Comunicación
y Ética Empresarial.
La empresa es acción. Los
hechos reales y la conducta global de la empresa, son -han de
ser- la materia de la comunicación. De lo contrario, ésta
deviene pura simulación, autónoma de la realidad y con más
apariencia que esencia.
Desde este principio de ética corporativa, la acción
realizadora es la razón y el contenido de la acción
comunicativa. Porque ambas son modos de acción, pero su
naturaleza y sus alcances son diferentes. Por eso deben ser
integradas en una acción común. En otro lugar he expuesto, más
acá de la razón ética, la razón científica que es la base
de la gestión de la comunicación corporativa o global. El
principio es que, si de hecho, “la comunicación es acción
y las acciones comunican”, entonces lo que debe ser
gestionado no son las comunicaciones, sino las interacciones
entre ambos modos de acción.
Es por esto que mi metodología de trabajo se basa en un
paradigma que es la fusión de dos disciplinas: la Praxeología
o ciencia de la acción práctica, y la Comunicología
derivada de la ciencia de la información. En consecuencia,
las responsabilidades del DirCom se encuentran en el centro de
las interacciones entre la acción práctica y la acción simbólica.
El DirCom es -ha de ser- antes que nada, un estratega.
Por eso mismo, el que la comunicación empresarial sea
estratégica resulta obvio, aunque no lo sea para muchas
empresas -todavía-. Pero debemos entender la comunicación en
la triple condición de su naturaleza operacional. La
comunicación:
·
es estratégica, es decir, que está investida
de un designio (design o proyecto, y de
-signum
o significado)
·
es vectorial porque impulsa y conduce al mismo
tiempo, la estrategia en la acción
·
es instrumental, porque se realiza por medio
de unas tácticas y unas técnicas materiales.
Por consiguiente, estas tres condiciones específicas que
constituyen la naturaleza de la comunicación como acción práctica,
más considerando por otra parte su transversalidad en
las actividades de las empresas, hacen de la comunicación el
sistema nervioso central de las organizaciones.
Es por este conjunto de razones que el mismo acto de
comunicar una decisión, un hecho o una información, es más
fuerte que la cosa misma objeto de la comunicación. Y digo fuerte
en el sentido pleno del término. ¿De dónde procede esta
potencia, siendo la comunicación un mensaje de débil energía?
Empecemos por aquí. El poder de la comunicación está en
su capacidad desencadenante de efectos y reacciones.
Este poder se sustenta en dos condiciones que ahora veremos,
pero la paradoja está en que los mensajes no son cosas
materiales. Son intangibles. Por eso son de débil energía.
El poder desencadenante de los mensajes procede de las
propiedades siguientes:
·
La comunicación es un lenguaje simbólico, y los símbolos
son más interesantes, más seductores y movilizadores que las
cosas mismas que simbolizan.
·
La comunicación transporta información, término
que tenemos que entender según la etimología latina, como un
conocimiento que es inyectado de una mente a otra mente y es
irreversible (aunque sí puede ser olvidado).
A partir, pues, de la naturaleza desencadenante de la acción
comunicativa, podemos comparar sus propiedades y funciones con
las de la acción práctica:
Los hechos se limitan a sus circunstancias puntuales.
El fenómeno, o el acto, simplemente alcanza a quienes asisten
en directo a su realización -los “testigos
presenciales”-. Éstos lo perciben porque “ocurre”, y lo
interpretan a su manera, aunque no siempre como la empresa
quisiera. Así, la percepción del hecho es una experiencia
individual, o grupal, y cada uno le da su sentido, hace su
interpretación subjetiva según su cuadro de valores y sus
expectativas.
Los actos son efímeros e irrepetibles.
Se agotan en su propia realización y nunca se repiten
exactamente igual (por ejemplo, un evento). Pero ese acto
puede ser puesto en una memoria artificial y vuelto a
representar indefinidamente por medios técnicos. Es la
persistencia y la ubicuidad de la información.
Los
actos sólo se difunden al ser comunicados. La acción, el acto o la actuación no pueden propagarse
por sí mismos. Los hechos son los hechos, pero no tienen la
capacidad de autopropagarse, no pueden transmitir el
significado que se pretende que transmitan, y que la empresa
quiere acentuar y transferir a unos pocos o a millones de
seres que son sus destinatarios.
La
comunicación orienta el significado del
acto. La comunicación transporta mensajes, es decir, información
sobre el hecho realizado;
le confiere así sentido
y significación; lo enriquece con argumentos
y valores. Y transforma las opiniones subjetivas de los testigos, en
una opinión generalizada: la “opinión pública”. Los
hechos son productores de realidad. La comunicación es
productora de sentido.
Por sí mismos, los hechos no
pueden autodifundirse más
allá de su esfera inmediata, de sus
propios límites físicos y temporales en los que tienen
lugar: el “aquí y ahora”. Una acción, un hecho pueden
ser acontecimientos en sí, pero si no disponen de una caja de
resonancia que los difunda en la dirección deseada, el acto
se limita a un hecho puntual, local y efímero. Expuesto, además,
a la percepción y la interpretación de cada quien.
Las propiedades de la acción son diferentes de las
propiedades de la comunicación. Podemos decir que el acto es
un hecho real, una cosa que ha sido realizada, y eso tiene
todas las características de un “fenómeno”. El hecho se
produce en un lugar y en un momento determinado. Está allí,
irrepetible, con su hic
et nunc, ligado a su contexto estático: el lugar donde
ocurre, y tiene una limitación espacial y temporal: no es
extensivo.
El acto desaparece y la comunicación permanece porque se
difunde, se propaga y también se conserva, ya sea en forma de
un documento o de una memoria artificial en las hemerotecas,
las videotecas, los discos duros…y en la memoria social. Así
es como la comunicación incide en las conductas y las
opiniones individuales y colectivas.
Pero los mensajes, por ser realidades simbólicas,
tienen también la capacidad de mentir. Capacidad que
es inherente a la comunicación, sea hablada, escrita o
representada. De esta capacidad ambivalente pueden deducirse
algunas coordenadas de la ética empresarial.
Joan Costa
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