado al comprender la misión de Roma en la historia del mundo, abandona Eneas las moradas infernales por la puerta de marfil.

LIBRO VII: Comienza la segunda parte del poema, las guerras en el Lacio, y así nos lo indica el propio poeta con una segunda invocación a las Musas. Navega la flota troyana siguiendo las costas de Italia, y penetra en las aguas del Tiber, en cuya ribera desembarcan y establecen los troyanos su campamento. Eneas, al ver cumplido el vaticinio de Celeno, reconoce en estas tierras la patria que le tiene asignado el destino. Envía mensajeros al rey Latino, quien le acoge favorablemente y, en cumplimiento de antigua profecía, le ofrece en matrimonio a su hija Lavinia. Irritada de nuevo Juno, envía a la tierra a la furia Alecto, que ha de enfrentar a latinos y troyanos para impedir la boda; maniobras de Alecto con Amata, la esposa del rey Latino, y el propio Turno, rey de los rútulos, a quien ya Latino había prometido la mano de su hija, y que era el pretendiente favorito de la reina Amata. Ascanio mata en una cacería a un ciervo de la pastora Silvia, pastora del rey, y este incidente es la chispa que enciende la guerra entre ambos pueblos. Descripción de las tropas aliadas de Turno, entre las que destaca Camila, reina de los volscos.

LIBRO VIII: Turno busca ayuda entre todos los pueblos del Lacio. El dios del Tíber se aparece en sueños a Eneas y le advierte, tras infundirle ánimos, que debe buscar la alianza con Evandro, rey arcadio que tiempo atrás se había establecido con su pueblo en el monte Palatino, justo donde más tarde habrán de alzarse las murallas de la alta Roma. Parte Eneas en busca de Evandro y éste le recibe favorablemente. Cuenta el rey arcadio el origen de los sacrificios que están celebrando en honor de Hércules, conmemorando su victoria sobre Caco; recorren ambos reyes el futuro asiento de Roma. Venus, preocupada por las guerras que aguardan a su hijo, solicita el favor de Vulcano, quien ordena a sus Ciclopes que preparen para el héroe unas armas maravillosas. Por consejo de Evandro, que hace que su propio hijo Palante se aliste junto a Eneas, el héroe troyano parte en busca de las tropas tirrenas, en pie de guerra contra Mecencio, su antiguo rey, hoy aliado de Turno. Venus se aparece a Eneas y le entrega las armas; descripción minuciosa del escudo, en el que aparecen grabadas futuras hazañas de Roma.

LIBRO IX: Aprovechando la ausencia de Eneas que Iris le descubre, Turno pone sitio al campamento troyano y quema sus naves, que la diosa Cibeles convierte en Ninfas del mar. Aventura nocturna de Nis o y Euríalo, quienes tratan de romper el cerco para avisar a su rey de la difícil situación del campo troyano; la muerte de ambos amigos hace que decaiga más la moral de los soldados troyanos. Turno ataca con redobladas fuerzas, y el propio Ascanio debe empuñar las armas contra los atacantes, dando muerte a Numano. Pándaro y Bitias intentan engañar a los sitiadores y les abren la puerta que les había sido confiada, pero Turno advierte el engaño y entra en el campamento causando gran matanza entre sus enemigos hasta que, rechazado y acosado, ha de arrojarse con sus armas al Tiber.

LIBRO X: Convoca Júpiter la asamblea de los dioses para discutir la guerra del Lacio; ante la imposibilidad de conciliar los criterios de Juno y de Venus, decide el padre de los dioses permanecer neutral, lo que viene a ser dejar la guerra en manos del hado y sus disposiciones. Cuando los rútulos preparan un segundo ataque, se presenta Eneas con las tropas tirrenas y las que Evandro puso bajo el mando de su hijo Palante; las naves transformadas en Ninfas le habían avisado del peligro que corrían los troyanos. Eneas desembarca y comienza el combate en el que muere Palante a manos de Turno. Cuando más enfurecido está el héroe troyano por vengar la muerte de su amigo, Juno consigue de Júpiter que saque a Turno del campó, librándole de una muerte inminente; para ello le ponen delante un fantasma con la figura de Eneas, y el rey de los rútulos le persigue por tierra y por mar hasta las riberas de Ardea, donde sale avergonzado de su error. Toma Mecencio el mando del ejército latino hasta que es herido por Eneas, quien después da muerte a su hijo Lauso. Duelo de Mecencio, que vuelve enardecido al combate y es muerto por Eneas.

