Libro III

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A Parzival le gustaba cazar pájaros.                                

Herzeloyde le permitió a su hijo sólo un tipo de arma: arco y flechas.

   Herzeloyde "se retiró de su país a un bosque, a un lugar solitario llamado Soltane, no a los prados con sus flores. Su corazón estaba tan afligido que no prestaba atención a las coronas de flores, fueran rojas o amarillas. Allí llevó para protegerlo del mundo al hijo del noble Gahmuret."

    "Los que estaban con ella tenían que cultivar la tierra y roturar el bosque. Ella sabía cuidar amorosamente a su hijo. Antes de que éste llegara al uso de razón, convocó la dama ante sí a sus gentes y les prohibió bajo pena de muerte, a los hombres y a las mujeres, que hablaran de caballeros."

   "El chico fue educado en Soltane, apartado del mundo. Se le privó del modo de vida de la corte real, excepto en una cosa: con sus propias manos se hizo un arco y unas pequeñas flechas, con los que abatía a los muchos pájaros que encontraba". En ese período de su niñez, su madre le enseñó acerca de Dios, con breves palabras: "Hijo, te lo voy a decir en serio. Es más luminoso que el día y se convirtió en la viva imagen del hombre. Fíjate en esto, hijo: rézale cuando estés en apuros, pues su fiel amor siempre ofreció ayuda a los hombres. Hay otro que se llama el señor de los infiernos. Es negro y muy traicionero. Aparta de él tus pensamientos, así como de la duda."

    Pasaron los años, el joven se divertía saliendo a cazar; fue en una de estas ocasiones, cuando se encontraba en una extensa ladera, que escuchó un ruido de cascos. En un principio creyó que era el demonio que se acercaba y dispuso su arco para atacar, pero vio llegar al galope a unos caballeros armados "de la cabeza a los pies". La luminosidad que los cubría, por efecto del reflejo del sol sobre sus armaduras, hizo pensar al muchacho que cada uno de ellos era un dios; entonces se arrojó de rodillas al camino, rezándoles. Pero éstos iban apurados, y enfurecidos pasaron de largo; habían raptado a una doncella y por ese motivo los perseguía un conde acompañado de su séquito. El conde iba tan bellamente engalanado, que se veía más luminoso que los anteriores. Este caballero si prestó atención a Parzival, que también le rezaba de rodillas; así el joven se enteró de que el conde no era Dios, sino un caballero. Intrigado por esta última palabra, Parzival le preguntó: "Dijiste caballero. ¿Qué es eso? Si no tienes la fuerza de Dios, dime: ¿quién hace caballero?". "El rey Arturo. Doncel, si vais a su castillo, os otorgará el título de caballero y nunca os avergonzaréis de ello. Tenéis el aspecto de proceder de caballeros". "Los héroes lo miraron con atención: en él se manifestaba el arte de Dios. me sujeto a la historia, que no miente: desde los tiempos de Adán no hubo un hombre más hermoso. Las mujeres lo alabarían después por doquier".

El ardid de una madre sobreprotectora. Parzival se decidió a ir hasta el rey Arturo para hacerse caballero. Le comunicó su deseo a su madre y lo que le había sucedido en el bosque. Ella ideó un ardid para que la empresa de su hijo fracasara, le entregó un caballo en muy mal estado y le hizo un traje de bufón, para que al ver a la gente burlarse, volviera a casa con ella. Antes de partir, Herzeloyde le aconsejó: "Debes acostumbrarte a saludar a toda la gente. Si te quiere enseñar modales un viejo experimentado, obedécele, pues bien puede, y no te enfades con él". "Si puedes conseguir de una noble dama su anillo y su saludo, tómalos, pues te quitarán las penas. Debes apresurarte a besarla y a abrazarla fuerte. Si es casta y hermosa, conseguirás felicidad y contento".

     A la mañana siguiente, Parzival se fue; Herzeloyde lo besó y fue detrás de él, "cuando ya no alcanzaba a ver a su hijo (...) cayó la noble dama al suelo, con el corazón tan roto que murió".

    Luego de mucho cabalgar, Parzival entró a la tienda donde yacía dormida la hermosa duquesa Jeschute de Lalande. Creyendo seguir el consejo de su madre, besó por la fuerza a la dama y le arrebató su anillo y broche. Sin preocuparse en nada por su comportamiento, se quedó también a comer y beber la comida que la duquesa tenía en su tienda; ella sólo pudo pensar que él era un joven de la nobleza que había perdido la razón. Para cuando llegó su esposo, Orilo de Lalande, la dama tuvo que sufrir su ira por creer que lo había engañado. La prueba era la ausencia de anillo y broche; sin darse cuenta, Parzival comenzó su viaje separando a un matrimonio.

    Parzival prosiguió su viaje. Al bajar la ladera de una colina escuchó la voz de una mujer que gritaba desesperada; sostenía en su regazo a su amado príncipe Schionatulander, muerto ese mismo día en una justa. El joven se acercó para saludarla y se ofreció para vengar la muerte del príncipe. Sigune, la doncella, alabó sus nobles sentimientos y su belleza, y le preguntó su nombre, "bon fils, cher fils, beau fils, así me han llamado los que me conocían en casa", contestó él. Pero ella sabía mucho más de él, y le dijo: "Realmente te llamas Par-zi-val, lo cual significa ‘por en medio'. Al ser tu madre tan fiel, su gran amor trazó el surco por su corazón, pues tu padre la dejó triste. No te digo nada para que te vanaglories. Tu madre es mi tía. Te digo ciertamente toda la verdad: quién eres".

