La Mujer Loba

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                                                                              Loba.

   Hace muchos años vivía una bruja joven con su marido y sus hijos; pero era tan bruja que se volvía loba a espaldas del esposo, que era bueno y trabajador.

    Tenía dos ungüentos: uno que la convertía en loba y el otro de loba en mujer. Cuando su esposo se dirigía al trabajo, ella se frotaba con el medicamento mágico y se volvía loba. Corría por los montes a ahuyentar al ganado, a pelear con los zorros y a veces a aullar.

    Cierto día uno de los niños vio que su madre se untaba con el medicamento y cuando ésta salió ambos hermanos se frotaron, transformándose de inmediato en pequeños lobatos.

    Cuando llegó el padre no halló a sus hijos; sólo encontró en la esquina de la casa a dos lobitos los que al verlo se ungieron de nuevo con la pomada que despedía olores aromáticos y recobraron su forma natural.     El padre, sombrado, les preguntó:

-¿Dónde hallaron esa pomada, y quién les enseñó a usarla?

    Los niños respondieron:

-Mi mamá las usa para transformarse en loba, por eso también nosotros las usamos.

    El padre dijo:

-Esto no puede ser. Ustedes están mintiendo.

    Tomó las mixturas y las sepultó en medio del fogón donde fueron devoradas por rojas lenguas de fuego que luego se tornaron blanquecinas con listas parduscas.

    Instantes después llegó su esposa convertida en loba, la que, no pudiendo encontrar el ungüento, no pudo recobrar su forma de mujer.      Era de color bayo con vistos rojizos.

    Entonces el marido comprendió lo que ocurría y que lo que le habían contado sus hijos era efectivo. Quedó muy triste ante la impotencia de no poder hacer nada por su esposa. Los niños lo contemplaron con sus ojos fijos; él los acarició mientras su mujer convertida ahora en loba para siempre partía aullando hacia los poblados y cerros.

   Cuando tenía hambre bajaba a las casa de las lomas próximas en busca de alimentos y luego partía aullando por la comarca. La gente pronto comprendió que era ella y empezaron a dejarle comida por las noches en amplias fuentes en los patios de los corredores de las casonas, que ella devoraba con ansiedad bajo los resplandores de la luna. Los perros huían despavoridos cuando presagiaban su cercanía o la veían venir por las cercas bajas.

    Se oía aullar de preferencia en los montes en las negras noches de invierno, cuando la lluvia martilla los campos y el viento arrecia los árboles altos, cuyos lamentos sólo entienden sus hijos que viven bajo las sombras que se levantan con los relámpagos claros.

 

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Cuentos Folklóricos de Chiloé

Antonio Cárdenas Tabies,
1976