LIBRO XI: Celebra Eneas en honor de Marte la muerte de Mecencio, y envía a la ciudad de Evandro los restos de Palante. Llegan mensajeros del rey Latino a pactar una tregua para dar sepultura a los muertos; accede Eneas. Regresan a la corte de Latino los mensajeros que había enviado a Diomedes y anuncian que no han podido conseguir su alianza; esto provoca un debate en la asamblea de los latinos, y Turno y Drances se enfrentan agriamente en defensa de la guerra y la paz con los troyanos, respectivamente. Llega a la asamblea la noticia del avance de Eneas sobre Laurento y se prepara la defensa de la ciudad. Sale Camila al frente de su escuadrón de caballería y se traba combate en el que muere la heroína a manos de Arrunte; la Ninfa Opis venga su muerte por encargo de la diosa Diana. Se dispersa el ejército latino ante la muerte de Camila y acude de nuevo Turno para salvar la situación. Llega al campo de batalla al tiempo que Eneas; es de noche y ambos prefieren acampar al pie de las murallas de Laurento.

LIBRO XII: Acepta Turno enfrentarse en duelo singular según la propuesta de Eneas, y que la mano de Lavinia sea para el vencedor. Persuadida por Juno, la Ninfa Yuturna, hermana de Turno, actúa entre el ejército latino y consigue que se rompa el pacto porque Tolumnio dispara sus dardos contra los troyanos. Se reanuda el combate y es herido Eneas. Mientras Turno se aprovecha de su ausencia, el caudillo troyano es curado milagrosamente con unas hierbas que le envía su madre. Busca luego a Turno, pero Yuturna, transformada en el auriga Metisco, lo mantiene alejado del combate; decide entonces Eneas iniciar el asalto final a la ciudad. Ante tan delicada situación se ahorca la reina Amata, y la espantosa noticia lanza a Turno al duelo decisivo, tras descubrir el ardid inútil de su hermana. Muere Turno a manos de Eneas.

Es la Eneida una «recreación literaria de la poesía épica» (García Calvo) que venía de Hornero, y aun de antes de Homero. Virgilio disponía, pues, del molde adecuado a sus intenciones, tal como se lo suministraban los poemas del griego, así como la épica helenística de Apolonio de Rodas, y su trabajo inicial -quizá esos primeros años de inexplicada parálisis - consistió en reunir los materiales que le permitieran urdir el relato que ya empezaba a ver con claridad. Hacía tiempo que Virgilio había asociado el nombre de Eneas con la casa de César, la gens Iulia, y ese héroe es mencionado por Poseidón en el canto XX de la Ilíada como el futuro rey de los troyanos. Es más, el siciliano Timeo de Tauromenio había ya relacionado los orígenes de Roma con la llegada de Eneas al Lacio; Nevio, primero, y luego Ennio, el poeta nacional romano hasta la aparición de Virgilio, habían recogido esa tradición en sus poemas, en los que aparecía también Dido entre alusiones a la futura rivalidad de Roma y Cartago. También debió de leer Virgilio con aprovechamiento la obra de Catón (Origines), en la que se narraba el pasado de tantos pueblos de Italia. Virgilio tenía con todo esto el camino ya trazado, pero él marcó la nueva meta, y en ella Eneas y Augusto se identifican como dos ramas del mismo árbol familiar que trabajaban por la gloria de Roma y aceptaban voluntariamente su destino. En cuanto a la poesía épica en latín, tampoco nuestro poeta partía de la nada. Habitualmente se identifica el comienzo de la literatura latina con la figura de Livio Andronico, y uno de sus trabajos consistió precisamente en traducir al latín, en versos saturnios, la Odisea de Homero. Nevio (Bellum Poenicum) continúa la tradición, y Ennio concibió sus Annales como un inmenso poema que cantara las gestas romanas hasta sus días y para ello, además, adaptó como verso el hexámetro de Homero, lo que sería ya un paso definitivo en lo que refiere a la forma de la épica en latín. En sus propios días Virgilio había podido leer los espléndidos hexámetros de Lucrecio, de quien tanto aprendió, así como numerosos epyllia o pequeños poemas épicos que los neotéricos componían a la manera de Calímaco.

Pero nadie en la ciudad había intentado emular a Homero con sus obras, y a Virgilio, sin embargo, le pareció que Augusto, Eneas y, sobre todo, Roma, se merecían una tarea semejante. Es grande, por tanto, la deuda de la Eneida con los poemas de Romero, y ya en la antigüedad se veían los seis primeros libros como una Odisea y los seis últimos como una Ilíada. Las historias de navegantes y de guerreros, el relato hacia atrás de un personaje, el campamento asediado en ausencia del héroe, la muerte cruel del amigo del héroe y la subsiguiente venganza; las tormentas, los juegos funerales, el descenso a los infiernos, el catálogo de los aliados, las armas maravillosas de Vulcano, el duelo a muerte entre los héroes rivales... con otros muchos, son temas que pueden leerse en las obras de Homero (W A. Camps). Nadie, sin embargo, acusa ya a Virgilio de plagio. Ese material era acervo común de todos los poetas, y con él debía Virgilio crear su propio mundo. En la literatura clásica la tradición es fuente de originalidad y era obligado beber en ella.