"Parsifal el tonto", obra de Willy Pogany.

    Entonces Sigune, prima de Parzival, no le indicó el camino que conducía hacia el que mató a su amado, sino que le indicó el camino hacia los britanos; hacia Nantes, la ciudad capital donde se encontraba establecida la corte del rey Arturo. Antes de entrar a la ciudad, Parzival se encontró; con Ither de Gaheviez; rey de Cucumberland y primo del rey Arturo; apodado el Caballero Rojo, pues su armadura completa, caballo, espada, etc., eran de ese color. Ither mandó un mensaje a la corte a través de Parzival. Allí todos se admiraron de su belleza , y el joven, sin ningún temor, comunicó su mensaje al rey y la reina Genoveva: el Caballero Rojo los retaba un duelo singular, pues se sentía con derecho a reclamar Britania.

    Impaciente, Parzival pidió que el rey lo nombrara caballero, y pidió como regalo la armadura del Caballero Rojo. El rey no le quería negar nada, pero temía que el inexperto muchacho muriese a manos de Ither. Sin embargo, Parzival obtuvo lo que pedía y salió a enfrentarse con Ither. La reina, acompañada de caballeros y de damas presenciaban los acontecimientos desde la ventana. "También allí sentada doña Cunneware de Lalande (hermana del duque Orilo), la orgullosa y noble dama, que había jurado no reír en modo alguno hasta que no viera al hombre que había conseguido la mayor gloria o que la conseguiría. Antes desearía la muerte. No había reído en absoluto hasta que el joven cabalgó ante ella. Entonces su adorable boca empezó a reír". Pero para su pesar, Keye; senescal del rey Arturo; ofendido por la acción de la doncella, le dio de palos en la espalda, y le dijo: "A la corte y al palacio del rey Arturo han venido cabalgando muchos nobles señores y no habéis reído, y reís ahora por un joven que no sabe nada de los modales de un caballero". Parzival presenció el dolor de la joven y se sintió afligido, intentó disparar su venablo a Keye, pero delante de la reina había tal tumulto que no lo lanzó. De ahí en adelante, en sus victorias, mandaría a los derrotados la corte del rey, para avergonzar a Keye delante de todos por su mal acto al golpear a la doncella.

    Ither pereció a manos de Parzival, éste le "clavó el venablo donde la visera del yelmo tiene agujeros, encima de la babera, y le atravesó desde el ojo hasta la nuca, con lo que cayó muerto" sobre las flores. Morir por causa de un venablo era ignominioso para un caballero. El necio joven necesitó de la ayuda de un paje para desvestir al Caballero Rojo, ponerse su armadura y ceñirse sus armas; y tuvo que abandonar su carjac y venablos, pues estaban prohibidos en la caballería.

    "El famoso Ither fue enterrado como un rey. Su muerte levantó sollozos entre las mujeres. Su armadura le costó la vida, pues, por quererla, el inexperto Parzival lo mató. Cuando después ganó en inteligencia, se arrepintió de haberlo hecho".

    Después de haber cabalgado un par de días en el caballo de Ither, Parzival llegó al castillo de Gurnemanz de Graharz, señor del castillo y del país. Este era un maestro de la verdadera educación cortesana, y recibió como huésped al ingenuo joven, que pensaba una vez más seguir el consejo de su madre, cuando le dijo que aprendiera de los ancianos. Lo recibieron también nobles caballeros, que se sorprendieron luego de sacarle la armadura, al verlo "tan estrafalariamente vestido", con las ropas de bufón que le hizo su madre.

    De todas formas, Gurnemanz se ocupó de él como si hubiera sido su padre; lavó y vendó sus heridas con sus propias manos. También lo llevó a misa; y se dio cuenta de la necesidad que tenía Parzival de recibir consejo: "Habláis como un niño pequeño. ¿Cuándo dejaréis de hablar de vuestra madre y hablaréis de otras cosas?. Seguid mi consejo y no os equivocareis. No perdáis nunca el sentido de la vergüenza. ( ... ) Tenéis la apariencia y la belleza para poder ser un soberano. Pero si sois noble y subís alto, no olvidéis apiadaros de los muchos que sufren privaciones. ( ...) Sed siempre humilde. ( ... ) ¡Dejad de ser tan tosco!. No debéis preguntar mucho. Debéis pensar vuestras respuestas, que deben adecuarse a lo que se os pregunta y a lo que se desea oíros. ( ... ) Combinad la compasión con el valor, pues así seguiréis mi consejo. ( ... ) Sed virilmente valiente y de ánimo alegre, pues es bueno para alcanzar buena fama, y amad a las mujeres, pues enaltece a los jóvenes. No las traicionéis nunca. Así se evidenciará vuestra hombría. ( ... ) El hombre y la mujer forman una inseparable unidad, como el sol que hoy ha brillado y eso que llamamos día. No se puede separar lo uno de lo otro: florecen a partir de la misma semilla. Tenedlo bien presente". Parzival se inclinó ante su anfitrión, agradeciéndole por sus consejos.

    Posteriormente, Gurnemanz lo llevó al campo para enseñarle las normas de la caballería, acompañado de otros valientes caballeros, para que lucharan contra Parzival en sus primeros duelos de prueba. El joven derribó fácilmente a sus cinco oponentes, mostrándose como "digno heredero de Gahmuret en su innata valentía".

    Durante dos semanas Parzival fue huésped de Gurnemanz; cuando decidió partir dejó muy triste al señor del castillo; Pues sus tres hijos varones habían muerto en combate; ahora sentía que perdía a otro hijo.

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