La reunión fue en el semipiso de
Charly. Entre sonrisas e ironías, negaron cualquier pelea, recordaron los
tiempos que tocaron juntos, opinaron de otros músicos, tomaron whisky y
dijeron: "Por un millón de dólares para cada uno, hacemos un disco
juntos".
por MARIANO del MAZO y WALTER
DOMINGUEZ
Cuando se abre la puerta del
departamento 15 se ve: un televisor gigante, un piano de cola, ocho guitarras
apoyadas sobre la pared, discos de vinilo, un pequeño equipo de música, un
sillón viejo y vencido y paredes pintadas con aerosol. La penumbra del living
combate cierta claridad que viene de una ventana. Son las tres de la tarde, es
otoño, Fito Páez está por llegar y la casa de Charly García es como un museo
vacío: apenas una asistente y una suerte de ama de llaves recorren el
departamento. Entran y salen de la cocina, acomodan ceniceros y sirven coca
cola.
Al rato, asomando por una pieza,
aparece el dueño de casa. Charly García tiene ojos de haberse despertado hace
diez minutos, ropa amplia y arrugada y una delgadez de Quijote. Dice:
"Hola, mucho gusto". Y agrega, como pidiendo permiso: "Me doy una
duchita y estoy con ustedes". Entonces va y abre el agua de la lluvia.
Vuelve y toma una guitarra. "Me llevo la flecha a la ducha", ríe, y
regresa al baño tocando. "Laura, alcanzame un lindo pantalón",
grita, y Laura va. Pese al ruido del agua, la ducha nunca ocurre. García sale
igual que como entró, pero con otro pantalón.
Está contento. Tiene en sus manos el
master del disco El aguante y ofrece escucharlo. Antes, whisky para todos. Y al
instante, el timbre. Fito Páez entra a la casa con la naturalidad de un viejo
amigo. "Maestro", le dice y lo abraza. Sin mayores vueltas, Charly lo
lleva al mundo de El aguante. Por un rato no son Charly García y Fito Páez,
dos de los más grandes artistas del rock nacional. Parecen dos adolescentes robándole
horas al colegio, escuchando música, fumando en el cuarto, ajenos al cuchicheo
que ahora invade la casa, que incluye managers, agente de prensa, el montaje
para una producción fotográfica y los dos periodistas de Clarín.
¿Estaban peleados?
Fito: No, para nada. Quizá no nos vemos por un tiempo largo, pero estamos ahí.
Somos hermanos del alma, de la vida.
Charly: Hace unos días estuvimos tocando en Morocco toda la noche. Está todo
bien. Y además, lo de Colombia. El show con Mercedes en junio del año pasado.
Fue increíble. Me enteré del concierto y fui para allá.
Fito: No fue así. El concierto ése era un concierto de Charly. Yo solamente
hacía el opening y Mercedes estaba invitada.
Charly: Yo no lo tenía programado. Para mí fue como un regalo. Tanto Fito como
Mercedes me hicieron una buena cama.
Fito: En el real sentido de la palabra.
Charly: Y la cama aguantó.
Páez tiene una polerita azul, una barba de dos días y las valijas preparadas:
en tres horas sale para Madrid en una gira de promoción junto a Joaquín Sabina
por el álbum Enemigos íntimos. García fuma y se muestra sereno pero atento a
la música que llega de su cuarto: es la música de El aguante, la obsesión que
lo envuelve desde hace meses y que está presentando -a su manera- en pequeños
shows.
Vos Fito estás trabajando con Sabina, vos Charly venís de hacer el disco con
Mercedes... ¿Es difícil que se junten dos rockeros?
Fito: Yo creo que no es tan difícil.
Charly: No sé, toda la vida toqué con rockeros. Bah, Sui Generis, La Máquina...
Siempre soy yo.
Fito: Claro, también vos... Charly tiene su carácter. Es muy potente.
Imposible que le tires una idea y la agarre.
¿Qué tendría que ocurrir para que hagan algo juntos?
Charly: Un millón de dólares (risas).
Fito: Para cada uno.
Charly: Obvio.
Fito: Tenemos que vernos más seguido y juntarnos a tocar.
Charly: Estaría bueno. Pero por un millón de dólares. ¿Vos tenés un
estudio, no?
Fito: Sí. Y desde ya está invitado, monsieur. Pero sos difícil... ¿Quién te
saca de la cueva?
Charly: Soy difícil.
Fito: Andá a discutirle un acorde a éste
Charly: Yo no toco acordes. Dos notas no es un acorde.
Fito: Falso. Una nota no es acorde, dos sí.
Charly: Un acorde son tres notas.
Ya se están peleando...
Fito: Bueno, el monsieur tiene razón.
No se hace nada el disco...
Fito: Imaginate... Igual, algunas cosas hemos hecho juntos. Alguna noche, alguna
canción. Pero no hay registro.
