Comunicación.
Significación. Información.
Nos ocupamos aquí de
ciertas confusiones semánticas (de las muchas que padecemos),
que son causa de discusiones bizantinas y de sus respectivos
embrollos. Clarifiquemos los conceptos para hacerlos más
precisos y útiles.
Existen, todavía, algunas confusiones acerca de la idea de Comunicación,
una palabra que ha desbordado su campo semántico propio para
convertirse en un término todoterreno. Y para confundirse con
otras ideas próximas -pero diferentes-, como Significación
o Información, que en la práctica, a menudo se
contienen las unas en las otras.
Pero no voy a hacer aquí una discusión sobre palabras,
sino un análisis de los conceptos con el fin de precisar su
contenido funcional. Los conceptos y las palabras que los
envuelven son las herramientas mentales y funcionales de las
que nos servimos. Y conviene que tengamos estas herramientas
bien caracterizadas y afinadas para utilizarlas con eficaz
precisión.
No
todo comunica
Es un hecho que, algunos autores muy leídos pero poco científicos,
aseguran que “todo comunica”. Esto es falso. Pero produce
la impresión plausible de que todo cuanto nos rodea nos está
enviando “mensajes” que más o menos podemos comprender.
Pregunten a alguien si está de acuerdo en que “todo
comunica” y le responderá que sí. Pero es una impresión
equívoca, como expondremos en este artículo. Asegurar que
“todo comunica”, aparte de ser falso, no tiene ningún
sentido.
La confusión parte del hecho de que, lo que nos es
comunicado -ya sea por el diseño, el escrito o las imágenes-
son finalmente, significados. Los elementos que
utilizamos para ello: signos y símbolos, tienen la capacidad
de significar cosas ausentes, que no están ellas mismas en el
mensaje y entre las cuales y su receptor humano, el mensaje
actúa como mediador.
Todo
significa
Pero esto no implica que los significados sean materia
exclusiva de comunicación, entendiendo la comunicación en su
sentido funcional (no poético o artístico). Lo cierto
y comprobable es que, fuera de lo que nos es comunicado,
encontramos también significados. Así que no todo
comunica, pero sí todo significa.
El significado, tal como nos lo enseña la Semiótica, es
una producción unilateral y autónoma del individuo
ante los estímulos de su entorno sensible. Todo significa
potencialmente para el individuo. Incluso lo que no significa,
significa que no significa.
Pero si todo significa, no todo comunica. Porque comunicar
-que es “poner en común”, “compartir”- es cuestión
de dos polos humanos. Uno que concibe, codifica y emite
un mensaje y otro que hace el mismo recorrido, pero a la
inversa: lo recibe, lo decodifica y lo interpreta.
Supongamos un cartel. Está pegado en un árbol o una pared.
No hay duda de que la intención del cartel es hacer saber
algo a la gente, poner algo en común, es decir, comunicar un
mensaje. Lo que distingue el cartel del árbol o el muro que
lo soporta, es que este mensaje está hecho clara y
manifiestamente para comunicar algo a los demás. ¿Cómo lo
sabemos? Aparte de la obviedad, pues se trata de un mensaje
explícito, el cartel está hecho específicamente para
comunicar, porque tal como hemos aprendido de la teoría
psicológica de la percepción (Gestalttheorie), el
conjunto de los elementos tipográficos, icónicos y cromáticos
que lo configuran, así como sus combinaciones que cristalizan
en el mensaje final, no son obra del azar. No pueden
serlo. Recordemos el ejemplo del mono en cuya chistera se han
metido todas las letras del alfabeto y los signos de puntuación,
¿cuántas probabilidades hay de que, cuando el mono vacíe su
sombrero sobre la mesa, aparezca escrito “El Quijote”?
Por el contrario, el árbol, por su tamaño, la estructura
de sus ramas y sus hojas no son el producto de la intención
de nadie por comunicar -ni siquiera del árbol-. Las cosas se
presentan directamente por su sola presencia, se identifican
por sí mismas sin necesidad de intermediarios, como lo hacen
el árbol, la pared, las rocas o las nubes. Los mensajes, en
cambio, re-presentan cosas ausentes, las vuelven a hacer
presentes a los ojos y la memoria: son signos y símbolos de
otras cosas. En cambio las cosas son signos de ellas mismas.
Pero si el árbol pudiera ser producto del azar porque
naciera ahí al margen de la voluntad de alguien, es evidente
que la pared no nació espontáneamente, sino que fue
construida por alguien. Mas la función de la pared no es
comunicativa -se identifica ella misma como pared-, sino de
otra índole práctica, como delimitar un terreno, cerrar un
espacio, proteger algo que hay detrás de ella, etc.
