La fiesta de unos pocos

El fondo de la caja

Hermanos míos:

Quiero contaros desde lo profundo de mi corazón este sentimiento que lastima mi ser, que me duele como la peor herida y, sin embargo, me hace feliz porque creo en la grandeza de vuestros espíritus:

"...Después de llenar el mundo con vegetación y criaturas de todas las especies, los dioses llamaron a Prometeo (hay quien dice que también a Epimeteo), para repartir dones a todas las criaturas y crear un ser superior a ellas, llamado "hombre".
Los dioses habían repartido los dones generosamente, por lo que Prometeo se dio cuenta de que no quedaba ninguno para el hombre. Entonces lo modeló con barro, en forma similar a la de los dioses. Eros le dio el aliento de vida y Atenea el alma.
Orgulloso, Prometeo observó al hombre y le transmitió todos sus conocimientos.
Zeus, irritado ante el progreso de los humanos, quiso acabar con ellos, pero Prometeo los defendió.
Entonces Zeus ordenó que les quitaran el fuego para castigarlos y así se hizo.
Prometeo, pidió ayuda a Atenea para subir al Olimpo, tomó una brasa del sol y sin que nadie lo descubriera regresó al mundo, donde la entregó a los mortales.
Cuando se enteró Zeus, enfureció y juró venganza.
Mandó encadenar a Prometeo a las rocas del Cáucaso, donde un buitre todos los días le arrancaba el hígado, que le volvía a crecer cada noche.
Y así no había final para su suplicio, hasta que, muchos siglos después, Hércules mató al buitre y lo liberó.
Como segunda parte de la venganza, Zeus ordenó a Hefesto crear una mujer de barro y darle vida.
Las diosas la llenaron de encantos.
Era la mujer más hermosa que existió jamás y la llamaron Pandora.
Entonces Zeus ordenó a Hermes llevársela a Prometeo para hacerla su esposa, junto con un regalo de bodas, una caja.
Prometo, sospechando que después de lo que había hecho nada bueno podría llegarle de los dioses, no la aceptó y previno a su hermano Epimeteo.
Pero cuando vio a esa mujer, Epimeteo pensó que nada malo podría venir de tal criatura y se casó con ella.
Hermes al llevarla con Epimeteo, le aconsejó que por nada del mundo deberían abrir la caja que les dieron como dote.
Llena de curiosidad, Pandora abrió la caja y de ella salieron todos los males de la humanidad: enfermedades, guerras, tristezas, vicios, ira, muerte, etc. y se regaron por toda la Tierra.
En el fondo de la caja sólo quedó la Esperanza.
Y así, el mal entró al mundo, pero detrás de él venía la Esperanza para mostrarles a los mortales el camino a un mundo mejor."
Así explicaban los antiguos griegos el nacimiento de la Esperanza, que quedó escondida en el fondo de la caja obsequiada a esa bella mujer.
¡Cuánta sangre y dolor corrieron, provocados por el acompañante de la Esperanza a partir del momento en que fue liberado.!
¡Cuánta gente murió abrazada al fondo de esa caja, sin haber logrado su sueño, ilusionada hasta su hora final, pese a soportar en vida los embates del liberado!.
¿Cuál era su poder y dónde se podía encontrar el fondo de esa caja?.
Estaba con nosotros, dentro nuestro, conviviendo con su acompañante de mil caras, pero un solo nombre "el mal".
Era nuestra esencia. Esa luz en el fin del camino que por una u otra causa no podíamos alcanzar.
Pero allí la teníamos, disfrazada de distintas maneras, capaz de hacernos producir los actos más nobles o más terribles, pero siempre alcanzable a medias para los afortunados o simplemente inalcanzable para los comunes.
Para algunos con la máscara de justicia, para otros con la de felicidad, o con la de riqueza, o con la de Poder, o con la de salud, o con la de trabajo, o con la de la destrucción, etc., para sí o para seres queridos u odiados, en este mundo o más allá de la muerte.
No sé si era otro mal o un bien, ya que para llegar a ella había caminos por los dos lados.
Todo dependía de quien la tuviera y las circunstancias que lo rodeaban.
Tampoco sé si venía con nosotros al nacer o la adquiríamos junto a los demás conocimientos, pero desde el comienzo de los recuerdos, allí estaba.
Era nuestra guía y meta, la que nos hacía creer, amar u odiar, ser solidarios o indiferentes, justos o injustos, dignos o indignos.
Nos colmaba de contradicciones. En fin, nos hacía humanos.
Miles de años tenía la Esperanza, miles de años haciendo vivir y soñar a la gente y hoy yace destruida por aquellos compañeros de caja, que desde las regiones del Tártaro, al mando de Hades y por orden de Zeus, la mataron con la única arma capaz de hacerlo: "La Resignación".
Y en medio del dolor, abrumado por la tristeza, recuerdo las palabras de aquél sabio, el que al leer su obra, iluminó mi vida:


