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JOSÉ
LARRALDE
Extraño fenómeno el de este hombre barbado y
de voz
grave, al que probablemente le cause gracia que lo califiquen de fenómeno.
José Larralde es lo que la industria define como artista de catálogo:
sostenido a través de los años, más allá de campañas publicitarias o modas
impuestas, por un amplio target de público, difícil de encasillar. Cada
disco que saca llega cómodamente al oro, y se sigue vendiendo con los años
a ritmo sostenido. Algo que era relativamente posible en los años ‘60 del
boom del folklore (como cuando El sentir de José Larralde, que incluía su
Herencia pa’ un hijo gaucho, vendió 270 mil copias en la semana de su
lanzamiento, en 1968), pero que pocos sostuvieron en el tiempo. Pruebe el
lector entrar a una disquería y buscar en las bateas de folklore por la L
de Larralde: no encontrará ningún CD suyo en oferta, ni en recopilaciones.
Algo que sólo sucede con catálogos como los de The Beatles, pero –salvando
todas las distancias que hay que salvar– el hombre lo consiguió en
soledad, a fuerza de milongas y guitarra. Ahora, Sony BMG reedita el
catálogo completo del artista en la RCA Víctor: 24 CD’s que, escuchados en
serie, pueden resultar reveladores.
Luego de que Jorge Cafrune lo presentara en sociedad en el Festival de
Cosquín de 1967, en la mítica confitería La Europea (donde todavía se
exhiben con orgullo las fotos de aquel encuentro, aunque el cantor no
volvió a pasar mucho por el festival), la RCA Víctor no perdió tiempo en
reclutar a Larralde. Su primer disco en la compañía, Canta José Larralde,
es de ese año, y ya aparecen algunos de los que pasarían a clásicos, como
Mi viejo mate galleta. Un acierto de la reedición es la reproducción del
arte de tapa y el “Lado A” y “Lado B” de los LP originales. Es que
Larralde es para escuchar en disco, aunque el tiempo imponga nuevos
formatos. La colección pone de manifiesto, entre otras cosas, que Larralde
es el mejor intérprete posible para algunas de las obras de Yupanqui, como
Eleuterio Galván, que parece hecha para él, o la Milonga del solitaro.
En el campo cotidiano al que le canta Larralde no hay siembra directa ni
transgénicos. Están el mate y la pava, nunca un termo. Es que, aunque
Larralde le cantó a otra generación rural que nunca oyó hablar de Monsanto,
su mensaje sigue vigente. Porque hay algo que no ha cambiado, y es un
orden de cosas donde el patrón sigue siendo patrón, y el peón, sólo dueño
de su orgullo. En el mundo de Larralde no hay medias tintas, están los que
tienen para comer y los que no, y en esa polaridad abrevan muchos de sus
versos: “Hijo pa’ dar el brazo, guacho pa’ recibirlo” (Con mis yuntas de
nuncas); “Doblando el lomo pa’ que otros doblen los bienes” (Garzas
viajeras). En cada tema hay al menos una máxima, a veces amarga o
inflamada, otras tierna, siempre certera.
El poema-canción que tal vez sea su obra cumbre, la Herencia pa’ un hijo
gaucho, aparece completado en la recopilación con su segunda parte, la
menos difundida, grabada en un único disco, como un recitado en continuado
de más de 40 minutos. El poema es un resumen de los núcleos temáticos de
Larralde: el hombre que vaga por la pampa, de estancia en estancia, con su
guitarra por toda herencia (“Golondrina nos llamaban a los piones de
ocasión, golondrina o pobre pión viene a ser la mesma cosa, con quincenas
perezosas, una pala y un pisón”); el cantor andariego y decidor (“No
importa que alguno piense que me amontono en decir, tan sólo pienso en
seguir, no quiero estarme parao, tengo un camino trazao, lo tranquiaré
hasta morir”); el paisaje de la pampa (“Hablan de pampa sin eco, cosa que
no conocí”), las metáforas más guarras (“No se curan los bichos de las
heridas con caliostro aguachiento ‘e vacas paridas”), las picarescas (“no
las voy de refaloso porque no nací pescao”), y la denuncia social: “No se
entienden razones, por muy sensatas, cuando el frío te yela y andás en
patas”).
En el interior, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, Larralde
siempre fue una presencia cotidiana. Lo escuchan los que se identifican
con los personajes sufridos de sus milongas, pero también los patrones
ésos a los que Larralde fustiga en sus versos, aunque en versiones
modernizadas, con campera de carpincho, pañuelito al cuello y camioneta
nueva en la puerta por gracia de la soja. En la urbe, muchos menores de 30
no lo conocen porque no sale en la TV, pero en el último tiempo a su
público natural se sumó una llamativa cantidad de jóvenes de pelo largo y
campera de cuero, que lo siguen por los recitales que da en teatros
siempre pequeños. Es que el hombre barbado y de voz grave sigue teniendo
cosas para decir cuando canta, y eso es cada vez menos frecuente.
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