Charly: Nos hemos robado mucho. Y más de una vez.
Fito: Yo más a ti.
Charly: Y... soy más grande.
A los 46 años, Charly García
puede decir que es el más grande en la doble acepción del término. Columna
vertebral del rock argentino junto a Luis Alberto Spinetta, su talento marcó a
fuego a Fito Páez. Cuando el rosarino sorprendió a todos con Del 63, su disco
debut editado en 1984, el espejo pareció desempañarse: un pibe flaco, con
lentes, pianista y compositor de un puñado de canciones lúcidas. ¿El nuevo
Charly García? Luca Prodan señalaba en aquellos años que "Fito Páez
parece el hijo de Charly García y Nito Mestre" y parte del público de
Charly -desconcertado por los cambios artísticos que proponía García,
especialmente desde el brillante Clics modernos- ubicó su lupa sobre la novedad
de ese rosarino desgarbado que había bajado a Buenos Aires como miembro de la
troupe de Juan Carlos Baglietto. La antena de García, entonces, no se quedó
quieta. Fito pasó a integrar la banda de Charly. El autor de temas como Sable
chino y Un rosarino en Budapest se dejó sacudir la melancolía pueblerina por
el rock bravo de Piano Bar.
¿Qué te pasó con ese cambio?
Fito: Un disparate. Fue como tocar con los Rolling Stones. ¿Te imaginás? El
primer concierto que vi en mi vida fue de La Máquina de Hacer Pájaros, en
agosto de 1976, en el teatro Astengo de Rosario. Charly fue mi gran influencia.
El marcó el camino para todos.
¿Y vos, Charly, por qué Fito?
Porque tenía un sintetizador Korg bárbaro, uno que parecía una máquina telefónica.
Además, a mí el primer disco me había encantado. Fue una suerte que te haya
encontrado.
¿Le estabas muy encima?
Charly: Nooo.
¿El que está al frente de una banda no es una especie de dictador?
Fito: Parece una obviedad pero es así: el que está al frente de una banda, está
al frente.
Charly: Es el director. El que tiene que hacer que la cuestión suene parecido a
lo que pensó. En la música, la democracia mucho no funciona.
Fito: Y más con aquella banda. Eramos ocho, con la Fabi Cantilo, el Gonzo,
Guyot, Iturri, Toth y Melingo.
¿Cómo se llevaban?
Charly: Súper bien.
Fito : Mirá, me acuerdo cuando fuimos a Ibiza. El estaba produciendo el
disco de Los Twist, hicimos unos conciertos en Barcelona y yo estaba muy...
bravo. Charly se dio cuenta y me llevó a las cuatro de la tarde a una casa de
ropa. No había nadie en la calle, estaban todos en la playa. Bueno, el hombre
me compró un traje blanco muy parecido al que usaba John Lennon.
Con el tiempo, el crédito de Rosario creció: el traje blanco le debe haber
empezado a quedar chico. Y, mientras García combinaba genialidades con
escandaletes más o menos irrelevantes (algún golpe a un camarógrafo, algún
pantalón caído), Páez debió atravesar el trago amargo del crimen de su
abuela y tía y su consecuencia musical: el rotundo disco Ciudad de pobres
corazones. Después, la paz de Cecilia Roth y el inusitado éxito de El amor
después del amor. Al mismo tiempo, García reunía a Serú Girán en una serie
de conciertos tan penosos como masivos. A partir de entonces, Páez se instaló
en el tope rockero de ventas y García en un lugar más cercano al artista de
culto.
¿Por qué cada uno vende lo que vende?
Fito: No sé.
Tu público, Fito, bajó muchísimo en promedio de edad.
Fito: Sí, y no sé por qué es así. Tampoco me preocupa. Me estimula que me
escuche gente joven. Son más desprejuiciados.
Charly: Yo nunca tuve un público tan activo y tan joven... Ojo, también están
los que toman lo mío como una buena joda camino al cementerio. Y también hay
muchas chicas.
Cuando ustedes empezaron a tener éxito eran bien jóvenes. ¿Por qué ahora los
referentes del rock nacional tienen más de 30?
Charly: Wait
Fito: Sí, hay que esperar. En la Argentina hay mucha gente cabezona: debe haber
algún pibe por ahí, pensando algo.
Charly: Están los Illya Kuryaki. Y el niño mío (Miguel, su hijo) no salió a
la palestra, pero toca bárbaro.
¿No será que la presencia de ustedes es muy poderosa?
Fito: Es probable.
Charly: No tiene nada que ver. Sin Nebbia, no hubiera existido Javier Martínez,
ni Spinetta, ni yo. De éste ni hablar.
Sabina dice que está esperando "que venga uno de 20 y me pegue una patada
en el culo".
Fito: Todos esperamos eso.
Charly: Yo no.
