Libro XI

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    Gawan descansó esa noche en la casa del barquero. Por la mañana vislumbró a través de la ventana, nuevamente, el castillo repleto de hermosas damas.
   

    Aunque reacio a contestar, el barquero tuvo que ceder ante la insistencia del caballero, y le contestó: "Estáis en Terre Marveile (Tierra de las Maravillas). Aquí está también la Lit Marveile (Cama de las Maravillas). Señor, nunca ha intentado nadie desentrañar las penalidades del Schastel Marveile (Castillo de las Maravillas). Vuestra vida desea la muerte. Aunque tengáis experiencia en aventuras, todo lo que habéis luchado ha sido sólo un juego de niños. Os acercáis a la cima del sufrimiento". Pero Gawan se sentía tan cerca de esta aventura de la que ya había oído hablar antes, que no podía apartarse cómodamente y sin luchar por esas damas; él quería descubrir lo que allí sucedía.
   

    El día anterior el barquero se había encontrado con Parzival, el cual le entregó valiosos caballos, de aquellos a quienes había vencido en su búsqueda del Grial; pero se cuidó bien de no contarle acerca del terrible sortilegio del Schastel Marveile. Si Gawan no hubiera preguntado, no le hubiera dicho; el señor de la casa agregó; "Si con la ayuda de Dios evitáis la muerte, seréis soberano de este país. Muchas damas están aquí prisioneras, dominadas por un poderoso hechizo, que ningún famoso caballero ha conseguido romper nunca. Muchos soldados y nobles caballeros lo han intentado. Si las liberáis vos, os cubriréis de gloria y seréis honrado por Dios. Feliz reinaréis sobre muchas hermosas damas de numerosos países". Entonces, Plippalinot le entregó su grueso y duro escudo y su espada, advirtiéndole especialmente acerca de la Cama de las Maravillas.
   

    Ante la puerta del castillo, Gawan encontró la tienda de un rico mercader al cual, según le aconsejó el barquero, debía dejarle su caballo en prenda. Todas las riquezas de este mercader serían para el caballero si salía vencedor de las pruebas.
   

    Gawan recorrió el castillo magníficamente decorado y adornado tal como deseaba Clinschor; que, con grandes conocimientos en magia había traído de muchos países todo lo que allí necesitaba. Una de las maravillas era la cama, que yacía sobre un pavimento puro y liso como el cristal; bajo ella giraban cuatro ruedas hechas de rubíes redondos y resplandecientes e insertadas en las patas. Era más rápida que el viento. El pavimento era tan liso que Gawan apenas podía mover los pies, y tan pronto como se acercaba, la cama se movía del lugar en que estaba. "Le molestaba llevar el pesado escudo que su anfitrión le había recomendado con insistencia. Pensó: ‘¿Cómo llegaré hasta ti si te apartas de mí?. Te lo demostraré saltando sobre ti’. La cama estaba delante de él. Entonces dio un gran salto exactamente sobre el centro. Pero nadie puede imaginarse con qué velocidad se movía la cama de aquí para allá. No perdonó a ninguna de las cuatro paredes, sino que chocó con tanta violencia contra ellas que resonó todo el castillo".
  

    Gawan se dirigió al Altísimo en busca de ayuda. Pero cuando cesó el estruendo y la cama se detuvo en el centro de la habitación, quinientas catapultas lanzaron su munición de duras piedras de río hacia la cama en que el caballero estaba tumbado. Acto seguido dispararon sus flechas, quinientas o más ballestas. A pesar de que Gawan no tenía miedo, y a pesar de su resistente escudo; no se había visto libre por completo de flechas su escudo, cuando entró a la habitación un fornido león tan alto como un caballo que casi le quitó el escudo pues, en su primera acometida se lo atravesó con todas las garras. Gawan saltó al resbaloso pavimento, se defendió y cortó una pata al león. Su sangre se esparció por la habitación; pero no por eso la bestia dejó de luchar, y cuando saltó sobre el caballero para derribarlo, éste le clavó la espada en el pecho hasta empuñadura y el león cayó muerto.
   

    Gawan pasó las pruebas, "pero su cabeza estaba tan aturdida por los lanzamientos de las piedras y sus heridas empezaron a sangrar tanto que le abandonó completamente su valiente fortaleza y se mareó y cayó al suelo. Su cabeza yacía sobre el león y su cuerpo sobre el escudo".
   

    Las damas salieron de su escondite y encontraron el rastro de sangre. Cuidaron de Gawan, le prepararon un lecho junto al fuego, buenas medicinas y caros ungüentos sabiamente elaborados por Cundry, para sus heridas y magulladuras.

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