"La juventud pasó junto a mí, y yo la seguí hasta una campiña lejana. Allí se detuvo y clavó los ojos en las nubes que se cernían sobre el horizonte como un rebaño de blancos corderos. Después miró a los árboles, cuyas ramas desnudas señalaban el cielo, como si pidiesen a la Altura que les devolviese su follaje.
Y yo le dije:
-¿Dónde estamos, juventud?
A lo que replicó:
-Estamos en la campiña de la Perplejidad. Observa.
Y yo le dije:
-Volvámonos inmediatamente, porque este paraje tan desolado me da miedo, y la vista de las nubes y de los árboles desnudos entristece mi corazón.
A lo que replicó:
-Ten paciencia. La Perplejidad es el principio de la sabiduría.
Entonces miré en torno a mí y divisé una forma que se aproximaba graciosamente a nosotros, y pregunté:
-¿Quién es esta mujer?
Y la juventud replicó:
-Es Melpómene, hija de Zeus y Musa de la Tragedia.
-Oh, juventud feliz -exclamé-, ¿qué quiere de mí la Tragedia, estando tú a mi lado?
Y me respondió:
-Ha venido a enseñarte la Tierra y sus pesadumbres; porque el que no ha contemplado el Dolor jamás verá la Alegría.
Entonces el espíritu me puso una mano sobre los ojos. Cuando la retiró, la juventud había desaparecido, y yo me encontraba solo; despojado de mis vestiduras terrenas y exclamé acongojado:
-Hija de Zeus, ¿dónde está la juventud?
Pero Melpómene no me contestó, sino que me colocó bajo sus alas y me transportó a la cima de una altísima montaña. Allá abajo veía la tierra y cuanto hay en ella, extendida como las páginas de un libro, sobre el cual se hubiesen grabado los secretos del universo. Me quedé atónito junto a la doncella, cavilando sobre el misterio del Hombre y afanándome por descifrar los símbolos de la Vida.
Y contemplé seres medrosos: los Ángeles de la Felicidad peleaban con los Diablos de la Miseria, y entre ellos se erguía el Hombre, unas veces arrastrado por la Esperanza, y otras por la Desesperación.
Vi cómo jugaban el Amor y el Odio con el corazón humano; el Amor, ocultándole su culpa y adormeciéndole con el vino de la sumisión, de la loa y de la adulación; en tanto que el Odio lo provocaba, sellaba sus oídos y cegaba sus ojos a la Verdad.
Y observé que la ciudad andaba a gatas, como un niño de sus suburbios, y que se agarraba al vestido del hijo de Adán. Y allá, a lo lejos, divisé las lozanas campiñas que sollozaban por la tribulación del Hombre.
Vi sacerdotes echando espumarajos como raposas taimadas; y falsos Mesías que conspiraban y maquinaban contra la felicidad del Hombre.
Y fui testigo de cómo el Hombre pedía auxilio a la Sabiduría para que lo liberase; pero la Sabiduría no quiso escuchar sus gritos, porque la había desairado cuando ella le habló en las calles de la ciudad.
Y observé cómo los predicadores levantaban su vista hacia los cielos en gesto de adoración, mientras sus corazones se enfangaban en las ciénagas de la Codicia.
Y vi a un joven que trataba de conquistar el corazón de una doncella con sus palabras seductoras; pero sus verdaderos sentimientos estaban adormecidos, y su divinidad se encontraba muy lejos.
Advertí que los legisladores charlaban como tontos, perdiendo el tiempo y vendiendo sus mercancías en los mercados del Engaño y la Hipocresía.