Igual pasan cosas curiosas: los Cadillacs, por ejemplo, que al principio
criticaban a Charly y ahora lo reivindican.
Charly: Los Cadillacs... puaj. Hacen cumbia.
A García le brillan los ojos. Acaba de entrar en un estado de gracia en el cual
desliza un comentario ácido por minuto.
Fito: Charly es uno de los artistas más importantes de música pop.
Charly: ¿Pop? ¿Por qué pop?
Fito: Por popular.
Charly: Ah, así sí.
¿Cuál es el podio del rock nacional?
Charly: Primero yo, segundo yo y tercero yo.
Fito: No está mal.
¿Qué opinan de Soledad?
Charly: No la conozco. ¿Es la que revolea el poncho? Nunca la escuché.
Fito: No sé qué pasa con Soledad. Para mí está ligada a una cosa
nacionalista medio difícil, bastante hinchapelotas.
Charly: Y... el poncho.
¿Por qué vende lo que vende?
Charly: Siempre hay espacio para el mal gusto.
Fito: Yo la respeto. No hay que alimentar dicotomías. Era como aquello de
Charly versus Spinetta, fomentado desde la prensa. Era horrible. Aparte esa
rivalidad nunca existió.
Charly: Nunca. Estuvimos a punto de hacer un disco juntos. Y por varios
problemas no lo hicimos. Pero estas discusiones son modas. Cuando yo empecé me
acusaban de blandengue. Billy Bond me lo decía. Y ahora, ja, el blandengue es
él.
Fito: A mí todo esto me hincha mucho las pelotas. Esa cosa de putearlo a Cerati
en los conciertos de los Redondos. Es como retroceder quince mil años.
Parecería que el rock se futbolizó.
Fito: O que el fútbol se rockerizó.
Charly: A mí me gusta el fútbol y me gusta la música.
Fito: A mí también
Charly: Bastante maleta sos vos jugando al fútbol.
Fito: ¿Y vos? Un patadura. Jugamos en Córdoba, un día antes que te metan
preso por bajarte los pantalones.
Charly García se queda pensando. Y como un niño al que retan, susurra:
Tan malo no soy...
Después se abrazan y se ríen. Y todos los testigos se convierten en intrusos.
La intimidad del encuentro
YENDO DE LA CAMA... Charly
en su living, que él pintó con aerosol. La entrevista con García y Páez
estaba prevista para un viernes por la tarde. La disco Morocco, donde pocos días
atrás los dos músicos habían compartido una zapada hasta las diez de la mañana,
era el lugar convenido. Puntualmente, fotógrafo, asistentes, periodistas, la
agente de prensa de Fito y Charly se vieron las caras. Pero, telefonía celular
mediante, llegó la noticia tan temida: Charly había tenido una mala noche y no
iba a poder estar. Aunque, a través de su agente de prensa, se preocupó por
aclarar que quería hacer la nota.
"Me parecía una hora difícil
para García", dijo Páez con buen humor. Allí mismo, se fijó el martes
para la nueva reunión. "Eso sí -aclaró Páez-, hagámosla en mi estudio,
porque a media tarde me voy a Madrid." El martes, mientras el fotógrafo de
Clarín armaba su set en Circo Beat, el estudio discográfico que Fito tiene en
Villa del Parque, los periodistas pasaron por la casa de Charly para llevarlo al
lugar de encuentro. En la puerta esperaba su agente con cara de preocupación:
"Charly está un poco caído. Pregunta si Fito no podrá venir para acá".
La entrevista volvía a tambalear. En cuatro horas, Páez partía hacia Ezeiza
y, por un mes, le decía adiós a la Argentina. Pero Fito (quien se iba
convirtiendo en héroe y santo) dijo que sí, que venía para lo de Charly. Y
con él, el fotógrafo, que desarmó su equipo y corrió desde Villa del Parque
a Barrio Norte para armar otra vez el set para la producción fotográfica.
Amabilísimo, Charly saludó e invitó
a su habitación a escuchar El aguante. Su cuarto es un verdadero caos. En el
piso, ceniceros varios, un wincofon girando sin disco encima, un efecto para
guitarra, compacts y varios discos de vinilo. Sobre la cama, cables cruzados,
una guitarra, un bajo, más discos, más compacts... El aguante suena potente.
Como un director de orquesta, García utiliza sus brazos para marcar distintos
momentos de su música: aquí entran las cuerdas, ahora se suma un coro de
voces. Llega Fito, se abrazan con afecto y toda la comitiva se traslada al
living.
Cuando la entrevista termina, García
se va a escribir una carta a su habitación. Fito lee un reportaje que Charly
dio a la revista Ahora. Comenta un destacado donde, en cuatro palabras, García
destroza a Andrés Calamaro. Y nada dice de otra frase, en la misma nota, en la
que García le aconseja a Páez que se decida y se haga aristócrata de una
buena vez.
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