Tome, pues, el lector la Eneida entre sus manos. Descubra en su composición aquellas dos mitades o la otra ley que distribuye el poema a partes iguales entre Dido (I-VI), Eneas (V-VIII) y Turno (IX-XII), o bien otras muchas correspondencias que recorren y articulan el poema de principio a fin. Y, sobre todo, haga buena la afirmación de Jlébnikov: «Constataba que versos antiguos palidecían de golpe, que su contenido escondido se convertía en el hoy, y comprendí que la patria de la creación era el futuro. De allí sopla el viento de los dioses dula palabra» (cita de R.Jakobson).

Intencionadamente hemos dejado al margen en esta breve presentación las consideraciones al uso acerca del estilo de nuestro autor. El lector podrá encontrarlas y entenderlas mucho mejor en la bibliografía especializada, y, por otra parte, sería muy difícil seguir los pasos del estilo de Virgilio a partir de una traducción.

Cuando nos propusimos el presente trabajo, intentamos para poner a Virgilio en nuestra lengua el camino de la prosa, que, sin duda, permitía una mayor precisión al traducir. Sin embargo, el coste era demasiado alto, y nuestro texto se alejaba más y más del original virgiliano. Quienes nos precedieron habían emprendido uno y otro camino, y pueden leerse las traducciones en verso de Gregorio Hernández de Velasco (la más antigua en circulación), de A. Espinosa Pólit (excelente) o de A. García Calvo (de la Eneida sólo el libro VI). Pero la mayoría de los traductores lo han sido en prosa, y no desmiente este dato el que en muchas ocasiones se trate de la versión repetida de Eugenio de Ochoa. Y es que en general las traducciones modernas de los poemas de la literatura clásica se han hecho en prosa, abandonando la tendencia inicial de las lenguas europeas. Decidimos por fin intentar una traducción en verso y vimos con sorpresa hasta qué punto el latín se dejaba meter en los nuevos moldes. Ciertamente se trata de un verso relajado, que no hace sino forzar al traductor a tener muy en cuenta las palabras exactas de Virgilio y el orden en el que aparecen, emulando en parte el ritmo o la cadencia final de los hexámetros latinos; pero es que, como afirma P Klossowski (traductor de Virgilio para Gallimard), no podemos aplicar nuestra lógica gramatical en la traducción de un poema «donde precisamente la yuxtaposición voluntaria de las palabras (cuyo contraste produce la riqueza sonora y el prestigio de la imagen) constituye la fisionomía de cada verso».

Elegido, pues, el verso, se trataba de lograr una traducción clara y fácil de seguir y que no abusase de los términos puramente poéticos, ya que es quizá la característica esencial de los versos virgilianos el lograr una construcción mágica a partir de palabras más bien sencillas. Para este trabajo hemos encontrado ánimo y respaldo en excelentes traducciones italianas (F. Della Corte, R. Calzecchi Onesti, L. Canal¡) e incluso en la ya clásica al inglés de C. Day Lewis.

Hemos utilizado como texto de referencia el Virgilio de la edición de Mynors (Oxford,1977 =1969, con correcciones) y, en general, hemos seguido sus interpretaciones, aunque a veces notará el lector una elección distinta, basada casi siempre en el consenso de los códices. En caso de discrepancia, bastará un vis tazo a esa edición crítica para localizar nuestra fuente. Asimismo, hemos contado con la ayuda de los precisos comentarios de Austin y Paratore; este último ha publicado en fechas recientes una completa edición comentada de la

Eneida.

Citamos a continuación algunos títulos que pueden resultar útiles a quienes deseen profundizar en la figura delpoeta mantuano:

CAMPS, W A.: An Introduction to Virgil's Aeneid, Oxford,1979 (=1969).

ECHAVE-SUSTAETA, J. DE: Virgilio y nosotros, Barcelona, 1964. ESPINOSA PÓLIT, A.: Virgilio en verso

castellano, Méjico, 1961. GARCIA CALVO, A.: Virgilio, Madrid, 1976 (con abundante bibliografía).

GRIMAL, P.: Virgile ou la seconde naissance de Rome, París, 1985. GUILLEMIN, A. M.: Virgilio. Poeta,

artista y pensador, Buenos A¡res, 1968.

JACKSON KNIGHT, W F.: Roman Vergil, Harmondsworth, 1966 (= Londres, 1944, revisada).

MOYA DEL BAÑO, F. (ed.): Simposio virgiliano, Murcia, 1984. SYME, R.: The Roman Revolution,

Oxford,1974 (=1939, revisada).

A todos estos autores y a otros muchos estudiosos o traductores que hemos debido consultar constantemente, nuestro agradecimiento sincero. Y algo más que agradecimiento debiéramos manifestar hacia las personas que con su calor nos animaron en nuestro trabajo, a tantos amigos. Debemos, sin embargo, mencionar expresamente a Ana de los Ríos-Zarzosa Nogués (y a Manolo), que revisó conmigo la traducción y en duras sesiones realizó el completo índice de nombres, así como a Vicente Cristóbal López, amigo de otros tiempos que apareció de pronto y me ayudó leyendo el manuscrito hasta abrumarme con sus minuciosas sugerencias. Los consejos de ambos se han visto reflejados en numerosos lugares de esta traducción. Gracias.