Divisé a los médicos, que jugaban con las almas de los ingenuos y de corazón sencillo.
Vi que los ignorantes estaban sentados junto a los sabios, elevando su pasado al trono de la gloria, adornando su presente con los delicados mantos de la abundancia y preparando un diván suntuoso para el futuro.
Observé cómo los pobres, desamparados arrojaban la semilla, y cómo se apoderaban los. fuertes de la cosecha; en tanto que la opresión, mal llamada Ley, hacía centinela a lo que estaba aconteciendo.
Vi a los ladrones de la Ignorancia saqueando los tesoros del Saber, en tanto que los custodios de la Luz se hundían en el sueño profundo de la inacción.
Y descubrí a dos amantes; pero la mujer era como un laúd en manos de un hombre que no sabe tañerlo, sino que sólo entiende de ásperas estridencias.
Y divisé a las fuerzas del Saber sitiando la ciudad del Privilegio Heredado; pero eran escasos en número y no tardaron en ser dispersados.
Y vi a la Libertad caminando a solas, llamando a las puertas de las casas e implorando un albergue; pero nadie hacía caso de sus palabras suplicantes.
Después contemplé el espectáculo de la Prodigalidad avanzando a pasos arrogantes en todo su esplendor ante la multitud, que la aclamaba como si fuese la Libertad.
Y vi a la Religión sepultada en libros, y a la Duda ocupando su lugar.
Y presencié cómo el hombre se ataviaba con el ropaje de la Paciencia, como manto para ocultar su Cobardía, y noté que llamaba Tolerancia a la Pereza, y Cortesía al Miedo.
Y observé cómo el intruso se sentaba a la sabia mesa del Conocimiento, barbotando groserías, en tanto que los invitados guardaban silencio.
Y vi que el oro llenaba las manos de los despilfarradores, que lo empleaban para obrar el mal y llevar a cabo sus perversidades; y vi también el oro en manos de los miserables, como carnaza del odio. Pero, en cambio, no vi oro alguno en manos de los sabios.
Cuando contemplaba estos tristes espectáculos, exhalé un gemido de dolor, y dije:
-Oh, Hija de Zeus, ¿pero es ésta la Tierra? ¿Es este el Hombre?
Y ella me contestó con voz suave y angustiada:
-Lo que estás viendo es el camino del Alba, pavimentado con piedras de aristas cortantes y alfombrado de espinas. Esto no es más que la sombra del Hombre. Esto es la Noche. ¡Pero espera! ¡La mañana no tardará en llegar!
Entonces me puso sobre los ojos su mano delicada, y cuando la retiró, he aquí que junto a mí caminaba a pasos lentos la juventud y, por delante de nosotros, marcando el camino, marchaba la Esperanza".

Hoy, sumergido en lágrimas ante sus restos inertes, que son parte de nosotros, les suplico que:

Más allá de las ideologías...
Más allá de lo sagrado y lo profano...
Desde nuestra ignorancia y por nuestros hijos:
Con los padecimientos, la astucia y generosidad de Prometeo, la candidez de Epimeteo o la curiosidad de Pandora:
¡Revivámosla, ya que es la esencia que nos distingue y hace vivir!.
De cada uno de nosotros depende.


Juan Antonio
El que quiere seguir siendo humano

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Datos del autor: Juan Antonio de Buenos Aires, Argentina