El significado -ya lo hemos dicho- no sólo está inscrito
en los mensajes que nos son comunicados. Está potencialmente
en los esquemas mentales de los individuos, en su pantalla
interna de conocimientos, donde los estímulos del entorno
proyectan en ella significados. La prueba de que el
significado lo producimos -o lo actualizamos- los individuos,
está en que podemos buscarlo en cualquier parte. Miremos el
cielo. Oscurece. Significa que el día se extingue. Observemos
las nubes, como hacía Leonardo da Vinci, y podremos ver en
ellas, formas, rostros, caballos y otras figuras. Este no es
el trabajo de las nubes, por supuesto, que son indiferentes a
nosotros. Es el trabajo de nuestra imaginación.
Podemos despreciar el cartel y centrar ahora nuestra atención
en el árbol o la pared. Si tenemos los datos, reconoceremos
el tipo o la especie de árbol (él mismo no los significa, ya
que la clasificación es cosa de los hombres); podremos
deducir su juventud o su vejez, ver el cielo a pedazos entre
el tejido de las ramas como si fuera un vitral abstracto, y
hasta podemos soñar, imaginar, recordar cosas pasadas dejando
que la fantasía se despliegue, como en las asociaciones
inconscientes del psicoanálisis, o como hacen los poetas.
Respecto de la pared, si ahora fijamos la atención en ella
veremos una serie de accidentes, tonalidades, formas y
texturas, desconchados y grietas. Pueden ser estímulos, como
lo fueron para artistas como Dubuffet o Tàpies. El
significado de las cosas es un producto unilateral del
individuo que interpreta lo que percibe. No así la comunicación,
donde los significados están predeterminados por su emisor.
Comunicación
interpersonal y diseño
Examinemos ahora dos clases de comunicaciones: interpersonal
y por medio del grafismo. En las relaciones
interpersonales podemos captar a menudo lo que nos es
intencionadamente comunicado a través del habla (sujeto,
argumentos, retórica, etc.), pero también algo que se filtra
involuntariamente en el discurso: lapsus linguae -tan
caros a Freud- que se le escapan a nuestro interlocutor,
olvidos significativos, etc. Incluso encontramos signos
involuntarios en la acción no verbal que acompaña la
comunicación verbal: gestos, dudas no disimuladas, muecas. A
menudo las contradicciones entre lo que se dice (semánticamente)
y cómo se dice (semióticamente) hacen que aquel mensaje
intencional de base sea dudoso o poco convincente. Es como la
lectura entre líneas, donde el mensaje aparente está en lo
escrito, pero a través de él descubrimos segundas
intenciones ocultas.
En la comunicación gráfica, siendo el mensaje prefabricado
y elaborado cuidadosamente antes de ser emitido, e incluso a
veces, testado, no ha existido la improvisación propia del diálogo
cara a cara. Las ambigüedades y los ruidos visuales han sido
meticulosamente evitados o suprimidos a favor de un mensaje nítido,
de un juego de significantes inequívocos con lo que se
pretende asegurar la correcta transmisión de significados.
Con todo, bastantes mensajes gráficos que vemos
corrientemente presentan ambigüedades semánticas que
perturban el significado deseado por el diseñador. Esto
ocurre más generalmente en las imágenes y su tratamiento,
pues éstas son por naturaleza polisémicas: tienen
varios significados posibles al mismo tiempo. Por esto,
precisamente, el diseño gráfico es un lenguaje bimedia:
imagen-texto. La complementariedad de ambos lenguajes hace que
la imagen muestre lo que el texto no puede mostrar, y éste
explique o argumente lo que la imagen no puede explicitar.
Citemos finalmente las figuras ambiguas y las
figuras imposibles (imágenes con doble lectura, formas
contrarias a la lógica, paradojas visuales, surrealismo).
Estas figuras están elaboradas implícitamente para excitar
la atención, ejercer una especie de juego del escondite, un
choque o un gag visual que la razón no puede discernir.
Entonces, el significado de esta clase de imágenes es
justo su contradicción interna: las figuras imposibles de
Iturralde, las máquinas que se autodestruyen de Tinguely, los
juegos de la mente, enigmas visuales e ilusiones ópticas.
Como los mindgrames y puzzlegrams compilados por
Pentagram Design Limited (1994), las figuras imposibles
de Bruno Ernst Benedikt (Taschen, Berlín 1985); o la obra gráfica
enigmática de Escher (Holanda 1967)... Pero todo este campo
ya no pertenece al grafismo funcional, sino a los fenómenos
de la óptica o el arte surrealista -que, de hecho, han
influenciado notablemente los códigos del diseño gráfico-.
Joan Costa
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